Estudios Evangélicos

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Hayek y los fundamentos del mercado

Introducción

Friedrich A. Hayek ha sido quizás uno de los principales teóricos dedicados a fundamentar filosóficamente lo que unos llamarían “una sociedad de mercado”, “un orden liberal” o, para varios otros, “un sistema neoliberal”. Gran parte de sus esfuerzos los dedicó a discutir temas que hoy en día han reaparecido en el debate público, tales como el lugar del mercado en la vida social, el debate entre Estado y mercado, la justicia distributiva y desigualdad económica, entre otros. Su obra más difundida, Camino de Servidumbre (1944), sigue resonando actualmente, libro donde expone sus ideas en torno a los peligros del colectivismo, la planificación del Estado y, al final, cualquier intento de reivindicar alguna noción de bien común, al entrar en extrema contradicción con las sociedades abiertas y liberales.

En Chile, su influencia es del todo conocida [1] y ha sido bien estudiada y documentada[2]. Cabe recordar que Chile, bajo la dictadura de Augusto Pinochet, vivió un tremendo cambio económico a partir de 1975 que consistió a grosso modo en una amplia apertura al comercio exterior junto con la utilización del mecanismo mercado como principal herramienta en el proceso de asignación de recursos. Esta expansión del mercado en esferas sociales donde antes habían imperado otras lógicas se vivió de una manera tan acelerada que dejó poco tiempo para reflexionar sobre su naturaleza y sus efectos. Ignorar las tensiones asociadas a cualquier proceso de transformación social tiene sus costos, y gran parte de esos costos los estamos viviendo hoy en día.

En un contexto donde las instituciones liberales han sido objeto de profundos cuestionamientos, vale la pena reflexionar sobre las ideas de quienes inspiraron tales instituciones. En particular, este artículo pretende hacer un repaso crítico en torno al lugar que ocupa el mercado en el pensamiento hayekiano. Como veremos, el mercado —con todas sus virtudes y beneficios— es una institución bastante frágil porque su funcionamiento correcto depende de ciertas condiciones sociales que ella misma no puede darse. Más aún, la visión de Hayek contrasta radicalmente con un concepto central en el pensamiento socialcristiano: el bien común. Así, terminaré con algunos comentarios sobre cómo el bien común nos ayuda a entender mejor los límites morales del mercado o, dicho en términos positivos, cuál es el lugar correcto del mercado en nuestra sociedad.

Hayek y Orden Espontáneo

Se podría decir que el punto de partida del pensamiento de Hayek consiste en intentar responder la siguiente pregunta: ¿Cómo nuestras sociedades pueden lograr tales niveles de unidad y coordinación en entornos cada vez más complejos, donde cada uno persigue diversos fines muchas veces no coincidentes entre sí? ¿Qué hace que las sociedades humanas no sean simplemente un conjunto abstracto de seres humanos aislados? Y para el austriaco, la respuesta comienza por comprender la distinción entre lo que él llama los órdenes planificados o creados (taxis) y órdenes espontáneos (kosmos)[3].

Los órdenes creados, por un lado, se caracterizan por existir una jerarquía de fines impuesta, donde los individuos no son libres de escoger esos fines, sino que deben obedecer aquellos definidos por alguna autoridad existente. En ese sentido, es un orden diseñado de forma deliberada o consciente. Los órdenes espontáneos, por otro lado, no son diseñados por ninguna autoridad ni un conjunto de fines determinados. La gracia de los órdenes espontáneos reside aquí: pese a no existir ningún acuerdo sobre los fines (o bien común), la sociedad es capaz de exhibir altos grados de coordinación al punto en que cada individuo es capaz de obtener sus propios fines sin entrar en conflicto con otros. A partir de aquí, Hayek construye una elaborada defensa en torno a la superioridad de los órdenes espontáneos [4] —que siempre las asocia a las sociedades abiertas— en contraposición a los órdenes creados —vinculadas a las antiguas sociedades tribales más comunitaristas.

Hayek piensa que la complejidad y extensión que puede alcanzar un orden espontáneo ha resultado ser mucho mayor que la que alcanzó cualquier orden creado. Pero entonces: ¿cómo es que se llegó a ese orden? ¿En qué momento pasamos de vivir en comunidades primitivas a habitar en sociedades abiertas? De acuerdo con Hayek, el paso se dio por medio de un largo proceso de evolución cultural donde los hombres aprendieron a formar y obedecer ciertas reglas de conducta abstractas, en vez de seguir sus instintos y metas comunes[5]. En otras palabras, consistió en un proceso de selección de normas mediante el cual van apareciendo las reglas que conducen a las personas a comportarse de un modo que haga posible una mejor vida social. El mecanismo que opera esta selección funciona por medio de ensayos, errores y estabilización[6]. En esencia, lo que Hayek está haciendo al invocar un argumento del tipo evolutivo es decirnos que la llegada de la sociedad abierta contemporánea no fue ni pensada ni planificada; es más un descubrimiento que un invento. Por eso él habla de un orden espontáneo, que es producto de nuestra acción mas no de nuestro diseño[7].

El Mercado como Coordinador

El mercado es, sin duda alguna, el ejemplo por antonomasia de un orden espontáneo. Más aún, para Hayek, la humanidad nunca ha encontrado un mejor modo de coordinación pacífica para los diversos intereses que el mecanismo de mercado, razón por la cual el autor le otorga un lugar central en su doctrina[8]. Pero cabe preguntarse: ¿Qué es el Mercado? Para Hayek, el mercado es en el fondo un sistema que transmite información a través del mecanismo de precios[9]. Aun cuando en el mercado los individuos obran con conocimiento limitado y disperso, es la interacción de todos ellos la que produce un resultado global que no hubiera sido posible de ser planeado por ningún planificador central, pues ninguna puede aisladamente coordinar toda la información necesaria para producir ese resultado[10]. Esa información se coordina en el mercado a través de los precios, que son así caracterizados como sintetizadores y coordinadores de información dispersa. Hayek se sitúa así en la tradición smithiana de la mano invisible: a partir del caos de las decisiones individuales se genera espontáneamente cierto orden.

Cabe mencionar que el mercado se mueve y opera bajo la noción de competencia[11]: una economía en competencia perfecta es aquella en la que los esfuerzos de los individuos que la pueblan por conseguir mejores precios para los productos que compran o venden se han desplegado a tal nivel, que es imposible conseguir mejoras adicionales[12]. Es tal el nivel de negociación que nadie le compraría a un vendedor si cobrara más caro que sus competidores, ni a él le convendría cobrar menos porque no necesita hacerlo para vender toda su producción. Simétricamente, al consumidor le es imposible conseguir un precio menor para los bienes que compra, porque si intenta hacerlo el productor prefiere venderlo a terceros.

Hayek ve al mercado como uno de los grandes descubrimientos de la historia humana, ya que no sólo permite un progreso inédito en un contexto pacífico, sino que además protege las libertades personales. Ahora, esta forma de entender la sociedad de mercado en nuestro pensador austriaco es fuertemente contrastada con las economías de planificación centralizada de los socialismos reales. A diferencia del orden espontáneo del mercado, la planificación central realizada desde un Estado no es capaz de suplir el grado de coordinación necesario para satisfacer al interés general: al carecer de los precios, no puede recurrir a las señales de las que se sirve el mercado para asignar los recursos hacia los mejores usos. Así, la oposición de Hayek a cualquier lógica planificadora se basa en dos ideas: (i) hay un orden espontáneo en el mercado —basado meramente en acciones individuales— cuya coordinación de información a través de los precios resuelve lo que miles de agentes burocráticos no son capaces de resolver y (ii) los sujetos son los únicos jueces competentes de sus propias preferencias, por lo que cualquier intento de planificación es exactamente contrario, pues supone volver a los principios de las sociedades primitivas donde el individuo no es el dueño de sus fines, sino que vienen definidos por una comunidad dada. Hayek ve como una amenaza a la modernidad cualquier intento de reivindicar estos principios tribales en nuestro mundo actual.

Mercado y Desintegración Social

Una conclusión que el mismo Hayek reconoce a partir de la evolución hacia sociedades de mercado es que este nuevo orden tiende erosionar los vínculos comunitarios tradicionales y en algún grado también a desplazar ciertas normas morales tales como el altruismo y la solidaridad [13]. Si la mayoría de los intercambios sociales en una sociedad están mediados por el dinero (precio), las relaciones se vuelven cada vez más impersonales y funcionales porque sustituye la cohesión que ofrecen los fines y valores comunes por una forma de integración que, si bien coordina a las personas tiende a prescindir de ella, lo que favorece la desintegración social[14].

Como para Hayek existe una tensión entre las normas morales del orden moderno y aquellas conductas “primitivas”, el desplazamiento de la solidaridad y el sentido de comunidad son parte del precio que hay que pagar para abrazar integralmente una sociedad articulada en torno al mercado y sus beneficios[15]. Hayek insiste mucho sobre este punto, porque cree que el concepto mismo de justicia social o de solidaridad no es más que un atavismo de nuestro pasado tribal[16]. De ahí que en el pensamiento hayekiano las desigualdades socioeconómicas, por ejemplo, no sean un consideradas problemáticas, sino que son un producto natural del orden espontáneo: si hacemos que cada uno persiga sus propios intereses, y esos intereses son diversos, entonces el resultado final será una asignación desigual de los recursos[17]. De hecho, durante una visita a Chile, Hayek en una entrevista realizada por Jaime Guzmán donde reconoce que la desigualdad es motor indispensable en una sociedad de mercado: «como he sostenido otras veces, si la redistribución fuera igualitaria habría menos que redistribuir ya que es precisamente la desigualdad de ingresos la que permite el actual nivel de producción» (Realidad, mayo de 1981).

El debate en torno al problema de la desigualdad es bastante complejo e incluye varias aristas[18]. Con todo, es razonable pensar que altos niveles de desigualdad percibidas y que, a su vez, carecen de una justificación razonable, tengan efectos negativos en términos de cohesión social. Dicho al revés, hay cierta igualdad necesaria para saberse parte de una misma comunidad política. ¿Qué comunidad efectiva puede haber allí donde hay tanta diferencia? Aquí una primera crítica que podemos esbozar contra Hayek radica en el hecho de que, en la utopía liberal que él construye, la desigualdad es irrelevante. Como se puede apreciar, el “precio a pagar” por gozar de las bondades del orden liberal no es menor: una vida moral en la que no puede haber una coherencia vital respecto a nuestras relaciones personales y nuestras instituciones sociales fundamentales. Hayek no parece notar que un orden social concebido de este modo es sumamente frágil. Como bien dice Mansuy:“esto no es un problema de capricho, ni menos de envidia, como suele decirse, sino una dificultad objetiva de configuración del orden social, en la medida en que produce inestabilidad”[19]. Una sociedad se debilita allí donde no hay algún tipo de unidad o vínculo común.

Sustentabilidad del Mercado, Competencia y Autointerés

Una cuestión importante para el funcionamiento adecuado de cualquier mercado tiene que ver con la existencia de reglas y principios básicos de conducta como condición para su existencia. Vale decir, para que los mercados operen correctamente, es necesario que los participantes respeten ciertas reglas de conducta sin las cuales éste no sería ni duradero ni estable. Existe un amplio acuerdo entre investigadores contemporáneos respecto del rol fundamental que juegan, por ejemplo, la confianza mutua, el espíritu de colaboración y la reciprocidad en el funcionamiento de los mercados[20]. La doctrina hayekiana sí menciona la existencia de alguna de estas reglas de conducta. Sin embargo, como vimos, las justifica a partir de su teoría evolutiva: por medio de un proceso continuo de ensayo y error llegamos a un conjunto de normas morales que no sólo permitieron a los individuos mejorar su posición, sino que además favorecían el interés general. Se vuelve a tomar una idea inspirada en Smith cuando Hayek afirma que la ventaja del libre mercado reside en que el agente, buscando maximizar su propio bienestar, contribuye al interés general[21]. Eso implica que, al final del día, el mercado funciona porque los agentes están movidos por su autointerés.

Aquí nos encontramos con un problema sobre la sustentabilidad de una institución basada fundamentalmente el autointerés de sus participantes[22]. En primer lugar, Hayek nos presenta dos ideas que entre ellas están en evidente tensión, por decirlo menos. Por un lado, se nos dice que es necesario que los participantes del mercado se comprometan con ciertos principios básicos que descubrimos por medio de un proceso evolutivo; por otro lado, el mercado genera bienestar social toda vez que sus participantes estén movidos por su autointerés. Pero si las razones por las que hay que acatar esas reglas son meramente utilitarias (“porque me conviene”), estamos entonces ante un sistema sumamente frágil, pues basta que cambien las circunstancias para que dejen de ser respetados. El autointerés al que apela Hayek no supone un respeto intrínseco por las reglas, sino más bien lo contrario. El individuo auto-interesado sólo respetará las reglas si le conviene, o si está obligado; pero las transgredirá si piensa que así podría obtener un beneficio mayor. El individuo que busca maximizar sus utilidades verá las reglas como algo meramente instrumental, y sería iluso esperar más de él.

En segundo lugar, hay serias dudas sobre si acaso el mercado, y en particular la competencia, en sí mismo es capaz de generar las condiciones morales para su propia estabilidad. Aquí es útil recordar la crítica ordoliberal de Wilhelm Röpke[23] —pensador alemán— al liberalismo laissez faire en torno a los efectos negativos que los mercados pueden tener en el orden moral, crítica que contrasta radicalmente con la concepción optimista de Hayek, quien tiende a ver al mercado como una institución social intrínsecamente civilizadora.

El problema central, de acuerdo con Röpke, radica en que la competencia puede tener efectos corrosivos en el carácter moral de quienes participan en el mercado al erosionar la honestidad, la confianza mutua, la reciprocidad y otros “sentimientos morales” sin los cuales el mercado no puede funcionar correctamente. El mercado y la competencia

“están muy lejos de poder generar autónomamente los presupuestos morales que les son necesarios. Aquí está el error del inmanentismo liberal. Estos presupuestos deben cumplirse desde fuera y, al contrario de lo que dicho inmanentismo afirma, son el mercado y la competencia los que los someten a una continua prueba de resistencia, los que los exigen y los utilizan.”[24]

Esto no quiere decir que los mercados sean fuerzas sociales inherentemente destructivas; por el contrario, el pensador ordoliberal afirma que los mercados pueden tener efectos civilizadores en la sociedad. Sin embargo, también cree es necesario distinguir entre el beneficio social y sus potenciales efectos negativos. La competencia es, sin duda, un elemento a estudiar con cautela y es, en cualquier caso, un gran contrapunto al pensamiento hayekiano. Röpke afirma que “la competencia como tal, al apelar solamente al egoísmo como una fuerza motivacional, no puede ni mejorar el carácter de los individuos ni contribuir a la integración social”[25]

Si el mercado necesita de normas de conducta que él mismo no puede entregarse para funcionar apropiadamente, entonces estas reglas deben ser alimentadas desde “fuera” del mercado. A esto uno se refiere cuando dice que una sociedad articulada en torno al mercado es un orden social sumamente frágil. En efecto, si acaso creemos que el mercado puede ser un sistema relevante y beneficioso en nuestra sociedad, virtudes tales como la honestidad, el sentido de la justicia, la igualdad, el respeto por la dignidad humana, todas estas son cosas que las personas deben poseer antes de ir al mercado y competir unas con otras. Tales virtudes son base indispensable para preservar tanto el mercado como la competencia de sus efectos más corrosivos.

¿Desde dónde fundar entonces un comportamiento apegado a las reglas indispensables para el funcionamiento del mercado? ¿Cómo lograr que la prevalencia del interés individual como motivo de la conducta no horade las condiciones de posibilidad del mercado, tales como la confianza? Para el pensador ordoliberal esos fundamentos yacen en los vínculos sociales de una comunidad política, dentro de las cuales los más importantes son la familia, los vínculos morales de la vecindad, y la participación en comunidades espirituales o religiosas[26]. La estabilidad de una sociedad articulada en torno al mercado depende radicalmente de la familia y de las comunidades intermedias, en la medida en que son ellas las que fomentan los hábitos morales que hacen posible su estabilidad. Hayek, en un intento de fundamentar un orden autogenerado, termina olvidando o descartando completamente el valor de estos vínculos, debilitando a su vez gran parte de su argumento.

Conclusión: Economía al Servicio del Bien Común

¿Cómo abordamos todos los problemas que acarreó la modernización? ¿Son todas las tensiones que nos deja la sociedad abierta de Hayek irresolubles? ¿Es posible pensar más allá de un orden liberal en torno al mercado? Un camino posible para comenzar a responder esta pregunta es intentando reivindicar el concepto de bien común de la tradición social cristiana, tradición que contrasta con ciertos liberalismos más individualistas, pero también con liberalismos que buscan fundar un orden social sin apelar a concepciones comprehensivas de la vida buena. Y es que una economía sin referencia a la vida buena, es decir, sin atender a ciertos fines comunes para la persona que vive en comunidad, pierde en cuanto a la posibilidad de una política económica efectiva.

Reivindicar el bien común implica, en primer lugar, reconocer la concepción de la persona como ser social. Si entendemos el bien común como el conjunto de condiciones sociales que permiten el desarrollo de los ciudadanos acorde a la dignidad humana[27], es sólo porque entendemos primero que las personas necesitan y están diseñadas para la cooperación social. No es posible la autorrealización personal sin la participación activa en comunidades diversas. En segundo lugar, esta realidad exige colaboración entre ciudadanos y asociaciones para su mejor despliegue, porque toda vida compartida conlleva también dificultades y tensiones. Los problemas de distribución de recursos y oportunidades; de cargas, bienes y responsabilidades son parte de esas tensiones y se deben abordar conjuntamente, en la medida en que contribuyen a la plenitud de cada persona. Si se quiere, esta exigencia recíproca se le puede denominar la exigencia por la justicia social, que no es otra cosa que garantizar el derecho al bien común[28], objetivo que solo puede alcanzarse con la cooperación de todos, constituyendo un deber.

Lo anterior plantea un modo de entender la sociedad distinto a la utopía liberal en Hayek: no se trata únicamente de un conjunto de individuos aislados a los que no queda más remedio que convivir para satisfacer fines individuales –no habría sólo mercado–, sino la comunidad de personas que buscan un bien común a todos. Sin duda que el reconocimiento de ciertos fines comunes a todas las culturas en sociedades pluralistas para una verdadera cohesión social implica un gran desafío. Mal que mal ¿Qué entendemos por una vida acorde a una vida digna? Allí hay un desafío importante por avanzar[29]. El problema del liberalismo hayekiano es que se niega a priori reconocer fines sociales explícitos. Sin fines comunes, el aspecto normativo de la economía se reduce a fomentar la coordinación de acciones individuales, una situación que es precaria, ya que los objetivos en común son necesarios para el mismo cumplimiento coordinado de los fines particulares. Por este motivo, la corriente económica dominante está asociada a una absolutización del mercado, como el único y gran medio de coordinar esos intereses.

Al mercado se le debe juzgar por su capacidad de promover el bien común, esto es, el desarrollo integral de todas las personas, teniendo siempre presente su carácter social. Esto implica cuatro cosas que vale la pena enumerar someramente. En primer lugar, hay espacio para el mercado toda vez que sea capaz de generar una fuerza económicamente productiva, dinámica y creadora para todas las personas involucradas, no en detrimento de otras. Segundo, y siguiendo a Röpke, implica promover y proteger las diversas comunidades de sentido, si acaso queremos cuidarnos de los peligros de la competencia. Tercero, implica un alto nivel de regulación de la competencia, porque la competencia ni se genera ni se sustenta automáticamente. A diferencia de los modelos económicos de pizarra, en la realidad nos encontramos con un sinnúmero de fallas de mercados, externalidades, asimetrías de información, incentivos para la colusión, corrupción, entre otros problemas. El mercado requiere, para poder operar, algún tipo de marco que limite y regule su actuar[30].

Finalmente, implica preguntarnos por el lugar y los límites per se del mercado. Hay que comenzar a cuestionarse si acaso el mercado es siempre el mejor mecanismo para proveer ciertos servicios considerados fundamentales tales como educación, salud, pensiones, entre otros. Este es el debate en torno a la provisión de derechos sociales. Estos cuatro principios nos muestran que la pregunta por el lugar del mercado no es para nada evidente y requiere no sólo de un análisis técnico y económico caso a caso, sino que además implica preguntarnos -a un nivel más profundo- qué tipo de sociedad queremos. En conclusión, no sólo basta con reconocer las bondades en la asignación eficiente de varios de los bienes y servicios que disfrutamos hoy en día, sino que también se hace necesario entender dónde y bajo qué condiciones el mercado deja de estar al servicio de la persona humana.

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Notas
[1] En Chile, Hayek aceptó ser presidente honorario del Centro de Estudios Públicos (CEP) luego de que se le asegurara que el CEP tendría por misión difundir los fundamentos filosóficos de una sociedad libre.

[2] Ver “Friedrich Hayek and his visits to Chile”, The Review of Austrian Economics 28, núm. 3 (2015): p.261-309.

[3] Para una defensa más articulada de esta distinción ver Hayek, Law, Legislation and Liberty: A New Statement of the Liberal Principles of Justice and Political Economy. Londres: Routledge, 1982. A partir de ahora será citada como LLL.

[4] Ver Hayek. «Los principios de un orden social liberal.» Estudios Públicos 6 (1982): p.179-202.

[5] LLL, I, p.36-40.

[6] LLL, III, p.155.

[7] LLL, I, p.20.

[8] LLL, I, capítulo II.

[9] Ver Hayek “Temas de la Hora Actual”. Buenos Aires: 1978. p. 17

[10] Ver Hayek “El Uso del Conocimiento en La Sociedad”. Estudios Públicos: 1983.

[11] Zurita & Vial “Microeconomía Intermedia”. Ediciones UC: 2011. p.224

[12] En términos generales, en el proceso de intercambio se anuncia un precio que refleja la disposición a pagar del demandante y un precio al que el oferente está dispuesto a aceptar. El precio de equilibrio es una situación que se da en el momento en que tanto la oferta como la demanda, llegan a un punto medio, el cual significa que ni el ofertante ni el demandante podrían pedir más para su beneficio personal. En el precio de equilibrio, se determina en el momento en que la cantidad de demanda es igual a la cantidad ofrecida: (i) Lo que se produce, puede venderse (ii) Lo que se demanda, puede ser adquirido.

[13] LLL, II, p.90-91.

[14] Ver Cousiño, Carlos, & Eduardo Valenzuela. Politización y monetarización en América Latina. Instituto de Sociología, Pontificia Universidad Católica de Chile, 1994.

[15] LLL, II, p.165, nota 12

[16] LLL, III, p.169

[17] “Not only has liberty nothing to do with any other sort of equality, but it is even bound to produce inequality in many respects. This is the necessary result and part of the justification of individual liberty: if the result of individual liberty did not demonstrate that some manners of living are more successful than others, much of the case for it would vanish.” Hayek, Friedrich A. «Equality, value, and merit.» Liberalism and its Critics 8099 (1984).

[18] Por de pronto, no basta con esgrimir argumentos en contra de la desigualdad, sino que siempre se hace necesario justificar qué tipo de desigualdades son problemáticas, cuál es la métrica de la desigualdad relevante. Más sobre el origen de este debate véase Sen, Amartya. «Equality of what?» The Tanner lecture on human values 1 (1980): p.197-220.

[19] Mansuy, Daniel. Nos fuimos quedando en silencio. Santiago: IES (2016). p.133-134

[20] Ver Ostrom Elinor & Ahn T.K. (ed.), The Foundations of Social Capital. Cheltenham: Edward Elgar, 2003.

[21] LLL, III, p.90

[22] Daniel Mansuy profundiza en esta idea en su libro Mansuy, Daniel. F. A. Hayek: Dos ensayos sobre economía y moral. Instituto de Estudios de la Sociedad: 2018. p.42-45

[23] Para un análisis más detallado del pensamiento de Röpke, cfr. John Zmirak, Wilhelm Röpke (Wilmington: ISI Books, 2001); Gregg, Wilhelm Röpke’s Political Economy.

[24] Röpke, A Humane Economy: The Social Framework of the Free Market. Chicago: Henry Regnery Company, 1960. p.126

[25] Röpke, International Economic Disintegration. Londres: William Hodge and Company, 1942. p. 272

[26] A Humane Economy. p. 91.

[27] XXIII, Juan. Mater et Magistra.

[28] Millán Puelles, A. Persona humana y Justicia Social. México, Minos: 1990.

[29] En este punto, hay que reconocer el aporte de Martha Nussbaum que, basado en el enfoque de las capacidades del premio Nobel de economía Amartya Sen, ha dado con una lista de diez capacidades mínimas consideradas requisitos básicos para una vida digna. Véase Nussbaum, Martha. Crear Capacidades: Propuesta para el Desarrollo Humano. Editorial Paidós, Barcelona, 2012.

[30] Un texto amistoso que aborda este tema lo podrán encontrar en Tirole, Jean, & Steven Rendall. Economics for the Common Good. Princeton University Press, 2017. JSTOR.