La poesía y el bien común
Resumen del post:
La poesía no nos puede salvar. Pero puede incrementar el bien común al darnos recursos para lo que la racionalidad absoluta rechaza.
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Fecha:
16 octubre 2014, 01.05 AM
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Autor:
Zack Terrell
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Publicado en:
Áreas vocacionales
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La poesía y el bien común
La poesía no nos puede salvar. Pero puede incrementar el bien común al darnos recursos para lo que la racionalidad absoluta rechaza.
Ethan y Levi nacieron muy tempranamente. Por alguna razón, el vientre de su madre había decidido que los gemelos de treinta semanas tendrían mejor oportunidad afuera que adentro. Pesaban apenas más de un kilo. Parecían cualquier cosa menos bebés –cuerpos pequeños, cabezones, demasiada piel. Vino a mi mente Benjamin Button, mientras me asomaba por detrás de la caja de plástico de sus incubadoras y miraba desaparecer las arrugas de sus caras con cada respiración asistida. Las probabilidades estaban contra ellos, tal como contra la docena de otros bebés prematuros en la unidad de cuidados intensivos ese día. Y, con todo, sobrevivieron.
Este fue mi primer encuentro real con la bendición de la tecnología biomédica moderna, y pronto entendí cuánto tenemos que agradecerle. Me hinché de un orgullo existencial por la humanidad y por el sorprendente progreso que hemos hecho en medicina. Quería darle la mano a cada persona responsable por la supervivencia de mis sobrinos y decirle “¡gracias!” hasta que supieran lo que quería decir. Fue en los meses siguientes, mientras miraba a Ethan y Levi crecer, que me di cuenta de la importancia de alabar y defender las premisas de investigación científica.
Pero si la historia nos enseña algo, es que una alabanza como aquella es un rostro de Jano, y que puede suponer una amenaza a la vitalidad de la cultura, mediante la resistencia a sacar sabiduría de los opulentos pozos de la poesía. Una narrativa curiosa ha tomado forma en nuestra cultura. Lo que comenzó como una defensa de la ciencia, en ciertos espacios se ha corrompido como defensa de un cientificismo. Fue una anomalía ideológica entonces, pero ha reunido una feroz cantidad de nieve. Suena como sigue:
Dado lo que conocemos por las ciencias, las respuestas son todas bastante obvias. ¿Hay un Dios? No. ¿Cuál es la naturaleza de la realidad? Lo que la física dice que es. ¿Son el aborto, la eutanasia, suicidio, pagar impuestos, ayuda al exterior, o cualquier otra cosa que no nos gusta, prohibidos, permitidos o a veces obligatorios? Todo vale[i].
Si bien pueden ser beneficiosas en algún nivel, no es raro que con afirmaciones como ésas se reduzca los problemas. Son intentos por responder preguntas que están fuera del alcance del método científico, y en un lenguaje de una certeza tan fuerte como para descartar cualquier otra respuesta posible. Son ejemplos claros de cómo “la religión de la ciencia” puede volver tontos a hombres inteligentes[ii].
A esta atrevida y omniabarcante aplicación de la ciencia a la vida le es también inherente un pernicioso recolorear el conocimiento:
”Hay solo un camino para adquirir conocimiento, y la ciencia es el camino para ello”[iii].
Lo que este tipo de declaración tácitamente asume sobre la naturaleza del conocimiento, puede ejercer una presión incluso más fuerte que la ejercida por la primera declaración acerca de la realidad física. Cuando recoloreamos la naturaleza del conocimiento, el empirista estará de acuerdo en que recoloreamos la naturaleza de la persona humana.
La conclusión es la siguiente: el desafío más importante planteado por esta nueva comprensión de la adquisición de conocimiento, es que ve a todo el organismo humano como una de sus partes: su componente racional. Una cultura instruida acerca de la vida por la ciencia, que ve a todo el organismo humano solo en términos de su componente racional, no respetará la dignidad que tenemos como criaturas amantes, deseantes y afectivas[iv]. Confinará las barreras del conocimiento a una conciencia focal y rechazará el sobresaliente papel del hombre en considerar posibilidades –que es de donde las ciencias nacieron. Suplantará al logos por la voluntad, dando a los individuos el sentimiento de un gran poder y control, pero sin ofrecer ningún estándar o guía para su uso. Reduciendo el valor, ordenará todos los aspectos de su mundo hacia la eficiencia, la facilidad y la maximización de la utilidad.
Y finalmente, y más importante por nuestros propósitos, relegará la imaginación a los márgenes de la cultura.
¿Que podemos concluir de la ausencia de poesía en el día a día, o en cualquier día? No, quizá, que la imaginación esté terminándose, pero muy probablemente que hemos olvidado dónde cultivarla mejor.
Aprender a amar la poesía podría resultar una valorable práctica de oposición al lenguaje cientificista de la certidumbre y su asalto a la completitud de lo humano. La verdad, científica o no, necesita a la belleza para resguardarla de volverse dura y dogmática. Hay un profundo misterio en el arte de la poesía, que está dirigido a perforar la ilusión de que vemos el mundo directamente. Y lo hace hundiéndose en lo profundo de la conciencia, hacia el kardia de nuestro ser, mostrándonos cuán imprecisa puede volverse nuestra certeza.
Así que si necesitamos la poesía, no es porque necesitemos ser un poco más cultos, como para que podamos participar de una conversación sobre la última aparición de Philip Levine en The New Yorker. Pero eso nos convertiría en tan altaneros como los defensores del cientificismo. Si necesitamos la poesía, es porque necesitamos ser más humanos. Porque la poesía
expande la mente al dar libertad a la imaginación… vigoriza la mente dejándola sentir su facultad –libre, espontánea e independiente de la naturaleza- de considerar y estimar la naturaleza como un fenómeno a la luz de aspectos que la naturaleza por sí misma no nos permite experimentar[v].
Estas palabras de Kant apuntan a lo mismo que digo aquí. Sin los términos de la imaginación que la poesía emplea, hay cosas fundamentales que no pueden ser dichas. Los términos de la ciencia solos no pueden proveer una respuesta unificada para el conocimiento y la vida.
Aquí hemos llegado a nuestra última pregunta: ¿qué puede la poesía significar para una buena sociedad?
David Brooks ha sugerido, y creo que correctamente, que la poesía es una herramienta que perfora “la ilusión de que vemos el mundo directamente”[vi]. Es una práctica saludable detenernos y apreciar cuán tenue es realmente nuestra noción de la realidad. Necesitamos poesía para entender que no entendemos. Lo que nos puede ayudar a alcanzar, entonces, si nada más lo hace, es una encantadora autoconciencia de la debilidad de nuestro entendimiento, idealmente antes de que la certeza se torne tragedia.
Cuando el poder guía al hombre hacia la arrogancia, la poesía le recuerda sus limitaciones. Cuando el poder estrecha las áreas de interés del hombre, la poesía le recuerda la riqueza y diversidad de su existencia. Cuando el poder corrompe, la poesía limpia, pues el arte establece las verdades humanas básicas que deben servir como piedras de tope de nuestro juicio. El artista, aunque confiado en su visión personal de la realidad, se convierte en el último campeón de la mente individual y la sensibilidad contra una sociedad intrusiva y un estado entrometido (JFK).
El año pasado en China, el poeta Zhu Yufu publicó un poema de 76 palabras titulado “Este es el tiempo”, en el que llama a la gente de China a “expresar el canto de su corazón” y a “escoger qué ha de ser China”. Por esto, fue acusado de “incitar a la subversión contra el poder del Estado”, y ha sido sentenciado a siete años de prisión.
Otro poeta chino, Liu Xiaobo, está actualmente en su tercer año de una sentencia de once por la misma ofensa que Yufu. El 10 de abril, un volumen de 292 páginas de la poesía que llevó a problemas a Xiabo será publicado en los Estados Unidos. La colección está inspirada por los eventos de las protestas de la plaza de Tiananmén.
“En nuestro país” dice el poeta norteamericano Aaron Belz, “se ha vuelto raro pensar que la poesía podría cambiar la dirección de la civilización, pero las autoridades en China y en Arabia Saudita están en lo correcto al asumir que tanto 76 palabras como 140 caracteres son capaces de afectar realidades políticas”[vii].
Que no se malentienda lo que trato de decir. La poesía no nos puede salvar. Pero puede incrementar el bien común al darnos recursos para lo que la racionalidad absoluta rechaza: nuestra imaginación.
La primera función de la poesía, entonces, es mostrarnos que hay un lente a través del cual nos asomamos a nuestro mundo, y que vemos oscuramente a través de él. Una cultura instruida sobre la vida en este sentido será más humana. Crecerá confortablemente con la tensión entre entendimiento e incertidumbre -el misterio, asombro y complejidad de vivir juntos. Expulsará nuestro temor a la complejidad de las cosas y nos ayudará a comenzar a “reconocer patrones, mezclarlos, aprehender las relaciones y seguir semejanzas inesperadas”[viii]. Con práctica, se puede vivir más poéticamente. Esa puede ser una cultura en la que Ethan y Levi no solo sobrevivan, sino que florezcan.
[i] El resumen del libro The Atheist’s Guide To Reality, de Alex Rosenburg, del artículo de Leon Wieseltier “The Answers,” The New Republic, December, 14, 2011.
[ii] Leon Wieseltier, ibid.
[iii] Alex Rosenburg, The Atheist’s Guide To Reality: Enjoying Life Without Illusions, (New York: W.W. Norton & Company, 2011), 58
[iv] La más importante discusión de este punto se encuentra en James K. A. Smith, Desiring the Kingdom (Grand Rapids, Baker, 2009)
[v] Immanuel Kant, Crítica del juicio, §53
[vi] David Brooks, “Poetry For Everyday Life”, The New York Times, April 11, 2011
[vii] Estoy en deuda con Aaron Belz por llamar mi atención sobre estas historias y por mostrar su sentido en un maravilloso reciente artículo en Capital Commentary titulado “Terrifying Sentences”.
[viii] David Brooks, ibid.
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