¿Un giro de 360º o una Reforma?
Resumen del post:
Muchos giros son solo para quedar en el mismo lugar, por ejemplo en un moralismo de otro color. ¿Cómo puede en lugar de eso tenerse una genuina Reforma?
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Fecha:
30 octubre 2012, 08.45 PM
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Autor:
Jonathan Muñoz
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Publicado en:
Actualidad y Opinión, Cuestiones fundamentales
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¿Un giro de 360º o una Reforma?
Muchos giros son solo para quedar en el mismo lugar, por ejemplo en un moralismo de otro color. ¿Cómo puede en lugar de eso tenerse una genuina Reforma?
Fue varios años atrás cuando lo escuché por primera vez. En un campamento de la iglesia, si no me equivoco, durante un momento de testimonios. Un hermano dijo con toda naturalidad y emotividad que Dios le había dado un giro a su vida: “un giro de 360º”. Lógicamente algunos de los que nos dimos cuenta del error hicimos un esfuerzo para no reírnos y otros -más maduros, ciertamente- simplemente dijeron un “amén” de afirmación, yendo al espíritu de la declaración y pasando misericordiosamente por alto la letra.
Somos muchos, sin duda, los que conocemos y usamos la popular expresión de que el arrepentimiento es un giro de 180º. Y sin duda que lo es. Dejar de correr tras el pecado y un estilo de vida autocomplaciente para empezar a caminar teniendo como meta la gloria de Dios y gozarse en Él, es un giro en una dirección TOTALMENTE opuesta, o sea: un giro en 180º… no en 360º.
Recordando las clases de geometría básica de la escuela podemos darnos cuenta de que un giro en 360º sólo te dejará donde mismo. Es tomar el compás y darle la vuelta completa sobre su propio eje, dibujando un círculo perfecto. Pues bien, últimamente me doy cuenta de que –más allá del error involuntario de los distraídos o de quienes olvidaron o ignoran los principios de la geometría– hay muchos en las iglesias contemporáneas que efectivamente han dado un verdadero giro en 360º. ¿Cómo? Abandonando una forma de moralismo a fin de abrazar otra igual de profunda, pero de otro color.
Hay muchas iglesias, ministerios, pastores y líderes, que están preocupados legítimamente en contextualizar la predicación del Evangelio y la sistematización de las doctrinas bíblicas. ¡Esto me parece excelente! Pero en algún punto, algunos de ellos se confunden y comienzan a pensar que el centro de su misión en el mundo es meramente “deconstruir” y “marcar un estilo diferente de ser iglesia”. Y entonces, en vez de ver esas loables acciones como medios para predicar el Evangelio, comienzan a verlas como el fin principal.
¿Cómo uno se puede dar cuenta de esto? Por lo siguiente: estos líderes e iglesias predican incansablemente el ejemplo de Jesús, las enseñanzas revolucionarias de Jesús, el espíritu de servicio de Jesús, la valentía profética de Jesús, la humildad y pobreza de Jesús, la compasión de Jesús hacia los oprimidos y despreciados, etc. pero no la obra de Jesús en el Calvario, ni su muerte expiatoria, ni su sacrificio eficaz al sustituir a los pecadores en la cruz.
A pesar de todo el esfuerzo que hemos hecho, junto a los líderes en nuestra iglesia, para que sea reconocida como reformada e histórica, otros nos han catalogado como una “iglesia alternativa”. He sido invitado a encuentros de iglesias alternativas, trabajado en conjunto con líderes anónimos y emblemáticos de esas comunidades y hemos recibido en nuestra comunidad a no pocos creyentes heridos de esas iglesias. Creo que esto me permite decir lo siguiente con cierta confianza y conocimiento de causa: ese Jesús que se enfatiza en ciertas (no en todas) iglesias alternativas por ahí, focalizando repetitivamente Su ejemplo outsider y Sus enseñanzas anti-sistema huele a rancio… huele a moralismo. Huele a moralismo porque pierde el foco en la obra de Cristo POR nosotros y en Su sacrificio sustitutivo. Jesús se torna entonces un mero ejemplo y nosotros en personas que debemos dar lo mejor de nuestros esfuerzos imitándole a fin de justificar o redimir nuestra vida. O sea: es un giro en 360º a la salvación por obras.
Estoy en buena medida de acuerdo con la crítica que se hace al moralismo tradicional porque no son pocos los creyentes de iglesias evangélicas que han hecho de su objetivo de vida prosperar económicamente, tener una linda familia con al menos dos hijos, una casa con antejardín en un barrio seguro, un auto y un perrito. Para ellos, este es su concepto de vida cristiana: una vida decente y moral de clase media, donde la seguridad y la comodidad son todo el plan de Dios para su vida y la de su núcleo familiar. No es necesario ahondar demasiado para percibir lo falaz que es llamar a ese estilo de vivir “vida cristiana”. Las reacciones no se hacen esperar, por lo tanto. Muchas reacciones buenas, pero otra malas.
Una de las reacciones malignas se encuentra justamente en algunas (nuevamente: no en todas) de las llamadas iglesias alternativas: el moralismo de los que han hecho “la opción por los pobres”, la “opción por las minorías sexuales”, la “opción por las tribus urbanas”. El moralismo de quienes no temen vivir vidas urbanas alternativas, ser inclusivos con las minorías (sexuales, étnicas, etc.), tener trabajos free-lance, amar los derechos de los animales más que los de las personas, ser “hippies que no se venden”. Es moralismo, no sólo porque ellos creen que esa opción de vida los hace más justos ante Dios, sino que también es moralismo porque se sienten mejores que los que se visten de terno y corbata para ir a la iglesia, que los que no se tatúan, que los que no beben una cerveza en un bar. Y, justamente, sentirme mejor que el otro por opciones que he tomado en mi vida es una buena definición de “moralismo”.
Es impresionante cómo las iglesias alternativas están llenas de hijos y sobrinos de pastores, jóvenes criados en iglesias evangélicas tradicionales o pentecostales clásicas. Esto ocurre porque llega un punto donde se arrepienten de los constantes esfuerzos por ser “buenos ciudadanos de clase media aspiracional”, buenos cristianos de falda larga, moño y pandero. Y entonces ocurre un giro en sus vidas: un giro en 360º. Entonces deciden escuchar rock pesado, empiezan a salir a los bares, comienzan a tener amistad con homosexuales, prostitutas y travestis, se van a vivir al centro, se tatúan, se ponen extensores. ¡Nada de esto es malo! Es más, ¡incluso varias de estas cosas son buenas! El problema no va por ahí. El problema es que se sienten mejores por las opciones que han tomado en su vida. En este caso su giro en 360º no es un error de geometría. Es exactamente eso: un giro que los deja donde mismo, en una actitud arrogante, en un esfuerzo por mantener su auto-justicia, en una insaciable búsqueda por sentirse superior a los demás, en constante burla y desprecio hacia los estilos tradicionales o conservadores de las iglesias de dónde proceden… una actitud moralista. O sea: cambiaron su discurso, pero no su corazón.
Quien rechaza el estándar tradicional de lo moralmente correcto y se siente mejor que los demás por eso, al final de cuentas es un MORALISTA. Dio una vuelta en 360º y quedó donde mismo.
Es curioso cómo el moralismo entra por la puerta trasera cuando olvidamos o dejamos de enfatizar la Justificación por la Fe. La solución para el letargo e irrelevancia de la iglesia evangélica contemporánea no está allá adelante, en ser visionarios y mirar al futuro ni en diseñar nuevas formas de ser iglesia para las futuras generaciones. Tampoco está en deconstruir la moral individualista, cómoda, auto-complaciente y consumista de clase media que se proclama desde muchos púlpitos. Todo esto tiene su valor y puede ser bueno. Pero no es ni jamás será suficiente. Sólo la proclamación del Evangelio, la proclamación de la obra de Cristo consumada en la cruz y la absoluta suficiencia de Su justicia ante Dios para salvar a todo aquel que cree es la solución para la iglesia evangélica contemporánea.
Me uno al coro de los que piden una nueva Reforma de la iglesia en el siglo XXI. Pero los eslóganes pueden ser engañosos. Reforma no es mera renovación de estilos litúrgicos ni menos el cambio a estilos de vida más alternativos. Reforma es volver a la verdad de que somos declarados justos sólo por creer en la obra suficiente de Cristo por Sus escogidos. Es creer que la justicia de Cristo me fue imputada y que no me es infundida en el corazón sino que está en los cielos, es perfecta, inagotable, irrevocable y me cubre ante el tribunal de Dios. No necesito justificarme siendo “alternativo”, “cool”, “misional”, teniendo un ministerio “encarnacional”. ¡Soy justo sólo por gracia, mediante la fe!
Vivir una reforma del siglo XXI es entender que dejar de lado la vida cómoda de clase media para vivir un estilo de vida más radical, más hippie, más urbano, más amigable con el medio ambiente o menos mainstream no me hace más justo que nadie, ni menos me hace justo ante Dios. ¡Son simples opciones! Tan válidas como las de un padre de familia que vive en un condominio de clase media alta en los suburbios y que trabaja como alto funcionario de una empresa privada y va con su familia a una iglesia con un gran templo donde alaban con canciones de Jesús Adrián Romero. ¡Nada de lo que hago o dejo de hacer me hace justo! Sólo la justicia de Cristo me hace justo. Sólo en ella mi corazón encuentra verdadera paz. Sólo por la obra completa de Cristo en el Calvario, pentecostales, reformados tradicionales, evangelicales y emergentes somos sólo Un Cuerpo ¡y podemos sentirnos como tales!
Parafraseando a Tim Keller: “Si no has creído que en la cruz Jesús te sustituyó, puede que Él sea tu ejemplo, tu maestro e incluso tu jefe, pero no es tu Salvador”. Creer y vivir cada día desde la fe en Jesucristo como mi sustituto que murió y resucitó en mi lugar –condenando mi pecado en la cruz y dándome la victoria sobre la condenación en la tumba vacía– es la única manera de dar una vuelta en 180º. Lo demás es sólo darse “la vuelta del perro” y quedar donde mismo.
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