Estudios Evangélicos

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Cosmovisión bíblica y ecología

Creación, caída y redención: los tres pasos que guían nuestra visión de la historia de la salvación deben ser también cruciales para la reflexión sobre la ecología.

 

“Y dijo Jehová: Tuviste tú lástima de la calabacera, en la cual no trabajaste, ni tú la hiciste crecer; que en espacio de una noche nació, y en espacio de otra noche pereció. ¿Y no tendré yo piedad de Nínive, aquella gran ciudad donde hay más de ciento veinte mil personas que no saben discernir entre su mano derecha y su mano izquierda, y muchos animales?”

Jonás 4.10-11

Hablar sobre cosmovisión cristiana y ecología presupone precisamente un discurso compartido sobre la cosmovisión cristiana, presupone una comprensión de la Biblia que no la limite a un mensaje de salvación, sino que presente desde ella toda la historia de creación, caída y redención. Por lo mismo, presupongo aquí la introducción a la cosmovisión cristiana que he publicado en este mismo medio, y quisiera que lo que a continuación escribo sobre la ecología sea leído dentro de dicho marco. En efecto, una vez que hemos comprendido que la Escritura nos provee de un marco referencial completo con el cual podemos comprender el mundo y actuar en él, debemos evaluar en qué medida hemos sabido aplicar, como cristianos, esta visión de la vida y del mundo al cuidado de la creación.

 

La base para un debido cuidado de la creación está, en primer lugar, en Dios mismo, su carácter y sus obras. Que Dios no sólo creó sino que también sustenta con amor a su creación es evidente en muchos textos bíblicos, como el siguiente:

“Tú eres el que envía las fuentes por los arroyos; Van entre los montes; Dan de beber a todas las bestias del campo; Mitigan su sed los asnos monteses. A sus orillas habitan las aves de los cielos; Cantan entre las ramas. El riega los montes desde sus aposentos; Del fruto de sus obras se sacia la tierra. Él hace producir el heno para las bestias, Y la hierba para el servicio del hombre, Sacando el pan de la tierra, Y el vino que alegra el corazón del hombre, El aceite que hace brillar el rostro, Y el pan que sustenta la vida del hombre. Se llenan de savia los árboles de Jehová, Los cedros del Líbano que él plantó. Allí anidan las aves; En las hayas hace su casa la cigüeña. Los montes altos para las cabras monteses; Las peñas, madrigueras para los conejos. Hizo la luna para los tiempos; El sol conoce su ocaso. Pones las tinieblas, y es la noche; En ella corretean todas las bestias de la selva. Los leoncillos rugen tras la presa, Y para buscar de Dios su comida. Sale el sol, se recogen, Y se echan en sus cuevas. Sale el hombre a su labor, Y a su labranza hasta la tarde. ¡Cuán innumerables son tus obras, oh Jehová! Hiciste todas ellas con sabiduría; La tierra está llena de tus beneficios. He allí el grande y anchuroso mar, En donde se mueven seres innumerables, Seres pequeños y grandes. Allí andan las naves; Allí este leviatán que hiciste para que jugase en él. Todos ellos esperan en ti, Para que les des su comida a su tiempo. Les das, recogen; Abres tu mano, se sacian de bien. Escondes tu rostro, se turban; Les quitas el hálito, dejan de ser, Y vuelven al polvo. Envías tu Espíritu, son creados, Y renuevas la faz de la tierra. Sea la gloria de Jehová para siempre; Alégrese Jehová en sus obras” (Sl 104.10-31).

 

De la misma manera, el mismo Cristo, haciendo una probable referencia al salmo 104, puso el cuidado amoroso de Dios sobre la creación como el fundamento para que el ser humano no se afane, cuando dijo: “Mirad las aves del cielo, que no siembran, ni siegan, ni recogen en graneros; y vuestro Padre celestial las alimenta. ¿No valéis vosotros mucho más que ellas? ¿Y quién de vosotros podrá, por mucho que se afane, añadir a su estatura un codo? ¿Y por el vestido, por qué os afanáis? Considerad los lirios del campo, cómo crecen: no trabajan ni hilan; pero os digo, que ni aun Salomón con toda su gloria se vistió así como uno de ellos. Y si la hierba del campo que hoy es, y mañana se echa en el horno, Dios la viste así, ¿no hará mucho más a vosotros, hombres de poca fe?” (Mt 6.26-31, énfasis mío).

 

Sin embargo, el mismo Cristo hace también referencia al hecho de que el ser humano es una creación especial de Dios, puesto que es su imagen y semejanza. Por eso afirma con una pregunta retórica: “¿no valéis vosotros mucho más que ellos?”  Toda una cosmovisión basada en el axioma de la creación es lo que sirve de fundamento a esta enseñanza de Cristo sobre la necesidad de no afanarse. El ser humano tiene un valor superior al de las demás criaturas. Sólo con una correcta y equilibrada visión acerca de esto, podremos desarrollar una ecología bíblica.

 

Para poder caminar hacia una ecología bíblica es necesario, en primer lugar, establecer la idea de Pacto y ver cómo el Pacto de la Creación nos provee el marco más consistente para el discurso y el quehacer ecológicos[1]. Dios, en su soberanía libre y absoluta, estableció un Pacto con la creación (Jr. 33.20-21), el cual consiste en (1) un cuidado y sustento amoroso de parte de Dios hacia ella y (2) una constante glorificación a Dios, reflejando su poder y carácter, de parte de la creación hacia Dios. En este contexto, Dios puso al hombre y a la mujer para que, siendo uno sólo, gobiernen la creación (Gn 1.28), reflejando el amoroso sustento divino y, al mismo tiempo, utilicen los recursos de la creación (Gn 2.15) para que ellos sean como ofrenda delante de Dios. O sea, este mediador es, al mismo tiempo, el representante de Dios ante la creación y de la creación ante Dios, por eso, él (y sólo él entre las criaturas) es un ser espiritual, pero hecho del polvo de la tierra (Gn 2.7), esto es, sin jamás dejar de ser una criatura.

 

Al rechazar los axiomas de creación, caída y redención y no concebir el cuidado del ser humano sobre la creación dentro de un contexto pactal, gran parte de los movimientos ecológicos naturalistas o panteístas son inconsistentes en la teoría y, por lo mismo, impracticables.

 

A los naturalistas podríamos cuestionarles: “si el universo es producto del azar y, por lo tanto, sin sentido ¿por qué tanta preocupación con el ecosistema?” La presente crisis del clima, por ejemplo, es sólo parte del gran movimiento casual que dirige el universo. Y si la raza humana está destruyendo el planeta, poca importancia tiene, ya que el universo es eterno y dentro de billones de billones de años surgirán otras formas de vida en otro planeta, o, quizás, aquí mismo. Sin embargo, los ecologistas naturalistas insisten en la responsabilidad moral que los seres humanos tenemos en relación al cuidado del planeta. ¿De qué responsabilidad hablan? Responsabilidad implica rendir cuentas… ¿a quién se le rendirá cuentas? Lo máximo que se podría decir es “hagámoslo por nuestros hijos”. Pero ¿y si, precisamente, “el plan de la naturaleza” consiste en eliminar a la raza humana? Aquí es donde la inconsistencia de la ecología naturalista se hace más patente: en la frase “el plan de la naturaleza”. Cuando, por ejemplo, se nos informa que, debido al calentamiento global hay osos polares que se están muriendo ahogados – un fenómeno del cual no se tiene conocimiento que haya ocurrido antes – porque tienen que nadar más de 100 km. para encontrar hielo firme, podemos preguntar: ¿no se han extinguido tantas especies antes? ¿y qué si una más se extingue? Talvez sea ese precisamente el “plan de la naturaleza”.

 

Al Gore, el ex vice-presidente de EEUU, lanzó en 2006 una película sobre el calentamiento global llamada An Inconvenient Truth (Una Verdad Incómoda) en la cual afirma que la crisis del clima que hoy enfrentamos es para que nos preocupemos, porque nunca antes se habían dado estas alzas de temperatura ni se había registrado un nivel de CO2 tan alto en la atmósfera. Un naturalista consecuente le contestaría “¿y qué?”. Su película presenta datos científicos muy concretos y estudios muy interesantes, sin embargo, a la hora de llamar la atención al por qué esto es importante, él no tiene otra alternativa que apelar a las categorías cristianas de pensamiento, pero utilizando sólo la cáscara de ellas: “somos responsables por el cuidado del planeta”, “el cuidadoso plan de la naturaleza, está siendo alterado por la intervención humana”, son frases que él usa constantemente, pero jamás explica (1) ante quién somos responsables, (2) de dónde salió el plan acerca del cual él habla, ni menos (3) por qué el habla de intervención humana, si el ser humano es un organismo más del planeta como los osos polares o el plancton. Sin duda que los cristianos sí consideramos – o deberíamos considerar – que la crisis climática es seria y que se debe hacer algo al respecto. Sin duda que nos preocupamos cuando el plan que vemos en el ecosistema se desequilibra y especies se extinguen a causa de las contaminaciones. Por supuesto que creemos que el ser humano ha intervenido de manera indebida y abusiva en el ecosistema. Pero ¿por qué pensamos esto? Porque creemos que la naturaleza es, más que naturaleza, es creación, pues Dios la hizo y puso sus sabias leyes en ella y nos encargó, en el Pacto de la Creación, el cuidado de los demás seres creados, por lo cual debemos rendirle cuentas a Él. Finalmente creemos que somos seres distintos al resto de la creación y que, por lo mismo, demostramos la profundidad de nuestro pecado cuando vemos que hemos abusado indebidamente de los recursos que Dios nos encargó que usáramos sabiamente. En otras palabras: el cristianismo provee una base más consistente para el discurso y el quehacer ecológicos que el naturalismo.

 

El ecologismo más místico es el de los panteístas, muy asociado al movimiento hippie de final de los años 60 y al new-age. Esta visión es también en gran medida limitada e inconsistente, pues considera que todo es dios. El ecosistema es dios y, por lo tanto, tiene tanto valor como el ser humano. En esta visión, no es raro que incluso algunos afirmen que sería mejor que el ser humano fuera exterminado de la faz de la tierra, para que la naturaleza (dios) pueda vivir en paz, cayendo en la consideración extraña de que el ser humano es un indeseable dentro del ecosistema. Pero si él mismo es también dios, entonces ¿por qué merece menos vivir que otras criaturas? Sin embargo, estas son las visiones más radicales. Pero la gran mayoría de estas visiones atribuye características espirituales a los demás seres, además del ser humano. Las ballenas, al ser animales misteriosos, gregarios y cazados, son muchas veces consideradas como símbolo de la lucha por el ecosistema y se les atribuye poder sanador y se graban sus sonidos para venderlos como CD’s de músico-terapia. Greenpeace es ejemplo de una organización que tiene claras inclinaciones panteístas en su propaganda, atribuyendo personalidad a árboles, ballenas y ríos. Percibimos que, más que una metáfora, es una verdadera convocatoria a ver el mundo desde un punto de vista pagano, con espíritus de los ríos y de los bosques.

 

El paganismo de Greenpeace y otras organizaciones, sin embargo, no es capaz de proveer un marco consistente para el cuidado del planeta, pues, de manera similar a los naturalistas (pero más burda tal vez), le atribuyen una extraña responsabilidad de la extinción de especies y de la polución del aire y de las aguas al ser humano. Pero ¿por qué el ser humano es más responsable que las ballenas? La propuesta ecológica pagana nos invita a volver a la superstición y a temer a las fuerzas de la naturaleza como a dioses de la antigüedad (por ejemplo: “el huracán Katrina es una venganza de la madre-tierra contra el mayor contaminador del mundo: EEUU”) y promueve un discurso que, cuando no es pro-exterminio-de-la-raza-humana, es impracticable. ¿De qué maneras es impracticable? Una de ellas es cuando habla acerca de los “derechos de los animales”. “Derechos” implica responsabilidad moral y esto implica necesariamente en “deberes”. ¿Cuáles son los “deberes de los animales”? ¿Quién les hará rendir cuentas y cómo rendirían cuentas cuando no cumplan tales deberes? Como podemos ver, este es un discurso que, más allá del campo semántico y estético, no tiene ningún valor. Seres humanos, animales, árboles y ríos no somos iguales. Sólo el ser humano es espiritual y tiene personalidad, pudiendo tener responsabilidad moral, deberes y derechos. Y es precisamente debido a los derechos humanos, que son una forma de respetar la imagen de Dios, que debemos cuidar la creación. Pues la imagen y semejanza de Dios (la raza humana) no debe ni puede extinguirse, sin embargo lo hará más tarde o temprano si continúan extinguiéndose más y más especies, todas importantes para mantener el equilibrio en el ecosistema.

 

En pocas palabras, así como lo muestra Dios mismo en su preocupación por Nínive (Jo 4.10-11), no es posible concebir una ecología bíblica que no se enmarque dentro de un marco de referencia más amplio de redención del orden creado. Dios sigue queriendo glorificarse a sí mismo en la creación, aún cuando el pecado y sus manifestaciones individuales, sociales y culturales la han afectado terriblemente; fue precisamente por eso que él envió a su Hijo: “porque de tal manera amó Dios al cosmos” (Jn 3.16). Es por esta causa que debe haber, más que en cualquier otro tipo de personas, una preocupación con los temas ambientales en los creyentes, quienes son movidos por el Espíritu de Dios y quienes han sido enviados al mundo como el Padre envió a Cristo (Jn 20.21).

 

Como ya vimos, el cuidado de la tierra y de las demás criaturas fue un solemne encargo que Dios mismo hizo a la raza humana y por el cual rendiremos cuentas, sin embargo, una postura ecológica cristiana jamás pondrá al resto de la creación sobre el hombre y la mujer, abogando por una defensa de los animales y un exterminio de la raza humana.

 

Creemos que no sólo no es bíblico, sino que incluso no es necesario, poner en contraposición el sustento económico de la humanidad y el cuidado de la naturaleza, ya que creemos que ambas cosas son perfectamente compatibles por una sencilla y clara razón inicial: Dios así lo quiere y lo reveló (Gn 1.29, 2.16 y 9.3). Pero, además, cada vez más estudios científicos confirman esta visión de que es posible adquirir lo que se llama un “desarrollo sustentable”[2]. O sea, usar los recursos naturales sin abusar de ellos ni agotarlos irracionalmente. Políticas de reciclaje, combustibles alternativos, aparatos eléctricos que consumen menos (comenzando por las ampolletas), etc. Son muestras de cómo la tecnología puede estar al servicio de un cuidado del medio ambiente, sin olvidar que el medio ambiente no son divinidades ni ánimas, sino, primeramente, la creación en la cual Dios imprimió su gloria y, en segundo lugar, la fuente de sustento y recursos para la humanidad. Una ecología bíblica sabrá equilibrar ambas cosas.

 

Una ecología bíblica nos provee, a diferencia del naturalismo y del panteísmo, un marco racional y coherente para prestar atención y alarmarnos con la crisis ambiental que, de hecho, estamos viviendo. Sin caer en una actitud de semi-desesperanza-premilenista de “sólo nos queda encerrarnos a orar y esperar que Cristo vuelva”, el concepto bíblico de redención futura y presente bajo el poder del Espíritu Santo debe servir a los cristianos de llamado a hacer algo por la crisis ambiental que vivimos. Tanto las pequeñas actitudes individuales y hogareñas de ahorro de energía y reciclaje como los planes comunitarios y estatales de desarrollo sustentable deben recibir nuestro apoyo como creyentes individuales y como iglesia.

 

Finalmente, quisiera destacar que los cristianos, a diferencia de los panteístas y de los naturalistas, sí tenemos razones para alarmarnos ante los datos presentados por los científicos acerca del calentamiento global y la crisis del medio ambiente. Otras razones podrán ser añadidas, pero quisiera destacar sólo cuatro:

 

  1. Amamos la gloria del Señor y ésta está siendo opacada en el medio ambiente y en el ecosistema que Dios planeó (y que no es fruto de la casualidad).
  2. Entendemos que la polución no es sino una más de las tantas manifestaciones visibles del pecado humano, el cual es, en esencia, desobediencia contra Dios; y los cristianos formamos parte de una cruzada activa contra el pecado en todas sus manifestaciones llamada “Reino de Dios”.
  3. Entendemos que, como figuras clave del Pacto de la Creación, somos mayordomos que rendirán cuentas al soberano Dios por la destrucción que, como fruto de nuestra ambición, estamos causando a Su creación.
  4. Creemos que el poder del Espíritu Santo que resucitó a Cristo de los muertos actúa en la iglesia y es real, efectivo y capaz de generar nueva vida y que la historia camina hacia una Nueva Creación que Cristo inaugurará en Su regreso. Por lo tanto, hay una esperanza basada en hechos concretos que, lejos de proponernos una utopía, nos motiva a realizar acciones claras y efectivas contra la polución y la destrucción del ecosistema hoy y aquí.

 

Los cristianos somos llamados a la acción. Sabemos plenamente que la Nueva Creación sólo se consumará cuando Cristo vuelva, pero así también sabemos que nosotros ya somos nueva creación y, por lo tanto, debemos vivir conforme a los parámetros de ella en este mundo. Mientras Cristo no vuelva seguirá habiendo pecado, injusticia y abusos contra la naturaleza; sin embargo, de la misma manera como hemos sido llamados a luchar contra el pecado de nuestro corazón hasta el fin, aún cuando sabemos que sólo en el regreso de Cristo seremos 100% librados de nuestra pecaminosidad personal, de la misma manera debemos luchar contra las manifestaciones sociales, culturales y “ecosistémicas” del pecado. El Pacto de la Creación, la responsabilidad humana por el pecado y la viva fe y esperanza en el poder de Cristo, el redentor del cosmos, son no sólo un marco teórico para una acción ecológica coherente, sino también un vivo estímulo que debe entusiasmarnos y llenarnos de pasión por ver la gloria del Señor inundando el orden creado como era en un principio y como será cuando Cristo regrese.

 


[1] Al respecto, recomiendo el excelente libro de Francis Schaeffer, publicado visionariamente en 1970 bajo el título Pollution and the Death of Man (“Contaminación y la Muerte del Hombre”). He consultado la siguiente versión (en portugués): SCHAEFFER, Francis, Poluiçao e a Morte do Homem, Sao Paulo, Cultura Crista, 2003.

[2] Un ejemplo son las sugerencias propuestas por el mismo Al Gore y su equipo en el sitio web: www.climatecrisis.com

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