Sin temor a la desnudez. Estar en Alguien, de Marcelo Uribe
Resumen del post:
La poesía de Uribe es sencilla, pero no por ello simple; una poesía de la sencillez, no por ello carente de una agradable complejidad temática. Avanzar en la lectura de esta obra es ser desnudado por las realidades contenidas en cada pieza
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Fecha:
11 mayo 2016, 02.11 PM
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Autor:
Luis Aránguiz y Micaela Paredes
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Publicado en:
Comentario de libros
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Sin temor a la desnudez. Estar en Alguien, de Marcelo Uribe
La poesía de Uribe es sencilla, pero no por ello simple; una poesía de la sencillez, no por ello carente de una agradable complejidad temática. Avanzar en la lectura de esta obra es ser desnudado por las realidades contenidas en cada pieza
Estar en alguien (2015) es el primer libro de Marcelo Uribe Lamour (Santiago, 1981). Publicado por RIL Editores, el poemario forma parte de una serie titulada “AEREA carménère”; analogía con la cepa de vino cuyos componentes “originales, expresivos, compactos”, como se afirma en la contratapa, vendrían a ser lo característico de este ‘producto literario’. La estética del libro responde a la analogía planteada, con una portada cuyo diseño en cuanto a tonos, imagen central y tipografía, simulan una etiqueta de vino. Partimos haciendo hincapié en este aspecto, pues el impacto visual que produce la presentación física del libro es un primer condicionante dela lectura. Creemos que la apuesta editorial no ha sido la más acertada, pues la relación establecida con el vino —que podría ser sugestiva, si pensamos en el carácter sacramental de este—, resulta frívola: le arrebata a la obra, antes de ser leída, su cualidad de acontecimiento, de objeto singular, insertándolo dentro de una serie que parece tener, antes que nada, la intención de venderse.
Dejando de lado lo anterior y ya adentrados en el libro, nos encontramos con un conjunto de 32 poemas caracterizado por un tono coloquial, sencillo e íntimo, que, lejos de la pretensión de grandes hallazgos, alcanza la humilde profundidad de la confesión, concentrada en la evocación, franca y sensible, de la historia personal. El hablante emprende un recorrido por las memorias que han ido trazando el mapa de su identidad; especie de retrato hecho a punta de relaciones cotidianas y rutinarias —no por eso menos orgánicas— con el entorno. La rememoración de objetos, lugares y sobre todo personas, es la tónica de esta poesía que, como ya nos señalan el título y el epígrafe inicial, perteneciente al Evangelio de Juan (“Nadie tiene mayor amor que este, / que uno ponga la vida por sus amigos”), encuentra su razón de ser en la relación de dependencia última que existe entre el yo y los otros —“Cuando me miro en los espejos, / sólo veo rostros amados” (19)—, y antes, como fundamento de ese nosotros, con el Otro: Ser en que se sostiene ese estar-siendo.
El viaje por las rememoraciones del hablante se nos presenta dividido en cinco secciones que ordenan temáticamente los poemas: “Presentación”, “Dedicatorias”, “El jardín de la amistad”, “Reportajes” y “Brindis”. Esta organización en subtítulos un tanto evidentes,que le ahorran trabajo a la imaginación del lector, le resta fluidez y vitalidada la experiencia total del conjunto: en vez de vivencia recuperada en la palabra, el poema se convierte en una fosilización y disección de los recuerdos evocados.
En cuanto a las elecciones formales, el autor despliega el uso de estructuras métricas tradicionales (sonetos y décimas), así como de formas más flexibles, algunas con combinación de metros y asonancias, otras más cercanas al verso libre. Todos estos recursos buscan ajustarse, con mayor o menor fortuna, a las experiencias enunciadas, que más allá de su ánimo particular, a veces grave, otras más liviano, cuentan con un optimismo cristiano de fondo; están atravesadas por el hálito del que confía en la palabra, se encomienda a la presencia que de ella emana y la celebra: “Las palabras han vuelto a nosotros después de un espectral receso”(72).
Puesto en perspectiva, el poemario es una apuesta convincente dentro de un género que algunos han querido llamar ‘poesía cristiana’. En esta dirección, la obra de Uribe es un acierto y merece un agradecimiento en dos consideraciones. La primera es que no se evidencia una intención de evangelizar al lector o hablar de Dios con tediosa simpleza. En segundo lugar, y precisamente por eso, es que verificamos una preocupación por elaborar una poesía que trascienda al contenido. Un lector avisado no tardará en notar el trabajo impuesto a cada poema, tanto en la elección de sus palabras como en el uso de la métrica. Estos dos elementos escasean dentro del ‘género’ planteado, que se caracteriza por privilegiar el qué por sobre el cómo —presuponiendo la posibilidad de tal distinción—, ya sea porque busca persuadir al lector de adoptar cierta creencia con mensajes más o menos explícitos —lo que solo contribuye a causar más pesadumbre—, ya sea porque en esa ingrata búsqueda olvida el trabajo estético que significa construir una unidad poética que dé cuenta de la materialidad propia de la lengua, transformando así a la poesía en un mero recipiente.
La poesía de Uribe es sencilla, pero no por ello simple; una poesía de la sencillez, no por ello carente de una agradable complejidad temática. Avanzar en la lectura de esta obra es ser desnudado por las realidades contenidas en cada pieza, hasta decir con el hablante: “Si Dios me ha visto desnudo / ¿tendré temor de desnudarme ahora?” (68). Esta doble sencillez es un acierto que no puede sino deleitar a un lector de poesía.
En una dimensión existencial, el poemario no está exento de veladas imprecaciones. En cierto momento el hablante nos dirá: “Los escombros de este siglo / no bastan para construir un siglo nuevo” (49). En este verso se atisba una constatación que pertenece al espíritu de nuestro tiempo: la incertidumbre, el rumbo incierto, la incapacidad humana para asegurarse su propio ser en el mundo.
Estar en alguien, desde un punto de vista cristiano, impresiona porque si bien su título responde a la clásica afirmación paulina del “estar en Cristo”, la obra no nos lleva por ese camino: leerlo es estar en el hablante de Marcelo Uribe, sus incertidumbres, impresiones, la sencillez de su voz. Lo asombroso es que, con angélica delicadeza, somos llevados por él a encontrarnos con ese Otro, el Cristo en el que el poeta está, o más bien, el Cristo que reside en el corazón del poeta.
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