Estudios Evangélicos

¡Bienvenidos!

#

Atenas y Jerusalén. Sobre la racionalidad del cristianismo

Mi fe descansa tranquila en un Dios que no solo no niega mi razón, sino que la satisface y va también más allá de ella.

«¿Qué tiene que ver Atenas con Jerusalén?», se preguntó Tertuliano en una frase que lo ha inmortalizado en la historia del pensamiento. La idea tiene contexto, se dio en medio de unas de las primeras amenazas a la doctrina cristiana: el gnosticismo y el marcionismo, degeneraciones del platonismo que, una vez infiltradas, pusieron al cristianismo en peligro. La frase completa, que tiene hasta el toque poético de las declaraciones de los antiguos, reza: «¿Qué tiene que ver Atenas con Jerusalén? ¿Qué la Academia con la Iglesia? ¿Qué los herejes con los cristianos?». Tertuliano defendía que la razón no podía explicar todas las cosas, y menos toda la revelación. Podrá diferirse con Tertuliano en cuanto a los aspectos que él considera más allá de la razón, pero como veremos, es difícil estar en desacuerdo con él en que sí existen cosas que son verdaderas y están mucho más allá de Atenas.

***

Una de las razones por las cuales hablamos hoy de posmodernidad (más allá de la modernidad) tiene que ver con el desasosiego que produjo la razón durante la modernidad. No es solo que la ciencia podría beneficiarnos y perjudicarnos al tiempo (por ejemplo, la misma ciencia que permite una vacuna, permite al tiempo la construcción de un arma biológica). No. Es que el mismo conocimiento exploraba sus límites a medida que avanzaba.

Primero, las matemáticas son insuficientes para probar todo lo matemático. Los teoremas de incompletitud de Gödel mostraron que hay proposiciones matemáticas verdaderas pero indemostrables bajo cualquier conjunto de axiomas consistente y que la consistencia misma del sistema axiomático no se puede demostrar.

Segundo, en el razonamiento inductivo e inferencial de la ciencia es imposible obtener completa certeza hasta de lo que creemos conocer. Por ejemplo, una vacuna funciona con un porcentaje de efectividad que usualmente es muy alto, pero nunca es 100 % confiable. Es decir, la probabilidad de estar equivocado en un hallazgo científico es positiva, como con tanta frecuencia ocurre: aproximadamente el 90 % de las publicaciones científicas son falsas.

 

Tercero, la finitud de nuestro universo implica el total desconocimiento científico de cuál pueda ser la causa de su existencia: la ciencia por su propia construcción solo puede dar cuenta de lo que ocurre dentro del universo; pero la causa que produce tal universo ha de ser externa a él. Por lo tanto, la pregunta ¿Cuál es la causa de la existencia del universo?no puede responderse desde la ciencia. Y menos aún ¿Por qué existe el universo?. Antes de que supiéramos que nuestro universo tuvo origen estas preguntas no torturaban a los intelectuales, pues hasta inicios del siglo veinte se asumió en la cultura occidental que el universo era eterno, como lo había planteado Aristóteles. Solo las cosas que comenzaron a existir necesitan explicación de su causa. Las que nunca han existido o siempre han existido no la necesitan.

Cuarto, la ciencia no puede responder todas las preguntas ni siquiera dentro del mundo natural. Por ejemplo, lo que sabemos hoy del inicio del universo hace imposible que sepamos qué ocurrió en los primeros 10-35 segundos de su existencia. Hasta ese momento las leyes naturales ni siquiera existían. ¿Cómo vamos a decir algo científico sin leyes naturales? De hecho, tampoco puede responder la ciencia la pregunta ¿Cómo surgieron las leyes naturales? No tiene cómo. De otra parte, la física cuántica nos enseña que si conocemos el momento de una partícula, no podemos conocer su posición; y si conocemos su posición, no podemos conocer su momento. Luego, ni siquiera con las leyes naturales en completa operación podemos responder todas las preguntas respecto al mundo natural.

El primer punto muestra que el conocimiento matemático es incompleto. El segundo punto muestra que el conocimiento científico es imperfecto. Los puntos tercero y cuarto muestran que el conocimiento científico es incompleto. La ciencia no tiene todas las respuestas. Además, según los puntos segundo, tercero y cuarto, vemos que el materialismo, la posición filosófica según la cual solo existe la materia, tan en boga actualmente en el nuevo ateísmo, no tiene fundamento, porque la(s) causa(s) del universo y las leyes naturales han de ser externas a la naturaleza. Los mismos puntos también revelan que el llamado cientifismo, un reencauche barato del positivismo de Comte, según el cual solo la ciencia sirve para conocer la verdad, es falso… ¡si la ciencia ni siquiera puede conocer todo lo que ocurre en el mundo natural!

Vale la pena añadir aquí que no todo razonamiento lógico tiene la misma fuerza epistemológica. Por ejemplo, los resultados matemáticos, pertenecientes a la lógica deductiva, son siempre verdaderos una vez se asumen ciertos los supuestos. Pero los razonamientos científicos, inductivos e inferenciales por naturaleza, no gozan de tanta precisión y su veracidad siempre será tan solo una probabilidad. Por eso es tan irracional, ilógico y carente de verdad cuando alguien afirma que cierta teoría o descubrimiento científicos tienen la misma validez que 1+1=2. Ningún descubrimiento científico tiene la fuerza epistemológica de 1+1=2. Ninguno.

 

***

¡Quién lo iba a creer! ¡El conocimiento del siglo veinte dándole la razón a Tertualiano, uno de los padres de la iglesia! Entonces, ¿era Tertuliano anti-intelectual? La sola sugerencia casi que es ofensiva por la ignorancia que despliega. La producción intelectual de Tertuliano fue vastísima: más de treinta obras suyas existen hoy completas, junto con fragmentos de otras más, y alrededor de quince se perdieron. Como se dijo al principio, Tertuliano no afirma que ninguna verdad sea conocible por la razón, sino que existen verdades que no pueden conocerse por la razón. En dicho sentido, Tertuliano no dice nada diferente a lo que dijo Gödel o a lo que reveló la ciencia moderna. ¿Acusaremos también a Gödel de anti-intelectual?

En otras palabras, la afirmación de Tertualiano no es que existan cosas verdaderas que contradigan la razón, sino que existen cosas verdaderas que están más allá de la razón. Es entonces importante diferenciar tres conceptos relevantes: razón, lógica y verdad. La razón es la capacidad que tenemos los seres humanos para entender el mundo, explicarlo y modificarlo. La lógica (deductiva como en la matemática, inductiva como en la ciencia o abductiva como en la historia) es la herramienta que usamos para ello. Y la verdad es la real naturaleza de las cosas, aquello que queremos alcanzar.

De modo que existen dos formas en que podemos no alcanzar la verdad. La primera de ellas cuando razonamos adecuadamente, de acuerdo con las correctas normas de la lógica, pero nos encontramos con sus limitaciones de incompletitud e imperfección. Tal parece ser el sentido que daba Tertualiano a su afirmación.

Pero también hay una segunda posibilidad de no alcanzar la verdad y es cuando usamos mal la lógica, cuando razonamos de manera inadecuada. Hay muchas formas en las que la razón puede fallar. La razón falla cuando nos negamos a ver las cosas con la mayor rigurosidad lógica posible, cuando nos equivocamos en un razonamiento deductivo (como en una demostración matemática errada), cuando en un razonamiento inferencial creemos que la conclusión es infalible (que el conocimiento científico es tan cierto como 1+1=2), etc. De hecho, el mismo Tertuliano fue víctima de esto, pues se desvió de la enseñanza del cristianismo y terminó por completo en la herejía del montanismo.

En pocos puntos podrían encontrarse coincidencias filosóficas entre Carl Sagan, famoso físico ateo y defensor del materialismo, y Phillip Johnson, padre del diseño inteligente. Pero hay un punto en el que coinciden los dos: la persona más fácil de engañar es usted mismo. Es muy fácil que por diversas razones creamos que algo es racional (razonado con buena lógica) cuando no lo es. Considero que esta es la principal razón por la cual no logramos acceder a la verdad. No porque haya verdades que estén más allá de la razón, sino porque fallamos en nuestros razonamientos.

Los cristianos creemos que Dios es la verdad. El Padre es la verdad (1 Jn. 5:20), el Hijo es la Verdad (Jn. 14:6), el Espíritu Santo es la verdad (1 Jn. 5:6). Si Dios es la verdad, entonces cuando no descubrimos la verdad sobre Él es por una de las dos razones anteriores, más probablemente la segunda: razonamos mal.

Al final, no me preocupa tanto que lo que Dios sea o haga a alguien le parezca irracional, porque nuestra razón es falible y limitada. Lo que quiero ver, en el caso de los críticos, es que muestren que, en lo que el cristianismo afirma sobre Él, una de tales afirmaciones es ilógica. Pero no lo he visto. Y a estas alturas ya dudo que lo vea. El problema del mal, la reconciliación de la existencia de un Dios bueno y todopoderoso con la existencia del mal en el mundo, era el candidato que mejor se perfilaba para ello, y no pudo. En cambio, lo que sí he visto, son argumentaciones lógicas que hacen más plausible su existencia. Mi fe descansa tranquila en un Dios que no solo no niega mi razón, sino que la satisface y va también más allá de ella.

Dejar un comentario:

Ver comentarios