Estudios Evangélicos

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¿Dónde están los hombres sabios?

Quiera Dios que un día vuelvan. Un día que no sea demasiado tarde. Antes que paguemos un precio demasiado alto. Antes de que empecemos a sacarnos pedazos de carne unos a otros a mordidas.

En esta sociedad del desarraigo nos faltan hombres sabios.

Hay todo tipo de hombres. Hombres llenos de certezas y hombres llenos de espíritu aventurero y emprendedor. Hay hombres ambiciosos y los hay muy inteligentes. Hombres valientes para defender sus propios intereses no son tan difíciles de encontrar. Hombres que callan ante la injusticia cometida contra otros abundan. Miro a mi al rededor y veo hombres estrategas, hombres astutos, hombres apasionados, hombres creativos, hombres abundantes en certezas doctrinales, hombres ideológicamente convencidos, hombres que hacen uso excelente de la retórica y del don de la persuasión, hombres visionarios, hombres teólogos, hombres moralmente ejemplares, incluso hombres pacientes y hombres dispuestos a oír y tardos para hablar. Estos últimos parecen ser buenos candidatos para ser sabios algún día. Pero no lo son aún. Y desde mi falta de sabiduría me cuestiono que necesitamos hombres sabios hoy, ya que mañana sea, tal vez, demasiado tarde.

No quiero ser pesimista. Sé que hay hombres sabios por ahí, pero son escasos. Y los pocos que hay no son oídos a causa de nuestra enfermiza obsesión con la excelencia, el futuro y el perfeccionismo. No nos damos cuenta de que necesitamos hombres sabios, no hombres perfectos. Y no nos damos cuenta de que estos hombres sabios deben, precisamente, cuestionar nuestras supuestas osadías y hacernos sentir incomodidad y retrasar nuestros emprendimientos. Para eso Dios los creó. Para obligarnos a reflexionar antes de actuar. Que nos cuenten lo que fue y cómo las cosas ocurrieron para que dejemos de creernos tan originales e infalibles en nuestra arrogancia. Tal vez después de sus cuestionamientos seguiremos con nuestros planes, pero más enriquecidos, seguros y profundos a causa de la cuota de sabiduría que les habrá sido impartida. Pero vivimos días de desarraigo y por eso nos negamos a ser cuestionados y así nos alejamos más y más de la sabiduría.

No se confundan. Hombres con edad no son hombres sabios necesariamente. Muchos hombres tienen canas, arrugas y nietos, pero son controlados por las mismas obsesiones y pasiones juveniles que muchos de nosotros, más jóvenes. Ciegos de ambición y codicia, deseosos de conquistar el mundo, mendigando reconocimiento y poder, su falta de sabiduría y exceso de celos, envidia y megalomanía a veces es asustadoramente peor, ya que se refugian en el hecho de tener más edad para darse más licencias y negarse a rendir cuentas. Ya el libro de Job lo ilustraba, no siempre los más viejos son los más sabios. Pero en estos días de “crisis de mediana edad”, la escasez de hombres sabios se da incluso entre los mayores.

Tampoco cometan otro error común: hombres moralmente correctos no son necesariamente sabios tampoco. La rectitud moral generalmente viene acompañada de la arrogancia y del sentido de superioridad que caracteriza a los más necios de los necios. Un hombre sabio, en cambio, está consciente de su miseria y su inmoralidad intrínseca, sabe desconfiar de sí mismo y por eso se ha tornado sabio.

En un par de ocasiones, en el último tiempo, me pareció vislumbrar hombres sabios. Pero no estaban donde debía encontrarlos. A un par de ellos los encontré en bares perdidos de la capital, de esos donde no van los turistas. Otro, afirmándose los suspensores, atendía en una librería frecuentada por ateos y agnósticos. Otro en su último lecho de cáncer balbuceaba palabras finales. Pero cuando busqué hombres sabios en las direcciones de colegios, en los escritorios de profesores universitarios, en las asambleas de presbiterio, en las directivas de empresas, en los concejos municipales, no los encontré. No estaban. Se habían ido. Tal vez cansados de hablar donde no se les escuchaba, prefirieron irse porque nosotros les hicimos ver que no los necesitábamos. Y como son sabios, pero humanos, prefieren no perder su tiempo y energía donde no son bienvenidos.

Quiera Dios que un día vuelvan. Un día que no sea demasiado tarde. Antes que paguemos un precio demasiado alto. Antes de que empecemos a sacarnos pedazos de carne unos a otros a mordidas.

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