¿Moral sexual o moral social?
Resumen del post:
La contraposición entre moral sexual y social es común entre las diversas partes en contienda; no es, pues, extraño lo estéril de la misma.
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Fecha:
20 octubre 2012, 08.45 PM
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Autor:
Manfred Svensson
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Publicado en:
Actualidad y Opinión
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¿Moral sexual o moral social?
La contraposición entre moral sexual y social es común entre las diversas partes en contienda; no es, pues, extraño lo estéril de la misma.
¿Qué nos debiera preocupar más, la foto de dos hombres besándose, o la foto de un niño padeciendo hambre en África? Ese tipo de preguntas, y el conjunto de liviandades que a diario toca escuchar sobre la presunta concentración del cristianismo en la ética sexual en lugar de la ética social, tienen la pretensión de estar corrigiendo un desequilibrio en la reflexión moral cristiana. Pero cabe preguntarse si tal desequilibrio efectivamente ha existido. Si la respuesta a esa pregunta es negativa, cabe luego preguntarse qué es lo que realmente revela la contraposición entre ética social y sexual.
Vamos a lo primero, la cuestión de si de hecho ha existido tal desequilibrio. Creo que el sólo hecho de plantear de modo audible la pregunta nos puede ayudar a abrir los ojos, de modo que dejemos de lado ese tipo de generalizaciones lapidarias sobre la historia del cristianismo. Quienquiera que esté familiarizado, aunque sea mínimamente, con algún periodo de la historia del cristianismo –con la iglesia antigua o la medieval, con la Reforma o el pietismo- sabe que la magnitud de la obra social cristiana es gigantesca. Si tenemos la percepción de que ha habido un desequilibrio, eso puede deberse a que estemos repitiendo acríticamente un invento, o bien puede responder a cierta realidad: a la realidad de que unas dos generaciones atrás tal desequilibrio sí puede haber existido. Pero proyectar los errores de la generación antepasada hacia atrás, como si fueran representativos de toda la historia del cristianismo, es un error garrafal (aunque es uno fácil de cometer en épocas tan carentes de conciencia histórica como la nuestra). Con esto no quiero negar que haya habido también a lo largo de toda la historia dificultades para lidiar de un modo correcto con la enseñanza sobre la sexualidad. Ciertamente las ha habido, pero no como algo excepcional, sino tal como las ha habido respecto de casi cada área de la vida humana.
Alguien podría responder que si bien en la práctica ha habido de todo, en la enseñanza sigue habiendo desequilibrio, que la enseñanza está siempre obsesivamente centrada en la sexualidad: “nunca es lícito fornicar, pero a veces es lícito hacer negocios”, reza una clásica fórmula del derecho canónico, que parece confirmar esa tesis. Como mejor se puede atender a tal inquietud es efectivamente dirigiendo la mirada a lugares donde la enseñanza esté consignada por escrito, lo que facilita la medición del eventual desequilibrio. Quien haga tal ejercicio podrá constatar que, por ejemplo, de las 14 encíclicas de Juan Pablo II, sólo una trata (entre otros) temas de “moral sexual”. Quien recorra catecismos, católicos o protestantes, se encontrará con el mismo equilibrio. ¿Qué pasa entonces con la citada frase sobre la licitud de los negocios y la ilicitud de la fornicación? Sencillo: la idea expresada con esa frase se puede formular también al revés: “nunca es lícito estafar, pero a veces es lícito tener relaciones sexuales”. El punto de ambas formulaciones es que hay algunos tipos de actos siempre malos (que nadie puede, por ejemplo, realizar una “violación bienintencionada”), mientras que para otros actos hay que entrar a considerar muchos factores (por eso la idea es que a veces es lícito hacer negocios; a veces, no siempre, lo que nos obliga tanto respecto de los negocios como sobre la sexualidad a una reflexión prudente y detallada).
Todo el discurso sobre el presunto desequilibrio parece pues infundado. ¿Pero qué es lo que entonces revela esa tan frecuente contraposición entre ética social y ética sexual? Varias cosas. En primer lugar, esa división muestra cuán abstractamente se está pensando sobre nuestra vida moral. Si soy un diputado al que le toca legislar sobre la naturaleza del matrimonio, obviamente el dedicar el día de dicha votación a pensar y hablar sobre los niños con hambre en África habrá sido una evasión de mi deber. Digámoslo con todas sus letras: habrá sido una irresponsabilidad hablar del hambre. Si, en cambio, dirijo una industria cuyas inversiones afectarán el hambre de dichos niños, por supuesto sería una evasión que en lugar de someter mis inversiones a una evaluación moral sólo me dedique a hablar de la crisis de la familia. Existe algo que podemos llamar “proximidad moral”, y atender a eso, a lo que nos resulta moralmente próximo, en lugar de plantear abstractas preguntas sobre qué es lo peor, sería un buen primer paso para orientar nuestro actuar.
Pero el más mínimo aterrizaje en la realidad nos va a mostrar también que la mayor parte de los problemas humanos son tales, que en ellos se encuentran entrelazados los fenómenos que algunos quieren dividir en sexuales y sociales. Casi cualquier tópico que uno aborde muestra ese rostro complejo: se puede hablar del divorcio como un problema económico, de la prostitución como un caso de esclavitud, de la mala educación como un problema familiar, etc. Precisamente la obsesión por pretender lo contrario (que los dos primeros son temas cercanos a la “ética sexual” y el tercero en cambio cercano a la ética “social) puede ser uno de los frenos a cualquier avance. Quien insiste con estas abstractas divisiones llega a absurdos sin fin, como la idea de que haya que ocuparse “no de los problemas morales, sino de los sociales” (negando así que alguien pueda tener una responsabilidad moral por la pobreza), o como la idea de que el aborto fuera un capítulo de “ética sexual” (que es donde hay que ponerlo para convencernos de no hablar de él, aunque nadie puede imaginar qué tiene de sexual).
Para ser franco, creo que aquí no sólo hay una confusión intelectual, sino que en muchos casos dudo ya derechamente de la honestidad de la pregunta por la respectiva primacía de moral sexual o moral social. Ciertamente se puede decir que los cristianos estamos en deuda en todo, y si alguien quiere decir que nuestra acción y reflexión social ha sido precaria, no puedo estar más de acuerdo –pero ciertamente no ha sido por haber hecho las cosas demasiado bien en el campo de la “ética sexual”. Quien nos llama a abordar uno de estos campos en lugar del otro tal vez sólo nos está diciendo de modo indirecto que en realidad no quiere orientación respecto de ninguna área de la vida –motivo por el que le importa tanto dividir la realidad en áreas, para irnos empujando de una a otra. Pero también ese fenómeno es tan antiguo como la reflexión social cristiana. Aquí está la manera en que lo retrata Abraham Lincoln durante la discusión por la esclavitud.
«Ustedes dicen que consideran mala la esclavitud, pero al mismo tiempo denuncian cualquier intento por acabar con ella. ¿Hay también otras cosas que consideren malas, pero que no estén dispuestos a tratar como malas? ¿Por qué son tan cuidadosos, tan tiernos respecto de este mal y respecto de ningún otro? No nos dejan hacer cosa alguna respecto de la esclavitud como si fuera mala, ni siquiera hay algún lugar en el que se pueda decir que es mala. En los estados libres nos dicen que es mejor callar, porque ahí la esclavitud no existe; en los estados esclavistas en cambio hay que callar porque ahí existe. No debemos decir que es mala cuando actuamos en la esfera política, porque eso es moralizar la política, pero tampoco lo debemos decir desde el púlpito, porque eso es politizar la religión».
Que podemos estar equivocados en lo que decimos sobre la sexualidad o sobre la educación es evidente, y por eso siempre hay que adoptar el hábito de hacerse cargo de las críticas; pero bien distinta debiera ser nuestra actitud ante los que nos llamen a no hablar de algo. Ahí no es de un argumento que haya que hacerse cargo, sino que es una evasión la que debe ser desenmascarada.
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