Una crítica integral a las tecnologías mediáticas populares
Resumen del post:
Las críticas cristianas a los medios sólo se enfocanen una ladera de la montaña. De este lado, lo que más importa es el contenido de los medios populares en lo que respecta a la influencia sobre nuestra cultura.
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Fecha:
24 junio 2012, 07.15 PM
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Autor:
Robert H. Woods Jr. y Paul D. Patton.
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Publicado en:
Cuestiones fundamentales
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Comentarios:
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Una crítica integral a las tecnologías mediáticas populares
Las críticas cristianas a los medios sólo se enfocanen una ladera de la montaña. De este lado, lo que más importa es el contenido de los medios populares en lo que respecta a la influencia sobre nuestra cultura.
Artículo de Robert H. Woods Jr. y Paul D. Patton publicado en Estudios Evangélicos en junio de 2012.
Los sherpas conocen la cara del Monte Everest como la palma de su mano, pero sólo como se ve desde el valle donde habitan. A veces, cuando los montañistas les muestran un lado diferente de la montaña, al principio se niegan a creer. ¿Cómo es posible que sea la misma montaña desde un ángulo distinto? Pero ellos se conmueven, y su incredulidad al final se convierte en asombro ante la revelación de que su vieja montaña pueda dárseles a conocer de una forma nueva[i].
Así también ocurre con la mayor parte del uso y la crítica a los medios de comunicación por parte de los cristianos, motivados por la credulidad y la incredulidad, lo conocido y lo extraño. Las críticas cristianas a los medios sólo se enfocanen una ladera de la montaña. De este lado, lo que más importa es el contenido de los medios populares en lo que respecta a la influencia sobre nuestra cultura. Quienes operan así creen que las tecnologías mediáticas (o los canales que llevan la comunicación) son canales neutros -aunque poderosos- que meramente transmiten noticias y entretenimiento a las ansiosas audiencias.
Pero desde la otra cara de la montaña, las tecnologías mediáticas se ven como algo que es más que meramente neutrales. Ellas son más bien construcciones humanas cargadas de valores, las cuales envían sus propios mensajes que se suman a las noticias o entretenimiento reales que portan. Cada tecnología influye en la manera en que las personas piensan sobre sí mismas e interactúan con las demás y con las instituciones de la sociedad. En este nuevo lado de la montaña, la tecnología mediática, al igual que el contenido de los medios, es una creación cultural y por tanto entra en el espectro de análisis del crítico.
En este artículo, sostenemos que la tecnología es cultura. Tal como el contenido de los medios populares refleja los valores de quienes los escriben y producen, así también las tecnologías comunicacionales populares en sí mismas reflejan los valores de sus creadores humanos. Cada tecnología de comunicación posee valores -o cosas que considera valiosas- más allá de los mensajes que envía, valores que influyen en los individuos y en las sociedades. Además, cada tecnología -ya sea radio, el cine, o los computadores- posee un lenguaje (o gramática) único que confiere a sus mensajes una forma y un sesgo distintos.
Lo que quizá es más importante, es que los valores y sesgos de una tecnología en particular proporcionan oportunidades adicionales para una crítica y una mayordomía cristianas integrales. Por lo tanto, al abordar críticamente cualquier tecnología de comunicación popular, debemos hacernos algunas preguntas básicas: ¿qué valores y sesgos son inherentes a cada medio de comunicación? ¿De qué manera esos valores y sesgos afectan nuestra relación con Dios, con nosotros mismos, con los demás, y con el medio ambiente? Estas preguntas nos permiten criticar los medios populares de modos novedosos, reconociendo la significativa relación entre el contenido que consumimos y los sistemas de entrega que nos lo traen.
La tecnología no es neutral
En términos generales, con algunas notables excepciones, los evangélicos ponen escasa atención a la tecnología comunicacional en sí misma[ii]. Muchos sugieren que la tecnología es neutra, con lo cual quieren decir que es moralmente neutra, o amoral. Creen que la tecnología, al igual que las piedras o los árboles, no tiene alma; solo los humanos tienen alma y son capaces de pecar. En consecuencia, lo que hace buena o mala una tecnología es el uso real al que apunta. Es buena en manos de los buenos, y mala en manos de los malos. Aunque se ha escrito mucho para demostrar que la tecnología no es neutra, la mejor forma en que podemos servir al lector es ofreciéndole una sencilla pero útil explicación de dos ideas fundamentales.
En primer lugar, la postura de que la tecnología es neutra confunde los objetos inanimados de la naturaleza con los objetos creados por los seres humanos. Las tecnologías de los medios populares son creaciones humanas, y como tal, son artefactos culturales, o productos, que potencian los valores y sesgos de sus inventores humanos. Por ejemplo, los computadores personales fueron creados por personas como Bill Gates, quien valoraba la organización de grandes cantidades de información, el envío de mensajes (a alta velocidad), y la conexión entre individuos y negocios de todo el mundo. Así, con independencia de los verdaderos mensajes enviados, los computadores potencian la eficiencia, el compartimiento de información, la rapidez, y la globalización. Estos valores son el mensaje adicional de los sistemas computacionales que acompaña cualquier contenido, no importa en las manos de quién se halle el sistema.
Los computadores, en efecto, se componen de microchips y circuitos sin alma, pero aun así los valores que incentivan afectan la vida y la conciencia humana en formas positivas y negativas. Por ejemplo, los computadores nos permiten organizar y enviar grandes cantidades de información, pero también incentivan el informacionismo -una casi religiosa “fe en el almacenamiento y propagación de información como una vía al progreso social y la felicidad personal”[iii]. Los computadores crean empleos y nos permiten trabajar en forma eficiente, pero las investigaciones demuestran que los usuarios asiduos típicamente se comunican en forma distinta al resto de nosotros. Y a pesar de nuestro supuesto sentido de pertenencia de la “aldea global”, nuestro sentido colectivo parece indicar que la comunidad está decayendo en lugar de fortalecerse. Como lo dice un crítico, “el planeta se desmorona abruptamente y se reúne de mala gana a un mismo tiempo”, un fenómeno que se describe como “McWorld”[iv].
En segundo lugar, aunque la tecnología no habla directamente, tiene su propio lenguaje aparte del contenido que entrega. Con lenguaje queremos decir que cada tecnología de comunicación posee su propia forma única de capturar y mostrar la realidad a las audiencias, forma que implica un sesgo estructural en su comunicación. En este sentido, el potencial de cualquier tecnología no solo está limitado por las instituciones sociales o sus operadores humanos, sino por el propio lenguaje de la tecnología en sí.
Por ejemplo, no podemos mirar la radio -su ancho de banda es demasiado estrecho para portar imágenes. Sólo podemos escucharla. El teatro requiere un tipo de actuación diferente al del cine o la televisión. En la mayoría de los casos, la audiencia del teatro está alejada del rostro del actor. Los espectadores necesitan oír en voz alta lo que está ocurriendo, y los movimientos de la trama se tienen que marcar visiblemente en lugar de demarcarse tenuemente con sutiles expresiones faciales. Y los creadores de películas deben decidir si su trabajo se presentará al público en su formato original o reformateado para adecuarse a la distinta proporción alto/ancho de la televisión. Si se reformatea, pierde parte de su calidad de imagen original; si no es reformateado, las imágenes pueden ser demasiado pequeñas para que las personas las vean adecuadamente en casa.
Estamos de acuerdo en que el mensaje de un comunicador puede apuntar a elevar o denigrar la condición humana ya sea que se transmita vía tecnología de audio, impresa, o electrónica. Reconocemos, además, que la tecnología no es determinante: nuestros computadores o teléfonos móviles no nos hacen hacer nada. La gente aún actúa o deja de actuar en base a su interpretación de ciertos mensajes. No obstante, a pesar de estas concesiones, sostenemos que la tecnología no es neutra. Es claro que ésta afecta la manera en que los mensajes se construyen y emiten, y configura a los individuos inmersos en ella. En consecuencia, conviene considerar la crítica integral de los medios como un tipo de crítica social que no solo aborda 1) el contenido propiamente tal de los medios, y cómo este contenido afecta a los individuos, grupos y organizaciones en la sociedad, sino también 2) la tecnología de comunicación (o el canal) que distribuye canciones, novelas, periódicos, películas, y otros productos o artefactos culturales, a una enorme cantidad de personas en la sociedad[v].
A manera de incentivar nuevos análisis de la tecnología más allá de estas páginas, ilustramos los conceptos clave que hasta aquí hemos presentado en relación a la televisión. Demostramos de qué manera los valores y sesgos inherentes a la televisión en definitiva interactúan con los mensajes que ella emite, y cómo el comprender sus propiedades tecnológicas particulares nos ayuda a tomar decisiones mejores y más reflexivas sobre qué contenido consumir.
Valores de la televisión
Si bien cada medio necesita ser comprendido y criticado, hemos elegido la televisión por varios motivos. En primer lugar, la televisión sigue siendo el medio popular más influyente, por ejemplo, en los Estados Unidos, a más de sesenta años desde que se volviera comercialmente viable. En segundo lugar, en los últimos años, la aparición de sistemas de video más pequeños, portables y menos costosos ha llevado a una explosión de nueva programación, realizada por productoras establecidas e independientes. En tercer lugar, a pesar de la siempre creciente calidad de imagen y convergencia de los medios -o la aparición de los medios más antiguos en los nuevos canales mediáticos-, la televisión conserva sus valores clave y sus rasgos distintivos[vi]. Finalmente, al ser el paladín dominante entre los medios evangélicos, la televisión es un excelente candidato para el análisis y la crítica[vii].
En lo que respecta a los sesgos inherentes a la televisión, ésta valora la imagen sobre las palabras y nos incentiva a pensar que se debe ver -más que leer o escuchar- para creer. La televisión también puede disminuir nuestra capacidad imaginativa. A diferencia de los libros, la televisión hace por nosotros el trabajo imaginativo: retrata el castillo, muestra el paisaje, y delinea detalladamente el contorno del rostro del protagonista. Con el tiempo, bajo el disfraz del principio del menor esfuerzo, podemos llegar a aceptar y aun preferir la imaginación de otros por encima de la nuestra.
La televisión en general es “visualmente hiperactiva”: valora el corte dramático y el comercial breve sobre los sucesos de larga duración[viii]. La televisión valora así la interrupción más bien que la continuidad o la reflexión sostenida, como la que encontramos en una sinfonía de Mozart. ¡Imaginémonos una orquesta deteniéndose cada siete minutos para que el director pueda presentar los productos más recientes de su auspiciador!
Mientras vemos televisión, nuestra atención se concentra más en las imágenes en la pantalla que en las de nuestro alrededor. La explosión de color que se enciende con cada cambio de escena y del ángulo de la cámara, capta la atención del espectador de modo muy similar a como las llamas de una fogata atraen la mirada de los que la rodean. Pero a diferencia de la fogata, típicamente no hay conversación entre los espectadores frente al televisor. Las miradas se adhieren a la pantalla y se desvían de los familiares y amigos.
Finalmente, la televisión incentiva la inactividad física. Mientras miramos y disfrutamos nuestro evento deportivo favorito, por ejemplo, se nos desincentiva a practicar el deporte que estamos viendo. La popularidad misma de la televisión se construye sobre las experiencias ajenas que ofrece, desde los equipos deportivos a las telenovelas. La frase en inglés couch potato (literalmente “papa de sofá”) refiere a los individuos que pasan demasiado tiempo en actividades sedentarias, como ver televisión o jugar videojuegos.
Por lo tanto, entre los valores inherentes a la televisión se incluyen la imagen sobre las palabras, la interrupción visual, la distracción interpersonal, e inactividad física. Con el tiempo, estos valores pueden influir sutilmente en nuestra interacción con los demás, incluido el deseo de una comunicación cara a cara en la comunidad y el mundo a nuestro alrededor.
El lenguaje televisivo
Además de lo anterior, cada tecnología posee su propio lenguaje particular, o modo de captar y presentar la realidad. El lenguaje propio de la televisión, o iconografía, incluye al menos dos atributos que son distintivos de este medio: intimidad e inmediatez.
La televisión es intrínsecamente un medio de comunicación íntimo. Comparada con otros medios dramáticos, la televisión enfatiza la intimidad y acentúa los personajes y las personalidades por encima de las ideas y las proposiciones. En efecto, el rostro es la imagen que la televisión mejor captura. Se ajusta al tamaño de la pantalla del televisor y supera las cuestiones relativas a la resolución de la imagen. La mayoría de los detalles finos se pierden en la televisión -incluso con una calidad de imagen de alta definición- a diferencia de la película, que nos da una visión más amplia del mundo[ix]. Con su enorme pantalla, el cine se adecúa perfectamente a las epopeyas bélicas, los panoramas, el mar, etc.
Los estrechos márgenes de la pantalla fuerzan a los productores a desarrollar las historias dramáticas concentrándose en las caras de los personajes y confiando en que éstos desplieguen la belleza y la profundidad de la personalidad humana en todas sus complejidades. La expresión facial de un actor de televisión es tan importante como el diálogo al momento de interpretar su personaje. La escala visual de la televisión concede un nivel de privacidad ausente en cualquier otro lugar y por tanto exige un desempeño creíble. Una actuación vivaz y altamente profesional en toda la historia de la televisión es un rasgo presente en casi todas las series con las mayores calificaciones de calidad, como Dr. House o The Mentalist.
Dado el énfasis de la televisión en el rostro del personaje, no es de sorprender que ésta a menudo cree la ilusión de una interacción cara a cara entre el espectador y las personas en la pantalla. Debido a los acercamientos a la cara y el contenido privado, muchos televidentes sienten que tienen una relación personal con ciertos personajes -un fenómeno que los investigadores denominan interacción para-social (PSI)[x]. En la parte positiva, la ilusión de intimidad beneficia a la buena televisión al proporcionar personajes con quienes la audiencia puede conectarse durante la aventura dramática. Del lado negativo, dicha ilusión lleva a algunos a estimar menos beneficiosa la interacción con personas de la vida real que con los personajes televisivos. Esto también aplica a los poderosos cultos a la personalidad que se crean en torno a las celebridades populares.
El mismo efecto ocurre entre las audiencias de diversos programas cristianos. Gracias a la intimidad inherente a la televisión, aun cuando ello no se pretenda, los televidentes a menudo sienten que conocen a los predicadores televisivos. Puede que las personalidades mediáticas no estén buscando promover cultos a su propia personalidad, pero su uso de los medios socava aun sus mejores intenciones.Halloween Inflatable
La televisión es intrínsecamente una tecnología de comunicación inmediata. Algunos de los momentos más potentes de la programación de la televisión han sido transmisiones en vivo: la llegada a la luna, la caída de las Torres Gemelas, el rescate de los treinta y tres mineros en Chile, la muerte de Muammar Gaddafi en Libia, entre muchos otros.
En parte debido al montaje multi-cámara y la capacidad de cambio instantáneo de un ángulo a otro, la televisión captura la inmediatez y la concurrencia de múltiples eventos; su retrato de la realidad a menudo coincide con la aparición de un suceso en particular. La muerte de Gaddafi no solo ocurrió en Libia, sino en las salas, terminales de buses y plazas de todo el mundo. La televisión hizo que los mineros salieran a la superficie en nuestro propio patio. Y gracias a la televisión, estuvimos en la Zona Cero el 11/9 cuando las víctimas sin salida se arrojaban de las humeantes Torres Gemelas. La televisión tiene la enorme ventaja de permitirnos participar en los acontecimientos cuando estos ocurren. Como explicaba un crítico, cada toma le confiere al espectador una “visión del ojo de Dios” que siempre enfoca al frente y al centro[xi].
A veces la inmediatez de la televisión se utiliza a propósito para aumentar la audiencia: la boda real del Príncipe Guillermo de Inglaterra, la transmisión especial de un “clásico” deportivo, o el capítulo final en vivo del reality–show del momento. Las celebridades y grupos activistas por igual optimizan la cobertura en vivo de los medios a sus eventos programados no solo para correr la voz acerca de sus causas, sino para conectarse inmediata y emocionalmente con sus potenciales adherentes. De manera similar, en manos de ciertos comunicadores religiosos la inmediatez puede dar un mezquino beneficio a los intereses personales o institucionales. La televisión crea una sensación de inmediatez visual aun cuando -muy similar a lo que ocurre con la intimidad- no sea esa la intención, presentando a los televangelistas como quienes tienen influencia sobre los imperios, por ejemplo, y pretendiendo que las audiencias son miembros de sus congregaciones mundiales.
Estos breves ejemplos de algunos de los atributos tecnológicos de la televisión ilustran la potencia de los sesgos tecnológicos. Estos sesgos trazan los límites de la capacidad simbólica de la televisión, o la forma en que captura y presenta la realidad a sus audiencias. Para bien o para mal, estos sesgos afectan a las audiencias pues ellos interpretan el contenido y le atribuyen el significado a ciertos sucesos. El desafío paro los críticos integrales, entonces, es responder de modo creativo e imaginativo a los sesgos inherentes a las limitaciones simbólicas de cada medio de comunicación en formas que promuevan la paz y la justicia[xii].
Conclusión
Volviendo al Monte Everest y los sherpas: lo que alguna vez dimos por hecho ahora aparece novedoso. Lo que alguna vez era ajeno ahora aparece familiar, aun si alguien todavía no puede captar plenamente su esplendor. Sea como fuere, queda claro que las cosas no siempre son lo que parecen. ¿Muy agotador el viaje? Tal vez. ¿Ha sido lo bastante curioso como para seguir explorando? Esperamos que así sea.
El contenido de los medios es un objetivo fácil para los cristianos, y por buenas razones. La preocupación por la insensibilización de la vida cultural a causa de la excesiva exposición de sexo y violencia es legítima. Pero las tecnologías que emiten el contenido también son creadas por seres humanos, y como tal reflejan valores, deseos y aspiraciones humanos. Cada tecnología comunicacional posee su propio ADN único, o predisposiciones características que configuran la comunicación humana. Jugar videojuegos es entretenido, pero puede hacernos insensibles respecto a las consecuencias permanentes de nuestras decisiones. La televisión emite importantes noticias y gran entretenimiento, pero nos incita a pensar que hay que ver para creer. En suma, cada tecnología trae beneficios y lastres además del contenido que transmite.
Por el momento, recordemos que el desarrollo de la alfabetización tecnológica comienza por hacerse algunas preguntas básicas: ¿qué valores y sesgos son inherentes a cada medio de comunicación? ¿Y de qué manera esos valores y sesgos afectan nuestra relación con Dios, con uno mismo, con los demás, y con el medioambiente? En la medida que comprendamos el potencial y los límites inherentes a cualquier tecnología en particular, podemos abrir sus posibilidades de redención -ya sea como críticos, como consumidores, o como creadores de medios y tecnologías populares.
El objetivo de nuestra breve expedición no ha sido mostrar exhaustivamente cada sitio y rincón del paisaje tecnológico de la televisión. En realidad solo hemos dado una pincelada a un medio en particular. Pero si nuestra vista aérea de ambos lados de la montaña ha plantado una semilla lo bastante atrayente como para convencer al lector para que realice futuras expediciones por sí solo, entonces nuestro viaje, al menos por el momento, ha sido un éxito[xiii].
Copyright del Center for Christian Ethics, Baylor University para el original y la traducción. Traducción de Elvis Castro. Traducido y publicado con autorización del Center for Christian Ethics.
[i] Jacob Bronowski cuenta la historia de los sherpas en Science and Human Values, edición revisada, Nueva York: Harper & Row, 1965 (1956), 30-31.
[ii] Recientes excepciones notables incluyen a Shane Hipps, The Hidden Power of Electronic Culture: How Media Shapes Faith, the Gospel, and Church (El poder oculto de la cultura electrónica: cómo los medios configuran la fe, el evangelio, y la iglesia; Grand Rapids, MI: Zondervan, 2006), y Flickering Pixels: How Technology Shapes Your Faith (Pixeles relampagueantes: cómo la tecnología configura la fe; Grand Rapids, MI: Zondervan, 2009); Quentin J. Schultze, Habits of the High-Tech Heart: Living Virtuously in the Information Age (Los hábitos del corazón de alta tecnología: vivir virtuosamente en la era de la información; Grand Rapids, MI: Baker Academic, 2000); y Tex Sample, The Spectacle of Worship in a Wired World: Electronic Culture and the Gathered People of God (El espectáculo de la adoración en un mundo de conexiones: cultura electrónica y el pueblo de Dios reunido; Nashville, TN: Abingdon, 1998).
[iii] Shultze, Habits of the High Tech Heart, 21.
[iv] Benjamin R. Barber, “Jihad versus McWorld”, Athlantic Monthly 269:3 (marzo 1992), 53-63, aquí citada p. 53. Disponible en la red en www.theatlantic.com/ magazine/archive/1992/03/jihad-vs-mcworld/3882/ (recuperado el 7 de diciembre de 2010).
[v] En otro lugar explicamos que una crítica integral a los medios debe considerar además “las prácticas y el proceso de varias instituciones sociales que rodean y regulan los canales de comunicación y determinan cómo y cuando se emite el contenido”. Véase Robert H. Woods Jr. y Pablo D. Patton, Prophetically Incorrect: A Christian Introduction to Media Criticism (Proféticamente incorrecto: una introducción cristiana a la crítica de los medios; Grand Rapids, MI: Brazos, 2010), cap. 1, citada aquí p. 13.
[vi] La televisión ha evolucionado desde sus comienzos a finales de la década de 1940 no solo en el tamaño de la pantalla (que hoy va desde las pantallas planas de 50 pulgadas a modelos del tamaño de la mano) sino también en su interacción con otros medios (por ejemplo, los televidentes que votan a través del teléfono por sus competidores del reality–show, las compras en línea, o la descarga de programas de televisión para verlos en un computador). Sugerimos que esta interacción intensifica las características inherentes a la televisión de la intimidad y la inmediatez. Para una introducción al brutalmente errático paisaje de la convergencia de medios, véase Henry Jenkins, Convergence Culture: Where Old and New Media Collide (Cultura de la convergencia: donde los medios antiguos y nuevos colisionan; Nueva York: New York University Press, 2006).
[vii] Varias fuentes han criticado cómo la televisión religiosa configura la cultura y cómo la cultura configura la televisión religiosa, para bien o para mal. Por ejemplo, véase Malcolm Muggeridge, Christ and the Media (Cristo y los medios; Grand Rapids, MI: Eerdmans, 1977); Quentin J. Schultze, Televangelism and American Culture (Televangelismo y la cultura estadounidense; Grand Rapids, MI: Baker Books, 1991), y Redeeming Television: How TV Changes Christians – How Christians Can Change TV (Redimir la televisión: cómo la TV cambia a los cristianos – cómo pueden los cristianos cambiar la TV; Downers Grove, IL: InterVarsity Press, 1992).
[viii] Schultze, Redeeming Television, 86.
[ix] Reconocemos que con la alta definición (HD), las estaciones de noticias ahora deben encontrar contenido más gráfico para rellenar los lados de la pantalla y el fondo. Y, en la programación dramática con producción HD, los diseñadores del set ahora deben prestar más atención a la utilería y el escenario. De cualquier forma, es poco probable que la mayor atención a estos elementos secundarios debido a la HD le vaya a alejar de la televisión su inclinación hacia el rostro de los personajes. Las noticias y los programas dramáticos aun están dominados por personalidades y personajes. Es aun más probable que la HD resulte en una mayor atención a las líneas y las sutiles expresiones visibles en el rostro de los personajes.
[x] Donald Horton y R. Richard Wohl introdujo el término “interacción para-social” (PSI, por su sigla en inglés) para la notoria relación de amistad o intimidad entre un consumidor de medios y una distante “persona” mediática en “Comunicación masiva e interacción para-social: observación a la intimidad a distancia”, en la revista Psychiatry 19:3 (1956), 215-229.
[xi] Thomas de Zengotita, Mediated: How the Media Shapes Your World and the Way You Live in It (Mediatizados: cómo los medios configuran nuestro mundo y la manera en que vivimos en él; Nueva York: Bloomsbury, 2005), 7.
[xii] Por el momento, el espacio nos impide explorar estas respuestas en detalle. El lector interesado puede consultar la segunda mitad de Woods y Patton, Prophetically incorrect, 113-119.
[xiii] Este artículo es un extracto de los capítulos 1 y 7 de nuestro libro Prophetically Incorrect: A Christian Introduction to Media Criticism. Gran parte del material del capítulo 7 fue adaptado del material escrito por Clifford Christians que apareció originalmente en Quentin J. Schultze, ed., American Evangelicals and the Mass Media (Los evangélicos estadounidenses y los medios masivos; Grand Rapids, MI: Zondervan, 1990), 331-336.
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