El rol y consecuencias de la religión en países excomunistas (2007)
Resumen del post:
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Fecha:
04 noviembre 2019, 02.31 AM
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Autor:
Viktor Orbán
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Publicado en:
Cuestiones fundamentales
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El rol y consecuencias de la religión en países excomunistas (2007)
Nota introductoria
Viktor Orbán (1963-), de profesión abogado, es actualmente una de las figuras políticas más controvertidas en Europa. Como miembro del Fidesz, un partido de centro derecha que ha oscilado ideológicamente entre liberalismo y conservadurismo desde su creación en 1988, Orbán obtuvo la victoria con 35 años para convertirse en Primer Ministro de Hungría entre los años 1998 y 2002. Luego de esa primera etapa, se dedicó a potenciar la organización del partido, espacio de tiempo en el que también preparó el ensayo que traducimos aquí. Orbán se volvió una figura más polémica desde que recuperó el poder en el año 2010, reafirmando su gobierno en las elecciones del 2014 y manteniéndolo en las elecciones del 2018, llevando así hasta el momento tres períodos seguidos de gobierno en esta segunda etapa de su posesión del cargo. El texto que presentamos a continuación fue publicado en 2007, es decir, en el interin de las dos etapas de gobierno de Orbán (2002-2010). Por lo tanto, se trata de un texto clave para entender la evolución y cambio del pensamiento del autor en relación con dichas dos etapas.
Algunos aspectos para mayor análisis posterior pueden ser los siguientes. Primero, cabe catalogarlo como un ensayo propiamente político-biográfico. En él se encuentran una serie de consideraciones respecto al pasado, presente y futuro no solo de Hungría sino de Europa Central y del Este en general. Su interés es puntualizar el rol que le cabe a la religión y, específicamente, al cristianismo, en la recomposición de países que fueron duramente afectados por los alcances de la filosofía y política marxista y comunista. Es así como busca conferir un rol protagónico al cristianismo en el futuro de los países post soviéticos.
En segundo lugar, las afirmaciones que Orbán esboza respecto a temas como el rol asignado a la religión en la recomposición cultural de las naciones post soviéticas, el rechazo al liberalismo político de cuño escéptico que se opone al rol público de la religión y, por último, la responsabilidad ético-política que le cabe a las iglesias en cuanto instituciones religiosas y a los creyentes en tanto sujetos políticos, permiten fácilmente poner este ensayo en diálogo tanto con la sociología de la religión como con la filosofía política y la teología. Categorías como esfera pública, postsecularidad y comunitarismo se vuelven especialmente relevantes para dicho ejercicio. Esto sin considerar la discusión respecto a los rasgos religiosos de la ideología comunista.
Por último, cabe tener en cuenta el antecedente de que Orbán está vinculado a la Iglesia Reformada en Hungría y, por tanto, no es sugerente pensar que parte importante de su comprensión del cristianismo sea ordenada en función del modo de pensar calvinista. En su gobierno han participado activamente religiosos calvinistas, resaltando el pastor reformado Zoltán Balog. Con todo, como se verá, Orbán está convencido de la capacidad pública de católicos y protestantes.
Contar con este ensayo en castellano es una oportunidad tanto para repensar la participación religiosa de los protestantes en general, como para observar el modo en que dicha participación se da en un contexto distinto del de Europa Occidental y, desde luego, de Latinoamérica. Esperamos abra ricas discusiones.
LAK
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El rol y consecuencias de la religión en países excomunistas
I. Introducción
A principios de los años ‘50, cuando el reentrenamiento ideológico de personal estaba en la agenda de las instituciones estatales, rondaba la siguiente broma: los miembros de la nueva policía “socialista” fueron examinados para verificar si habían estado bajo una excesiva influencia clerical. Para este propósito, se colocaban tres fotografías en el muro: Lenin, Marx y, al medio de ellos, Cristo crucificado. Se pedía a los policías que identificaran las tres fotos. El primer examinado tartamudeó, vaciló y soltó: “no conozco a los dos tipos a los lados, pero el que está al centro es Jesucristo, bendito sea su nombre”. Se le dijo inmediatamente que estaba despedido. Un colega, afuera, le pidió ayuda, así que le comentó: “tendrás que identificar tres imágenes. El que está al medio es Cristo en la cruz, pero no admitas que lo reconoces, o si no serás despedido”. Siguiendo las instrucciones, el segundo policía contestó: “desafortunadamente no reconozco al tipo de al medio, pero los otros dos ciertamente son los dos ladrones que fueron crucificados con él”.
II. La supresión de la religión bajo el marxismo-leninismo
Si uno trata de determinar la función de la religión luego del colapso financiero, político y moral de la ideología comunista, primero tiene que entender cómo el socialismo científico o marxismo-leninismo intentó reemplazar a la religión y tomar su lugar en cada área de la vida, incluyendo las esferas púbica y privada, como un tipo de cuasi-religión.
La estructura de las ideas en la ideología comunista, forzada en los países de Europa Central y del Este durante la ocupación soviética y pensada para organizar el mundo, es meramente una paráfrasis desacralizada y secularizada de la moral cristiana. El pueblo escogido, es decir, el proletariado y el hombre socialista, guía a las masas a la Tierra Prometida (el comunismo). Mientras tanto, tiene que luchar con los idólatras (especialmente los imperialistas y la pequeña burguesía) y el culto al becerro de oro (el capitalismo y los imperialistas), mientras que el interés público -que tiene prioridad absoluta sobre cualquier otra cosa- es interpretado solo por los mensajeros de Dios (los sabios líderes y sus mejores principios), quienes poseen las tablas de la ley. El intento por reemplazar al cristianismo también incluyó analogías de mártires cristianos, reemplazándolos con los “héroes” -o, de otro modo, los criminales del movimiento comunista que lucharon contra el imperio de la ley y la democracia- de la Revolución Socialista de Octubre, e imitaciones baratas de los días festivos cristianos. Por ejemplo, el día de la nueva constitución reemplazó al día de la conmemoración del Rey San Esteban, fundador de Hungría, un “festival del pino” reemplazó la Navidad, y una “ceremonia de nombramiento” reemplazó el bautismo y así sucesivamente.
La ideología comunista remplazó a la fe con materialismo “científico”, elevado al rango de una disciplina, y consideró a la religión y las iglesias como poderes de reacción y fascismo los cuales, ellos acusaban, ataban a la sociedad. Sin embargo, la nueva fe, practicada en un rito con el dictador vestido como sumo sacerdote, encontró seguidores en un número siempre decreciente en Europa del Este y Central, especialmente luego de la desilusión de los ‘50. Comenzando los ‘60s, “comunismo” fue gradualmente reemplazado por el concepto de “socialismo real” así como los comunistas, por los desinhibidos y cínicos socialistas sin principios en absoluto.
El secretario general del Partido Socialista Húngaro de Trabajadores, János Kádár, probablemente la figura más prominente del socialismo real, un líder que era además ampliamente reconocido en Occidente, resumió la política del partido respecto a la iglesia y la religión del siguiente modo:
“Debe hacerse una distinción entre la lucha política contra la reacción clerical y la lucha teórica contra la ideología religiosa… Debe verse claramente que nosotros luchamos contra el clericalismo con dientes y uñas, con armamento y prisión, pues nuestro país no está regido por clérigos, esto es, sacerdotes, sino que el poder está en las manos de trabajadores y agricultores… Quizá tengamos que luchar contra el clericalismo por otros cinco años y contra la ideología religiosa por unas dos generaciones. Todos saben que esto no se trata únicamente de tomar un palo y aporrear a la ideología religiosa”.
Al término, Kádár, sus “sabios discípulos” y sus seguidores se las arreglaron para poner a la gran mayoría de la gente en contra de las iglesias y la religión, para así “liberarlos” del consenso moral mediado por el cristianismo por un milenio y medio, un consenso moral que abarcó a toda la sociedad, incluyendo a aquellos que violaban sus leyes en cuanto que estaban al tanto de que transgredían las reglas y se sentían culpables. No obstante, en la medida en que los socialistas fueron incapaces de proporcionar nuevos fundamentos y estándares, para cuando el régimen cambió, la conciencia moral y la fuerza de carácter de un número considerable de gente estaba en su nivel más bajo: la moral se había debilitado y, como consecuencia, la culpa había desaparecido.
Todos estos factores quizá sugieran que el comunismo y el socialismo real, al final, realmente lograron su meta: la completa destrucción de la iglesia y de la religión. Sin embargo, la caída de su sistema fue precisamente la mejor prueba de cuán inadecuado era el socialismo para esta batalla.
III. La religión como promotora del cambio de régimen
En los ‘80, cuando estábamos recién casados, mi esposa y yo tomamos nuestras mochilas, nos juntamos con unos amigos y fuimos a Polonia. Esperábamos ver al Papa polaco, una fuente de esperanza durante los que fueron probablemente los años más desesperanzados del comunismo. Ahí estuvimos, una pareja de húngaros entre cientos y miles de creyentes, y sabíamos con certeza que tanta oración y voluntad pura no podría fallar; deben tener consecuencias. El gran milagro había empezado en Polonia unos años antes de eso, cuando ese hombre de aspecto amigable, vestido de blanco, regresó a casa desde Roma por primera vez en 1979 y les dijo a los millones que se reunieron para verle: “¡No tengan miedo!”. Esto es lo que gatilló el cambio; el colapso global del comunismo, que dejó en libertad a los húngaros y a otros europeos del Centro y del Este libres, restauró su independencia y finalmente llevó a la reunificación de Europa.
Obviamente, este milagro también tuvo sus antecedentes. Las fuerzas conductoras tras él fueron, y aun son, los cientos de miles de personas anónimas que sirvieron a sus naciones manteniendo su fe y sus principios hasta el final. Sufrieron sus juicios porque estaban convencidos de que sus destinos y vidas personales descansaban finalmente en manos de un poder superior. Teníamos reyes, políticos, sacerdotes y profesores sirviendo en el espíritu a esta creencia, y sobre todo madres que formaron, generación tras generación, a sus hijos en esta fe.
“La riqueza de una nación reposa primero y, ante todo, en la gente que la construye”, dijo Juan Pablo II. “En las personas individuales; en la juventud; en cada persona que observa en el nombre de la verdad, en la medida en que es una verdad que se presenta en amor”. En la enseñanza de Juan Pablo II, observar significa hacer una clara distinción entre el bien y el mal, nunca confundiéndolas. Esto significa el esfuerzo por convertirnos en personas que viven con clara consciencia. No deberíamos disociarnos de nosotros mismos y actuar solo en acuerdo a nuestros intereses y consideraciones, al contrario: deberíamos ser capaces de velar por las otras personas también. Observar también significa solidaridad humana fundamental y amor al prójimo, asumiendo a su vez responsabilidad por nuestra herencia común, nuestra patria.
Clarifiquemos un malentendido histórico. Mucha gente piensa que las circunstancias favorables de la política global, llámese decidida oposición política, el despertar del imperio soviético y la Perestroika de Gorbachov fueron suficientes en sí mismas para asegurar que los estados independientes emergerían en Europa Central y del Este.
Sin embargo, este no es el caso. Si esto fuera verdad, los regímenes habrían sobrevivido en estos países a lo sumo sin la influencia soviética. La democracia no habría evolucionado a su forma presente, por ejemplo. Quizás las fuerzas armadas comunistas habrían incluso permanecido en su lugar, solo que con cintas grandes en sus cañones en un espíritu de reforma.
No obstante, la historia tomó un curso diferente gracias a aquellos que observaron. No es tan difícil redibujar el mapa de Europa; incluso un escolar puede borrar la línea de la Cortina de Hierro. Sin embargo, para alcanzar los cambios requeridos y hacer todo lo necesario para una transición democrática genuina, se requiere más. Ello demanda imaginación, coraje personal y, primero que todo, fe.
Cuarenta años de punto muerto socialista causaron un enorme daño al progreso orgánico de la parte este de Europa. Gracias a que fuimos capaces de mantener nuestros ideales durante esos 40 años, con un ojo siembre en la parte más feliz de Europa, reconocimos el camino que teníamos que tomar. El extraordinario rol de los movimientos basados en la fe y el coraje civil tiene que ser reconocido de una vez por todas. Estos movimientos y sus acciones sirvieron como faros durante la fría noche oscura de dictadura.
Entre esos movimientos estaban el alzamiento de 1953 en Alemania Oriental, la revolución y guerra de independencia de Hungría en 1956, la Primavera de Praga en 1968 y el movimiento polaco Solidaridad que se difundió en los ‘80. La ayuda que los húngaros recibimos desde el otro lado de la Cortina de Hierro, no solo por los refugiados de 1956, sino también por varias décadas después, también pertenece a este mover.
En un sentido espiritual y moral, el cambio de régimen en Hungría comenzó el 16 de junio de 1989 cuando en el reentierro de Imre Nagy, excomunista que era Primer Ministro en 1956, se le rindieron los últimos honores más de 30 años después de que fuera ejecutado en 1958. Cientos de miles de personas estaban de pie en la Plaza de los Héroes y el país entero estaba mirando la ceremonia por televisión, algunos llenos de esperanza, otros con miedo. Los ciudadanos, quienes tal vez no estaban al tanto en ese entonces, de alguna manera sentían que no era posible un nuevo comienzo antes de que se le rindieran los honores finales al fallecido. Como un rayo de luz, vimos claramente pasado, futuro, muerte, nacimiento, y renacimiento por un breve instante. Una nación puede nacer y renacer en momentos como ese. Aquel día, aquellos que tenían fe fueron purificados y experimentaron el milagro.
Cuando, después de más de 50 años, fue realizada la consulta por la afiliación religiosa durante el censo del año 2001 en Hungría, encuestadoras reconocidas se rehusaban a creer el resultado. Cerca del 75% de la población, 7.5 millones de personas, declararon su pertenencia a una u otra denominación cristiana. Previamente, las encuestadoras habían estimado que el número de gente “piadosa” o genuinamente religiosa estaba entre el 10 y el 15%. Muy probablemente, ambas figuras son estadísticamente ciertas. El hecho de que 7.5 millones de personas -de las cuales 7.3 millones especificaron una de las tres iglesias históricas: católica romana, reformada y luterana como su afiliación- se hayan registrado como religiosas, indica que la mayoría abrumadora de la población conecta sus identidades religiosas a la tradición cristiana de este país.
Muchos no tenían una fe solida e incluso se les había hecho vacilar por la ardiente retórica anti-iglesia y anti-religión expresada en un lenguaje a duras penas moderno. Aunque ya no utilizando fuego y espada, o armas y prisión como ocurría durante la dictadura, la lucha contra la religión y las iglesias, las que han mantenido su cohesión a un nivel comunitario, continuó y aún permanece, aunque con técnicas más refinadas: reaparece en forma de debates, disfrazados de discusiones científicas sobre la separación de iglesia y estado, que repetidamente estallan.
IV. La iglesia y el debate público
Luego del colapso del comunismo, uno de los principales problemas ideológicos era este: ¿Por quién debíamos sentir miedo en la nueva situación? ¿Debíamos temer a los remanentes de la policía secreta comunista que sobrevivieron y que de hecho se reactivaron, y a la influencia política de la elite del expartido que hizo su fortuna mediante acuerdos de privatización semi legales? ¿O más bien, la primera amenaza venía del resurgimiento de ese nacionalismo que emergió antes de la Segunda Guerra Mundial, con su herencia de antisemitismo e inclinaciones racistas? Europa, en parte debido a las guerras que la quebraron en los Balcanes, decidió que la última era la amenaza más peligrosa. No reconociendo la real naturaleza y peligros de las redes post comunistas y la influencia política de su sistema de interés, se ha vuelto ampliamente aceptado que el peligro más claro y presente para la nueva Europa venía desde el nacionalismo, y todos los esfuerzos políticos e ideológicos deben ser dirigidos para abordar el fenómeno del nacionalismo. Las iglesias, la religión y por último el cristianismo mismo, fueron los perdedores en esta decisión sin que el público prestara atención o reconociera el potencial de la fe para contribuir a los fundamentos morales de este nuevo orden europeo y cómo podría apoyar con valores esta libertad recién adquirida. En lugar de ello, las iglesias, especialmente las históricas, fueron forzadas por aquellos que levantaron al monstruo del viejo-nuevo nacionalismo, a probar repetidamente que no tenían relación alguna con la extrema derecha o con el nacionalismo y la xenofobia que caracteriza a la extrema derecha.
Este -el nacionalismo- se ha convertido en un “club” siempre disponible cada vez que los líderes de las iglesias incentivan a sus seguidores a comportarse o actuar de cierto modo que esté en conflicto con los valores liberales extremos. Para las fuerzas que defienden la política ultraliberal, las personas indefensas, con un orden interno erosionado pero alimentadas por un enorme deseo de libertad, son los objetivos ideales en el esfuerzo por expandir la influencia liberal. La propuesta ultraliberal de que “puedes hacer todo lo que quieras mientras no limites la libertad de otro” realmente significa que, al fallar un estándar interno, la línea divisoria entre las dos partes es dibujada por la que es más fuerte en un momento dado. En este contexto, difícilmente puede decirse algo sobre un consenso común y sobre el bien común, dado que la sociedad es concebida meramente como una serie de intercambios económicos y las reglas legales creadas por aquellos en el poder.
Así es como llegamos a un punto en que las iglesias y la religión una vez más entraron al camino de las “ideas progresistas” y, déjenme agregar, en el camino de los intereses comerciales que desean acabar con toda oposición a sus valores. Por su parte, el cristianismo no ha sido objeto de ataques políticos y de una fuerte presión por pura casualidad en Europa Occidental. Lo mismo ocurre en el hogar de la democracia, Estados Unidos, donde los obispos que hablan contra el aborto fueron silenciados con razones bastante conocidas por todos nosotros: ellos no deberían intervenir, porque al hacerlo violan el principio de separación de Iglesia y Estado. Si la religión y las iglesias pueden ser retratadas como un peligro político y cultural en el extranjero, no deberíamos asombrarnos de las condiciones en los países ex comunistas, donde los políticos compiten por atacar a las iglesias históricas.
Mientras que los poderes políticos no comunistas de centro derecha se comprometen conscientemente a estar del lado de los valores cristianos, ni siquiera se les ocurre representar a la religión y el cristianismo en la vida pública, ya que consideran la autonomía de las iglesias como un activo importante.
No obstante, gracias a la predominancia del sector izquierdista liberal del espectro político en la opinión pública, los sacerdotes y pastores son denigrados si se atreven a expresar su opinión sobre cualquier asunto público. Tristemente, debe admitirse que los acusadores, al menos en parte, logran sus metas debido a su persistente y agresiva ofensiva contra las opiniones disidentes, así como hay mucha gente, incluso feligreses, que se inclinan a creer e incluso a aceptar las ideas más absurdas de estos líderes de opinión. Así, ellos contribuyen a aminorar el poder de la religión para conformar comunidad, la soberanía y autonomía interna de la iglesia y, por último, a la creación de una religión privatizada, considerada deseable por un estado secularizado.
La religión privatizada es un asunto solo entre Dios y el individuo: “en este mundo, la religión es solo un pequeño nicho entre varios otros, y sus principios son seguidos solo en la vida privada”. Este es un mundo en el que todos son expertos en teología y causalmente toman la teología que a él o a ella le gusta, entre varias en oferta. La iglesia es vista solo como una asociación voluntaria, y los individuos permanecen en ella solo en la medida en que cumple sus expectativas. De aquí se sigue que, en un mundo de religiones privatizadas, se vuelve posible la religión sin iglesias, llevando así a la eliminación de las comunidades religiosas capaces de influir en política.
Como si la vieja propaganda y agitación comunistas fueran ciertas, “esto no se trata únicamente de tomar un palo y aporrear a la ideología religiosa”. Debe además convertirse en un bien comercial que puede sobrevivir solo si las iglesias se vuelven una suerte de instituciones “proveedoras de servicios” en un estado de bienestar. El pensamiento liberal de antes, formulado en el siglo XIX, según el cual toda nación e idea debería tener representación en política y que su interacción lleva a las decisiones políticas, ha sido torcido para excluir a la religión de la vida de la comunidad incluso en cuanto a representar opiniones simples. De todo esto se sigue que los enemigos de la religión ahora pueden concluir con seguridad que, aunque una minoría política, una mujer o un obrero tienen derecho -y tenemos que subrayar aquí, debidamente- a defender los derechos de su propio grupo, un político religioso o una iglesia debería ser excluido de hacer lo mismo.
Por esa sola razón, no debiésemos olvidar que la historia del cristianismo es la historia del coraje. Primero que todo, coraje es lo que necesitamos para llevar a cabo la misión de la iglesia y para buscar la realización de una política cristiana. Tenemos que derribar el poder del monopolio actual en la opinión pública. Los cristianos que llevan a cabo un rol activo en la vida pública y en la iglesia necesitan unir fuerzas para cambiar el espíritu de la época. Debemos representar los valores religiosos en la vida pública y restaurar el prestigio y la posición de los valores y la moral por sobre la política, dando ejemplos personales. Esto es de nuestro interés -el interés de todos los creyentes, porque para un creyente consciente, ningún problema está fuera del alcance de la religión y, simultáneamente, todos los problemas relevantes se han vuelto ya problemas políticos. Esto también es del interés público, en tanto que el concepto de neutralidad en los asuntos públicos que caracteriza a un estado ultraliberal tarde o temprano se volverá contra sí mismo y -como se ve en nuestros días- la religión y la ética serán reemplazadas por algo más. Un estado que establece su legitimidad meramente sobre el bienestar y el desempeño económico se volverá inestable, porque es apoyado por los ciudadanos solo en la medida en que es capaz de asegurar bienestar ininterrumpido.
Por esta razón, las iglesias y la religión deben retornar a la vida pública. Naturalmente, no alineadas con uno u otro partido político, sino más bien como representantes de los valores morales a los que proclaman servir, sobre y más allá de todo poder político. La tarea de las iglesias es en primer lugar convencer a sus fieles de que son capaces de hacerlo. El debate no trata sobre cual dirección política sirve a nuestros fines. Este no debería ser un ejemplo seguido por las iglesias; más bien, deberían alentar a los fieles a contribuir a la renovación de la vida publica sobre la base de firmes fundamentos morales y a participar en la vida política. El proceso deberá incluir a cristianos que se consideren a sí mismos políticamente en la izquierda como también aquellos que son conservadores.
Los que tomamos un rol activo en el nuevo comienzo de Europa Central y del Este estamos bastante conscientes del poder conservante del cristianismo, y por lo tanto nos sentimos obligados a preguntar: ¿por qué deberíamos privar a Europa de todas estas buenas cosas? La pregunta pende sobre nosotros: ¿permanecerán lo suficientemente firmes las iglesias de Europa para representar en las estructuras de Europa la fe que ha sido evidente en cada uno de sus países por siglos? Si no les decimos, si no cargamos el testimonio de la fe del que ellas también son parte, ¿quién lo hará en nuestro lugar? Aunque en Europa todos viven gracias a los frutos de la fe cristiana de un modo u otro, muchas personas no son conscientes de este hecho. En los estados mas afortunados de Europa, la continuidad de la presencia de la iglesia desde la cuna hasta la tumba, desde el bautismo hasta el funeral, nunca ha sido interrumpida. La educación religiosa en los jardines y escuelas, scouts, las organizaciones universitarias de las iglesias y los días laborales y festivos de las parroquias, han mantenido a la religión en el ámbito de la vida de la mayoría de la gente. Sin embargo, el escrutinio de Europa occidental revela que mientras que en la vida cotidiana los valores religiosos todavía mantienen a las comunidades confiadamente unidas, el rol de las iglesias en la vida publica parece estar en declive.
La situación ha sido diferente en Hungría. Después de décadas de opresión y represión, tal vez no sea una exageración decir que mucha gente en Hungría ha redescubierto la iglesia en la década reciente. Para muchos, la iglesia siempre ha sido parte de sus vidas. Otros, especialmente antes del cambio de sistema, estaban excluidos de la vida cristiana. Las enseñanzas de la iglesia y la vida comunitaria ofrecida al interior de la iglesia aun tienen el poder de ser una revelación para mucha gente alrededor de toda Europa Central. Yo mismo he transitado este camino.
En contraste con Europa Occidental, en Europa Central y más específicamente en Hungría, el rol de las iglesias en la vida pública ha aumentado gradualmente en la década pasada, y es muy probable que esta tendencia continúe hacia el futuro. En nuestros días, cuando discutimos sobre el rol de la fe y los valores cristianos en la vida pública e incluso en la vida del estado, aun queda mucha gente que nos sonríe despectivamente. No obstante, debemos estar conscientes de que el solo problema en cuestión aquí es si acaso es posible construir acción política sobre la fe cristiana.
Comencemos por el requerimiento de que los cristianos deben seguir la Verdad, con letra capital. Los cristianos también están conscientes del hecho de que ellos no encarnan la verdad. Solo los comunistas y los bolcheviques nos decían la mentira de que existe una encarnación terrenal de la verdad y que esta no era otra que ellos mismos. Además, los cristianos también saben que hay solo una verdad. La existencia de varias verdades es un serio error, un fraude del relativismo. Los cristianos también saben que la Verdad existe; es más, que solo una Verdad existe, y que esa Verdad tarde o temprano se convertirá en el estándar de nuestra vida. La Verdad es incuestionable, independiente del apoyo real o del rechazo de la mayoría.
Los cristianos deben abordar los problemas públicos y cualquier otro problema, incluyendo aquel de la mayoría, desde la perspectiva de esa Verdad.
Por ahora, Europa se ha vuelto un mundo gobernado por la democracia. La política democrática es un sistema colectivo basado en la voluntad de la mayoría. En otras palabras, la política democrática se trata sobre crear una mayoría que apoye los esfuerzos que nosotros representamos. Esto último, desde luego, si nos tomamos en serio que nuestra misión es mejorar las vidas de la gente y si no queremos abandonar esa misión. En la vida pública, especialmente en el mundo de la política, sin el apoyo de la mayoría, en el mejor de los casos los esfuerzos de una persona son respetables pero, debe admitirse, tienen poco efecto. Alcanzar a una mayoría puede considerarse -erróneamente- la última meta de la política. Vemos a una mayoría como el medio necesario e inevitable de acción. No importa cuan firme y estable sea el concepto de mayoría para la democracia, es en sí mismo insuficiente.
V. Conclusión
Debemos redescubrir la ideología del siglo XIX según la cual, más allá de la separación de iglesia y estado, no se perseguía una separación de religión y política. Las comunidades, estados y sindicatos del siglo XXI, incluyendo la Unión Europea, no pueden prescindir de las nociones de responsabilidad y moralidad que complementan la noción de libertad. El Estado tampoco puede crear ni mantener estos valores; depende de esas comunidades que sirven como medida y estándar de los ciudadanos, y de la política que ayuda a decidir qué es lo justo, qué es lo bueno, qué es la solidaridad y que es lo que está de acuerdo con la dignidad humana.
Una comunidad religiosa solo es capaz de responder a este desafío si el mismo estándar es aplicado a sus propias estructuras internas -esto es, si los criterios justicia, solidaridad y dignidad humana son aplicados. La credibilidad es un prerrequisito importante para presentar valores y transmitir mensajes. Es por esta razón que el principio y práctica de ecclesia semper conservanda et reformanda es el tesoro teológico común de las iglesias cristianas, católica y protestantes por igual.
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Originalmente publicado en European View, 2007. Traducción de Luis Aránguiz Kahn.