Richard Dawkins y el unicornio invisible: el falso dilema
Resumen del post:
Es posible, desde la naturaleza, desde la racionalidad y desde la imaginación, considerar la posibilidad del asombro, del presentimiento invisible, del enigma siempre palpitante que habita la mirada de los niños, del misterio en la esperanza que supone la fe.
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Fecha:
13 septiembre 2011, 11.01 PM
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Autor:
Boris Julián Pinto B.
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Publicado en:
Actualidad y Opinión
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Richard Dawkins y el unicornio invisible: el falso dilema
Es posible, desde la naturaleza, desde la racionalidad y desde la imaginación, considerar la posibilidad del asombro, del presentimiento invisible, del enigma siempre palpitante que habita la mirada de los niños, del misterio en la esperanza que supone la fe.
The average scientist, if forced to read up to this point, would probably still be resisting the parallel between physicist and theist, insisting that there’s a difference between conceiving imperfectly of an electron that in fact exists and conceiving imperfectly of a God that doesn’t exist.
But this a bit too simple. As noted above, some physicists think that electrons really don’t exist.
Robert Wright. The Evolution of God
We are summoned to pass in through Nature, beyond her, into that splendour which she fitfully reflects.
C.S Lewis. Mere Christianity
Hace un par de años, el célebre biólogo y profesor de Oxford, Richard Dawkins, famoso por su ateísmo militante y su beligerancia mediática en los debates públicos entre ciencia y fe, impulsó, –meses después de los famosos carteles pro-ateísmo en los buses escalera en Londres y en Madrid- a través de su fundación, la versión inglesa de los campamentos de verano de Camp Quest (impulsados en Estados Unidos desde 1996), en la apacible región de Somerset, para promover “el escepticismo racional” entre jóvenes de edades comprendidas entre los 8 y los 17 años. Además de las actividades propias de cualquier campamento –fogatas, piragüismo, expediciones, deportes-, el plan de los encuentros anuales incluye clases sobre evolucionismo, biología, filosofía moral y el desarrollo de un “pensamiento crítico”, que permita refutar las teorías contrarias al evolucionismo de Darwin, así como la existencia o la probabilidad de cualquier fenómeno no demostrable a través de una explicación racional y empírica.
Los campamentos de verano se realizan todos los años, por espacio de cinco días, en diversos lugares de los Estados Unidos e Inglaterra. Dentro de las pruebas que los niños y los jóvenes de Camp Quest deben enfrentar, está el famoso desafío del unicornio invisible. Los jóvenes son animados a comprobar, a través de un cuidadoso razonamiento, la imposibilidad de la existencia del animal fantástico. Así, sus promotores se esfuerzan en demostrar la inexistencia del unicornio, de la telepatía, de las artes mágicas, de cualquier forma de superstición, y, por supuesto, de cualquier forma de dios y de religión.
Los esfuerzos de Dawkins y de los ateístas modernos en su afán por desmitificar toda forma de creencia no arraigada en la racionalidad técnico-científica heredada de la modernidad occidental, ha alcanzado los matices del mismo proselitismo religioso que el mismo Dawkins rechaza a rabiar. Tal proselitismo se fundamenta en una racionalidad dualista que intenta legitimar la visión propia, a partir de reducir un universo de múltiples posibilidades, a una falsa disyuntiva, entre otras formas de falacia presentes en el pensamiento de Dawkins.
Por supuesto, la falacia de la falsa disyuntiva la hemos utlizado los creyentes en múltiples ocasiones para legitimar nuestras propias visiones particulares; sin embargo, no parece correcto afirmar que los creyentes tenemos deficiencias a la hora de construir argumentos, mientras los no creyentes representan el sumo de la argumentación y el pensamiento crítico. De un experto catedrático de biología de Oxford, de un iluminado naturalista, de un prolífico polemista secular que confronta con tal violencia el presunto maniqueísmo de los argumentos teístas, cabría esperar una argumentación más elegante. En lo sucesivo, sólo me limitaré a citar algunas de las afirmaciones famosas de Dawkins, que tanto revuelo han levantado –y tantos libros han vendido-, en las que es posible rastrear la falsa disyuntiva que se propone entre ciencia y fe.
“El misterio –lo que todavía no sabemos; lo que todavía no comprendemos– es la veta madre que buscan los científicos. Los místicos se regocijan con el misterio y quieren que permanezca misterioso. Los científicos se regocijan con el misterio por una razón muy distinta: les proporciona algo que hacer”.[2]
Dawkins parte de la premisa de que el científico y el místico, son, por definición, personajes antagónicos. Según tal premisa, sería imposible encarnar, en una única sustancia, al hombre de ciencia y al hombre de fe (al que él denomina no sin ironía y generalización como el místico). Según tal premisa, ciencia y contemplación son dominios incompatibles. Un escritor de origen alemán, ingeniero y poeta, Hermann Broch, considera en cambio que “todo proceso de pensamiento productivo comienza con el presentimiento de nuevas relaciones reales”[3]; para Broch, “el primer presentimiento es siempre lírico, irracional”[4]. Así, el misterio, sobre el que se construye la contradicción, se expresa siempre, en un primer momento, a partir del dominio de las pre-imágenes, de lo simbólico, de lo inconmensurable. La clarividencia del científico y la intuición del místico, se alimentan de un origen común –el presentimiento, el unicornio invisible-, que se resiste a ser sistematizado y reducido a las coordenadas cartesianas del racionalismo ilustrado.
Este dualismo que propone Dawkins, se expresa en otras formas de simetría que promueven los antagonismos. Los promotores de Camp Quest, se llaman a sí mismos “librepensadores”, lo cual implica, por oposición, que aquellos que creemos, no pensamos de forma libre. Es una imprecisión hacer equivalente el término librepensador con el término laicista o humanista secular, como si la única variable capaz de coartar la libertad de pensamiento fuera el hecho religioso. Se hacen llamar Brights, o iluminados, para señalar la contrariedad de las tinieblas que representamos los creyentes; curiosa conclusión medieval que busca promover la separación del mundo entre bandos irreconciliables de fieles e infieles, de oscurantistas monásticos y espléndidos humanistas de una nueva era tras el ocaso de los dioses. Se llaman promotores del “pensamiento crítico”, lo cual implica que aquellos que creemos en un Dios, no somos pensadores críticos. Olvidan quizá que una de las características del pensador crítico es su capacidad de superar el pensamiento egoísta y egocéntrico, que implica rechazar las ideas contrarias, simplemente porque no son las mías. Según este presupuesto, ¿podríamos acusar –no sin una dosis infinita de atrevimiento- como oscurantistas e irracionales a científicos y pensadores creyentes, como Blas Pascal, Albert Schweitzer, Francis Collins, Theodosius Dobzhansky, Charles Walcott, Alister McGrath, Odiseas Elytis ó C.S Lewis?
En segundo lugar, Dawkins, reduce el concepto de imaginación, a “la capacidad de simular cosas que no están (todavía) en el mundo”[5]. Y reduce este concepto, aún más, hasta el punto de llamarlo “idea mala”, e “infección cruzada”, cuando se trata de alguna forma de pensamiento religioso o simbólico:
“De manera similar, el cerebro infantil está pre-programado por la selección natural para obedecer y creer lo que los padres y otros adultos le dicen. En general, es algo bueno que los cerebros infantiles sean susceptibles de que los adultos les enseñen lo que deben hacer y lo que deben creer. Pero esto conlleva necesariamente el efecto secundario de que las ideas malas, las ideas inútiles, las ideas que hacen perder el tiempo como las danzas de la lluvia y otras costumbres religiosas, también se transmiten a través de las generaciones. El cerebro infantil es muy susceptible a este tipo de infección. Y también se propagan horizontalmente mediante infección cruzada cuando un predicador carismático va por ahí infectando nuevas mentes que no estaban infectadas.”[6]
La imaginación, más que una simulación interna de fenómenos externos, implica la capacidad de habitar otras visiones. La postura de Dawkins expresa una precariedad imaginativa, al no permitir la consideración de sistemas distintos al suyo. Pretender la privación de la imaginación simbólica en el cerebro de los niños, puede ser un atrevimiento que raya en el abuso. Como afirma McIntyre: “El niño sin historias fantásticas habitará en un mundo empobrecido y entonces, y quizás también en el futuro, sólo será capaz de dar respuestas empobrecidas”.[7]
Dawkins considera que cualquier forma de presentimiento irracional es mala, inútil, y hace perder el tiempo. Generalización precipitada y característica del racionalismo ilustrado del siglo XVII; conclusión a destiempo de los herederos del pensamiento empírico-racionalista encarnado en Francis Bacon. Conclusión derivada de una grosera apelación a la fuerza de la racionalidad técnico – científica como única forma de verdad y como instrumento incontrovertible de poder de unos hombres sobre otros. Una de las tendencias de nuestra cultura, ha sido identificar al niño con un ser incompleto, imperfecto, irracional, como un hombrecito, y a la niñez como un estado anormal que es necesario superar cuanto antes. Hoy en día, la gran mayoría de autores serios en ciencias sociales, literatura infantil, antropología, psiquiatría, ética y pediatría, no podrían aplaudir las conclusiones de Dawkins. Pretender la supresión de los juegos simbólicos en el cerebro de los niños y las niñas, pretender la renuncia precoz al derecho humano de imaginar unicornios invisibles, implica desconocer que los niños y las niñas son agentes libres de su propia perspectiva del mundo, con mucho, más rica que la visión pseudoracionalista a la que Dawkins pretende reducirla, en una tentativa que recuerda la violenta supresión de la lectura de libros infantiles a los niños, en la sociedad distópica de Aldous Huxley en su Mundo Feliz.
En tercer lugar, Dawkins se queja del hecho religioso, haciendo uso de una gastada falacia ad hominem. En su artículo “El opio del pueblo”, Dawkins denuncia en los siguientes términos las distintas formas del proselitismo religioso:
“Las dosis fuertes de aceite de Gerin pueden ser alucinógenas. Los drogadictos más extremos pueden llegar a oír voces en su cabeza, o tener visiones que parecen tan reales a los enfermos que a menudo consiguen convencer a otros de su existencia”.[8]
Retomando la vieja sentencia marxista de la religión como el opio del pueblo, Dawkins hace una reedición moderna en términos de un sencillo anagrama: el aceite de Gerin (Gerin Oil), como metáfora exultante de la religión. A los creyentes los llama cabezas de aceite; a la oración, desorden autolocutorio, a las expresiones de la fe, psicodelias grotescas o siniestras fantasías. En un mismo saco, incluye sectas herméticas, terroristas islámicos, fundamentalistas cristianos, creyentes sencillos, comunidades religiosas de cualquier confesión, recurriendo, nuevamente, al viejo discurso maniqueo de autolegitimación, según el cual, todo aquel que cree, desde el niño que ora, hasta el judío que balancea su cabeza junto al Muro de las Lamentaciones, son unos yonquis cabezas de aceite, mientras todo aquel humanista secular –como él- que no cree, es un sobrio y lúcido cerebro brillante. Por otro lado, recurre al trillado argumento de acusar a las comunidades de creyentes por los errores y los crímenes históricos en nombre de la religión, argumento que no invalida las premisas fundamentales de la fe, no invalida la fe sencilla y, en el caso del cristianismo, no invalida la consistencia ética de los evangelios.
Esta manida estrategia de insultar a los contradictores y ridiculizar sus argumentos, se acompaña de la contradicción en sus métodos. Dawkins, y los promotores del ateísmo contemporáneo, se quejan del proselitismo de las comunidades religiosas que buscan “enganchar” a los niños en la “adicción de la fe”, por lo cual, y siguiendo quizá su propia teoría de la heredabilidad de los memes –o unidades mínimas de información cultural-, ha decidido contribuir en una contracorriente escéptica, a través de un vigoroso proselitismo antirreligioso. No deja de ser curioso, el que los contradictores adopten las estrategias de sus antagonistas en las antípodas de su discurso. No deja de parecer curioso, que una comunidad de brillantes librepensadores, desconfíen de la libertad del pensamiento en adoptar formas libres de creencia, y recurran a campamentos cerrados para adoctrinar las pequeñas mentes y prevenir en ellas la “infección horizontal” de la fe, siguiendo métodos de desprogramación y lavado cerebral, semejantes en su factura a los métodos de David Berg y sus “Hijos de Dios” desde los años setenta, o los davidianos de David Koresh en los noventa.
Perseverar en la falsa dicotomía en ciencia y fe es una empresa estéril en nuestros días. Lo es para aquellos sectores de la iglesia que persisten en tal dicotomía, y lo es para los contradictores del ateísmo contemporáneo. Persistir en tal disyuntiva implica desconocer las realidades y los alcances del desarrollo tecnocientífico y, al tiempo, desconocer que tal forma de racionalidad es insuficiente en el conocimiento de los entornos simbólicos y en la comprensión de la formidable complejidad humana, irreductible, abierta a la trascendencia, anhelante en la búsqueda de sentido. El mito no invalida el logos, ni es invalidado por éste. “Y el mythos –en su unidad última con el logos- comprende la totalidad de la sabiduría humana”.[9]
Los autodenominados Brights, de los cuáles Dawkins es uno de sus portavoces más eficaces, reclaman el derecho a no creer más allá de los límites establecidos por una visión naturalista y racional del mundo. El discurso de los derechos, que atraviesa nuestras sociedades modernas con aspiraciones democráticas, debe leerse de forma simétrica. No creer es un derecho, así como creer es otra expresión del mismo derecho civil. Los creyentes, abiertos a un relato de búsqueda, tenemos el derecho a creer, el derecho a confiar, el derecho a esperar en aquello que hemos creído. La fe, es una forma de imaginación. Es la certeza en la esperanza. Es el anhelo de los caminantes. Los niños tienen el derecho a creer en los unicornios invisibles. Los creyentes tenemos el derecho a creer en el ofrecimiento y la paciencia, en la convicción de las cosas que no se ven, en la certidumbre de aquello que se espera. Es posible ser un creyente y, al mismo tiempo, desarrollar un pensamiento crítico. Es posible ser creyente y en la misma medida, pensar de forma libre. Es posible cultivar cualquier forma de ciencia y, además, perseguir un relato de búsqueda espiritual.
Una de las organizaciones que apoyan las iniciativas de Camp Quest, es la fundación Beyond Belief (Más allá de la creencia). Podría terminar contradiciéndome, afirmando que más que pretender una vida más allá de las creencias, los creyentes debemos procurar –siguiendo injustamente la cita de C.S Lewis- una búsqueda más allá de la naturaleza (Beyond nature), hacia la trascendencia. Caería, nuevamente en el antagonismo que pretendo superar. Prefiero afirmar, en cambio, que es posible, desde la naturaleza, desde la racionalidad y desde la imaginación, considerar la posibilidad del asombro, del presentimiento invisible, del enigma siempre palpitante que habita la mirada de los niños, del misterio en la esperanza que supone la fe.
[2] Dawkins Richard. El regalo de Dios a Kansas. 21 de mayo de 2005.
[3] Broch, Hermann. Merkur, cuaderno 41, p.703. En: Grenzmann, Wilhelm. Fe y creación literaria. Problemas y figuras de la actual literatura alemana. Madrid: Rialp, 1961. pp 110-111.
[4] Ibid.
[5] Dawkins Richard. La imaginación evolucionada: los animales como modelos de su mundo. 1995.
[6] Slack Gordy. El ateo [entrevista a Richard Dawkins]. 28 de abril de 2005.
[7] Macintyre, a., «Can one be Unintelligible to oneself?», en Philosophy in its Variety: Essays in Memory of François Bordet, C. McKniGht y m. stchedroFF (eds.), Queen’s University of Belfast; Belfast 1987, p. 28.
[8] Dawkins Richard. El opio del pueblo. Octubre de 2005.
[9] Grenzmann, Wilhelm . Op.cit., p. 112.
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