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Sexo y espiritualidad. Una reflexión

Lo digo desde la más seria convicción teológica y pastoral: el sexo en el contexto de la vida matrimonial es como el tiempo devocional de oración.

Navegando por internet me encontré con un artículo realmente hermoso sobre la vida sexual de una mujer casada. El artículo, publicado originalmente en inglés en The Huffington Post y traducido al castellano por The Clinic on-line, se llamaba «Qué pasó cuando tuve sexo todos los días durante un año». En primer lugar, me sorprendió que algo bueno y realmente positivo sobre sexo fuera traducido y publicado por The Clinic. En segundo lugar, me fascinó ver los positivos resultados en la autoestima de la autora al realizar el sencillo, pero revelador experimento de tener sexo con su esposo todos los días durante un año, sin importar ganas, cansancio, tareas pendientes, etc. ¡Lo recomiendo ampliamente! Observen especialmente la diferencia entre los e-mails que ella intercambia con su esposo al inicio del artículo y los que intercambian al final, un año después.

Bueno, el asunto es que el artículo leído y la preparación del mensaje del próximo domingo en iglesia UNO me inspiraron a traer la siguiente reflexión, ya que creo que se hace más necesario que nunca tomar conciencia de los amplios beneficios de una visión bíblica del sexo, la cual incluye entender que «el sexo es un deber placentero».

Generalmente (sobre todo cuando somos niños o adolescentes emocionales) pensamos que «deber» y «placer» son antónimos, pero nada es más falso que esta dicotomía radical. Es mi deber jugar con mi hijo o pasear con mi hija, pero se me hace difícil pensar en cosas que me den más placer.

C. S. Lewis (me parece que en una de sus famosas cartas a los niños) hace ver que el sentido del deber es como una muleta que ayuda a caminar a alguien que tiene sus músculos atrofiados, hasta que los músculos propios de las piernas (que en esta analogía serían el placer) se recuperen, se tonifiquen y produzcan por sí mismos el apoyo necesario para que el cuerpo de esa persona se mueva.

Pues bien, la caída atrofió nuestro paladar espiritual terriblemente y por esto hemos perdido la capacidad de apreciar plenamente el deleite en cosas que son muy placenteras, cosas que Dios nos entregó en su generosidad como Creador a fin de que le disfrutemos y le glorifiquemos a Él.

¿Qué cosas son esas que, no pocas veces, los seres humanos disfrutamos sólo de manera parcial, fragmentada o torcida? ¡Son muchas! Pero, sólo a modo de ejemplo, aquí puedo citar cosas como:

– estudiar la auto-revelación de Dios

– meditar en Su carácter santo

– tener comunión con Él mediante la oración

– tener relaciones sexuales con el compañero (o compañera) de toda una vida: nuestro cónyuge con quien hemos concebido hijos y construido un proyecto llamado «hogar».

Mi punto al citar el último ejemplo [a propósito] con los 3 anteriores es enfatizar que necesitamos más que nunca recuperar la visión bíblica de que el sexo entre esposo y esposa es algo profundamente espiritual, que va más allá de un simple asunto de «sentir o no sentir ganas», ya que es un sagrado deber que nos puede llenar de placer y felicidad si se realiza cuando Dios tiene el control de nuestras vidas mediante la plenitud del Espíritu Santo.

Sobre esto último, basta observar atentamente la directa relación que Pablo hace en Efesios 5.18-32 entre ser llenos del Espíritu y una relación entre esposo y esposa caracterizada por entrega, servicio, amor y respeto; todos elementos imprescindibles para una relación sexual placentera y edificante, según los más expertos psicólogos y sexólogos.

Por eso, habiendo establecido las bases, quiero invitarlos a ver brevemente el interesante paralelo existente entre la oración y la relación sexual.

No es sarcasmo ni humor irreverente lo que estoy diciendo. Lo digo desde la más seria convicción teológica y pastoral: el sexo en el contexto de la vida matrimonial es como el tiempo devocional de oración en al menos 5 cosas:

(1) Uno lo hace primariamente por el placer de tener comunión genuina con quien ama, pero no por eso deja de ser un deber.

(2) A veces cuesta empezar porque la mente está en otra cosa y hay que hacer un esfuerzo para «entrar en onda».

(3) Una vez que uno lo hace, aunque al inicio haya sido sólo por deber, al final jamás se arrepiente porque siempre termina más feliz, gozoso y liviano.

(4) Mientras con mayor frecuencia se practica, más placentero se torna hacerlo y uno se siente más feliz en general en otras áreas de la vida.

(5) Last but not least: Dios es glorificado en ello y nuestra espiritualidad personal y familiar son, por lo tanto, ampliamente fortalecidas.

Tengo bastante más que decir sobre un tema tan relevante como este para nuestra espiritualidad, por eso espero volver a este asunto en próximos posts.

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