Recordar a un profeta ortodoxo oriental: Nikolái Berdiaev
Resumen del post:
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Fecha:
21 mayo 2019, 12.25 AM
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Autor:
Bradley J. Birzer
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Publicado en:
Cuestiones fundamentales
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Recordar a un profeta ortodoxo oriental: Nikolái Berdiaev
Para mí, ha sido un acertijo académico tan raro como tentador el descubrir y ahondar en las obras de figuras interesantes del siglo XX que han sido en gran parte olvidadas. Y por “figuras interesantes”, me refiero especialmente a aquellos que desposaron tipos de humanismo religioso y sus aliados. La mente maestra de The Imaginative Conservative (TIC), Winston Elliott, tiene un sentimiento similar, y uno de los propósitos de fundar TIC fue traer de vuelta la memoria de estos humanistas al público y honrar a cada uno como un ancestro vital de nuestra propia causa común en el siglo XXI.
Por ejemplo, todos recuerdan a G. K. Chesterton, T.S. Eliot, C.S. Lewis, J.R.R. Tolkien y, más recientemente, a Flannery O’Connor y Walker Percy. Incluso si uno no ha leído ninguna de sus respectivas obras, sus nombres circulan con familiaridad incluso en las esquinas más oscuras de la civilización americana.
En un nivel diferente, levemente más bajo, están Irving Babbitt, Hilaire Belloc, Paul Elmer More, Willa Cather, Christopher Dawson, Jacques Maritain, Etienne Gilson, Josef Pieper, Walter Miller, Alexandr Solzhenitsyn y Russell Kirk.
Pero solo muy pocos recuerdan a excéntricos como T.E. Hulme, Aurel Kolnai, Leo Ward, Sister Madeleva Wolff, Wilhelm Roepke, Romano Guardini, Gabriel Marcel, Owen Barfield, Theodore Haecker, David Jones, Tom Burns y Bernard Wall.
Nikolái Berdiaev (1874-1948), un miembro de este último grupo, ha sido tristemente negado también, al menos por aquellos de círculos conservadores y libertarios.
Él estaba, y no es sorpresivo, conectado a muchos humanistas cristianos de su día. Conocía bien a los Maritain, y mientras que C. S. Lewis en general desestimó su trabajo como un espectáculo paralelo, Christopher Dawson consideró central al pensamiento de Berdiaev para la restauración del Occidente del siglo XX.
La carta de triunfo aquí, en todo caso, viene de un colega ruso. Una figura no menos importante o heroica como Alexander Solzhenitsyn, comentó brevemente a Berdiaev en los volúmenes II y III de su obra El Gulag. Él estaba ofreciendo, escribía Solzhenitsyn, quizá el más alto elogio posible, “un hombre”.
En el volumen II, describió a Berdiaev como la persona definitiva en el rechazo al terror soviético:
“Entonces, ¿cuál es la respuesta? ¿Cómo puedes defender tu posición cuando eres débil y sensible al dolor, cuando las personas que amas todavía viven, mientras tú no estás preparado? ¿Qué necesitas para ser más fuerte que el interrogador y toda la trampa? Desde el momento en que vas a prisión, debes poner tu acogedor pasado firme tras tuyo. Al igual que con la trilla, debes decirte a ti mismo: “mi vida acabó, un poco temprano, para estar seguro, pero no hay nada que hacer al respecto. Nunca volveré a la libertad. Estoy condenado a morir ahora o pronto. Pero más tarde, en realidad, será más duro, así que mientras antes mejor. Ya no tengo propiedad. Para mí, aquellos a los que he amado, están muertos, y para ellos, he muerto. De hoy en adelante, mi cuerpo es inútil y ajeno a mí. Solo mi espíritu y mi consciencia permanecen valiosas e importantes para mí”. Confrontado a un prisionero así, la interrogación temblará. Solo el hombre que ha renunciado a todo puede obtener la victoria. ¿Pero cómo puede convertir uno su cuerpo en una piedra? Pues bien, ellos se las arreglaron para convertir a algunos individuos del circulo de Berdiaev en marionetas para un juicio, pero no tuvieron éxito con Berdiaev. Quisieron arrastrarlo a un juicio abierto; lo arrestaron dos veces; y (en 1922), fue sometido a una interrogación nocturna por Dzerzhinsky mismo. Kamenev estaba ahí también (lo que significa que él, no tenía aversión a usar la Cheka en un conflicto ideológico). Pero Berdiaev no se humilló a sí mismo. No rogó ni alegó. Expuso firmemente los principios religiosos y morales que lo guiaron a negarse a aceptar a la autoridad política establecida en Rusia. Y no solo llegaron a la conclusión de que él les sería inútil para un juicio, sino que lo liberaron. ¡Un ser humano tiene un punto de vista!”
En el tercer volumen de El Gulag, Solzhenitsyn simplemente escribió: Berdiaev era un “filósofo, ensayista, brillante defensor de la libertad humana contra la ideología”. Exiliado de Rusia en 1922 después de sobrevivir a tres juicios soviéticos en su contra, Berdiaev se estableció en París y permaneció ahí hasta su muerte en 1948.
Mientras estaba en París, Berdiaev se volvió parte integral del círculo de Jacques y Raissa Maritain. En efecto, tal como recuerda Berdiaev en su fina autobiografía, Sueño y Realidad, él y Jacques sirvieron como polos idénticos en la creación y perpetuación del grupo. Aunque el tomismo extremo de Maritain golpeó a Berdiaev como una forma de ideología católica, él respetaba inmensamente al filósofo francés. Él bromeaba, en todo caso, con que el miedo y el rechazo de Maritain al protestantismo y a los protestantes era un elemento extraño del converso, implicando una cierta irracionalidad.
Cuando Christopher Dawson y Tom Burns en un principio formaron el grupo Orden en Chelsea, Londres, usando los recursos de la editorial Sheed and Ward para unificar a todos los humanistas de trasfondo británico y europeo, Dawson inmediatamente buscó a Maritain y Berdiaev. Ambos contribuyeron a una de las mejores series de libros del siglo pasado, los 16 volumenes de Essays in Order. Como se vio después, Essays in Order fue un intento por reunir a todos los humanistas cristianos en una sola República de las Letras en el siglo XX.
Cuando Essays in Order acabó, Dawson continuó el mismo proyecto con un segundo amigo, Bernard Wall, publicando una revista, Colosseum. Nuevamente, Dawson y Wall buscaron y recibieron contribuciones y felicitaciones de Berdiaev y Maritain.
Uno de los libros más interesantes de Berdiaev –y presumiblemente, la razón por la cual Dawson tuvo tan alta opinión de él- fue su obra The End of Our Time (El fin de nuestro tiempo), escrita entre 1919 y 1923, y publicada por primera vez en inglés en 1933 por Sheed y Ward. En casi todos los sentidos, aunque claramente un ruso y miembro de la fe ortodoxa oriental, Berdiaev anticipó los mayores argumentos del galo-inglés católico romano Dawson.
En particular, Berdiaev subrayó la primacía de la cultura y los asuntos teológicos por sobre la política y la economía como verdaderas formas de realidad. El mundo occidental casi enteramente, sostenía Berdiaev, ha abrazado alguna forma de materialismo luego del colapso de la Cristiandad. Y esto movió al mundo rápidamente hacia la irrealidad.
“Debemos empezar a hacer de nuestro cristianismo algo efectivamente real”, escribió Berdiaev, “mediante un regreso a la vida del espíritu”. Las preocupaciones económicas, continuaba, “deben ser subordinadas a aquello que es espiritual, y la política debe nuevamente confinarse a sus propios límites”.
Tal como Dawson, Lewis y otros, Berdiaev temía que los nuevos estados del siglo XX –sin importar si eran democráticos o viciados- serían totalitarios, algo nuevo en el mundo. Estos Estados emergentes del siglo XX serían algo que Pablo Apóstol no anticipó cuando escribió Romanos 13, pero sería en cambio algo semejante a lo que el Apóstol Juan vislumbró sin poder explicar, más allá del misticismo. Estos nuevos Estados rendirían todo a César, estableciéndose a sí mismos como cuerpos y entidades religiosos. El resultado: un “Nuevo Leviatán. Y todos los fines y valores reales de la vida son tragados en este maligno y terrorífico colectivismo, toda cultura espiritual es aniquilada. Un monstruo así no tiene en absoluto alma humana”.
Solo cuando la sociedad se ha realineado a sí misma –individuo por individuo y comunidad por comunidad, mediante el libre albedrío y la persuasión, pues Berdiaev rechazaba toda forma de coerción estatista (ya sea directamente socialista o alguna forma de capitalismo de Estado o capitalismo nepotista)- “hacia los objetos divinos”, la humanidad podría salvarse a sí misma. Los términos en que Berdiaev escribió son una reminiscencia de Dawson y otros cuasi-místicos desde la Revolución Francesa:
“La substancia de la vida solo puede ser religiosa. Es una entrada a la vida de Dios, esto es, hacia el verdadero Ser. La voluntad del pueblo, la voluntad proletaria, es una voluntad pecaminosa; esta por lo tanto pertenece al no-ser y puede ocasionar solo un reino del no-ser”
Uno puede leer indirectas de Burke, Novalis, de Maistre y de Tocqueville en el criticismo de Berdiaev contra los nuevos estados ideológicos tanto de izquierda como de derecha. También se pueden ver elementos del misticismo de Berdiaev en su afirmación de que el pueblo ruso, mientras que libremente escoge la “camaradería del Anticristo”, ahora ha proporcionado (a partir de 1917) pruebas irrefutables del mal en el mundo y ha demostrado qué significa realmente para el mundo la pérdida de la Cristiandad.
Así como de Tocqueville, quien un siglo antes creía que los americanos podrían escoger una democracia de excelencia o una de mediocridad, Berdiaev pensaba que la misma opción le fue presentada al Occidente del siglo XX. Así como de Tocqueville temía que los americanos escogieran pobremente, Berdiaev creía lo mismo del Occidente de su día.
En la conclusión de The End of Our Time, Berdiaev nuevamente destacaba la irrealidad de la política –como una distracción y un obstáculo contra aquello que realmente importa, el orden del alma humana hacia las cosas más elevadas, especialmente Dios y la eternidad.
O, como lo dice Berdiaev, la política intenta sacarnos de “la vida interior”.
Que el cristiano obtenga la victoria en el próximo siglo, concluía en 1923, sería pura locura. A lo largo de todo el Occidente, para todo tipo de régimen (libre y no libre), temía la ruina. Lejos de establecer un siglo de progreso, Dios estaba llamando a los cristianos de vuelta a “las catacumbas, para desde ahí conquistar al mundo nuevamente”.
Como cristianos –cualquiera sea la línea- “estamos entrando a una época de revelaciones de mal augurio y debemos encarar estas realidades sin miedo. Ahí se encuentra el significado de nuestra infeliz era desprovista de alegría”.
Leer a Nicolás Berdiaev no es inspirador, pero es verdaderamente iluminador, en el mejor sentido de esta distorsionada palabra.
Ciertamente, mirando atrás 90 años después de que Berdiaev escribiera estas palabras, uno difícilmente podría ignorar no solo al místico sino, quizá aún más importante, al profeta.
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Originalmente publicado en The Imaginative Conservative, 2013. Traducido por Luis Aránguiz Kahn.