Cristianismo y secularismo: ¿qué hacer cuando el diálogo “se acaba”?
Resumen del post:
Nada justificará una retirada de la fe ante los desafíos del mundo actual. La comunicación es necesaria; es necesario explicar los por qué de la posición cristiana y, eventualmente, revisar esa posición –cuando ella se descubre no tan cristiana- o, en muchos casos, alterar el modo de relacionarla con el orden actual.
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Fecha:
03 noviembre 2013, 07.33 PM
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Autor:
Guilherme de Carvalho
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Publicado en:
Actualidad y Opinión
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Cristianismo y secularismo: ¿qué hacer cuando el diálogo “se acaba”?
Nada justificará una retirada de la fe ante los desafíos del mundo actual. La comunicación es necesaria; es necesario explicar los por qué de la posición cristiana y, eventualmente, revisar esa posición –cuando ella se descubre no tan cristiana- o, en muchos casos, alterar el modo de relacionarla con el orden actual.
¿Qué hacemos cuando el diálogo con el secularismo aparentemente acaba (o, al menos, se agota temporalmente)?
Ciertamente hay límites para el diálogo. Anduve pensando en eso ante los debates actuales sobre el “estado laico”. Hay mucho fundamentalismo religioso para el cual el “pluralismo” es una mala palabra. Pero de manera general el campo religioso brasileño me parece extremamente plural y tolerante con la divergencia. La sensación que muchos cristianos tienen y expresan en conversaciones privadas (o las no tan privadas en internet) es la de que la militancia secularista es el fenómeno religioso más agresivo de los últimos tiempos (vea un ejemplo interesante aquí). El clima cambió, definitivamente.
Recuerdo que cuando aún era niño, era difícil confesarse evangélico en la escuela, debido al prejuicio general, fuera romanista o simplemente secular. Era necesario tener coraje entre los adolescentes y jóvenes, por allá al comienzo de la década de los ochenta. Después tuvimos un tiempo de “calma” por unos 20 años, al punto en que la cultura “góspel” se transformó en un fenómeno pop, o casi. Mis hijas casi no tuvieron dificultades para declarar su fe entre sus pares. Pero las cosas están cambiando, y van a cambiar mucho más; hay una creciente antipatía que no se dirige solo a las formas morales e intelectualmente inferiores del evangelicalismo brasileño (aquellas anti-intelectuales, caudillistas, y corporativistas), sino contra todo lo que podríamos considerar el “cristianismo histórico”: el credo apostólico (no sólo en la forma, sino en el contenido), la “misionalidad”, el rechazo de la ideología, la ética de la vida (por la heteronormatividad, contra el aborto, eutanasia, infanticidio calificado, etc).
Abro paréntesis: tal vez eso sea bueno; tal vez ayude a las iglesias cristianas a encontrarse y cesar esa mendicidad ridícula por las gracias de la modernidad tardía. Pero ciertamente eso no es todo; nada justificará una retirada de la fe ante los desafíos del mundo actual. La comunicación es necesaria; es necesario explicar los por qué de la posición cristiana y, eventualmente, revisar esa posición –cuando ella se descubre no tan cristiana- o, en muchos casos, alterar el modo de relacionarla con el orden actual. Cierro paréntesis.
Pero entonces, ¿no es difícil conversar con muchos secularistas? Quien lo intenta lo sabe bien. Gran parte del tiempo consideran inadmisible que en pleno siglo XXI alguien todavía quiera mezclar religión con política. Pero no es que se opongan sólo a la mezcla; se oponen a la discusión, y eso es significativo. Especialmente dado el hecho, del que hay testimonio, de que en general desconocen cualquier diferencia entre “laicismo” y “laicidad”, e ignoran los orígenes religiosos de la idea de secularismo (sí, hay un “secularismo cristiano”) de la libertad de conciencia y de la moderna separación entre iglesia y estado.
¿Por qué laicismo y laicidad son posiciones diferentes? “Laicismo” es un esfuerzo por la privatización de lo religioso y su exclusión de la vida pública, que consiste en la articulación política ideológica de un proyecto espiritual, o secularismo. La “laicidad”, en cambio, es una categoría política, que designa la separación necesaria entre la Iglesia y el Estado, asumiendo al religioso como parte de la esfera social. La noción de laicidad es en sí misma un desdoblamiento teológico-político del protestantismo, teniendo, así, la propia religión como una de sus matrices (de ahí el absurdo de los usos antirreligiosos de la idea. Vea más aquí).
Como observó hace días mi amigo Igor Miguel,
“la dualidad (no dualismo) entre Estado e Iglesia es de origen protestante. El término “secular” es de origen religioso. La idea de la “soberanía” del Estado es de origen cristiano. La idea de “crédito” de mercado, tiene origen en la ética cristiana calvinista (Weber). La declaración universal de los derechos humanos tiene raíces en la cultura judeo-cristiana (basta dar una mirada a “Justice: Rights and Wrongs” de Nicholas Wolterstorff); entonces, por favor, piense bien sobre lo que usted llama de “Estado Laico”. Laicidad no significa una dimensión bajo toda hipótesis exenta de influencias religiosas”.
Pero por sobre todo, frecuentemente falta aquella comprensión indispensable, en un mundo plural, de la naturaleza inherentemente credal del ser humano. Pues el secularismo es un proyecto histórico espiritual también, heredero de categorías cristianas, plagado de creencias sobre el hombre y el mundo estructuralmente similares a las creencias religiosas tradicionales, y no debería esconderse detrás del discurso de laicidad para “naturalizarse” y pilotear solitariamente el cambio social (revise un artículo no académico sobre “estados doxásticos funcionalmente religiosos” aquí). Laicidad sin pluralismo no es una forma de liderazgo, sino de dominación cultural. De ahí que “Estado laico” se haya transformado en un meme, en un rótulo y una cuña empleada por algunos con la única finalidad de violencia cultural, para aislar ciertos discursos. Y la señal más clara de eso es la indisposición a discutir el significado de la expresión.
Pero… eso no nos disculpa. A pesar de las tentaciones de entrar en el jueguito de desprecio, de ridiculización y de aislamiento, la tarea cristiana sigue siendo, inherentemente, una tarea de comunicación; tenemos buenas noticias para contar, y razones de fe para presentar. Si la comunicación llega a ser cortada, que sea del otro lado, pero no del nuestro. Cito aquí una reflexión interesante del filósofo inglés Roger Scruton (extraída de un contexto completamente diferente pero aun así útil):
“Cuando estoy interesado en alguien como una persona, entonces sus propias concepciones, sus razones para la acción y sus declaraciones de intención tienen prominente importancia para mí. Al buscar cambiar su conducta busco, en primer lugar, cambiar esto, y acepto que ella tenga la razón a su lado. Si no estoy interesado en ella como persona, sin embargo, sino que para mí es meramente un objeto humano que, para bien o para mal, surgió en mi camino, entonces no deberé dar ninguna consideración a sus razones y decisiones. Solo buscaré cambiar su comportamiento, para lo cual buscaré (si soy racional) tomar el camino más eficiente. Por ejemplo si una droga es más eficiente que el cansador proceso de persuasión, usaré una droga. Todo dependerá de la base disponible para la predicción. Usando las famosas palabras de Kant: ahora yo la trato como un medio, y no como un fin, pues sus fines y sus razones no son soberanos para dictar la forma en que actúo respecto ella. Estoy alienado de ella en cuanto agente racional, y no me importa mucho si ella está alienada de mí” (Roger Scruton, Sexual Desire: a philosophical investigation. Continuum, p.53)
Es claro que en determinadas situaciones no hay otra cosa que hacer; el criminal, por ejemplo, no será olvidado, pero no podrá ser prioritario una vez que de sí mismo ya trató a su víctima como medio y no como un fin. Pero incluso cuando el criminal es encarcelado y juzgado, contra su voluntad, su dignidad humana es vindicada y su interés es buscado en la exacta medida en que es tratado como un ser humano racional, imputable y sujeto a la persuasión legal. O sea: medidas son tomadas para que el criminal no trate a nadie como medio, y al mismo tiempo para que él sea tratado como un fin.
En nuestro caso es un hecho que muchos secularistas recurren al discurso sobre el “Estado laico” de forma deshonesta o, por lo menos, poco informada. No podemos convertirnos en presa de ese tipo de estrategia, pero tampoco podemos reproducirla. Si el cristianismo es tratado como un “obstáculo” y el cristiano con sus creencias como un “paciente” sin derechos racionales, es necesario atacar la raíz del problema en los errores del secularismo. Y si los secularistas se comportan de forma “criminal” en lo referente a la ética de la comunicación, y nosotros buscamos seguir actuando en su interés, sólo podemos capear sus intenciones y bloquear su acción obligándolos a enfrentar los costos de su posición. Estos costos pueden incluir derrotas políticas, denuncias públicas, procesos en casos abusivos. Pero incluso así, las demandas reales de esas personas necesitan ser encaradas con interés ético, y las respuestas a ellas no pueden ser articuladas deshonestamente.
Esto es muy importante: incluso en el choque con posiciones anticristianas, necesitamos ver a los oponentes como seres humanos, responsables delante de sí mismos y de Dios. Nunca debemos considerarlos indignos o políticamente incompetentes, a pesar de que se comporten como tales. Si el diálogo se acaba, necesitamos al menos mantener en pie las condiciones para su reapertura.
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Original en portugués. Traducido con autorización. Traducción de Jano Molina.
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