Fundamentalismos sin ortodoxia: La tragedia del neoconservadurismo evangélico
Resumen del post:
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Fecha:
14 noviembre 2019, 03.11 AM
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Autor:
Jonathan Muñoz
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Publicado en:
Cuestiones fundamentales
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Fundamentalismos sin ortodoxia: La tragedia del neoconservadurismo evangélico
He estado acercándome a la convicción que a John Gresham Machen, el gran líder presbiteriano del movimiento fundamentalista de inicios de los años 1920’s, le parecería un engendro totalmente extraño el neoconservadurismo evangélico de la actualidad.
Tristemente, la plaga parásita del liberalismo teológico causó más daño del que él llegó a imaginar. El virus no sólo fue mutando a lo largo de los años a medida que sus propuestas de refundar el cristianismo desde una base iluminista – y, a pesar de eso, querer seguir siendo considerado cristiano – iban siendo derribadas, sino produjo un daño aún peor: causó enfermedades autoinmunes en la Iglesia. Hoy en día no pocos de los anticuerpos pastorales y teológicos que deberían resguardar la sana doctrina, en lugar de combatir el gérmen nocivo que nos enferma, han comenzado a atacar a las células sanas, debilitando así a todo el Cuerpo de Cristo.
Es una paradoja que sólo se podría haber producido en un mundo moderno, esto es, plagado de propuestas mesiánicas refundacionistas cuyo punto de partida es un caldo primigenio de ingratitud, ignorancia y arrogancia hacia el pasado. Los fundamentalistas, que solían ser los defensores de la inerrancia de la Escritura, de las naturalezas divina y humana de Cristo y de la historicidad del Evangelio, ahora han resucitado viejas heterodoxias y han adoptado subterráneamente (si consciente o inconscientemente no es asunto que abordaré ahora) conceptos heréticos, mientras vociferan que son los únicos fieles cruzados que defienden el cristianismo bíblico e histórico.
Cuento mi versión de esta tragedia en tres actos:
Primer acto: me encuentro en una sala de reuniones al rededor de una gran mesa discutiendo con líderes de una iglesia local, quienes, en nombre de la infalibilidad e inerrancia de la Escritura, se niegan contumaces a rendirse ante la evidencia bíblica que la Palabra de Dios sí condena pecados estructurales de una comunidad o nación y su forma de pensar y actuar. Junto a colegas ahí presentes buscamos mostrar, desde una exégesis que presupone la inspiración plenaria y verbal del texto bíblico, conceptos griegos como arjé y kosmos que dan cuenta de estructuras de pensamiento en una cultura o comunidad, pero dichos líderes insisten, desde argumentación liberal moderna extraña al lenguaje bíblico, en la absolutamente exclusiva responsabilidad individual por el pecado, aunque se les intenta mostrar que toda la teología cristiana ortodoxa desde los padres de la iglesia hasta los confesionalistas del siglo XX, pasando por los reformadores y los puritanos, sin negar la crucial responsabilidad individual del pecado han sostenido que los enemigos del cristiano son tres: la propia carne (sin duda el primero y peor de todos), el mundo (con sus estructuras de pensamiento y sensibilidades culturales) y el diablo (mediante el actuar demoníaco y la tentación). Nada de esto los convence. El debate continúa intentando mostrarles cómo, a lo largo de todo el Antiguo Testamento, tanto Moisés como Nehemías y los profetas responsabilizan a los ricos de Israel cuando los más pobres de la nación se endeudan para comer y costear su subsistencia más básica, pero dichos líderes guardan silencio y no dan señal alguna de reconocer la evidencia escritural. Un colega, en vano, continúa intentando mostrarles cómo los profetas denunciaban sistemas judiciales corruptos que daban penas blandas a los más ricos y penas duras a los más pobres y cómo, asimismo, pronunciaban palabras de condenación contra la comunidad israelita por el abandono a su suerte de los pobres, huérfanos, viudas y extranjeros. Sin embargo, ante una batería contundente de textos bíblicos interpretados desde una hermenéutica histórico-gramática (clásica del cristianismo más fundamentalista) ellos no responden desde el mismo paradigma, esto es, con argumentos igualmente exegéticos y ni siquiera cuestionando nuestra exégesis desde la teología bíblica de la historia de la redención y la progresividad de la revelación, sino simplemente insisten vehementes y contumaces en el argumento sociológico que todo lo argumentado por mí y mis colegas es infiltración de pensamientos políticos marxistas en la iglesia. Me llama por un segundo la atención que, al más puro estilo de la Atenas presocrática, estos hermanos parecen estar más impresionados con la retórica que con la lógica de los argumentos. Me levanto de la mesa perplejo y me alejo unos pasos sin saber bien qué pensar. Se oscurece el escenario y sólo queda un haz de luz intensa sobre mí mientras pienso en voz alta: ¿en qué momento ocurrió que textos bíblicos interpretados en su contexto y desde una hermenéutica histórico-gramática ya no son suficientes para convencer a evangélicos defensores de la autoridad de la Escritura? ¿En qué momento “Sola Scriptura» pasó a ser sólo un lema vacío? Se cierran las cortinas.
Segundo acto: estoy sentado en una mesa conversando con un joven en la sobremesa de un retiro. Él tiene dudas honestas acerca de la ordenación femenina y me las plantea no sin las certezas dogmáticas que caracterizan a los jóvenes. Me insiste que él entiende que ordenar mujeres a cualquier oficio eclesiástico es una práctica anti-bíblica que debería erradicarse de la iglesia. Preparo mi Biblia para entrar a una interesante conversación en la cual imagino que tendremos no pocas coincidencias ya que yo también sostengo que en la esfera de la iglesia y de la familia Dios diseñó que sean varones quienes cumplan el rol de cabeza (presbíteros regentes y pastores), pero también ciertas discrepancias, ya que veo evidencia escritural suficiente para que mujeres prediquen y sean diaconisas. Imagino una animada conversación desde los emblemáticos textos neotestamentarios que hablan de la autoridad de los varones en la iglesia, sobre el silencio de las mujeres en la congregación, etc. pero sorprendentemente el joven no abre su Biblia y, en vez de entrar a la exégesis, se limita a darme un argumento de corte teológico-antropológico que me deja algo perplejo: “es una aberración a la gloria de Dios en el ser humano que las mujeres ejerzan autoridad de cualquier tipo sobre el hombre”. Le cuestiono por qué y él me responde vehemente: “porque así como el Padre es cabeza de Cristo, los varones son cabeza de las mujeres en la familia, en la iglesia y en todas las esferas de la creación. Ya que así como el Hijo se sujeta al Padre, las mujeres deben someterse al varón”. Le reconozco que algo de eso afirma la Escritura en 1ª Corintios 11.3, pero le pregunto: “¿Esta sumisión del Hijo al Padre te parece que es una condición eterna de la Trinidad o es sólo funcional para llevar a cabo el plan de redención?”. Con voz segura me responde que debe ser una condición eterna de la Trinidad y por eso atentaría contra la misma naturaleza humana como imagen y semejanza de Dios. Vuelvo a preguntarle: “¿O sea que crees que el Hijo está eternamente subordinado al Padre e independiente de si hubiese llevado a cabo o no un plan de redención?” “Sin duda”, me responde. “Entonces desde la perspectiva de una sumisión eterna, ¿cuál sería en concreto la diferencia real entre decir que el Hijo es inferior al Padre en Su ser y decir que el Hijo sólo se somete ‘funcionalmente’ al Padre?”, le replico. Guarda silencio unos segundos y me responde muy tranquilo, casi con desdén: “al parecer ninguna”. De forma impulsiva y algo indignado por la posible ofensa a mi Señor que dicha afirmación implicaría, le respondo con firmeza: “Estás a un paso de ser arriano… ¡como los Testigos de Jehová!”. Él se queda pasmado, tal vez más por mi tono de voz que por mi argumento. Una milésima de segundo después el remordimiento me carcome y me disculpo. Trato de retomar mi tono pastoral y le pregunto por qué abraza con tanta fuerza esa idea semi-arriana. No sin honestidad él me habla de la terrible amenaza que él siente que es para la vida de la iglesia la “bestia” del marxismo cultural con sus “garras” que son, entre otras, el movimiento feminista y las teorías de género. Nuevamente se apagan todas las luces y queda sólo un haz de luz sobre mí mientras, con evidente pesar y tristeza en mi rostro, me pregunto en voz alta: ¿en qué momento el temor a ideologías humanistas anti-cristianas hizo que perdiéramos el celo por las doctrinas más caras del cristianismo como la naturaleza divina del Hijo y su igualdad con el Padre y el Espíritu Santo? ¿En qué momento comenzamos a descuidar tan vergonzosamente la gloriosa declaración histórica del cristianismo ortodoxo que reza que “Jesucristo el Señor es Dios de Dios, Luz de Luz, Dios verdadero de Dios verdadero, engendrado, no creado, de la misma naturaleza del Padre”? Se apaga la luz, el escenario queda completamente oscuro y se cierran las cortinas.
Tercer acto: estoy solo, sentado en mi escritorio, estudiando un comentario bíblico para la predicación del domingo cuando recibo un mensaje de WhatsApp de un miembro de mi iglesia. Me dice que está preocupado con el avance del mal en la sociedad y la influencia secularista en la iglesia, escribe sin parar y con algunas palabras en mayúsculas. Decido interrumpir mi estudio para ver si es posible calmar su ansiedad vía chat. Le expreso sinceramente que comparto mucho de su preocupación, sin embargo, como su pastor, me preocupa grandemente lo que percibo como un dualismo en su visión de la vida y una cierta auto-justicia en sus palabras. Siento la responsabilidad de ejercer una docencia más presente, así que le invito a venir a mi casa a tomar un café después de su trabajo, ya que trabaja muy cerca, a lo que accede y dejamos de hablar por chat. Sigo solo en mi escritorio leyendo. A los segundos golpean la puerta, me levanto a abrir y es él, nos saludamos cariñosamente, se sienta en una silla frente a mí, le sirvo una taza de café y le pregunto: “me hablaste del secularismo y del avance del mal ¿me puedes explicar más claramente a qué te refieres, por favor?” Él me mira sorprendido como si le estuviese preguntando algo demasiado obvio, pero accede a responderme no sin un dejo de crítica velada: “imagino que usted sabe – o debería saber – que hay varios hermanos en nuestra iglesia que escuchan música del mundo, se entusiasman con películas seculares y citan a pensadores que no son cristianos. Si incluso lo hicieran a solas en sus casas no me parecería tan mal, pero se jactan de eso públicamente en redes sociales. Me parece que, como mínimo, dan un mal testimonio y eso ya es malo, pero hay algo peor: esos pensadores, autores, guionistas y músicos proclaman una visión anticristiana de la vida y eso podría estar contaminando seriamente sus vidas personales y, tarde o temprano, al resto del Cuerpo de Cristo”. Es un hermano con conocimiento de la Biblia, criado desde niño en una iglesia evangélica de corte carismático y arminiano, estudió en un Instituto Bíblico de otra denominación antes de convencerse de los llamados 5 puntos del calvinismo y venirse a la iglesia reformada de la cual soy parte, así que le pido, por favor, que me explique cómo esos pensadores y músicos podrían contaminarlos. Él me responde hablándome de la influencia que las cosmovisiones anticristianas ejercen mediante el arte y la filosofía, me manifiesto de acuerdo con él, pero le digo que eso no me parece motivo para aislarnos del mundo, sino para estudiar y conocer mejor los fundamentos de nuestra propia fe a fin de vislumbrar más claramente la coherencia interna así como la coherencia con la realidad creada que muestra la cosmovisión bíblica. Le reconozco que podríamos hacer más como iglesia local dando herramientas “apologéticas”, por decir de alguna manera, pero también le muestro que algo ya se ha hecho cuando ha sido pertinente. Él se nota intranquilo y me confiesa que siente fuertes temores aún así, ya que él sabe que el actuar diabólico es terrible y me dice en un punto “cuando Satanás da dones de retórica, lógica y capacidades artísticas a los suyos es para usarlos a fin de engañar y ‘ablandar’ la verdad, la ética y la cosmovisión bíblicas de los creyentes mediante los productos que esos artistas y pensadores producen”. Lo interrumpo en ese punto intentando disimular la sorpresa. “¿Me estás diciendo que Satanás le ha dado esos dones a los pensadores y artistas secularistas?”, le cuestiono. Él me responde que sí, que no tiene dudas sobre eso y que hace años aprendió bastante sobre batalla espiritual y me invita a no alarmarme porque él ya aprendió a desechar esa visión mística de demonios como si fuesen fantasmas que andan enfermando a la gente y atándolas a hábitos pecaminosos; me dice que hoy él entiende que el Diablo opera de otras maneras y la principal es el avance del secularismo. La manifiesto que concuerdo en parte con lo que él dice, pero que no puedo estar de acuerdo con la visión de Satanás y del mal que él parece presuponer; el mal no tiene poder para crear ni dar dones, sino sólo para torcer y disminuir todo lo bueno que Dios creó. Le explico que el mal no es una fuerza abstracta opuesta al bien, sino la ausencia de bien. Le hablo de San Agustín y su disputa con los maniqueos y él me confiesa que nunca había leído o estudiado nada al respecto. Le hablo de la gracia común y me revela que él algo leyó por ahí en redes sociales, pero que le pareció un concepto intelectual que servía de excusa para un cristianismo tibio, blando y secularizado. Me sigue atento cuando le cuento sobre Abraham Kuyper y su tenaz y ejemplar lucha contra el avance del secularismo en todas las áreas de la vida humana siendo él mismo un entusiasta propulsor y articulador del concepto de gracia común. Su ansiedad y sus temores parecen disminuir en su tono de voz. Quedamos de seguir estudiando juntos este tema y le propongo leer juntos el libro de Colosenses, leemos los primeros 2 capítulos y le explico que la herejía colosense justamente consistía en un fuerte dualismo donde lo malo era visto como una fuerza opuesta al bien y, además, se identificaba con la realidad material. Le explico que Pablo busca combatir esa idea pagana mostrando que todo fue creado por medio de Cristo y para Cristo y que la ética de “no tomes en tus manos, no gustes ni aún toques” (Colosenses 2.20-21) es la consecuencia lógica de ese dualismo pagano. Oramos juntos, con un abrazo nos despedimos, él sale de escena y nuevamente me quedo solo con una mano aún en la perilla de la puerta mientras el haz de luz me ilumina. Y pienso en voz alta: “¿En qué momento los evangélicos nos volvimos tan volcados a los asuntos que sólo guardan relación con una salvación extra-mundana del alma y descuidamos el discipulado bíblico integral acerca del mundo material, del dinero, de las vocaciones, del descanso, del ocio, de la apreciación estética? El costo ha sido alto: mientras peleábamos una necesaria batalla por la infalibilidad de la Biblia y por mantener conceptos de pecado y salvación eterna, nuestro máximo involucramiento con el mundo material se redujo sólo a hablar contra el aborto y a favor del matrimonio entre hombre y mujer, mientras nuestros miembros son discipulados por cosmovisiones anticristianas en todo lo que respecta a su ética laboral, conciencia social, ciudadanía, opinión política, valoración de obras artísticas y muchas otras cosas. Los que no han sucumbido a conceptos apóstatas de la ilustración como el liberalismo o el marxismo, han resbalado en un maniqueísmo dualista y pagano. ¿El problema que veo en todo esto? Es más fácil identificar a los liberales y progresistas con sus visiones apóstatas humanistas y combatirlas, pero lo segundo aparenta ser cristianismo fiel y bíblico aunque su fundamento no es mucho más que un moralismo pagano. En el caso de estos evangélicos neoconservadores ¿de qué les sirve citar 1001 versículos si su forma de ver el mundo e interpretar la Escritura es esencialmente pagana y antibíblica?” Salgo de la luz caminando hacia el escritorio oscurecido, me siento con un suspiro y las manos en la cabeza, el haz de luz se apaga, el escenario queda en total oscuridad y las cortinas se cierran.
…
Mientras haya evangélicos neoconservadores que no entiendan que interpretar la Biblia con lentes paganos o moralistas es una afrenta a la autoridad de la Palabra de Dios que profesan, deben ser considerados antibíblicos. Deben ser corregidos y llamados a arrepentirse.
Mientras las razones de esos neoconservadores para argumentar que sólo varones deben ser ordenados al oficio pastoral (u otros oficios eclesiásticos de autoridad) sean justificados desde un entendimiento de una sumisión eterna del Hijo al Padre, y no desde la exégesis bíblica, deben ser considerados semi-arrianos. Necesitan ser corregidos y llamados a arrepentirse.
Mientras estos evangélicos neoconservadores sigan viviendo con miedo del mal, como si este tuviese una existencia positiva y pudiera boicotear la obra de Dios, enseñando ese miedo a todos y haciendo política desde ese miedo, deben ser considerados maniqueos. Es un deber corregirlos y llamarlos al arrepentimiento.
Quisiera extenderme un poco más aún y afirmar que mientras ellos insistan que la misión de la iglesia sólo se reduce a predicar la salvación del alma y no implica trabajar por una nueva creación integral, deben ser considerados docetistas (una herejía de los primeros siglos del cristianismo que consistía en negar que Cristo tuviese cuerpo real, ya que consideraba a la materia mala en sí misma; para ellos Jesús era una especie de fantasma con apariencia de cuerpo). Sabemos bien que la misión redentora de Cristo, que es el modelo de la misión de la Iglesia, comienza con Su encarnación y culmina con Su resurrección como centro e inicio de la nueva creación y, por eso mismo, la misión del Cuerpo de Cristo abarca la realidad total y no sólo consiste en predicar para que almas se conviertan.
En los términos del gran John Gresham Machen, ¿es posible siquiera ser considerado un cristiano ortodoxo, defensor de los fundamentos de la fe – de ahí la palabra original “fundamentalista” – albergando herejías antibíblicas, semi-arrianas, maniqueas y docetistas en el corazón y en la praxis? Que el Señor nos libre de estos fudamentalismos sin ortodoxia y nos arraigue firmes en las grandes verdades que hoy, como ya lo vienen haciendo desde hace 20 siglos, tienen poder para transformar el mundo.