La tarea de un (auto)crítico cultural. Entrevista con Os Guinness
Resumen del post:
Ya en los años setenta Os Guinness estaba emergiendo como uno de los principales críticos de la cultura (y de la iglesia) contemporánea, una fama que desde ahí en adelante se ha consolidado cada vez más.
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Fecha:
13 junio 2011, 10.04 PM
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Autor:
Estudios Evangélicos
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Publicado en:
Entrevistas
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La tarea de un (auto)crítico cultural. Entrevista con Os Guinness
Ya en los años setenta Os Guinness estaba emergiendo como uno de los principales críticos de la cultura (y de la iglesia) contemporánea, una fama que desde ahí en adelante se ha consolidado cada vez más.
Os Guinness nació en China en 1941 y regresó a Inglaterra tras la revolución, en 1951. Treinta años más tarde obtuvo su doctorado de Oriel College, Oxford. Pero ya en los años setenta estaba emergiendo como uno de los principales críticos de la cultura (y de la iglesia) contemporánea, una fama que desde ahí en adelante se ha consolidado cada vez más. Entre sus libros destacan obras como The Gravedigger Files (Los archivos del sepulturero, ahora publicada como The Last Christian on Earth) y The Call (El llamado). Tres de sus libros han sido publicados en castellano (por Andamio/Clie): Amarás a Dios con toda tu mente (originalmente publicado como Fit Bodies, Fat Minds: Why Evangelicals Don’t Think and What to do About it), El fenómeno de las megaiglesias. Una perspectiva crítica, y La hora de la verdad. Con él hemos conversado sobre la naturaleza de la crítica cultural.
¿Podría decirnos algo acerca de cómo llegó a dedicar su vida a la clase de crítica social que ha desarrollado? ¿Cuáles han sido los autores más influyentes en su propio desarrollo intelectual en este ámbito?
Quiero dejar claro que soy un apologista tanto como un analista, y más que entender el mundo quiero entender el evangelio –pero las dos cosas van de la mano. En términos de análisis cultural, yo soy un hijo de los años sesenta, y estoy contento de serlo, a pesar de todas las locuras de mi generación. Esa década me desafió a pensar. Nada era evidente. Nada podía darse por sentado. Todo tenía que ser pensado de nuevo desde el punto de partida. Teníamos que saber qué es lo que creíamos, por qué lo creíamos, y comprender la forma de presentarlo y defenderlo en forma convincente a los demás.
Eso condujo a lo que Sócrates llama una “vida examinada”, y estoy agradecido de haber descubierto muchos héroes intelectuales en el curso de esa búsqueda. De los que nos han precedido mis mentores intelectuales más importantes son San Agustín, Blaise Pascal, Fyodor Dostoyevsky, y G. K. Chesterton. Pero en vida tres personas han dejado una huella en mí. El primero fue C. S. Lewis, a través de quien llegué a la fe y cuyo clarísimo pensamiento todavía es siempre una ayuda y un desafío. El segundo fue Francis Schaeffer, quien me demostró lo que significa amar a Dios con pasión, amar a la gente con pasión, y amar la verdad apasionadamente. Schaeffer bien podría haber dicho, como decía Nietzsche, que “para mí todas las verdades están escritas con sangre”. El tercero, y en cierto modo la influencia más importante, es Peter L. Berger, el eminente sociólogo estadounidense sobre el que hice mi doctorado en Oxford. Me introdujo a la disciplina de la sociología del conocimiento, y me iluminó respecto de la comprensión de la vida moderna más que cualquier otra persona – y todos esto con su inimitable sentido del humor.
Usted es conocido como uno de los más agudos críticos sociales cristianos de la actualidad. ¿Podría ayudarnos a definir qué tipo de actividad es la crítica social o la crítica cultural?
Como seguidores de Jesús, estamos llamados a estar “en” el mundo, pero a “no ser” de él, no a ser “conformados, sino transformados por la renovación de nuestras mentes”. La tensión presente en ese dualismo social es el secreto del dinamismo cultural del Evangelio, pero por supuesto que eso es muy fácil de decir y difícil de hacer. La pregunta clave es si es la palabra o el mundo lo decisivo para la iglesia en la práctica, el Espíritu del Señor o el espíritu de la época. Una implicación de esto es que para resistir el mundo, tenemos que reconocer los peligros del mundo en nuestro tiempo, y esto requiere un buen análisis cultural.
En Europa y América del Norte, muchos evangélicos tienen conocimiento razonable del peligro de las ideas falsas y están algo familiarizados con la disciplina de la “historia de las ideas”. Pero saben mucho menos respecto de cómo analizar la cultura, y entienden muy poco sobre cómo usar la herramienta de la “sociología del conocimiento”. No se trata de lo uno o lo otro. Ambas herramientas son necesarias, pero la sociología del conocimiento es la más útil para lidiar con conceptos como “modernidad” y “globalización”. Por ejemplo, los teléfonos móviles y los medios de comunicación social están dando forma a nuestro mundo en formas que son tan importantes como una filosofía como el “postmodernismo”.
Una generación atrás, la sociología era un mundo desconocido para muchos evangélicos. Ahora es mucho más común, pero la sociología muy a menudo se mantiene en el plano de las estadísticas (que son una obsesión americana), o se la usa como si “lo que es” fuera idéntico con “lo que debería ser”. Así, los evangélicos estadounidenses siempre parecen perseguir la relevancia, creyendo que “lo último es lo mejor” o que “lo más reciente es lo verdadero”. No es de extrañar que una y otra vez acabamos persiguiendo las modas y caemos en la intrascendencia. Los cristianos no han hecho su tarea en el análisis del mundo de nuestro tiempo.
No quiero dar la impresión de que la crítica cultural es fácil. Contrariamente a la idea de “la aldea global”, ahora estamos tratando con todo el mundo todo el tiempo, lo que significa que el mundo es más grande que nunca. Y, por supuesto, en un mundo de inmediatez instantánea, el mundo cambia más rápido que lo que nos demoramos en comprenderlo. Así que nuestra mejor comprensión es muy limitada y tenemos que ser muy humildes. Por sobre todo lo que decimos y pretendemos debemos constantemente escribir “sólo Dios sabe”. Sin embargo, seguimos siendo responsables de “leer los signos de los tiempos” para saber qué curso debe seguir la iglesia.
Muy diversas visiones de mundo están activas en la crítica cultural. Entre los proyectos más influyentes se podría mencionar el tipo de crítica cultural que viene de grupos postmodernos, o de un marxismo modificado como el de la escuela de Frankfurt. ¿Diría usted que hay una tradición o escuela igualmente distintiva de crítica cultural cristiana?
Tiene usted razón en que hay diversas formas de análisis cultural con sus propios problemas, y sus herramientas deben utilizarse con gran precaución – la sociología del conocimiento de Marx y Mannheim, por ejemplo. Pero en mi opinión, la formulación de Peter Berger evita todos los problemas y nos ayuda a hacer lo que las Escrituras nos llaman a hacer: entender el mundo con el fin de resistir y participar fielmente.
Usted ha mencionado aquí algunas veces la sociología del conocimiento, y en varias conferencias y publicaciones ha también argumentado que los cristianos han dejado de lado esta disciplina. ¿Podría explicar el objeto de esta disciplina y por qué este descuido sería particularmente dañino?
La diferencia entre “la historia de las ideas” y “la sociología del conocimiento” es fácil de explicar. La primera de éstas trabaja partiendo desde los pensadores, hacia las ideas, y luego hacia la influencia de las mismas –“las ideas cayendo como en la lluvia”, como decía Schaeffer. La sociología del conocimiento hace lo contrario. Trabaja desde el mundo vital de las personas o desde sus contextos sociales, y traza cómo estos contextos influencian incluso su pensamiento –sin hablar siquiera de los pensadores. El ejemplo más claro es nuestra experiencia moderna del tiempo. Sería imposible culpar a algún filósofo determinado por nuestra vida de ajetreo y de 24×7. Más bien se trata de la influencia de los relojes, creación de los países industrializados en el siglo XIX, y ahora digitalizados en la era del ordenador. Así, los africanos son astutos cuando dicen: “los occidentales tienen relojes, los africanos tienen tiempo”. Del mismo modo se puede analizar cómo los teléfonos móviles han cambiado nuestra experiencia de la “presencia”, y así sucesivamente.
Cuando uno mira los títulos de sus obras, se hace inmediatamente evidente que este tipo de actividad no sólo implica una crítica de la cultura que nos rodea, sino también de la propia Iglesia. De hecho, una de sus obras que ha sido traducida al español es una crítica al movimiento de las megaiglesias. La crítica cultural, entonces, no es “nosotros” contra “ellos” …
Usted tiene razón. Como evangélico que cree en el principio de “semper reformanda” creo que tenemos que criticarnos a nosotros mismos tanto como al mundo, y el hecho es que la iglesia occidental es débil porque es mundana. Por ejemplo, cuando el movimiento de iglecrecimiento se dispuso a hacer crecer iglesias “sobre una base nueva” -como lo dijo uno de sus principales defensores-, abrazó acríticamente el uso de la gestión y el marketing, y casi sin notarlo se importó mundanalidad en la iglesia. Por esto podemos decir que el evangelicalismo norteamericano le pisa los talones al protestantismo liberal en su cortejo al espíritu de la época. Ni que decir tiene, la crítica cristiana es como un boomerang y siempre vuelve. Yo, que critico al movimiento de megaiglesias, puedo ser igualmente mundano en otro campo de la vida – ¡y tengo que estar abierto a que usted lo diga!
En Los archivos del sepulturero (The Gravedigger Files), usted nos da un ejemplo de esta crítica simultánea de la Iglesia y la cultura que nos rodea con las siguientes palabras: “El cristianismo contribuyó al surgimiento del mundo moderno; el mundo moderno, a su vez, ha minado el cristianismo. El cristianismo ha cavado su propia tumba”. ¿Podría explicarnos en qué medida la comprensión de aspectos específicos de la cultura moderna es esencial para una crítica cultural sana? Después de todo, algunos cristianos sostienen que los males que enfrenta el hombre han sido más o menos los mismos en todas las épocas y que, por lo tanto, no debemos criticar tan enfáticamente a la modernidad.
Una de las lecciones de la historia de la iglesia es que no hay cultura alguna que haya sido cristiana y que no existe una edad de oro en pasado alguno. Nuestra época de oro está siempre en el futuro. Sin embargo, hay razones por las que debemos criticar nuestra época en particular. En primer lugar, porque estamos en nuestra propia época como un pez en el agua, y ésta es tanto más difícil para nosotros de ver, entender y analizar. En segundo lugar, porque no tenemos que hacernos responsables por el pasado o el futuro, sino por nuestra época. En Hechos 13 Pablo dice sobre David que “sirvió al propósito de Dios en su propia generación, y durmió”. Ésa debiera también ser nuestra meta.
Podemos apreciar o criticar cualquier generación en el pasado, pero somos responsables ante Dios por nuestra propia época. Ésta es la razón por la que he criticado el postmodernismo con tanta fuerza, aunque sus defensores dicen que seguramente la modernidad era igual de mala. Como cristianos, nosotros podemos encontrar cosas que apreciar en estas dos mentalidades y épocas, pero hay una simple razón de por qué el postmodernismo es más peligroso: es el peligro de hoy, mientras que el modernismo es en gran medida un peligro de ayer.
Por crítico que usted sea de la época moderna, no está sugiriendo que debamos entender el cristianismo simplemente en términos contraculturales. En relación a esto vuelvo a recordar un pasaje de Los archivos del sepulturero, donde usted escribe sobre los riesgos de una subcultura: a medida que crece, su propio potencial comercial también se hace más fuerte, y se convierte en algo que cualquiera puede comprar o vender. ¿Podría explicar esto un poco más? ¿Qué clase de tercera vía tiene usted en mente si hemos de ser críticos tanto de la cultura como de la contracultura o subcultura?
Una cultura es muy simplemente “una forma de vida vivida en común”. Entendido de esta manera, el vivir juntos el Camino de Jesús producirá siempre una cultura y, si somos muy fieles, una civilización. Una civilización no es más que una cultura con la extensión suficiente (que se extiende mucho), con la duración suficiente (que dura mucho), y con la elevación suficiente (que produce suficientes cosas admirables). Cuando el mundo se despliega con poder en contra de la iglesia, la iglesia será, evidentemente, una contracultura – por ejemplo, la iglesia primitiva o la iglesia en la China de hoy. Pero cuando la iglesia se vuelve más poderosa que la cultura de la época, como sucedió en Roma, la iglesia se convierte en la cultura dominante.
No es sorprendente que sea más fácil ser fieles como una contracultura, porque la iglesia tiene que permanecer alerta. Pero del mismo modo hay que decir que la mayor corrupción siempre ha llegado cuando la iglesia se convierte en la cultura dominante. No es casualidad que los peores males cristianos, tales como la Inquisición, las Cruzadas, y la masacre de los albigenses, surgieron precisamente en la época más cristiana, la “época de la fe” – de la “cristiandad”. La iglesia medieval, literalmente, perdió el énfasis de Agustín en las dos ciudades (la ciudad de Dios y la ciudad del hombre). Como admitió un escritor, la cristiandad se convirtió en “una ciudad” y surgieron así los mayores males cristianos y los excesos que seguimos viviendo hoy. En nuestro éxito reside la semilla del fracaso.
La verdad. Usted tiene una obra con ese título, y en el reciente Congreso de Lausana en Ciudad del Cabo insistió en la importancia de la verdad, que sólo teniendo un alto concepto de la verdad podremos resistir el mal y la hipocresía. ¿Pero cómo abordar el peligro opuesto, el peligro del cinismo, de una “búsqueda de la verdad” que consiste en siempre estar quejándose y diciendo lo que se piensa sin importar a quién se tiene al frente? En un mundo que, en medio de su relativismo, parece poner la “sinceridad” por encima de todas las demás virtudes, ¿no hay también un riesgo de pervertir la crítica social por un paradójico “exceso de verdad”?
El cinismo no es el resultado de la verdad, sino del abandono de la verdad. Si, como afirma Nietzsche, no hay tal cosa como la verdad, y lo que llamamos la verdad es realmente un intento encubierto por alcanzar más poder, entonces siempre deberíamos ser cínicos: siempre tendríamos que estar intentando encontrar la agenda oculta, la eventual ganancia que podría sacar nuestro interlocutor de lo que dice, y así sucesivamente. Pero para los cristianos la verdad es importante no sólo para resistir al mal y la hipocresía, sino para ser fieles a Dios, quien es Él mismo la verdad. En ese sentido bíblico, la verdad nunca se separa de otros aspectos del carácter de Dios. Así, se nos manda a hablar “la verdad con amor”, y otras cosas por el estilo. Sin duda un énfasis desequilibrado en la verdad puede ser peligroso, como sabemos por la historia de la iglesia y las amenazas de un dogmatismo excesivo y del enjuiciar a los otros. Pero el mismo imperativo cristiano que conduce hacia la verdad también conduce hacia el amor, la gracia y humildad, y eso es sólo el comienzo de la forma en que la verdad debe ser equilibrada.
Entrevistó Manfred Svensson
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