Estudios Evangélicos

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Acerca del uso y abuso de la Biblia en coyunturas políticas

1. La contextualización del problema.

Que los evangélicos acudamos a la Biblia para entender y explicar el mundo y la vida no es ninguna novedad. Anhelamos ser “el pueblo del libro” y postulamos que nuestra fe, no sólo tiene que ver con aquello que sucede al interior de nuestros templos y hogares, pues ella no es privada, sino que es una fe cósmica y pública. Como declarara el apóstol Pablo, al referirse a nuestro Señor Jesucristo: “porque por medio de él fueron creadas todas las cosas en el cielo y en la tierra, visibles e invisibles, sean tronos, poderes, principados o autoridades: todo ha sido creado por medio de él y para él. Él es anterior a todas las cosas, que por medio de él forman un todo coherente” (Colosenses 1:16,17) [1]. El entendimiento del señorío total y universal de Cristo es base fundamental de nuestra cosmovisión cristiana, y nos llama a un seguimiento fiel a la Escritura como su Palabra que es enseñanza pero, por sobre todo, mandamiento. Y es dicha lectura, la que se traduce en una presencia fiel de los creyentes dispersos por el mundo.

El señorío de Cristo que conduce a la fidelidad, reclama una lectura coherente y consistente con dicho principio vital, y en el caso al que nos referimos acá, es pertinente tener en cuenta esto a la hora de pensar y actuar en política. Como dirá Juan Stam: “En aras de la fidelidad bíblica, reconocemos sin tapujos que este libro es muy político. De hecho, como dice un refrán que se ha hecho axiomático en nuestros tiempos, ‘todo es político, pero la política no es todo’. Si bien es un error ‘politizar’ un texto más de lo que es político, por otro lado es un error muy grave, y una falta de fidelidad a la Palabra de Dios, pretender ‘despolitizar’ un texto tan evidentemente político como es el libro de Apocalipsis” [2]. Esto que el autor, como especialista en Apocalipsis alude respecto a dicho libro, es posible aplicarlo a toda la Escritura. Es por ello que las teologías políticas, europeas o latinoamericanas, que sólo propenden al activismo social, limitan la Misión de Dios dejando de enfatizar la proclamación del evangelio, tal y como el evangelicalismo norteamericano con un discurso aparentemente apolítico (como si tal cosa existiera), derivó en un ensimismamiento que se complace en la experiencia religiosa sin poner atención en el prójimo, y por ende, en la misión. El apóstol Santiago nos alerta respecto de la parcialidad con mucha fuerza: “Hermanos míos, ¿de qué le sirve a uno alegar que tiene fe, si no tiene obras? ¿Acaso podrá salvarlo esa fe? Supongamos que un hermano o una hermana no tiene con qué vestirse y carece del alimento diario, y uno de ustedes le dice: ‘Que le vaya bien; abríguese y coma hasta saciarse’, pero no le da lo necesario para el cuerpo. ¿De qué servirá eso? Así también la fe por sí sola, si no tiene obras, está muerta” (Santiago 2:14-17). A la luz de este texto es una falsa dicotomía disociar la proclamación del evangelio de la práctica de la justicia y la misericordia.

2. La gravedad teológica de la lectura de la Biblia dentro de la lógica izquierda-derecha.

En medio de múltiples debates políticos, actores evangélicos prorrumpen con voz elocuente en la escena pública, ya sea arrogándose la representatividad de “la Iglesia Evangélica”, concepto imaginario que no tiene correlato empírico en la realidad, o en el peor de los casos, formulando ensoñaciones como esa de estar “del lado de Dios”. Y más allá del tema de la libertad de conciencia, asunto fundamental a ser tenido en cuenta en la discusión política acometida por los creyentes, pretendo llamar la atención de los lectores a otro asunto, uno que reviste gravedad teológica. Pues si bien es cierto, cada creyente tiene todo el derecho a apoyar y definirse políticamente por una determinada causa política -pues dicha actividad no es mala en sí misma-, otra cosa es valorar dicha causa como “el proyecto histórico de Dios”. Supeditar el triunfo de Dios y del reino que consumará en la historia, a una victoria electoral que no tiene la fuerza de cambiar toda la realidad es, con todas sus letras, una aberración a lo que la Biblia enseña. Dios es providente y mucho más sabio y poderoso que nosotros. Un día todos los gobiernos de la tierra caerán, mientras que el Reino de Dios permanecerá incólume. Por ende, nuestra esperanza no está en actores o proyectos políticos de diverso color, pues ella a es escatológica y está centrada en la persona de Jesucristo, Señor nuestro.

Ejemplificaré con dos textos bíblicos sobre cómo el uso parcial para fortalecer la convicción política propia nos hace perder de vista la riqueza de la Palabra de Dios:

a. Amós 2:6,7 nos plantea un tremendo dilema para nuestra comprensión actual: “Así dice el Señor: Los delitos de Israel han llegado a su colmo; por tanto, no revocaré su castigo: Venden al justo por monedas, y al necesitado, por un par de sandalias. Pisotean la cabeza de los desvalidos como si fuera el polvo de la tierra, y pervierten el camino de los pobres. Padre e hijo se acuestan con la misma mujer, profanando así mi santo nombre”. A partir, de este texto vemos la parcialidad de la separación realizada por posiciones dualistas que enfatizan en la justicia social o en la moral sexual, cuando este texto une ambas consideraciones. No pasas a ser un marxista cuando propugnas y trabajas por un mayor ejercicio de la justicia en la sociedad, como tampoco pasas a ser un derechista por defender la moral respecto de la sexualidad. Es del todo consistente con el cristianismo defender a las víctimas indefensas asesinadas por el aborto, cuyos gritos no alcanzan a ser oídos por nosotros, como defender a los menores abusados en hogares del SENAME, pues ellos no son ni fetos ni simple “stock”, sino seres humanos creados a imagen y semejanza de Dios. Es del todo consistente con el cristianismo defender el matrimonio heterosexual, monogámico, y la familia emergida de dicha relación y, acto seguido, levantar la voz por los derechos de quienes son vulnerados o postergados en la historia, en el trabajo, la salud, la educación, el acceso a la vivienda y el cuidado de una pensión digna.

b. No es posible dejar de lado el texto de Romanos 13:1-7 en una reflexión sobre este tema. En él vemos al Dios soberano poniendo autoridades en el mundo. Dicha autoridad siempre es derivada de Dios y relativa respecto de Él y su Palabra. Por ello, la acción soberana de Dios no excluye nuestra responsabilidad, en tanto que la autoridad debe ejercer su labor en justicia, protegiendo al inocente y sancionando el delito, y los demás ciudadanos tenemos el deber de obedecer activamente, pues nuestra obediencia total es a Dios. Es en consecuencia a dicha comprensión que los creyentes tenemos la posibilidad de practicar la “desobediencia civil”, o de manera más reformada, obedecer radicalmente a Dios, cuando se busca explícitamente mandatar aquello que la Biblia niega (léase Hechos 4:19,20). Es maravilloso cómo cierra Pablo dicha exhortación, invitando a tener en cuenta una deuda de honor y respeto, junto con el pago de los impuestos, todo ello unido y en relación a quien corresponda. Este texto de la Escritura nos libra de la “Estadolatría” y de la “Estadofobia”, toda vez que mira al estado en su justa medida y sin despersonalizaciones que omiten la responsabilidad de quienes ejercen autoridad, es decir, como un instrumento que trabaja para el bienestar de la sociedad, salvaguardando derechos y regulando la actividad de los sujetos conforme al cuerpo legal.

Por todo ello, el clivaje político izquierda-derecha, reciente en términos en históricos en comparación con los textos de Amós y de la carta de Pablo a los Romanos, le hace un flaco favor a nuestra lectura de la Biblia y nuestra comprensión de la realidad en torno a ella. ¿Por qué disociar aquello que la Biblia une? ¿Por qué disociar la justicia social de la moral sexual, y la responsabilidad individual de la social?

3. La necesidad de una hermenéutica fiel al texto bíblico.

Todo lo anterior genera un profundo llamado a la interpretación fiel de la Escritura. Los evangélicos debemos tener en cuenta que el reconocimiento de la Biblia como Palabra de Dios debe traducirse en fidelidad y respeto a ella. Mis lentes como lector no tienen la primacía en la tarea de comprender y anunciar el texto sagrado, por lo que vale la pena tener en cuenta, como primera cosa, la precisión realizada por Manfred Svensson al señalar que: “la caracterización de la aproximación protestante a la Biblia como una disposición de ‘libre examen’ resulta históricamente inútil: la fórmula de hecho ni siquiera se registra en el siglo XVI, y es más bien recurrente en la apologética católica del siglo XIX y en las contemporáneas reivindicaciones protestantes” [3]. El “libre examen” no fue bandera de lucha de la Reforma Protestante, sino traducciones de la Biblia en lenguaje vernáculo fieles a los manuscritos en hebreo, arameo y griego; la tarea exegética y la implementación del método gramático-histórico y, prioritariamente, una lectura y escucha de la Palabra de Dios al interior de una comunidad. Y es aquí, respecto de la lectura comunitaria de la Biblia, donde también se hace valiosa la prevención realizada por Gordon Fee y Douglas Stuart: “Los protestantes no tienen magisterio, y debemos estar con razón preocupados cuando oímos que alguien dice que conoce el significado divino más profundo de un texto, sobre todo si el texto nunca significó lo que quiere hacérsele decir. De esas cosas nacen las sectas e innumerables herejías menores” [4]. El discernimiento de la comunidad, a la manera de la evaluación realizada por los hermanos de la comunidad de Berea, quienes con “sentimientos más nobles” se daban la tarea diaria de examinar “las Escrituras para ver si era verdad lo que se les anunciaba” (Hechos 17:11), junto con la comprensión escritural del señorío de Cristo, por sobre todo, es un antídoto contra todo tipo de tiranía eclesiástica de quienes proclaman sus ensoñaciones alejadas de la fidelidad a la Palabra de Dios.

Nadie tiene el derecho a torcer la Escritura para su conveniencia. Como dirá Louis Berkhof: “Aunque es cierto que el intérprete debe ser perfectamente libre en sus labores, no debe confundirse su libertad con la licencia. Es libre, ciertamente, de toda restricción y autoridad externa, pero no es libre de las leyes inherentes al objeto de su interpretación. En todas sus exposiciones está amarrado por lo que está escrito, y no tiene el derecho de atribuir sus pensamientos a los autores del texto sagrado” [5]. Es un infundio alejado de la fidelidad a la Palabra de Dios plantear que un determinado proyecto político es de Dios y otro de Satanás, sólo porque se condice con nuestras aspiraciones personales. Es iluso pensar que el constructo ideológico desarrollado por sujetos con “conciencias encallecidas” (1ª Timoteo 4:2) está libre de la mancha del pecado. No es reconocimiento de la “gracia común” aquello que termina glorificando a hombres y mujeres del pasado y del presente, y no al Dios Todopoderoso que no comparte su gloria con nadie (Salmo 115:1; Isaías 42:8). La Biblia no presenta un programa político sólido y cerrado, sino principios con los que se puede construir discursos susceptibles de estar marcados por la diversidad en la voz de distintos creyentes cristianos, comprados con la misma sangre de Cristo. No hay nada menos evangélico que situar a Dios del lado de una ensoñación ideológica en eslóganes huérfanos de sentido. Un dios de izquierda o derecha es una profanación de lo sagrado. En lenguaje llano: idolatría.

Entonces, en obediencia al mandamiento que dice a la letra: “No tomarás en vano el nombre del Señor tu Dios, porque yo, el Señor, no consideraré inocente al que tome en vano mi nombre” (Éxodo 20:7, RVC), digamos junto a Martín Lutero: “tengo que usar el nombre de Dios con respeto, santa y dignamente, que no debo acudir a él para juramentos, imprecaciones ni engaños” [6]. El que se mencione a Dios en un discurso político, sea del color que sea, no es prueba de apego y fidelidad a la Biblia, y en ella, a la herencia legada por el cristianismo histórico.

* Licenciado en Historia con Mención en Estudios Culturales de la Universidad Academia de Humanismo Cristiano. Miembro del Núcleo Fe Pública.

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Notas

[1] A no ser que se diga lo contrario, los versículos bíblicos son tomados de la Nueva Versión Internacional.

[2] Juan Stam. Apocalipsis & Imperio. Introducción al Apocalipsis de Juan. Valparaíso, Concordia Ediciones, 2013, p. 15.

[3] Manfred Svensson. Reforma protestante y tradición intelectual cristiana. Barcelona, Editorial CLIE, 2016, p. 149.

[4] Gordon Fee y Douglas Stuart. Lectura eficaz de la Biblia. Miami, Editorial Vida, 2007, p. 31.

[5] Louis Berkhof. Principios de interpretación bíblica. Jenison, Editorial TELL, 1992, p. 53.

[6] Martín Lutero. El Magnificat, seguido de Método sencillo de oración. Salamanca, Ediciones Sígueme, 2017, p. 125. La cita corresponde al “Método sencillo de oración”.