La doble vía de transformación del evangelicalismo latinoamericano.
Resumen del post:
"Aun cuando sea osado atribuirle una determinada dirección al fenómeno, tengo la impresión que asistimos a un proceso de reformación del pentecostal clásico. Reformación en el sentido de Iglesias vinculadas de modo más o menos cercano, a la reforma magisterial del siglo XVI".
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Fecha:
22 julio 2016, 05.30 AM
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Autor:
Ignacio Cid
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Publicado en:
Actualidad y Opinión
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La doble vía de transformación del evangelicalismo latinoamericano.
"Aun cuando sea osado atribuirle una determinada dirección al fenómeno, tengo la impresión que asistimos a un proceso de reformación del pentecostal clásico. Reformación en el sentido de Iglesias vinculadas de modo más o menos cercano, a la reforma magisterial del siglo XVI".
En los tiempos que corren, profundas y extensas transformaciones afectan al cristianismo evangélico de América Latina. El despliegue de dinámicas de mutación interna, sumado a cambios en la estructura poblacional desafían hoy, como nunca antes, la conformación tradicional de la Iglesia en el continente.
En base a la limitada experiencia a la que tenido acceso como observador sociológico, ofrezco la sistematización de dos procesos o movimientos de los que, en mayor o menor medida, he sido testigo a través de los años.
Al primero de ellos lo he llamado, racionalización de los modos de vida y usos culturales del pentecostalismo. Crecientemente, iglesias y comunidades pentecostales en pleno desarrollo, parecen tomar conciencia de la extendida versión tipológica y estereotipada del “ser pentecostal”, vinculado las más de las veces a la pobreza, marginalidad social, apoliticismo cívico y el desintelectualismo fideista.
Si durante décadas que siguieron la segunda mitad del siglo XX, se observó al pentecostalismo como un movimiento que agrupaba a los sectores más vulnerables de la sociedad latinoamericana , la masificación de la educación escolar y universitaria, junto a las crecientes tendencias de movilidad social que experimentaron sus feligreses, han posibilitado el acceso de cientos de sus miembros a posiciones prominentes en la escala social, y consecuentemente, al prestigio, redes de contactos y capital social. Todos elementos de los que habían permanecido históricamente excluidos.
Se ha producido así, una inversión simbólica del pentecostalismo tradicional, verificada en la evidencia recabada por el trabajo de Fediakova[1]. Según esta autora, con el declive del fervor misional y la restructuración de sus dinámicas internas, el pentecostalismo deja de ser un “refugio de las masas” empobrecida para constituirse en su lugar, como un espacio libre para el desarrollo personal y comunitario de los fieles. El creyente pentecostal “deja su refugio” para integrarse con facilidad a las exigencias de las nuevas circunstancias sociales, hecho que posibilita a su vez, una ciudadanía activa y comprometida de su parte.
Por otro lado, las nuevas generaciones nacidas al interior de la iglesia, ya no se conforman con el espacio de control y seguridad que les brinda el contexto de la comunidad protegida. La cultura intra-eclesiástica marcadamente jerárquica, paternalista y clientelar parece no ser suficiente para satisfacer las inquietudes intelectuales de un grupo etario que aparece como la primera generación de profesionales al interior de sus familias.
Este proceso ha tenido un impacto significativo, conducente a una cada vez más extendida teologización de la experiencia pentecostal. Si bien, puede ser hecho notar que esto no constituye una dirección univoca a la que el grueso del pentecostalismo avanza, no puede ser por ello soslayado, el creciente número de comunidades con esta visión, y que se expresa en la emergencia de instituciones de instrucción teológica pentecostales cuyo objetivo consiste en dar formación integral y disciplinar a los futuros ministros.
La forma de teologización como expresión de ascenso intelectual, o lo que en sociología se denomina “racionalización”, parece tener una dirección bastante específica y particular para el mundo pentecostal. Por razones que aún permanecen veladas para la investigación en sociología de la religión, la teología reformada de cuño calvinista se ha hecho de una inusual popularidad entre pastores, estudiante de teología y líderes eclesiásticos latinoamericanos. Si entre los 30 y los 70 parte importante de las discusiones se centraron en la admisibilidad del fervor pentecostal en los actos celebrativos de las iglesias históricas, hoy un número no despreciable de congregaciones y denominaciones se debaten entre quienes no tiene alguna matriz confesional explicita y los reformados. No resulta extraño, a este respecto, constatar la aparición cada vez más extendida de Iglesias “pentecostales reformadas” o simplemente “reformadas” que, producto de disquisiciones internas, ha decidido abandonar la identificación denominacional previa.
Este abandono de la matriz pentecostal es un fenómeno que ha dejado de ser excepcional, tanto entre iglesias y como entre sus miembros. En este sentido, un segundo proceso que como sociólogo y creyente he atestiguado, consiste en una progresiva protestantinización de la experiencia pentecostal desencantada.
En el escenario religioso latinoamericano se abre paso cada vez con mayor ímpetu la experiencia del pluralismo religiosa, que, a través una multiplicidad de “nuevos movimientos religioso”, irrumpen con violencia en el espacio público. La erosión de la hegemonía católica, especialmente en su forma de iglesia nacional, sumado a una simultanea desregulación del mercado religioso en sus marcos legales, ha posibilitado la aparición de diversos oferentes religiosos. Movimientos y nuevas tendencias espirituales ofrecen, y en ocasiones venden. sus productos de salvaciones a los habidos consumidores de religión, conocidos en la literatura especializada como religious seekers.
Si bien el impacto de religiones no-tradicionales es por lo general bajo en América Latina, si se ha confirmado una suerte de movilidad intra-eclesiatica entre los evangélicos del continente; esto es, de personas que transitan de un credo a otros en el marco de la misma religión (el cristianismo) o la misma rama (protestantismo, catolicismo). Familias, y especialmente jóvenes, desvinculados y decepcionados de sus iglesias de origen, migran hacia iglesias cuyos círculos sociales y modelos eclesiológicos se ajusten de mejor manera al nuevo estatus alcanzado.
Aun cuando sea osado atribuirle una determinada dirección al fenómeno, tengo la impresión que asistimos a un proceso de reformación del pentecostal clásico. Reformación en el sentido de Iglesias vinculadas de modo más o menos cercano, a la reforma magisterial del siglo XVI.
En mi experiencia con cristianos del continente, he podido observar como este éxodo de fieles se produce desde el pentecostalismo tradicional o el neo-pentecostalismo, hacia el presbiterianismo y el anglicanismo en el caso de Chile, y la iglesia bautista y presbiteriana en el caso de Brasil. A pesar de esto, existen grupo no menores provenientes de una cultura pentecostal más abierta y menos centralizada que, en su desafección religiosa, pasan a engrosar las filas del luteranismo, el cual se ha constituido en una suerte de reducto de la teología liberal e ilustrada alemana del siglo XIX. Este último caso, sin embargo, parece no ser muy extendido aún.
Al observar este cuadro general, no se debe desdeñar el papel que han jugado los procesos sociodemográficos en estas trasformaciones. El aumento del bienestar subjetivo y las condiciones materiales de vida de la gran mayoría de las sociedades latinoamericanas, les ha permitido formar parte de procesos de apertura y fluidez en su estructura de clases. La abundancia material producto de la liberalización de las economías, han construido sociedades en las que la movilidad social de las trayectorias personales es más frecuente que antaño. Un número importante de latinoamericanos vive hoy en una clase distinta de la que nació.
Al rastrear el curso de vida de muchos quienes han salido de una iglesia para integrarse a otra, aparece la cuestión de los problemas personales o inadecuación con el modus vivendis (modo de vida o cultura interna) de la comunidad. Sin embargo, resulta interesante y sugerente como en reiteradas oportunidades, esta decisión esta respaldad o antecedida por el ascenso social, la mejoría de las perspectivas laborales, aumentos salariales o el cambio en el círculo íntimo de relaciones sociales.
En su libro pionero sobre sociología política y de la estatificación El hombre político, Seymour Lipset ya había apreciado este proceso con claridad al afirmar que:
“la variedad de pruebas recogidas en el curso de investigaciones sobre movilidad social, indican que quienes son ocupacionalmente móviles en sentido ascendente, tratan de despojarse de las características que los unen al status anterior. En efecto, el hombre que triunfa cambiara con frecuencia de vecindad, buscara encontrarse con amigos de status superior, abandonara quizá su Iglesia por otra cuyos miembros sean superiores en status y votara también de manera más conservadora»[2]
Con estas tendencias parece haber antecedentes suficientes para creer que estamos frente a una estratificación social interna del protestantismo latinoamericano, del mismo modo que ocurre en algunos países industrializados, siendo el caso más destacado el estadounidense.
El protestantismo tiene un efecto diferenciado en las preferencias y comportamientos actitudinales individuales. Por eso en los Estados Unidos, la cúspide social es ocupada por los miembros de las iglesia episcopal y presbiteriana, vinculadas a sectores dueño de la producción fabril y latifundistas. De talante conservador y cercano al partido republicano, ser miembro de estas iglesias es símbolo de una posición prominente en la escala social.
Este último hecho esta magníficamente retratado por Max Weber en su menos conocido ensayo las sectas protestantes y el espíritu del capitalismo. Dice Weber:
“Algo más claramente se desprende lo que quiero mostrar del relato de un otorrinolaringólogo de origen alemán que se había establecido en una gran ciudad de Ohio y contaba con la visita de su primer paciente. Tras haberse recostado a petición del médico en el sofá, para ser explorado con la rinoscopia se incorporó para hacer notar con dignidad e insistencia -Señor soy miembro de la iglesia presbiteriana tal en la calle tal-. Perplejo sobre lo que este hecho podría tener que ver con las enfermedades de la nariz y sus tratamientos, pregunto el medico a un colega americano conocido suyo, que, riendo, le informo. -Eso solo significa que no pase usted cuidado con los honorarios-”[3]
Este relato da cuenta de la estrecha identificación que era posible hacer entre nivel socioeconómico e iglesia de pertenencia en la sociedad norteamericana de mediados del siglo XIX, especialmente entre los sectores sociales altos.
Ahora bien, esta estrecha identidad que se producía entre los grupos sociales de más altos ingreso, era posible de ser hallada entre los de menor ingreso. De este modo, los grupos medios, vinculados a la carrera burocrática estatal y en partidos o el comercio de menor escala, eran habitualmente adherentes de las iglesias históricas liberales, como el metodismo y el luteranismo. Generalmente eran segunda generación de inmigrantes que habían alcanzado ya una posición de confort al interior de la sociedad estadounidense.
Finalmente, en la base de la pirámide de estratificación norteamericana se encontraban bautistas y católicos, siendo los primeros mucho más extendido que el segundo. Se trata de campesino rurales y obreros fabriles, dueños de poco status y prestigio social. Incluían comunidades étnicas marginalizadas, como las multitudinarias iglesias bautistas afroamericanas o las comunidades católicas irlandesas e italianas en New York y Boston.
Si bien se puede decir que esta categorización tiene muchas omisiones y falencias, llegando a ser en algún sentido caricaturesca, es posible homologarla al menos de modo provisional, a la Iglesia de América Latina.
Los sectores de mayor ingreso en el protestantismo históricamente han sido los que pertenecen a la inmigración étnica del siglo XIX. Los luteranos alemanes del sur de Chile y el estado de Santa Katarina en Brasil. Los comerciantes anglicanos en Valparaíso y Santos gozan hasta hoy de una posición aventajada en términos económicos, respecto al resto de sus hermanos latinoamericanos.
Los grupos que componen el segmento mesocrático siguen siendo de protestantismo histórico, pero de segunda ola, ligado a las iglesias misionales. De este modo, entre la clase media se cuentan un porcentaje importante de bautistas, metodistas y presbiterianos. Estos grupos nacen al calor de la masificación educacional y el acceso al consumo.
Finalmente, en los grupos de “baja sociedad”, en el que el pentecostalismo sigue siendo el más extendido, aunque incorporando nuevos carismas como el neo-pentecostalismo y la renovación apostólica entre otros. No es despreciable el papel que juegan las misiones estadounidenses de tercera ola como la Unión de Centro bíblicos.
La clasificación anterior no es univoca y busca simplemente ofrecer aproximaciones cognitivas en torno a la cuestión del doble proceso descrito más arriba. Resulta sumamente complejo elaborar conclusiones sobre fenómenos sociales en pleno desarrollo, Aun así, hay algunas preguntas que quedan por hacer.
Cabe la posibilidad de que el éxodo que describo como protestantinización del pentecostalismo no sea tan extendido como creo. Un análisis cuantitativo puede ayudar y abrir nuevas perspectivas en este sentido. Puede ser precisamente el primer proceso, lo que hemos descrito como la racionalización de los modos de vida y usos culturales de este credo, la que puede estar operando como contención de la fuga, al ofrecer nuevas modalidades de hacer iglesia.
Al acercarme a esta descripción con prudencia y temblor, no me arriesgo a hacer una reflexión pastoral respecto a esta cuestión, ni mucho menos a como estas tendencias son nuevas en la historia de la Iglesia en América Latina. Este trabajo tan enriquecedor, se los ofrezco a los ministros, diáconos, presbíteros y especialmente a la comunidad, invitándolas a un siempre saludable auto-examen. quedo atento a aquello que estos actores puedan aportar a la observación de este este proceso, en la eventualidad necesidad de rectificar lo dicho.
[1]Véase EVGUENIA FEDIAKOVA, Evangélicos, política y sociedad en Chile: Dejando “el refugio de las masas” 1990-2010,
[2] Seymour Martin Lipset, El hombre político: las bases sociales de la política, Editorial Tecnos, pág. 109.
[3] Max Weber, las sectas protestantes y el espíritu del capitalismo, Editorial Taurus, pág. 209-
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