Guarda tu espada
Resumen del post:
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Fecha:
25 noviembre 2019, 01.03 AM
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Autor:
Javiera Abarca Ferrando
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Publicado en:
Cuestiones fundamentales
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Guarda tu espada
Decir que una cosa es objetiva significa que no depende de lo que las personas piensen o perciban al respecto, y por el contrario, decir que algo es subjetivo es que ese algo en cuestión no es objetivo; depende de lo que nosotros pensamos al respecto. Decir que los valores morales son objetivos significa que algo es bueno o malo independiente de lo que cualquier ser humano piense al respecto, y decir que ciertas acciones son correctas o incorrectas objetivamente significa que lo son independiente de que lo creamos o no. Así, decir que el nazismo fue objetivamente errado es decir que lo fue con independencia de si los nazis pensaban que estaban haciendo lo correcto, y aunque hubiesen ganado la Segunda Guerra Mundial y hubiesen conseguido lavarle la cabeza a todo el mundo de modo que todos crean que el Holocausto fue correcto. Aun así, dada la objetividad de la moral, el nazismo estaría objetivamente errado[1].
A partir de una visión naturalista no tiene sentido creer en la existencia de valores morales objetivos, porque no son más que subproductos de la evolución sociobiológica que le fueron útiles al homo sapiens en su lucha por la supervivencia, al igual que ciertas características de los animales. Pero, a partir de un teísmo cristiano estos cobran sentido. Según el filósofo Richard Taylor el concepto de obligación moral no puede separarse de la idea de Dios. ¿Cómo sabemos esto? A partir la enseñanza de la escritura podemos desprender algunos puntos. En primer lugar, Pablo nos dice en Romanos 2 que la ley de Dios fue escrita en el corazón humano, es decir, que Dios a priori estableció en su creación qué era lo bueno y qué era lo malo. O mejor dicho, al crearnos a su imagen y semejanza nos creó como seres morales. Dios es en sí mismo bueno, un ser moral, y al crearnos libres nos crea con la capacidad de escoger entre bien y mal, esto es la moralidad. Por otra parte, en el Antiguo Testamento vemos que Dios revela la ley al pueblo de Israel, donde les estableció de manera clara qué es lo que debían hacer y qué es lo que no. Esta ley refleja el mismo carácter de Dios, como un ser moral, que otorgó las directrices de comportamiento a su pueblo.
Que Dios haya revelado su ley y haya su escrito su ley en nuestros corazones nos muestra que bien y mal son realidades objetivas que podemos diferenciar. Y podemos diferenciarlo gracias a, como dice Calvino[2], lo que nos dicta nuestra ley interior, que nos advierte de nuestras obligaciones para con Dios y nos demuestra la diferencia entre bien y mal. Entonces, no sólo sabemos qué está bien y qué está mal por lo que Dios reveló al pueblo de Israel, sino que lo sabemos por el conocimiento intuitivo, porque Dios imprimió su ley en nuestros corazones. Sabemos que está mal torturar bebes por diversión no por un proceso e investigación razonal, simplemente lo sabemos. Esta intuición es una forma válida de conocimiento.
Dios nos mostró qué estaba bien y qué no, por lo tanto, como cristianos no debemos caer en un relativismo moral. Esto significa que debemos comprender el mal como siempre malo, sin importar el contexto y por quién sea ejercido.
Conocer las diferencias entre el bien y el mal no nos asegura que vamos a actuar siempre bien. Esto es porque estamos corrompidos por el pecado, y tenemos cierta inclinación a hacer el mal. Preferimos, como dice San Agustín, las cosas inferiores por sobre las superiores, nos alejamos del Creador, y no escogemos el bien. El mal, en una visión agustiniana, carece de ser, depende del bien para existir, y es una corrupción del bien. En este punto debemos entender corrupción como disminución del ser, de esto se sigue que el mal disminuye el bien.
Tengamos todo esto en cuenta y pensemos en lo que estamos viviendo como país y cómo estamos asumiendo ciertas situaciones como personas cristianas. Estamos siendo gobernados por un Estado corrupto, que quita a los pobres para dar a los ricos, que reprime al pueblo más por la fuerza que por la razón, que saca los militares a la calle trayendo a memoria los recuerdos de una dictadura, etc. No podemos negar que hay maldad en todo esto: hay maldad en los carabineros pegándole a los manifestantes, hay maldad en un gobierno que sólo quiere beneficiar a los que más tienen. Pero ¿cómo vamos a reaccionar a esto? Recordemos que el mal disminuye al bien… ¿Vamos a combatir el mal con mal?
Dietrich Bonhoeffer fue un teólogo y filósofo alemán que vivió durante la época de la Segunda Guerra Mundial. Un hombre de Dios que se enfrentó al nazismo y a Hitler mismo. Dice lo siguiente con respecto al mal en “Resistencia y Sumisión”:
“La gran mascarada del mal ha trastornado todos los conceptos éticos. Para quien proviene de nuestro tradicional mundo de conceptos éticos, el hecho de que el mal aparezca bajo aspecto de la luz, de la acción benéfica, de la necesidad histórica, de la justicia social, es sencillamente perturbador. Para el cristiano que vive de la Biblia, este hecho constituye la confirmación de la abismática maldad del mal”[3].
Bonhoeffer vio claramente que el mal puede disfrazarse de bien en cosas tan seductoras como la necesidad histórica y la justicia social. Acá no estoy diciendo que como cristianos no debamos buscar la justicia social, por el contrario, debemos más que nadie preocuparnos por los pobres y oprimidos. Lo importante acá es que muchas veces el mal se disfraza de oveja.
Timothy Keller [4] dice que es fácil ver como los oprimidos se vuelven en opresores. Es fácil caer en una superioridad moral tal ante los opresores que nos llenemos de odio contra ellos. A veces podemos amar tanto la justicia que nos podemos volver crueles cuando confrontamos a personas que percibimos como opresoras [5] . Pera esta no es la actitud que debemos tomar como cristianos celosos de Dios y de su Escritura. No debemos volvernos en opresores, no debemos responder el mal con el mal, porque Dios no le enseñó eso a su pueblo, y Cristo no actuó así.
En el Antiguo Testamento vemos a un Dios que constantemente le recuerda al pueblo de Israel que no deben oprimir al extranjero ni a los marginados raciales ¡porque ellos fueron extranjeros en Egipto! (Lev. 19:33-34). Esto frenaba cualquier instinto de superioridad por parte de los israelitas, porque les recordaba que fue Dios, en su gracia, quién los libró de la opresión.
Y en el Nuevo Testamento tenemos a Jesús y todas sus obras y enseñanzas en la tierra. Jesús se identificó con el pobre y el oprimido: vivió como un pobre y un oprimido, y también fue víctima de un sistema opresor e injusto que lo llevó a una muerte inmerecida en una cruz romana. Pero fue este sacrificio injusto el que significó la salvación de todos nosotros. Y Cristo, víctima de un sistema opresor, fue como un cordero: enmudecido y sumiso, sin actuar jamás con violencia. Y este sacrificio es nuestra gran verdad, nuestra verdad objetiva y justa.
Cuando Hitler se había enterado que había perdido la guerra, dos días antes de suicidarse, ordenó que mataran a Bonhoeffer. Bonhoeffer fue un hombre de Dios que resistió al nazismo con paz y amor, porque sabía que la única forma de vencer el mal era con la paz y el amor de Dios. Recordemos los dos primeros mandamientos: amar a Dios y amar al prójimo. Estos dos mandamientos definen toda la justicia de ley: no puede haber justicia donde no hay amor a Dios y un amor equivalente al prójimo. Y acá amor al prójimo tiene un acento especial en los más desprotegidos, en los huérfanos, viudas y pobres. Porque en una visión bíblica no sólo el Estado se debe ocupar de lo más débiles. No podemos esperar pagar los impuestos y sentirnos tranquilos con que otros se están haciendo cargo. Debemos amar al pobre y al oprimido porque todos somos imagen de Dios.
Tanta fue la resistencia de Bonhoeffer, que Hitler lo llegó a considerar un enemigo tan peligroso que ordenó personalmente que lo mataran. En Romanos 12:9 Pablo nos dice que aborrezcamos el mal y nos aferremos a lo bueno. Y esto fue lo que hizo Bonhoeffer, y Dios batalló con él contra Hitler. Bonhoeffer había logrado vencer el mal, y el día de su muerte besó y abrazó a los soldados que lo iban a matar y fue feliz a esperar su muerte, porque sabía que el mal había sido vencido.
No debemos permitir que el mal vaya disminuyendo el bien. Si luchamos con mal lo único que vamos a lograr será más mal, será convertirnos en opresores. Cuando Cristo iba a ser tomado preso, Pedro sacó su espada e hirió a uno de los siervos del sumo sacerdote ¿y qué hizo Jesús en ese momento? (En Mateo 26:52) Se volvió a Pedro y le dijo: guarda tu espada, porque todos los que tomen espada a espada perecerán. Todos nos vemos tentados a actuar como Pedro, a responder con violencia, con mal, pero Cristo nos dice que guardemos nuestra espada, que no respondamos con mal, que no dañemos a otros, porque todos fuimos creados e imagen y semejanza de Dios, todos somos portadores de la imagen divina. Tal como nos dice Timothy Keller:
“Los cristianos saben que tienen el corazón de opresores, no obstante, han sido salvados por pura gracia. Por ello, incluso cuando confrontan al opresor, pueden hacerlo con determinación valiente y firme, pero el evangelio enseña que se haga sin pretensión de superioridad moral y hostigamiento. No pueden odiar al que odia o justificarse de oprimir al que oprime”[6].
Podemos enfrentar la opresión sin necesidad de ejercer el mal y la violencia, y la Biblia nos enseña que el mal se enfrenta con paciencia. Tal como dice Calvino:
“Porque verdaderamente es necesario que los cristianos sean como un pueblo nacido y criado para vivir injurias y afrentas, y expuesto a la maldad, el engaño, y la burla de los impíos. Y no solamente esto, sino que también es necesario que sufran con paciencia todo el mal que les hicieren; es decir, que tengan su corazón de tal manera dispuesto, que al recibir una injuria, estén preparados para otra, no prometiéndose ninguna otra cosa en el mundo sino llevar a cuestas su cruz. Mientras tanto deben hacer bien a sus enemigos, orar por lo que los maldicen, y esforzarse en vencer el mal con bien (Rom, 12, 14)”[7].
Debemos ser pacientes, esto significa que debemos tolerar los males antes de cometerlos y no cometerlos antes que soportarlos[8], y así no perderemos el bien, no dejaremos que el mal disminuya el bien. Como cristianos debemos asumir los sufrimientos de una sociedad corrupta sobre nosotros, y con amor y paciencia batallar contra ellos. Así, no daremos más paso al mal, y como Cristo y Bonhoeffer venceremos al mal en sumisión y resistencia.
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Javiera es licenciada en filosofía por la Universidad Alberto Hurtado.
Ponencia presentada en el segundo conversatorio “Hablemos de verdad”, 16 de noviembre de 2019, Santiago de Chile
Notas
[1] LANE CRAIG, W (2012). Apologética contemporânea: a veracidade da fé cristã. São Paulo: Vida Nova. (p. 168)
[2] JUAN CALVINO. Institución de la religión cristiana. Tomo I. Séptima edición inalterada 2013. FELiRe. Libro II, cap. VIII
[3] Bonhoeffer, D. (2001). Resistencia y Sumisión. Salamanca: Ediciones Sígueme.
[4] Keller, T. (2017. Una fe lógica: argumentos razonables para creer en Dios. Nashville: B&H Publishing Group Español. (p. 246)
[5] Ibid, p. 247
[6] Ibid, p. 248
[7] Juan Calvino. Institución de la religión cristiana. Tomo II. Séptima edición inalterada 2013. FELiRe. Libro IV, cap. XX
[8] SAN AGUSTÍN, La paciencia, cap. II (https://www.augustinus.it/spagnolo/pazienza/index2.htm).