Los cristianos no pueden predicar en la plaza
Resumen del post:
Predicación puede haber en todas partes; pero eso que llamaban plazas, ya no existe.
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Fecha:
15 septiembre 2012, 08.59 PM
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Autor:
Manfred Svensson
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Publicado en:
Actualidad y Opinión
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Los cristianos no pueden predicar en la plaza
Predicación puede haber en todas partes; pero eso que llamaban plazas, ya no existe.
Los cristianos no pueden predicar en la plaza. Sé que suena a un veredicto muy severo, y que alguien (sobre todo si sólo ve el título) me acusará de estar atacando gratuitamente a algunos de los cristianos más fervientes, de esos que, como Pablo, no se avergüenzan del evangelio. ¿Acaso no veo la clase de personas abnegadas que son muchos de aquellos que predican en las plazas? Sí, lo veo. Mi duda no es sobre si acaso existen hoy cristianos abnegados, sino si acaso existen hoy plazas.
Existe, por supuesto, el tipo de lugar al que llamamos plaza. ¿Pero existe hoy algo equivalente a una plaza del mundo antiguo? Ésa es la pregunta decisiva, porque quienes predican hoy en una plaza lo hacen porque ven continuidad entre esa actividad y la predicación cristiana antigua, como la encontramos retratada, por ejemplo, en el libro de Hechos. Y ésa es la pregunta: ¿existe hoy la plaza, del modo en que entonces existía la plaza?
Para responder a eso hay que mirar al menos en dos direcciones: por una parte a las plazas antiguas, por otra parte a la ciudad moderna. La plaza antigua es un espacio público, de vida política, y también un espacio de intercambio de ideas, donde Pablo puede enfrentarse a estoicos y epicúreos. Quien mire a la ciudad moderna, entiende de inmediato que, por sus solas dimensiones, ésta no puede tener una plaza en el sentido antiguo del término. La plaza es hoy un lugar en el que se puede vender alguna obra de arte, en el que hay un columpio para los niños, en que un desempleado pasa el día esperando que alguien le eche una mano. Sin duda está bien si alguien predica al vendedor de arte, a los padres del niño que se columpia y al desempleado. Pero a éstos se les puede hablar en voz baja –porque sería absurdo pensar que aquí estoy haciendo vida pública, porque una plaza en el sentido antiguo no es.
Pero entonces hay que preguntarse si acaso hay otro lugar que reemplace lo que ocurría en una plaza antigua. Son sin duda muy pocos los espacios. Hay un sentido en que la universidad puede ser la nueva plaza. Ahí hay estoicos y epicúreos, y mucho más que eso. Pero hay otros sentidos en que la universidad no es y no tiene por qué ser una plaza: aquí hay discusión de ideas –con suerte-, pero discusión sometida a procedimientos propios de la universidad. Algo de vida de plaza hay tal vez en el mundo virtual, en las redes sociales y blogs. Ahí, al menos ocasionalmente, puede verse algo de intercambio de ideas. Pueden volverse espacios de encuentro y espacios de examen. Pero pueden también ser espacios de insulto, o pueden volverse espacios de propaganda en lugar de conversación.
Los cristianos no pueden predicar en la plaza, porque la plaza no existe. Esa conclusión debiera estar lejos de paralizarnos: significa que junto con la tarea de predicar, los cristianos tienen hoy también la tarea de hacer que las plazas existan. Para eso se necesita gente que no se avergüenza, pero ésa está lejos de ser la única cualidad que vamos a necesitar.
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