Estudios Evangélicos

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La Iglesia Nacional Presbiteriana de México: la debilidad de la fuerza

El sociólogo que comulga con su objeto no está nunca exento de ceder a la complacencia cómplice de las expectativas escatológicas… El lenguaje sociológico que, incluso en sus usos más controlados, recurre siempre a palabras del léxico común tomadas en una acepción rigurosa y sistemática, y que, por este hecho, se vuelve equívoco en cuanto deja de dirigirse a los especialistas, se presta más que cualquier otro, a utilizaciones falsas: los juegos de la polisemia… todo sociólogo debe ahogar en sí mismo el profeta social que el público le pide encarnar (Pierre Bourdieu)

Este análisis, basado en un breve sondeo realizado entre diversos miembros y ex miembros de iglesias presbiterianas, así como conversaciones y anotaciones que he logrado desde 2003, a la par de mis propias observaciones, se enfocará en las fortalezas y debilidades a nivel general, de la Iglesia Nacional Presbiteriana (INP), particularmente en el centro de México. Me centraré en tres puntos principales que son determinantes del buen o mal funcionamiento de una institución: a) conformación ideológica o doctrinal; b) liderazgo institucional; y c) relaciones sociales entre pares. Finalmente, concluiré con una prospectiva de las tareas pendientes para consolidar una Iglesia fuerte, internamente y al exterior como iglesia evangélica y frente a la sociedad.

Considerando que México es un país centralista y muchas instituciones de distinto signo se manejan con la misma lógica, lo que pasa en el centro de México repercute en el resto de la nación, aunque las configuraciones locales sean distintas y el caso más distintivo son los presbiterios mayas de Chiapas, a los cuales algunos presbiterianos de formación más académica y teológica en seminarios y universidades, no les conceden el beneficio de la duda sobre su cristianismo debido a que la conversión es más colectiva que individual, cuando ésta se presenta en el jefe de familia varón.

El contexto en el que se realizó este diagnóstico fue en 2012, con motivo de los 140 años de presencia oficial en México de la Iglesia Presbiteriana, a invitación expresa de Leopoldo Cervantes y Ariel Corpus para las Jornadas Presbiterianas, en la librería Maranatha del centro de la Ciudad de México.

a) Conformación ideológica o doctrinal

Las doctrinas de cualquier institución están modeladas por las sociedades que las generan y en el caso mexicano, como sociedad receptora del protestantismo, por la reelaboración de quienes aceptan su afinidad con las doctrinas reformadas en sus diversas acepciones. El contexto religioso en el cual convive actualmente el presbiterianismo es el catolicismo en sus variantes tradicionalistas y conservadoras, las cuales son mayoría dentro de ese sistema de creencias, así como en el laicismo promovido por el nacionalismo post revolucionario y la crisis de las grandes certezas, las cuales se conjuntan con el colapso económico, la fe en el hombre, el cuestionamiento de la legitimidad de las autoridades, etc.

En medio de este contexto, la teología es el más grande capital con el cual cuenta el presbiteriano para dar respuestas al catolicismo, laicismo y la fragmentación y derrumbe de los grandes relatos. Aún más, dentro de las diversas corrientes del protestantismo, las doctrinas reformadas aparecen como unas de las más sólidas en países como Gran Bretaña, Estados Unidos y Holanda, frente a la influencia luterana en Alemania y los países escandinavos, así como el catolicismo en los países latinos del sur de Europa, hablando de Europa Occidental. Por tanto, causa extrañeza, si sólo se mirara la doctrina, el abandono de miembros que padece la iglesia: primero con el auge de los pentecostalismos y actualmente con las corrientes carismáticas, neopentecostales o el abandono definitivo del cristianismo protestante.

Eso que en principio se puede llamar la doctrina reformada, en medio del cuestionamiento de las grandes verdades, tiene dos elementos centrales que le permiten su sobrevivencia: historia y gracia. La historia que acompaña el surgimiento de la Reforma y de las doctrinas reformadas, la sobrevivencia en un clima de intolerancia y terror político-religioso, le da credibilidad y valor al creyente que sabe de dónde viene. Debe recordarse que la historia es una de las disciplinas más odiadas de la educación formal y enfrentada por los medios de comunicación masiva con fines de mercadotecnia y olvido social. Por eso, este es uno de los grandes valores que no debe perder de vista el presbiteriano, si desconoce su historia es presa fácil de las trampas teológicas, sociales y políticas que le rodean.

El otro gran bono de la doctrina reformada es la gracia. Ese concepto paradójico que se enfrenta a la total depravación del ser humano, la condena merecida por parte de un Dios soberano y santo. La gracia aparece como la medicina única y eficaz, el hermanamiento con los caídos, la comprensión del prójimo y el hermano. Sin embargo, este elemento suele aparecer como un ornamento doctrinal, pues su puesta en práctica choca con el orgullo que provoca sentirse poseedores de la verdad.

Esta doctrina, la más característica de la INP es también la que más choca con las prácticas cotidianas de sus miembros y sus jerarquías. Para los exmiembros es el elemento más retomado dentro de sus nuevas prácticas en otras iglesias evangélicas, en donde son aceptados y viven realmente una nueva vida, no apagada por el deber formalista de que la letra apague el espíritu. Con frecuencia, la gracia es olvidada para condenar a otros con los que no se está de acuerdo, pero es recordada para excusar faltas socialmente graves de hermanos y pastores “importantes”, por lo cual se puede decir que su uso es selectivo.

Hasta aquí con puntos doctrinales que presentan cierta homogeneidad. Ahora veamos que la INP no es una institución homogénea pues se encuentran al menos cuatro corrientes distintas, apelando más a su sociología, pero sin ignorar sus puntos teológicos de definición, pugnando cada uno de sus representantes por la supremacía dentro de iglesias, presbiterios, sínodos: 1) fundamentalista; 2) conservadurista; 3) evangelicalista y; 4) liberacionista.

1. Fundamentalistas: su ideología está muy ligada al conservadurismo estadounidense, por lo cual casi todos los teólogos actuales son motivo de sospecha, pues atentan contra la sana doctrina. En política se adhieren a la derecha mexicana y los postulados del llamado “libre mercado”, por lo cual, son liberales en el sentido económico. Tienen preferencia por la educación en casa, se oponen férreamente a todo lo que se denomine “evolución”, “socialismo”, “liberalismo moral”. Entre sus virtudes son el deseo de apego estricto a la Escritura, lo cual, sin embargo, suele derivar en intolerancia y poca gracia hacia sus otros hermanos presbiterianos y ya no se diga del “humanismo”, que para ellos es un sistema religioso de adoración estatista y socialista que suple a la religión cristiana. En términos de Rushdoony (2011: 139): “El socialismo no es más que un orden social que trata de asumir las funciones de la familia y proporcionar seguridad desde la cuna hasta la tumba, lo cual le corresponde a la familia. Para que haya socialismo, debe haber una población de hijos malcriados que quieran un gran papá que pueda protegerlos más de lo que sus padres pueden…”. Son los enemigos declarados de los liberacionistas y su bandera de batalla es la familia.

2. Conservaduristas: para algunos pareciera que esta categoría no tendría por qué distinguirse de la “fundamentalista”, pero debido a que se hallan diferencias importantes en términos sociológicos, me ha parecido apropiado ponerlos en otra categoría. No son tan intolerantes en términos ideológicos, pues se disponen más al diálogo con otros presbiterianos ligeramente “más liberales” que ellos. Se suelen ubicar en una tensión entre permanecer en la tradición y actualizarse con los cambios sociales y teológicos a su alrededor sin ser liberales. En mi percepción, este segmento es mayoría en la iglesia presbiteriana del centro de México, pues suelen apostarle a la ortodoxia doctrinal y litúrgica, dejando algunos espacios de actualización litúrgica a los jóvenes “para que no se vayan” -siempre al cuidado de un tutor- principalmente al “mundo” o a iglesias carismáticas. Su lucha doctrinal no es con el fundamentalista, al cual considera aliado en ciertos momentos, sino contra las ideas modernistas que se infiltran en la iglesia y tienen repercusiones morales individuales, sobre todo ligadas con la sexualidad y los vicios. Por alguna razón desconocida, sus baterías no suelen cargarse contra la injusticia social; no son antihumanistas per se; suelen buscar idílicas victorias pasadas, pero con pocas miras al futuro. Se oponen a la teología denominada genéricamente como “liberal”, a la cual cuestionan junto con C. S. Lewis, por una lectura bíblica con los lentes de la hermenéutica desmitificadora: “Si la historia como dice el historicista, es la manifestación del Espíritu o está escrita por la mano de Dios y es la revelación que incluye todas las revelaciones, será necesario recurrir a ella para saber cuáles son los hechos importantes. ¿Cómo determinar de antemano qué acontecimientos constituyen en mayor medida manifestaciones del Espíritu?” (1998: 61) Es decir, la única base sólida de la revelación divina es la Escritura sin el revisionismo historicista, que sería tanto como afirmar que nosotros en nuestros días podemos entender mejor la Escritura que los cristianos de los primeros siglos.

3. Evangelicalistas: este tipo de iglesias le ha apostado “al mover del Espíritu” y en realidad, tienden más hacia el carismatismo sin dejar de ser presbiterianos. Promueven ideas cercanas al “evangelio de la prosperidad”, “liderazgo empresarial” y otros temas que están en boga en iglesias de corte Pentecostal y Carismático. Su liturgia se ha vuelto menos rígida, por lo cual tienen la virtud de que “los jóvenes no se les van” y además resultan atractivas para los visitantes no presbiterianos. Los líderes pueden conocer la teología sistemática de Berkhoff, pero muchos de sus miembros conocen más a John Maxwell. Estos, para no desviarse tanto de la doctrina y parafraseando un antiguo libro de Tony Campolo “¿Cómo ser Pentecostal sin hablar en lenguas?”, dirían, ¿Cómo hablar de prosperidad sin dejar de ser presbiteriano? En este sentido, retoman parches del Catecismo de Westminster, y en el mejor de los casos, al éxito de ventas, Rick Warren y “Una vida con propósito”.

4. Liberacionistas: su apuesta es a una ampliación de los alcances del evangelio, yendo a la participación en los asuntos públicos de modo consciente y dirigido –si bien muchas ocasiones se queda en un discurso de púlpito-. Es clara la influencia de la teología de la liberación, no obstante, hay quienes pueden no proclamarse adeptos de esta corriente. Algunos se suman a lo que se conoce como la Alta Crítica, razón por la cual se reinterpretan temas como el feminismo, la homosexualidad, el erotismo, la salvación, el sacrificio de Cristo, más allá de la ortodoxia reformada. Esto suele ponerlos en una situación de ostracismo, en la cual practican mayor contacto con otros evangélicos y no evangélicos (lo cual suelen llamar ecumenismo), antes que con otros presbiterianos. Así como a los fundamentalistas se les puede ubicar en la derecha política, también a éstos se les puede ubicar en la izquierda política. El enemigo por excelencia dentro del presbiterianismo es el fundamentalista a quienes posicionan del siguiente modo: “Temerosos de perder la vida eterna, la identifican con alguna teología del pasado, con conceptos y soluciones tradicionales, y tratan de imponerlos a una situación nueva y distinta. Confunden la verdad eterna con la expresión temporal de tal verdad… defiende la verdad teológica de ayer como si fuese un mensaje inmutable y opuesto a la verdad teológica de hoy y de mañana” (Tilich, 1972: 15).

Todas estas corrientes se caracterizan por la idea de ser la autoridad moral de la Iglesia, porque guardan la doctrina, la viven, se abren al mover de Dios o su alto grado de conocimientos histórico-sociales y hermenéuticos. Las cuatro son eurocéntricas sin lograr una adaptación al ethos regional mexicano en el que se insertan, sea criollo, mestizo, afro o indígena. La liturgia y énfasis doctrinales que les continúa guiando partieron de la reflexión europea y estadounidense y su posterior adaptación -queriéndolo o no- al campo mexicano. Las corrientes liberacionistas y en menor medida, las conservadoras con mucho mayor resistencia, una parte de sus pastores apuestan por una contextualización de la teología desde donde se vive. Por el contrario, en lo que afirman su mexicanidad sin percibirla, es en prácticas de herencia católico-hispánica bastante caciquiles pues grupos reducidos de antiguos miembros o fundadores de iglesias se apropian del cuerpo de ancianos, se reparten y reciclan los papeles.

Cabe aclarar que para la clasificación de estos segmentos se ha usado el método de los “tipos ideales” de Max Weber, por lo cual, éstos nunca suelen encontrarse en la realidad como se han descrito, sino que sirven como modelos para analizar y clasificar las formas de constituir grupos al interior del presbiterianismo. En la realidad uno puede encontrarse ortodoxos con puntos liberales o liberales defendiendo posiciones fundamentalistas. Este elemento de análisis, por lo tanto, podría ser refutado por los reformacionales, partiendo de que Dooyeweerd (1998: 222-5) señala al origen de la sociología en el motivo humanista y las estructuras de análisis como las de Weber, en completa arbitrariedad, ya que no responden a las estructuras nodales de la creación. Una posición sociológica más compatible con dicha visión sería la teoría de los sistemas del jesuita Niklas Luhmann, que presupone la existencia de un entramado social que funciona de acuerdo con normas explícitas y tácitas .

Estos puntos doctrinales, pero sobre todo la carencia de una ejecución continúa y práctica de la gracia, se encuentran estrechamente relacionados con el siguiente punto, el cual tiene que ver con el liderazgo institucional y sus acciones dentro de la INP.

b) Liderazgo institucional

Los presbiterianos mexicanos harían mal en desconocer la historia cultural del país, pues con ello se hacen presas fáciles de las formas de ejercer el poder tradicionalmente entre sus liderazgos y al interior de sus comunidades. Los cacicazgos han sido las formas tradicionales de gobernar, lo cual implica que la administración de los bienes públicos, y en este caso, religiosos, dentro de una comunidad se gestionan con el sentido de propiedad privada de quienes las dirigen. Así ha sido el caso, tradicionalmente dentro de la Iglesia Católica y otras evangélicas, en la cual las jerarquías son dueñas de los bienes de salvación y las propiedades eclesiásticas, por lo cual pueden manipular, amenazar y excomulgar a quienes no se ajustan a sus mandatos. En teoría, el modelo presbiteriano de gobierno, el cual considera la corrupción humana como un pecado que tienta también a los creyentes, equilibraría la tendencia a centralizar las decisiones en un solo hombre o grupo de personas, con el gobierno de los ancianos, presbiterios, sínodos y asambleas generales.

Sin embargo, la “ingeniosidad del mexicano”, ha logrado hacer de las congregaciones y presbiterios un bien religioso que sirve para los fines personales de quienes detentan el poder, formando camarillas y grupos cerrados para impedir el acceso a personas que podrían disentir del ejercicio administrativo, educativo y pastoral de la iglesia. De este modo, muchas congregaciones pasan a formar parte de un grupo de familias, una familia fundadora o un pastor con carisma. Esto conduce a un claro autoritarismo y, por ende, a la disminución del crecimiento natural que debería tener una comunidad sana en la que las relaciones de solidaridad pierden importancia antes las relaciones de poder interno. Esto se debe en buena medida a que al igual que en los partidos políticos, los candidatos o los ancianos y diáconos, se dejan descansar, dándose el período de tiempo requerido para un receso, pero volviendo a ser los mismos por décadas, para ocupar los cargos “que les pertenecen”. Asimismo, se envejecen dichos cuadros, los cuales pocas veces son renovados y cuando esto sucede, suele pasar que entra un joven de las familias de antaño o alguien que puede coincidir en gran medida con lo ya establecido, para aprender las tareas eclesiales “como deben de ser”. Esto mantiene un sistema legal que funciona, pero funciona mal y la solución no pasa por más reglamentos, sino por un cambio cultural que debe producir el Espíritu en los creyentes; pero parece no ocurrir muy a menudo en ninguno de los grupos enunciados.

Estos grupos de poder suelen conformar las tendencias que se seguirán en las congregaciones, relegando el sacerdocio universal de los creyentes a su vida fuera de las congregaciones. Debido al intelectualismo que suele dominar la vida congregacional, los miembros sin cargo oficial alguno, se retraen de participar activamente pues se les da a entender que no son capaces de enseñar la sana doctrina y son más prestos a causar desorden. Se hace una división contraria al espíritu del cristianismo protestante entre clérigos (los ancianos, predicadores, educadores y pastores) y laicos. Estos mismos clérigos son los que toman decisiones en presbiterios, sínodos y asambleas generales sin informar a sus congregaciones cuál fue su postura, las decisiones tomadas y las discusiones generadas. La queja generalizada de la falta de compromiso por parte de las jerarquías con respecto al creyente común se adjudica a la apatía de la cultura mexicana que permea en la iglesia, pero cabe preguntarse: ¿por qué en otro tipo de iglesias con menos instancias burocráticas, hay un mejor involucramiento de los miembros sin cargos? ¿Esto querría decir que sería preferible eliminar el modelo presbiteriano de gobierno? De ninguna manera, el problema es que la estructura acaba por convertirse en el fin y no en el medio. El fin es la constitución de una iglesia sana para la gloria de Dios, no mantener una estructura de gobierno que ni glorifica a Dios, ni invita a los miembros a unirse a las diversas labores.

Existe, en este sentido, una auto crítica del poco involucramiento en labores sociales por parte de los presbiterianos, una labor históricamente importante y decisiva en los cambios culturales: población vulnerable, defensa de derechos humanos, asistencia social, etc. Por supuesto que se puede esgrimir: “no hay gente, ni para las labores primarias del buen funcionamiento de un edificio eclesial, menos para esas labores”. Entonces muchos de los problemas deben atender a una pregunta legítima: ¿por qué el presbiteriano promedio no se involucra en las tareas eclesiales? ¿El miedo al “caos” pentecostal es más fuerte que la confianza en la formación de los miembros a quienes se dice estar formando bien? Constantemente se reiteran los riesgos de ser una iglesia sin formación doctrinal en la que se podría hacer mucho, siempre adelante, cuando haya madurez de los miembros.

Esta división antinatural, en términos de la teología reformada, entre clérigos y laicos, promueve la opacidad. En este sentido los miembros no suelen enterarse de las diversas posturas al interior del presbiterianismo a no ser que visiten otras iglesias y se lleven sorpresas, mantengan contacto con otros cristianos o por medios ajenos al presbiterianismo como pueden ser periódicos cristianos y no cristianos: huelga en el seminario presbiteriano, los presbiterianos de Acteal, los desplazados por intolerancia religiosa, etc. Por lo tanto, esta diversidad de opiniones es desconocida, el presbiteriano laico suele ignorar la heterogeneidad al interior de la institución a la cual pertenece y, por lo tanto, también su riqueza y la oportunidad de contribuir al país con experiencias democráticas de debate. Esto no es un asunto menor, pues ya en el siglo XIX Alexis de Tocqueville en su “Democracia en América”, decía que la democracia estadounidense se había motivado en buena medida porque en todos los lugares, en especial en las iglesias, la gente participaba en diversas asociaciones, aprendía a debatir, a levantar la voz y a callar, a respetar los puntos de vista ajenos, a formar contrapesos. La IP está limitando a la nación de tener una aportación valiosa a la democracia mexicana, a la sociedad y a las otras iglesias evangélicas. En suma, le queda debiendo a todos, hacia fuera y hacia dentro; la estafeta no está pasando a las nuevas generaciones, muchas de las cuales prefieren no pertenecer más a esta iglesia y siguen la exhortación de Jesús: “obedézcanlos ustedes y hagan todo lo que les digan; pero no sigan su ejemplo, porque ellos dicen una cosa y hacen otra” (Mt. 23:3).

En todo esto, parece que la politiquería contextual de México, también conforma la política al interior de los diversos organismos en donde se toman las decisiones del rumbo a seguir de la iglesia. El problema no es la diversidad de opiniones, sino el deseo de controlar a los otros grupos “equivocados” que yerran de la verdad y la posibilidad, muy catoliquísima, eso sí, de que al interpretar la Escritura los legos se desvíen prontamente de la sana doctrina. Esta falta de cordura para dirimir asuntos menores y la falta de un posicionamiento ante la sociedad, a favor de la cual debemos estar como iglesia, frente a la multitud de hechos que acontecen continuamente, deja un sabor a decepción. Hasta el momento sólo sabemos que el presidente de la Asamblea Nacional Presbiteriana se opone a la “ideología de género” en los libros de texto, pero no sabemos la postura frente a muchas atrocidades que han ocurrido en los últimos años en México, o ya al menos, ante asuntos internos de importancia social: ¿cuál es la posición frente a los presbiterianos presos de Acteal? ¿Cuál es la postura frente a la intolerancia religiosa? ¿Hay un protocolo frente a secuestros y desapariciones forzadas de pastores y miembros de la iglesia?

Los problemas que atañen a todos los miembros de la INP se quedan en las cúpulas locales, regionales y nacionales. En este asunto, se privilegia el silencio y todas las tendencias parece que desean desplazar a las voces discordantes de su pensamiento. La reproducción del autoritarismo de la cultura dominante es algo que está aún lejos de erradicarse dentro de las prácticas jerárquicas presbiterianas .

c) Relaciones sociales entre pares

Directamente relacionado con todo lo anterior, se encuentran las consecuencias de un manejo reconstructivo de las prácticas jerárquicas sobre los “laicos”, las cuales parten de una cultura caciquil y católica. Los miembros sin ninguna posición en el presbiterianismo son los que sufren las consecuencias de este tipo de prácticas, que como ya hemos visto, se reproducen al interior y al exterior de las congregaciones: el miembro es útil, necesario y cuantitativamente importante, pero poco considerado en su dignidad como humano y hermano en la fe.

El malestar se encuentra en la incapacidad y desconfianza con la cual se suele ver a los laicos -término que es opuesto a la tradición reformada-, pues su información y capacidad de análisis siempre serán muy inferiores a las de los especialistas de lo religioso. Los problemas se suscitan ante la ausencia de especialistas, pues los miembros, cuales niños, no podrán dirigirse por mucho tiempo solos, sin la posibilidad de caer en la tentación herética.

Esto divide lo que podría ser una vida sana de comunidad entre jerarquías y los demás miembros. Las jerarquías de todo signo cristiano, recordemos, son para servir, no para ser servidas (ello incluye el reconocimiento y la gloria que muchos anhelan, o satisfacer vacíos emocionales). ¿Cuántas veces no ha ocurrido que un miembro enferma, muere, es llevado a prisión, sufre diversas penalidades y el único consuelo que recibe es “vamos a orar por usted, sea fuerte, Dios tiene el control de todo”? Allí abajo, donde el ocultamiento de las debilidades por parte de las jerarquías es común y añade una pesada carga sobre el resto de la grey a cambio de un intelectualismo racional, que además es de un corte muy machista, se apagan los espíritus, se pierden los dones, se anula la sensibilidad. ¡Esto es terrible! El “saber mucho” lo cual podría ser un poder transformador a la orden de Dios, se convierte en la tergiversación machista del poder demoledor de la dignidad humana de los hermanos (que más bien son vistos como súbditos).

Hasta aquí pareciera una visión unilineal, la jerarquía tiene la culpa y los miembros comunes, no. Nada más alejado de la realidad, cuando un matrimonio no funciona, es de dos. Pero la mayor responsabilidad recae sobre a quién se le ha dado más, porque más le será pedido. El saber es un poder maravilloso cuando es usado para servir: sana enfermos, saca demonios, quita dolencias, restaura el corazón; pero el saber susurrado por la serpiente es para confirmar la frase “conocimiento es poder” para manipular, alinear y expulsar en caso necesario.

La gente tiene proyectos, sueños, anhelos, pero muchos de éstos, al llegar a los ancianos, se encuentran con la barrera del paternalismo: “son buenas tus intenciones, pero eso nos va a desviar del propósito el cual consiste en el programa anual que ya decidimos”. ¿Hay excepciones? Por supuesto, pero no olvidemos, la excepción confirma la regla. Allí abajo la gente ha aprendido de alguna de las corrientes dentro del presbiterianismo, pero lo que más le interesa es el seguimiento de Cristo. Pide ayuda de los “expertos”, pero estos suelen responder fríamente a cálculos racionales y allí es donde no están los jóvenes, ni las mujeres. En esto, nos llevan años luz los pentecostales, los cuales al no suelen acumular tanto afecto al intelectualismo y son más hermanos de acción –lo cual no evita serios peligros, pero podemos aprender algo de ellos, ¿o no?- y si alguien tiene el carisma notorio, sea mujer, niño, anciano, discapacitado, indígena, desempleado o lo que sea, es considerado seriamente. Aquí, las reglas hechas con buenas intenciones han terminado matando el espíritu por ese formalismo religioso al estilo de los fariseos.

Conclusiones

¿Se debe dejar a un lado la tradición? No ¿Eso quiere decir que debemos ser una iglesia inmutable aunque toda la sociedad ya esté en el siglo XXI y nosotros queramos mantener un estilo de la Iglesia Escocesa del siglo XVII? No ¿Debemos dejar a un lado nuestra gran fortaleza, la educación teológica seria? No. No es necesario dejar de hacer esto para hacer lo otro: escuchar, delegar, confiar, arriesgar, dejar un espacio más amplio a la espontaneidad y la sensibilidad. El motivo de este trabajo no es doctrinal -aunque tampoco lo evita-, sino sociológico, pero de alguien que está dentro. Reitero, considero que el problema más grande de la IP, de acuerdo a lo observado y conversado en campo, no son las divisiones doctrinales -que tienen su peso-, sino los usos y abusos de poder, la falta de amor, la sequedad espiritual debido a un intelectualismo que raya en la inexpresividad, el intercambio de medios por fines y viceversa.

No pretendo ser concluyente ni mucho menos. Mi pretensión, como sociólogo es escarbar, ir más allá de lo aparente, aunque hasta este momento sólo he hecho una auscultación y como saben los que son médicos, ésta sólo hace un pronóstico muy errático que puede acertar por suerte o fallar y requiere exámenes cada vez más al interior y al fondo del problema. No pretendo ganar amigos, ni quisiera perder los que tengo, sino ser incisivo en lo siguiente:

1. Muchas de las fortalezas de la INP son sus debilidades, surgieron con una motivación legítima, pero la pretensión soberbia del conocimiento –cuando crees que ya lo sabes, ya te perdiste- ignoró el contexto de inserción del presbiterianismo. Cambiamos de religión, pero no hemos cambiado la cultura, continuamos siendo culturalmente católicos y caciquiles.

2. Hay un clero bien preparado, no obstante, con una mentalidad caciquil, la cual se vuelve en contra de la preparación de los miembros, pues éstos pocas veces estarán lo suficientemente preparados como para delegarles la predicación y enseñanza de las Escrituras. Frente a los excesos a lo largo de la historia de la Iglesia, en un contexto evangélico literalista, es indispensable un bien preparado cuerpo de ancianos. Sin embargo, las prácticas culturales se prestan para detener el crecimiento de la feligresía, pues ésta es un infante permanente en el cual no se puede confiar, pues como no sabe griego, hebreo y arameo, están siempre tendientes a caer en la tentación de la herejía.

3. La tradición calvinista y reformada, surgida en contextos europeos, elemento que nunca se nos debe olvidar como tampoco pretender que nuestra iglesia es un lunar europeo en medio de la mexicanidad, no se trasplantó como quien hace un experimento agrícola para ver si pega. Las culturas son entes vivientes, tienen sus propias lógicas y mientras no seamos conscientes de que somos mexicanos y todos los vicios con los cuales cargamos por vivir en este contexto, erraremos al hacer nuestras reflexiones teológicas y reproduciremos el machismo, autoritarismo, discriminación y todas esas lindezas pecaminosas que asfixian al país.

4. La IP puede contribuir en mucho, tanto a otras iglesias evangélicas como a la sociedad mexicana. Su diversidad debe ser una oportunidad para la expresión cristiana de amor y eso será un mejor servicio al mundo para la gloria de Dios, un ejemplo para otras iglesias, a no ser que queramos mantener la tradición cismática que nos corroe como una maldición desde los primeros días de la Reforma. Si se considera que es mayor gloria a Dios que se deriven al menos otras diez denominaciones de la INP, continuemos por esa senda contribuyendo a la confusión del no creyente, a la burla de la sociedad y a la falta de amor al prójimo, señal visible de la falta de amor a Cristo.

5. Todo está relacionado con todo. Por supuesto que la doctrina es muy importante, pero no soy teólogo y por lo que ya he explicado, en las actuales condiciones, me está negada la posibilidad, institucionalmente hablando, de hacer teología (aunque todo el tiempo, en todo momento, todos, creyentes y no creyentes, hagamos teología). Quienes más saben de esto, deben resolver cuáles serán los límites, hacia un lado y hacia el otro de lo que se defina como presbiteriano. Los debates deben ser intensos, pero intensidad no quiere decir que vas a golpear a tu hermano en la cabeza o lo vas a difamar, intenso puede ser con la voz levantada, pero una vez terminado el debate, confiando en la gracia del Señor, levantarte e ir y darle un abrazo a tu hermano, aunque creas que se está perdiendo en la banalidad o en el fundamentalismo o en el liberalismo.

Bibliografía:
Bourdieu, Pierre. El oficio del sociólogo: presupuestos epistemológicos, México, Siglo XXI, 2008.
C. S., Lewis. El perdón y otros ensayos cristianos, Santiago de Chile, Andrés Bello, 1998.
Dooyeweerd, Herman. Las raíces de la cultura occidental. Las opciones pagana, secular y cristiana, Barcelona, CLIE, 1998.
Rushdoony, R.J. Ley y libertad, California, Ross House Books, 2011.
Tillich, Paul. Teología sistemática I, Barcelona, Libros del Nopal, 1972.