Naturaleza y teleología desde la física
Resumen del post:
En el ámbito de las relaciones entre ciencia y religión, hoy esta problemática constituye una de los temas más desafiantes, y se ha abordado desde varios frentes.
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Fecha:
24 septiembre 2011, 05.08 AM
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Autor:
Manuel David Morales
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Publicado en:
Áreas vocacionales
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Naturaleza y teleología desde la física
En el ámbito de las relaciones entre ciencia y religión, hoy esta problemática constituye una de los temas más desafiantes, y se ha abordado desde varios frentes.
Hoy somos testigos de un genuino renacimiento del argumento del diseño. Y curiosamente, el más interesado en estudiarlo no es el teólogo propiamente tal, sino más bien el científico, quien día a día se asombra con los nuevos secretos develados por la naturaleza. El presente artículo contribuye con una breve e ilustrativa exposición sobre tres aspectos teleológicos significativos: la inteligibilidad de la naturaleza, el principio antrópico, y el fenómeno de la emergencia. Todo con un especial énfasis en las ciencias físicas. De manera previa, se proporcionará una pequeña introducción a la problemática, se analizará a grandes rasgos el modelo de “complementariedad” entre ciencia y religión, para luego especificar algunas directrices importantes relacionadas con la epistemología de esta renovada forma de “teleología metacientífica”.
Una de las principales motivaciones que me llevó a estudiar ciencias físicas, fue la curiosidad de conocer cómo funciona el mundo natural, e incluso como todo estudiante recién egresado de secundaria, con una visión algo romántica y artística de la labor científica. Creo que si no hubiese sido por mi padre, quien con estudios en ingeniería de antemano me lo advertía, jamás hubiese imaginado que la física es una empresa realmente rigurosa, en donde la objetividad, la experimentación y la matemática es el alimento intelectual de cada día. Este hecho es sumamente significativo, ya que a diferencia de las ciencias sociales, la física, y en general todas las ciencias fácticas, “despersonaliza” por completo su objeto de estudio. Cuando se investiga el movimiento de los planetas, estrellas, galaxias o las placas tectónicas terrestres, no suponemos que es debido entidades fantasmagóricas ocultas, sino más bien a leyes naturales, regulares e inteligibles. Lo mismo sucede en el estudio del ser humano, ya que aún cuando somos conscientes de que la persona evidentemente posee dimensiones trascendentes como lo son la creatividad artística, la libertad, el sentido moral, entre otras, en términos científicos solo nos preocupa su funcionamiento mecánico y biológico, por lo que al final y para fines de estudio, se termina reduciendo a una máquina equiparable a cualquier sistema físico. Por supuesto que hoy esto pareciera ser incluso hasta de sentido común, ya que evidentemente vivimos en un siglo en donde la ciencia moderna configura de manera determinante nuestra cultura occidental; sin embargo, esto es algo que ocupó muchos siglos de reflexión en la academia.
Hasta antes de que comenzaran a surgir gradualmente las bases teóricas de la ciencia moderna, el conocimiento humano era esencialmente holístico, es decir, se pensaba que el sistema como un todo determinaba el comportamiento de cada una de sus partes individuales. Es por este motivo esencial, que por ejemplo pensadores de la Antigua Grecia como Sócrates, Aristóteles, Platón, etc. a la par de estudiar el funcionamiento del mundo natural, también se preocupaban de temas éticos, artísticos y sociales, ya que había una convicción real de que al final todas estas dimensiones, aparte de estar relacionadas, conformaban un todo que le daba razón de ser a nuestro mundo en su globalidad. Con el posterior fenómeno de especialización y delimitación en las ciencias naturales, esta antigua concepción desaparece, para dar paso al llamado reduccionismo metodológico, el cual en contraposición al holismo, sostiene que la constitución del mundo natural, los diferentes sistemas físicos pueden ser explicados de manera exhaustiva reduciendo sus constituyentes en partes cada vez más pequeñas, hasta que no quede nada sin explicar. Nadie aquí podría dudar que este paso de holismo a reduccionismo nos ha traído enormes ventajas, ya que al mismo tiempo de proporcionarnos muchas aplicaciones tecnológicas que hacen de nuestra vida algo mucho mas confortable, nos ha entregado una concepción de mundo mucho mas precisa en lo que respecta a la naturaleza. En términos prácticos, hoy es mucho más útil explicar los diversos fenómenos físicos en términos de leyes naturales regulares, que en términos de lo sobrenatural e incluso de nuestra propia existencia humana.
Como cristianos, estamos convencidos de que aún considerando el enorme potencial del reduccionismo metodológico, así como la constante “objetivación” del mundo natural, la creación obedece y debe su existencia a un propósito divino, una finalidad que está más allá de la ciencia. ¿Cómo compatibilizar esta concepción teleológica con el aparente conflicto que pareciera surgir frente a una ciencia moderna totalmente objetivante, reduccionista y racionalista? ¿Es posible que la ciencia, aún considerando su naturaleza metodológica, pueda proporcionarnos algún tipo de indicio en lo que respecta a nuestras convicciones teístas? En el ámbito de las relaciones entre ciencia y religión, hoy esta problemática constituye una de los temas más desafiantes, y se ha abordado desde varios frentes. En esta ocasión, me gustaría analizarla desde el punto de vista de las ciencias físicas.
Previo a cualquier análisis, uno de los puntos esenciales a tener en cuenta, es la descripción misma de la relación entre ciencia y religión. Para esto, generalmente se ha recurrido a diferentes modelos explicativos[1], por lo que nosotros no haremos una excepción. De manera específica, considero que el modelo de “complementariedad” (o también llamado “integración”) es uno de los más adecuados, ya que establece esencialmente que aún cuando la realidad es una sola, existen diferentes formas de abordarla en cuanto a su estudio y comprensión. Entendido de esta manera, las explicaciones proporcionadas por la ciencia y la religión no competerían entre sí, sino más bien se complementarían para darnos una visión de la realidad mucho más integral dentro de su complejidad. Un caso interesante de complementariedad, por ejemplo, lo constituye el fenómeno del comportamiento humano, el cual requiere explicarse no solo en términos de la biología y la física, sino también en términos de diferentes disciplinas sociales y humanistas como la psicología, antropología, filosofía, entre otras.
Lo que es realmente destacable del modelo de complementariedad, es que a la par de constituir un “marco normativo” que resguarda la integridad de ambos magisterios, se ajusta bastante bien a cómo se ha concebido tradicionalmente la naturaleza de los mismos. Por un lado la ciencia, sería la encargada de explicar y describir el funcionamiento del mundo natural, sus diversos mecanismos y leyes. Y por otro la religión y/o teología, se enfocaría esencialmente en aspectos de realidad trascendente, propósito y significado del mundo. La primera se preocuparía del “¿cómo?” y la segunda del “¿por qué?”, recurriendo a diferentes metodologías y puntos de partida, aunque claro, siempre guardando las respectivas reservas sobre esta simplificación[2]. Nótese además que con este modelo, en cierta medida recuperamos algunos aspectos del antiguo holismo. En resumen, todas estas consideraciones nos permiten llegar a la conclusión de que el modelo de complementariedad, nos proporciona una excelente base para el estudio y análisis fructífero de posibles interacciones entre ciencia y religión.
El concepto de “teleología”, muchas veces se presta para pensar en una posible reivindicación de antiguas formas de teología natural como las desarrolladas a partir del pensamiento de Tomas de Aquino o William Paleyen, en donde se formulaban argumentos deductivos a favor de la existencia de Dios. La ventaja de estos enfoques -si es que realmente existe- sería proporcionarnos demostraciones lógicas a favor de la existencia de Dios, sobre la base de principios causales. Dentro del contexto de la ciencia moderna, correspondería a considerar patrones de causalidad en la naturaleza, para luego demostrar racionalmente la necesidad de Dios. ¿Es esta forma de razonamiento, realmente efectiva? Tengo serias dudas al respecto. Aún cuando muchos de estos argumentos poseen una sólida cohesión y pueden llegar a conclusiones válidas, por lo general no impiden que existan otras conclusiones, incompatibles con las primeras, pero también igualmente válidas; es lo que habitualmente se denomina el “problema de la subdeterminación”. Esto en parte explica por qué la existencia de Dios es un problema filosófico aún no resuelto de manera concluyente en la academia. De hecho, muchos pensamos que aspirar a conclusiones concluyentes dentro de este ámbito es imposible. Por otro lado, la exhaustiva inspección del mundo natural muchas veces nos conduce a conflictos entre ciencia y teología, así como al tan conocido “dios tapa agujeros”. El caso mas significativo lo constituye la teología natural desarrollada en la Inglaterra, y surgida en el pensamiento del reverendo William Paley, la cual todos sabemos, se vio completamente destronada a manos de la evolución darwinista, junto con su creciente apoyo experimental.
Todo parece indicar que si deseamos abordar la problemática de la teleología dentro del contexto del pensamiento científico moderno, se hace muy necesario erigir una propuesta renovada, que nos permita superar las dificultades antes mencionadas. Para esto, la nueva reflexión teleológica se enfocará básicamente en dos aspectos. Primero, el de las profundas problemáticas metacientíficas, las cuales no son científicas propiamente tal, pero surgen a propósito de la ciencia concebida en virtud de su globalidad. Así, al mismo tiempo de evitar la tan innecesaria confrontación entre ciencia y religión, nos permitiría estudiar diversos y muy interesantes casos de interacción entre teología y ciencia, dentro del marco del antes mencionado modelo de complementariedad. Y segundo, el de la búsqueda de la mejor explicación (entendimiento) por sobre la verdad (realismo). Así, dejando de lado las tradicionales “demostraciones” a favor de la existencia de Dios, nos preocuparemos de encontrar más bien ciertos indicios de la huella divina en el mundo natural, los cuales por supuesto, no serán concluyentes, pero si persuasivos a la hora de escoger una opción intelectual entre el teísmo y otras posturas, como por ejemplo el ateísmo. A partir de ahora, estos serán los nuevos criterios que utilizaremos para desarrollar nuestros argumentos teleológicos.
Hablar de teleología como algo exclusivo del discurso metacientífico, no hace justicia a cómo es realmente concebida la teología natural. Ya que de hecho, hoy bien sabemos que la evidencia de diseño, propósito y significado trascendente no solo la encontramos dentro del contexto del pensamiento científico, sino también en toda la amplia realidad humana. Sin embargo, y como en esta ocasión me he situado dentro del contexto de las ciencias físicas, me gustaría exponer de manera muy general tres aspectos teleológicos que plantean interrogantes metacientíficas muy profundas, y en donde el teísmo toma muchísima relevancia por sobre sus hipótesis rivales, las que considero, poseen un poder explicativo muy deficiente, y hasta algunas veces nulo.
1. Inteligibilidad de la Naturaleza
Si bien la ciencia desde un principio ha asumido que los diferentes mecanismos que operan en el mundo natural son cognoscibles, esto quiere decir, que es posible conocerlos a través de la metodología científica, no se implica que sea algo trivial en absoluto. Para la ciencia, en una primera aproximación, su objeto de estudio es contingente[3], por lo que no existe una necesidad lógica que “obligue” a la naturaleza ser inteligible. ¿Por qué la naturaleza es inteligible? El mismo Einstein en alguna ocasión se refirió a esto declarando que “lo más incomprensible del universo, es que sea comprensible”.
Una de las características principales de la ciencia moderna, es que se nutre tanto de la teoría como del control experimental. No nos preocupamos de trabajar solamente sobre la base de especulaciones, sino más bien formular conceptos teóricos que en cierta medida nos permitan modelar el mundo real. Lo realmente destacable de todo esto, es que nuestras teorías distan mucho de ser meras descripciones cualitativas, ya que están desarrolladas sobre la base del abstracto, pero riguroso lenguaje de las matemáticas. El físico y teólogo anglicano John Polkinghorne señala:
“Me parece es un hecho muy significativo acerca del mundo, el que la racionalidad experimentada de nuestras mentes (de los cuales la matemática es una expresión) y la racionalidad percibida del mundo (discernida por la ciencia) están en consonancia de esta manera.”[4]
Ahora bien, es interesante señalar que el mundo natural no solo se deja modelar matemáticamente, sino más bien matemática y elegantemente. Esta cuestión es a tal grado, que hoy la tendencia en la academia es buscar teorías cada vez más simples y bellas, ya que la misma experiencia ha demostrado que constituyen las mejores candidatas para explicar el mundo real. Sin contar además, que la física de vanguardia, en la actualidad se sirve de sofisticados métodos computacionales, los cuales nos permiten simular en la pantalla fenómenos realmente complejos, como por ejemplo, el colapso de estrellas de neutrones o la comportamiento termodinámico de sistemas constituidos por miles y miles de partículas. En este sentido es importante notar que existe una impresionante correspondencia entre la racionalidad del mundo natural, la racionalidad humana reflejada en nuestros modelos teóricos, y la racionalidad computacional (sofware) como fenómeno emergente de las máquinas artificiales.
No cabe duda que la inteligibilidad de la naturaleza, con todas sus implicaciones filosóficas y metodológicas, es un hecho profundo que demanda algún tipo de explicación más allá de la ciencia, y que considero la teleología proporciona de manera muy adecuada. El mundo natural es inteligible y matemáticamente indagable, porque refleja la mente racional de Dios. Nuestros modelos teóricos y constructos informáticos guardan correspondencia con el mundo natural, porque somos imago Dei, creados a imagen y semejanza de Dios. Esta forma de contemplar la naturaleza, considero posee un poder explicativo muy superior al ateo-cientificista, el que ve en la inteligibilidad un simple “hecho bruto” que no demandaría ningún tipo de explicación metafísica más allá de la ciencia.
2. Principio Antrópico
Un segundo aspecto bastante interesante, es el hecho de que nuestro universo está finamente ajustado para permitir nuestra propia existencia. Éste es el tradicional argumento del “fine-tuning”, que popularizaran hace algunas décadas los físicos John D. Barrow y Frank J. Tipler[5], y que hoy constituye uno de los pilares fundamentales de esta nueva forma de teología natural. Lo curioso, es que este renacer de la teleología no ha sido llevado a cabo por teólogos propiamente tal, sino más bien por científicos y filósofos inmersos en el mundo de la ciencia, y que han retomado esa capacidad de asombro tan común en los pioneros del pensamiento científico.
Pero ¿en que consiste el principio antrópico? Definirlo de una manera única en realidad es imposible, ya que existen diversas formulaciones: débil, fuerte, final, entre otras. No obstante, creo en esta ocasión será suficiente citar una que nos entrega el filósofo italiano Evandro Agazzi:
“El universo en que vivimos, con las particularísimas condiciones físicas que lo caracterizan, es el único en el que habría podido manifestarse la vida y al parecer el hombre; tales condiciones son por tanto no sólo suficientes, sino también necesarias para la aparición del hombre.”[6]
En otras palabras, si las leyes físicas, con todas sus constantes numéricas involucradas, las variáramos en solo un ínfimo porcentaje, nosotros no estaríamos aquí para poder conversarlo. Hoy los científicos tienen conocimiento de muchos ejemplos de ajuste fino[7]. Examinemos tres casos.
- Muchas moléculas son esenciales para el desarrollo de la vida. Y su estructura, constituida por enlaces atómicos, está íntimamente relacionada con la naturaleza del electrón y protón. Específicamente, para que dichos enlaces sean estables, y por ende sea posible la vida, la razón entre la masa del protón y del electrón mp / me debe tomar aprox. el valor de 1840.
- Hoy es bien sabido que nuestro universo se expande de manera acelerada, y la constante cosmológica Λ (lambda) es la que describe dicha aceleración. Lo realmente curioso, es que toma un valor fijo extremadamente pequeño, el cual es del orden de 10-35s-2. De haber tomado un valor diferente, hubiera sido imposible que se formaran las estrellas y las galaxias.
- Nuestro número de dimensiones espaciales D=3 también es un valor muy especial[8]. Si fuera mayor, la física del átomo o sistemas planetarios cambiaría totalmente, ya que no habrían electrones (o planetas) orbitando alrededor de un núcleo (o una estrella) de manera estable. Por otro lado, si fuera menor, sería imposible formar estructuras complejas como el ADN.
¿Cómo explicar estas “coincidencias cósmicas”? Porque es claro que habiendo un amplio rango de posibilidades, todas estas constantes tomaron un valor muy específico que en definitiva favoreció el desarrollo de la vida. Uno de los caminos posibles, curiosamente sería apuntar a que esto último es ilusorio, es decir, que las constantes físicas tienen determinados valores porque no pueden tomar otros. Aquí se apela a una posible “teoría del todo” que pueda relacionar todas estas constantes numéricas a través de una o mas ecuaciones fundamentales. Aún cuando esta propuesta es legítima dentro del contexto científico, no resuelve la problemática metacientífica de fondo. De encontrarse una teoría del todo, la vida como tal seguiría siendo contingente, ya que nuestro universo podría o no podría haber existido después de todo. Recordemos que la contingencia de la naturaleza es un presupuesto básico de la ciencia, por lo que en este sentido, ninguna teoría científica podrá garantizar de antemano la existencia de nuestro universo, con todas sus leyes y constantes físicas.
Una segunda alternativa, y que hoy goza de mucha popularidad en algunos círculos escépticos, es la del llamado “multiverso”, hipótesis sumamente extravagante, que aún cuando se desprende de algunos modelos teóricos, en realidad sobrepasa los límites epistemológicos de la ciencia. Específicamente, establece que nuestro universo es uno entre muchísimos otros, y que todos poseen leyes y constantes físicas muy diferentes. En virtud de esto, era esperable que haya surgido uno compatible con nuestra existencia, por lo que no habría razón alguna para asombrarse ni mucho apelar a explicaciones metafísicas. Hoy existen muchas críticas a la hipótesis del multiverso, tanto científicas como filosóficas. De manera muy breve, señalaré tres.
- Universos, en principio, inobservables. Una de las objeciones más importantes a esta hipótesis, es que estaríamos imposibilitados de comprobarla empíricamente, aún en el caso de que sea verdadera. Todos los universos, por definición, estarían causalmente desconectados del nuestro, por lo que sería imposible enviar algún tipo de señal. Martin Gardner señala: “No hay ni la más mínima evidencia confiable de que haya otro universo aparte del nuestro. Ninguna teoría del multiverso ha proporcionado hasta ahora una predicción que se pueda probar”[9]
- No eliminaría todos los parámetros libres. Existen muchos ejemplos que apuntan al hecho de que aún cuando esta hipótesis sea verdadera, no eliminaría todas las constantes que se “escogen” de manera libre. Para Rodney Holder, por ejemplo, obtener un vasto multiverso requeriría que la densidad media[10] estuviera por debajo del valor crítico, algo que en la práctica no tendría ninguna razón de ser. De hecho, medir este parámetro para el caso de un multiverso, estaría fuera de nuestras posibilidades, tanto en principio como en la práctica[11].
- Vuelve redundante cualquier fenómeno natural. Si lo pensamos más detenidamente, la filosofía que hay detrás del multiverso, vuelve redundante cualquier fenómeno físico que pretendamos explicar en términos causa y efecto. Ya no habría necesidad de explicar el comportamiento de los agujeros negros o el decaimiento espontáneo de un electrón ¡Vivimos en el multiverso! ante una vastedad tan grande de posibilidades, cualquier cosa puede ocurrir; por lo que no habría razón para asombrarnos y proponer explicaciones particulares para dichos fenómenos.
La interrogante sigue vigente: ¿cómo explicar el asombroso ajuste fino del universo? La conclusión natural que podemos extraer, es que la mejor hipótesis es la teísta. La estructura que tienen las leyes de la física y los valores numéricos de las constantes no es producto de la necesidad o casualidad, sino más bien de la obra cuidadosa del Creador, con el fin de permitir el desarrollo de la vida y nuestra propia existencia como seres racionales y conscientes. Todo este potencial antrópico, considero, es un maravilloso regalo de Dios, para que podamos apreciar su trabajo majestuoso y creativo.
3. Fenómeno de la Emergencia
Contrario a la idea de ver en la autonomía de las leyes naturales un peligro para aspectos teológicos como la acción divina en el mundo, la inherente creatividad de la naturaleza sigue siendo un fuerte indicador del diseño y sabiduría divina. En las ciencias físicas, esta emergencia se hace manifiesta específicamente en el ámbito de los denominados “sistemas complejos”, en donde es posible apreciar diversas implicaciones interesantes para efectos de teleología.
Pero ¿qué es un sistema complejo? De manera muy general, podríamos definirlo como aquel que está constituido por diferentes elementos interconectados, en el que surgen propiedades emergentes que parecieran no estar presente cuando estudiamos cada una de sus partes de manera aislada. Algunos ejemplos de sistemas complejos son por ejemplo: la convección y turbulencia de fluidos, la formación de un cristal de hielo, los terremotos, las redes neuronales, el clima atmosférico, entre otros. Lo realmente interesante, es que todos estos sistemas poseen características únicas, muy interesantes y que muchas veces incluso desafían nuestro sentido común. Expongo algunas de ellas.
- Auto-organización. Corresponde al proceso de formación de nuevos patrones y estructuras, en donde su comportamiento físico queda determinado, entre otras cosas, por la constante interrelación de las partes que constituyen el sistema en cuestión.
- No linealidad. Da cuenta de la no-proporcionalidad entre causa y efecto. En la mayoría de los casos, es el responsable de la alta impredectibilidad que presentan los sistemas complejos, cuando por ejemplo variamos sus condiciones iniciales.
- Memoria inherente. La “historia” también es importante en los sistemas complejos. Sobre un determinado estado físico, también influirían sus diversos estados previos.
- Transferencia de información. Otra característica muy importante, la cual determina la forma en que diferentes fenómenos, como por ejemplo la auto-organización, se llevarán a cabo. Puede interpretarse como un real intercambio de racionalidad entre las partes del sistema.
Todas estas propiedades son emergentes, debido a que no están presentes cuando estudiamos los componentes del sistema de manera aislada. Lo interesante de esto, es que cuando nos acercamos más y mas al mundo real, superando las idealizaciones físicas tan recurrentes en el tradicional reduccionismo metodológico, la naturaleza se torna cada vez mas sinérgica, dinámica y relacional.
¿Qué tipo de implicación teleológica tiene este tipo de fenómenos? Esencialmente el hecho, de que la naturaleza necesita de una fuente última para toda esta potencialidad, racionalizada y materializada a en todos estos fenómenos y propiedades físicas. Esta fuente última, estaría más allá de las explicaciones científicas, aquella que los teístas precisamente identificamos con Dios. Toda esta creatividad natural presente en el fenómeno de la emergencia, guarda coherencia con nuestra visión teísta, la cual ve en la naturaleza un fiel reflejo del diseño y sabiduría divina.
Ahora bien, pensemos por un instante en una de las argumentaciones rivales. Para personas como Richard Dawkins, por ejemplo, la evolución sería un proceso totalmente ciego al futuro, carente de cualquier propósito, destino y significado[12]. No obstante, lo que este tipo de interpretaciones paradójicamente pasa por alto, es que el proceso evolutivo constituye un sistema complejo por excelencia, ya que involucra toda una serie de fenómenos físicos, bioquímicos, ecológicos, etc. en constante interrelación, produciendo nuevos organismos con nuevas características. Este cientificismo-ateo, no hace ni siquiera el intento de explicar la naturaleza y existencia de estos fenómenos emergentes, sino todo lo contrario, reduce la realidad de una manera totalmente acrítica, negando el hecho de que la naturaleza posee dimensiones que trascienden a lo puramente científico. Nuevamente estamos en presencia de una hipótesis que carece de un real poder explicativo.
Finalizo con un comentario adicional. Tal como lo ha señalado el astrónomo William R. Stoeger[13], este nuevo y creciente paradigma de la complejidad proporcionado por la ciencia, hoy nos entrega dos implicaciones teológicas muy importantes. Primero, que la doctrina de la creación debe entenderse como un proceso continuo en el tiempo, el cual, y en virtud de los diferentes fenómenos antes mencionados, se traduce en la “creación” de nuevas estructuras y funcionalidades. Aunque por supuesto, siempre recordando de que el concepto de creatio ex nihilo, sobrepasa los limites de la ciencia moderna. Y segundo, que cada vez hay menos apoyo a cualquier tipo de dualismo entre espíritu y materia. Ambos constituyen aspectos de la misma realidad, pero el espíritu surge de la materia como fenómeno emergente, y está fundamentado de alguna manera en ella.
[1] ALEXANDER, Eric. Faraday Paper No. 3: Models for Relating Science and Religion. [online] Abril de 2007 <http://graphite.st-edmunds.cam.ac.uk/faraday/resources/Faraday Papers/Faraday Paper 3 Alexander_EN.pdf> [consulta: 2 septiembre 2011]
[2] Estrictamente hablando, tanto ciencia como religión se preocupan de responder ambas preguntas. Por ejemplo, ¿por qué los planetas giran alrededor del sol? (ciencia) ¿cómo debo tratar a mi prójimo? (religión). Sin embargo, habría que hacer la salvedad de que el “¿por qué?” de la ciencia siempre estará enfocado en causas segundas, estados físicos que pueden analizarse en función otros estados previos. Y el “¿cómo?“ de la teología y religión, en aspectos profundos asociados a la causa primera de la realidad, así como también en cuestiones éticas y morales.
[3] Hoy existen nuevas interpretaciones surgidas dentro del contexto de la Mecánica Cuántica, que cuestionan este tipo de aspectos. Una de las mas importantes es la de Copenhague, atribuida a físicos como Niels Bhör, Max Born y Werner Heisenberg, la cual entre otras cosas, le atribuye al observador un papel importante y muy activo en la configuración de la realidad. Algunos pensadores contemporáneos han relacionado esta interpretación con ideas propias de la teología dialéctica; sin embargo, es otro tema que escapa de los objetivos de este artículo.
[4] POLKINGHORNE, John. One World: The Interaction of Science and Theology. Philadelphia / London, Templeton Foundation Press, 2007, p. 55.
[5] BARROW, John D. y TIPLER, Frank J. The Anthropic Cosmological Principle. Oxford / New York, Clarendon Press / Oxford University Press, 1986.
[6] AGAZZI, Evandro. Filosofía de la Naturaleza: Ciencia y Cosmología. Suiza / México, Forum Engelber / Fondo de Cultura Económica, 2000, p. 131
[7] Además del libro de Barrow y Tipler citado en (6), recomiendo: REES, Martin. Just Six Numbers: The Deep Forces That Shape the Universe, Gran Bretaña, Basic Books, 2000 y LESLIE, John. Universes. London / New York, Routledge, 1989.
[8] Aún considerando teorías físicas contemporáneas como las supercuerdas, en donde se trabaja con aprox. 16 dimensiones de tipo espacial, solo estas tres predominarían en el macro-mundo, ya que no estarían «enrolladas» como las otras adicionales.
[9] GARDNER, Martin. Are Universes Thicker than Blackberries? Discourses on Godel, Magic Hexagrams, Little Red Riding Hood, and Other Mathematical and Pseudoscientific Topics. New York, Norton, 2003 citado por ELLIS, George F. R. “et al”. Multiverses and Cosmology: Philosophical Issues. [en línea] Febrero de 2008 <http://arxiv.org/abs/astro-ph/0407329v2> p. 26 [consulta: 05 agosto 2011]
[10] Parámetro cosmológico, que para efectos de nuestro propio universo, en un principio requirió estar muy finamente ajustado. Específicamente, requirió tener un valor muy cercano a la densidad crítica del universo. Se le considera como una de las condiciones iniciales del Big Bang.
[11] HOLDER, Rodney. Faraday Paper No. 10: Is the Universe Designed? [en línea] Abril de 2007 <http://graphite.st-edmunds.cam.ac.uk/faraday/resources/Faraday Papers/Faraday Paper 10 Holder_EN.pdf> [consulta: 30 julio 2011]
[12] DAWKINS, Richard. The Blind Watchmaker: Why the Evidence of Evolution Reveals a Universe without Design. New York / London, W. W. Norton and Company Inc., 1996.
[13] STOEGER, William R. Key Developments in Physics Challenging Philosophy and Theology. En: RICHARDSON, Mark W. y WILDMAN Wesley J. (Eds.). Religion and Science: History, Method, Dialogue. New York / London, Routledge, 1996. pp. 198-199.
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