Estudios Evangélicos

¡Bienvenidos!

#

¿Amos o esclavos de las riquezas?

¿Padece usted de afluenza? La afluenza es el contagioso y adictivo virus que nos hace creer que demasiado no es suficiente.

¿Padece usted de afluenza?[1] La afluenza es el contagioso y adictivo virus que nos hace creer que demasiado no es suficiente[2]. Que de “ciudadanos” nos convierte en “consumidores”. Que induce a los líderes políticos de distintos sectores a implorar “compren algo, compren cualquier cosa”[3]. El libro Affluenza: The All-Consuming Epidemic (Afluenza: la epidemia que todo lo consume), de John de Graaf, David Wann y Thomas Naylor, ¡ofrece un autoexamen para determinar qué tan enfermos estamos de este mal! Algunas de las preguntas incluidas son: “¿Se aburre cuando no tiene algo que consumir (bienes, comida, medios de comunicación)?”; “¿Utiliza a menudo las compras a modo de terapia?”; “¿Llena usted solo una bolsa grande de basura en apenas una semana?”; “¿Ocupa cada persona en su casa o departamento más de 150 metros cuadrados de espacio personal?”; “¿Está alguna de sus tarjetas de crédito sobregirada?”, entre muchas otras[4].

 

¿Qué enseñó Jesús?

Muchos cristianos hoy se hacen la pregunta “¿Qué haría Jesús?”, pero rara vez la aplican al modo de vida consumista. Una pregunta aun más importante es “¿Qué enseñó Jesús?”; “¿Qué punto ya está claro en la Escritura acerca de su postura sobre las posesiones materiales, o mammon? “¿Qué fue exactamente lo que quiso decir en el Sermón del Monte cuando declaró “no podéis servir a Dios y a las riquezas” (Mt 6.24)[5]?

En su notable sermón, Jesús ya había enfatizado que sus seguidores no debían hacerse tesoros en la tierra sino en el cielo (6.19-21) y explicó que no debían preocuparse por las necesidades básicas de la vida. Después de todo, Dios sabe exactamente qué necesitamos (6.25-34). En medio de esta discusión, no obstante, se haya inserto un verso a menudo malentendido: “Mas buscad primeramente el reino de Dios y su justicia, y todas estas cosas os serán añadidas” (6.33). ¿Se trata meramente de una garantía de prosperidad material en una vida venidera? Marcos 10.29-30 sugiere que no. A quienes han abandonado familia y propiedades para ser discípulos, Jesús allí promete “cien veces más ahora en este tiempo; casas, hermanos, hermanas, madres, hijos y tierras”. Es claro que la forma en que a los creyentes se les devuelven cien veces (o más) los miembros de la familia, es a través de su nueva extensa familia cristiana. La forma como se satisfacen nuestras necesidades materiales debe ser, por lo tanto, la misma: en la medida en que los hermanos cristianos comparten con quienes tienen necesidad. Volviendo a Mateo 6.33, es significativo que las ordenanzas y pronombres estén en plural: “Buscad [ustedes]…y todas estas cosas os serán añadidas”. Precisamente cuando la iglesia como un todo se esfuerza por practicar aquella justicia en la tierra que se conforma a la voluntad de Dios, entonces va a socorrer a quien tiene mayor necesidad material en medio de ella. Mateo 6.33 debe entenderse de modo corporativo, no individual; de lo contrario, ¡incontables fieles cristianos que a través de los siglos han muerto de hambre han desacreditado categóricamente las palabras de Jesús!

Muchas parábolas de Jesús también hablan directamente sobre nuestro tema. De ellas, las tres más importantes son el rico insensato, el rico y Lázaro, y el mayordomo infiel, todas distintivas del Evangelio de Lucas. A primera vista pareciera que el rico insensato (Lc 12.16-20) es condenado simplemente por ser rico. Se trata del hombre que descubrió, para su sorpresa, una extraordinaria producción de grano para la cosecha y tuvo que construir graneros más grandes para almacenarla toda. Pero esa noche el hombre murió en un acto de juicio de Dios. En un examen más detenido, es interesante notar que el relato refleja una perspectiva totalmente egocéntrica: “Yo haré esto” y “Yo haré aquello”. En el Israel del primer siglo, entre un setenta y ochenta por ciento de la población llevaba a duras penas una existencia marginal con escasos excedentes para el futuro; de cualquiera que experimentara semejante cosecha fenomenal, se esperaría que compartiera con su “prójimo”. El contexto más amplio de la parábola confirma nuestras sospechas. Los versos 13-15 muestran que Jesús está advirtiendo contra la codicia o avaricia, no la mera acumulación de posesiones, mientras el verso 21 indica que este hombre no era “rico para con Dios”: no tenía una relación con el Señor del universo. Pero sigue siendo decidor que la forma en que se revela su condición espiritual sea mediante su descuidada acumulación de riquezas.

El relato del rico y Lázaro (Lc 16.19-31) refuerza aún más provocativamente este punto. Aquí nada hay explícito en el texto ni en su contexto que pruebe que el rico no está siendo condenado simplemente por sus grandes riquezas o que Lázaro no esté siendo recompensado en la otra vida simplemente por ser pobre. El verso 25 está muy cerca de señalar precisamente ambas afirmaciones. Con todo, sigue siendo interesante que Lázaro sea el único personaje con nombre de entre cualquiera de las cuarenta y tantas parábolas de Jesús, y el significado del hebreo Eleazar (de donde deriva el griego Lazaro) es “Dios ayuda”. Es decidor que el Eleazar más famoso en los tiempos bíblicos fuera el piadoso siervo de Abraham. Así que probablemente Lázaro pretenda representar al pobre piadoso, a los fieles judíos que acudían a Dios como su única esperanza. El mismo concepto radica tras la bendición “bienaventurados vosotros los pobres” (Lc 6.20). El rico, por otra parte, ruega que alguien regrese de la tierra de los muertos a advertir a sus hermanos para que se arrepientan (16.30). Esto sugiere firmemente que este rico en el Hades sabía que nunca se había arrepentido verdaderamente ni cultivado una relación con Dios. Pero de todos modos llama la atención que ello se demuestre mediante su completa indolencia hacia un pobre mendigo a su propia puerta, a quien estaba en posición de auxiliar diariamente.

El relato del mayordomo infiel (Lc 16.1-9) puede que sea la más extraña de las parábolas de Jesús. El amo alaba a su siervo corrupto, no por su injusticia, sino por su astucia (16.8a). Irónicamente, los incrédulos son a menudo más listos en el uso del dinero para servir a sus propios fines, que los creyentes en los asuntos cristianos (16.8b). Por lo tanto, Jesús ordena a sus seguidores que usen las “riquezas mundanas” (una expresión típica, similar a nuestro “sucio dinero”, que no significa estrictamente ganancias mal habidas, sino las riquezas de este mundo de cualquier origen) para los propósitos del reino, ganar y afianzar más discípulos para que quienes nos preceden en el cielo nos reciban amablemente cuando lleguemos allí también (16.9). Los versos 10-12 reiteran luego de tres diferentes formas que, así como uno demuestra fidelidad con las posesiones materiales de esta vida, se le pueden confiar a uno también las riquezas verdaderas y espirituales. Como en el Sermón del Monte, Jesús concluye recordándole a la gente, en un mundo familiarizado con la esclavitud, que en definitiva uno solo puede servir a un amo a tiempo completo. Y si ese amo es mammon, ¡no puede a la vez ser Dios!

Muchos lectores del Evangelio han tropezado con el famoso encuentro de Jesús con el  rico joven dignatario. En la que parece ser su enseñanza más extrema sobre desprenderse de las posesiones, a este “buscador” Jesús le ordena “anda, vende todo lo que tienes y dalo a los pobres, y tendrás tesoro en el cielo; y ven, sígueme” (Mc 10.21). Nos podemos preguntar, naturalmente, si Jesús nos ordena que hagamos algo igual de extremo. Es Lucas quien nuevamente apunta en dirección a una respuesta. Lucas no solo incluye un relato del diálogo entre Jesús y el joven (Lc 18.18-30), sino que luego, tras un breve intervalo, añade el relato de Zaqueo (19.1-10) y la parábola de las diez minas (19.11-27). ¡Zaqueo se arrepintió devolviendo voluntariamente un poco más de la mitad de sus riquezas, mientras los buenos sirvientes en la parábola son alabados porque invirtieron el dinero de su amo y ganaron más! Es como si Lucas quisiera deliberadamente yuxtaponer diversos modelos de cómo ser un buen sirviente. Ni Jesús ni ningún otro escritor del Nuevo Testamento ordenaron alguna vez a los creyentes dar un porcentaje fijo de sus ganancias para “la obra del Señor”, como la llamaríamos hoy[6]. De hecho, ¡el joven dignatario es la única persona en toda la Escritura a quien se le ordena vender todo lo que tiene! Al mismo tiempo, Robert Gundry exagera solo un poco cuando proclama que ¡“Que Jesús no haya ordenado a todos sus seguidores vender todas sus posesiones solamente da alivio al tipo de persona a quien él habría dado esa orden”![7].

Jesús mismo miró la tentación material directo a los ojos cuando el diablo le ofreció todos los reinos del mundo a cambio de su servicio (Mt 4.8-9; Lc 4.5-7). Para los seguidores de Jesús, la pregunta nunca es cuánto deben de las propiedades o posesiones personales, sino cómo las están utilizando; si no es para el servicio de Dios, entonces su riqueza permanece al menos implícitamente en el dominio de Satán. La parábola del sembrador de Jesús compara una de las semillas infructuosas a aquellos que “oyen la palabra, pero los afanes de este siglo, el engaño de las riquezas y las codicias de otras cosas, entran y ahogan la palabra” (Mc 4.18b-19a). A fin de cuentas, el modo en que tratemos la “afluenza” va a revelar si nuestra profesión de la fe cristiana es genuina o no. Las parábolas hermanas del tesoro escondido y la perla de gran precio (Mt 13.44-46) enseñan que el reino es tan valioso que uno debe sacrificar cualquier cosa que Dios pudiera requerir con el fin de obtenerlo. Compárese la enseñanza de Jesús después de decir otras dos breves parábolas sobre considerar el costo, el constructor de la torre y el rey en guerra (Lc 14.28-32): “cualquiera de vosotros que no renuncie a todo lo que posee, no puede ser mi discípulo” (14.33). Jesús no está enseñando necesariamente que nos deshagamos de todas nuestras propiedades, sino que renunciemos al reclamo de nuestro espíritu por poseerlas. Cuando reconocemos que todo lo que “poseemos” es en realidad un préstamo de Dios y nos comprometemos a usarlo todo en su servicio, en concordancia con las prioridades de su reino, entonces se puede decir que verdaderamente hemos renunciado a nuestras posesiones.

La preocupación de Jesús por los pobres

A Jesús le preocupaban mucho los pobres en lo material de este mundo. Ya hemos apuntado cómo el Gran Sermón de Jesús en Lucas comienza con su bienaventuranza a los pobres. La versión de Mateo, “Bienaventurados los pobres en espíritu” (Mt 5.3), no contradice este punto, porque el término hebreo subyacente, común en la poesía y los profetas del Antiguo Testamento (los anawim) refiere a quienes son tanto materialmente pobres como espiritualmente dependientes de Dios. Cristo continúa y ordena a quienes tienen posesiones excedentes, “Al que te pida, dale; y al que quiera tomar de ti prestado, no se lo rehúses” (Mt 5.42). Agustín observó con astucia, mucho tiempo atrás en el siglo V, que el texto dice “dale a todo el que te pida”, y no “dale todo a quien te pida” (De Sermone Domine en Monte, 67). Cuando tenemos razones para creer que una limosna permitirá a algunos mendigos alimentar varias adicciones, hacemos mejor indicándoles un centro de rehabilitación. Pero, cualquiera sea el significado preciso, Jesús asume que sus seguidores continuarán “dando limosnas”, o donando significativas sumas de dinero a los sistemas que verdaderamente ayudan a los pobres, y que al hacerlo, no estarán motivados por el deseo de aclamación humana sino que se conformarán con ser alabados por Dios (Mt 6.1-4).

En su famoso “manifestó” de Nazaret (Lc 4.16-21), Jesús condensó una extensa porción de su ministerio con el texto de Isaías 61.1-2, incluyendo el hecho de que las buenas nuevas eran predicadas a los pobres (4.18). Esto se da en el contexto de su proclamación de libertad a los cautivos, vista a los ciegos, y libertad a los oprimidos. A lo largo de su ministerio, Jesús hizo todas estas cosas por las personas que sufrían literalmente dichas aflicciones, por lo cual no tiene caso “espiritualizar” al pobre y asumir que Jesús solo se refería a quienes reconocían su pobreza espiritual. Él espera que sus seguidores hagan algo por sus necesidades materiales también. En efecto, al final de su ministerio público de enseñanza, él vuelve a este tema de un modo igualmente destacado. Los que serán admitidos en su presencia por la eternidad son aquellos que han ayudado a quien tiene necesidades materiales, especialmente a los hermanos y hermanas, compañeros cristianos, con sus punzantes necesidades físicas, con lo cual demuestran un genuino discipulado (Mt 25.31-46).

¿Qué deberíamos hacer?

Cuando Jesús comenzó a predecir su pronto arresto, tortura y crucifixión, resumió las dos opciones que se dan a toda persona. A todos sus seguidores presentes y venideros explicó que “Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, y tome su cruz, y sígame. Porque todo el que quiera salvar su vida, la perderá; y todo el que pierda su vida por causa de mí y del evangelio, la salvará. Porque, ¿qué aprovechará al hombre si ganare todo el mundo, y perdiere su alma?” (Mc 8.34b-36). Claramente Jesús está haciendo un juego con la palabra “vida”; puede que uno tenga que abandonar la propia vida física con el fin de ganar la vida eterna, espiritual, resucitada.

Con todo, Jesús no es un asceta consistente; su mensaje no es estrictamente uno de autonegación. De hecho, algunos que fueron más ascéticos que Jesús lo caricaturizaron como “un glotón y bebedor” debido a sus regulares fiestas con los marginados de su sociedad. En una ocasión específica, él llenó de elogios a una amiga cercana, María de Betania, aunque ella gastó el valor de sus ingresos de un año en un frasco de perfume que ella utilizó para “ungir” a Jesús preparándolo para su entierro (Juan 12.1-8; compárese con Mt 26.6-13 y Mc 14.3-9). Lamentablemente, parte de la respuesta de Jesús a quienes criticaron el actuar de María a menudo ha sido malinterpretada. “A los pobres siempre los tendréis con vosotros, mas a mí no siempre me tendréis” (12.8). Al sacarlo de contexto, este aserto para muchos, a través de la historia de la iglesia, ha sonado como si la preocupación por los pobres no fuera una de las prioridades de Jesús. Pero ya hemos visto suficientes textos que hacen imposible esta conclusión. Jesús más bien alude a Deuteronomio 15.11, pasaje que promete que siempre habrá pobres en la tierra, pero continúa de inmediato para concluir “por eso yo te mando: Abrirás tu mano a tu hermano, al pobre y al menesteroso en tu tierra”. Con todo, cuando nuestra postura consistente ante la vida implica la generosidad para dar y ayudar a satisfacer las necesidades del pobre, podemos ocasionalmente “darnos un gusto” y celebrar en buena conciencia, especialmente cuando ello también incluye elementos ministeriales: un programa especial y costoso en la iglesia, o unas agradables vacaciones que incorporan tanto ministerio como turismo, por dar dos ejemplos contemporáneos.

Una última serie de pasajes del Evangelio que aborda nuestro tema del “señorío sobre las riquezas” proviene del ministerio de Jesús en el templo durante la última semana de su vida. Su conocida “purificación del templo” (Mc 11.15-19; Mt 21.12-13; Lc 19.45-48; y Jn 2.13-17) ¡queda mejor descrita como su “despeje del templo”! Fuentes rabínicas posteriores describían cómo el sumo sacerdote Caifás acababa de cambiar el lugar de compra y venta de animales para el sacrificio y cambio de moneda desde el Valle Kidron, fuera del recinto del templo, hasta el Atrio de los Gentiles, al interior del recinto. Pero era ese exactamente el lugar en que los gentiles que temían a Dios, los adoradores no judíos del Dios de Israel, podían orar y meditar, y ahora el alboroto y la conmoción allí impedían la adoración. La aplicación de este incidente para hoy no es ordenar qué se puede vender o qué no en el edificio de la iglesia, sino que se trata del tema más amplio y complejo de cuándo permitimos que la iglesia se transforme en un negocio de manera que compromete el lugar central de la adoración. Una de las enseñanzas finales de Jesús antes de abandonar el templo por última vez consistió, acertadamente, en contrastar las ostentosas donaciones al tesoro por parte de los aristócratas locales (algunos de los cuales habían hecho su fortuna explotando a los pobres —Mc 12.40) con la viuda pobre, cuyas “dos blancas” representaban “todo su sustento” (12.41-44).

Este último pasaje es uno entre varios textos bíblicos que han sugerido a los cristianos reflexivos que quizá el “modelo neotestamentario” para las donaciones de los cristianos de hoy no es la “tarifa plana” del diezmo o diez por ciento para todos. (Incluso en los días de Jesús, el triple impuesto del Antiguo Testamento se interpretaba de modo que los judíos daban 23 1/3 por ciento anualmente para las arcas del templo, sin mencionar los impuestos romanos adicionales que variaban ampliamente pero fácilmente podían haber elevado la completa responsabilidad de un judío fiel hasta llegar a pagar sobre el treinta por ciento de sus ganancias totales tanto a Jerusalén como a Roma.) En lugar de ello, Jesús y los apóstoles al parecer sostuvieron el principio, no de igual cantidad o porcentaje para dar, sino de igual sacrificio. En la mayoría de los casos este principio sugiere lo que ha sido llamado el “diezmo graduado”: mientras más se gana, mayor el porcentaje que se da a la obra del Señor[8]. Como explica Linda Belleville, en el contexto de su comentario a II Corintios 8.11-15, otro texto clave para nuestro tópico, “Allí donde un diez por ciento fijo sería con toda probabilidad una cantidad insignificante para alguien que gana $1 millón, bien podría disminuir a una persona que gana $100.000”. Esto también concuerda con la enseñanza de Jesús en Lucas 12.48 de que “somos responsables en proporción directa a cuánto nos ha bendecido Dios”[9].

Una vez que decidimos cuánto estamos dispuestos a dar, debemos luego manejar sabiamente nuestros fondos. Es de esperar que elijamos nuestras iglesias, al menos en parte, según si éstas aplican de forma sensata los conceptos bíblicos de mayordomía. Pero incluso las iglesias más generosas de Estados Unidos aún gastan en ellos mismos una considerable mayoría del dinero que reúnen —personal, dependencias, y programas. Las denominadas “organizaciones misioneras”, especialmente las congregaciones generosas, pueden variar entre el diez y un veinte por ciento, pero rara vez más de la mitad de esa cantidad sale de este país, y una cantidad aún menor llega al mensaje “holístico” de Jesús —satisfacer las necesidades más urgentes de las personas, tanto físicas como espirituales— en los lugares más empobrecidos y/o no evangelizados del mundo[10]. Los cristianos obedientes, por lo tanto, darán generosamente para su congregación local y donarán una tal vez mayor suma para las personas y organizaciones involucradas más directamente en el tratamiento de las necesidades más agudas de nuestra aldea global. Entonces estaremos en posición de decir que hemos dado unos cuantos pequeños pasos en el camino hacia el señorío sobre las riquezas y la cura de la afluenza.


[1] Copyright del Center for Christian Ethics, Baylor University para el original y la traducción. Traducción de Elvis Castro. Traducido y publicado con autorización del Center for Christian Ethics.

[2] Afluenza es calco del inglés affluenza, combinación de affluence (riquezas) e influenza. Equivalentes aproximados en castellano podrían ser: compradicción, o consumitis.

[3] David Wann, “El test nos indica si usted presenta los síntomas de la afluenza”, Denver Post (Diciembre 30, 2001), L-6.

[4] John de Graaf, David Wann, y Tomás Naylor, Affluenza: The All-Consuming Epidemic (Afluenza: la epidemia que todo lo consume), San Francisco: Berrett-Koehler, 2001.

[5] Todas las citas del Nuevo Testamento en este artículo provienen de la Biblia Reina Valera 95. Para un apoyo exegético completo de la postura tomada en este artículo, véase mi trabajo Neither Poverty nor Riches: A Biblical Theology of Possessions (Ni pobreza ni riqueza: una teología bíblica de las posesiones), Leicester: InterVarsity Press, 1999; Downers Grove: Intervarsity Press, 2001), 111-46. Para una versión radicalmente abreviada en un manual para estudio bíblico personal o individual, véase mi trabajo Heart, Soul, and Money: A Christian View of Possessions (Corazón, alma y dinero: una postura cristiana sobre las posesiones), Joplin, MO: College Press, 2000, 45-57.

[6] Mateo 23.23 (al igual que su paralelo de Lucas 11.42) no contradice este punto, porque en ese pasaje Jesus les está diciendo a los líderes judíos que continúen obedeciendo la ley del Antiguo Testamento del diezmo. Pero tras la muerte y resurrección de Jesús, las leyes civiles y ceremoniales ya no necesitan ser obedecidas literalmente.

[7] Robert H. Gundry, Mathew: A Commentary on His Handbook for a Mixed Church under Persecution (Comentario a Mateo, sobre su manual para una iglesia mixta bajo persecución), 2| edición, Grand Rapids: Wm. B. Eerdmans, 1994, 388.

[8] Véase especialmente Ronald J. Sider, Rich Christians in an Age of Hunger (Cristianos ricos en una época de hambre), 4° edición, Dallas: Word, 1997, 193-96.

[9] Linda L. Belleville, 2 Corinthians, Downers Grove: InterVarsity Press, 1997, 220.

[10] Las estadísticas más recientes sobre las donaciones de la iglesia estadounidense se encuentran en las publicaciones anuales de John L. y Sylvia Ronsvalle de empty tomb, inc., en Champaign, IL. Véase su más reciente publicación The State of Church Giving through 2000 (El estado de las donaciones de la iglesia en los años 2000), publicado en octubre de 2002 y disponible en su sitio en la red, www.emptytomb.org.

Dejar un comentario:

Ver comentarios