Estudios Evangélicos

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Carta abierta a los constituyentes evangélicos

Estoy consciente de que por mi falta de conocimiento y de experiencia, no soy el más indicado para sugerirle ideas a los constituyentes evangélicos. No obstante, me atrevo a escribir estas líneas por dos razones: i) como miembro de la Iglesia Presbiteriana de Chile (IPCH), me siento parte de la gran familia evangélica, y las reflexiones que provienen “desde casa” siempre pueden ser útiles; ii) sé, porque he conversado con varios, que hay hermanos en la fe que también adhieren parcial o completamente a planteamientos aquí vertidos.

1) El estigma.

Desde hace ya varios años, los evangélicos hemos sido objeto de burlas y ridiculizaciones varias en los medios de comunicación nacional. Son incontables las teleseries y los programas de TV que, con el fin de hacer reír, se han mofado hasta el hartazgo del nunca bien ponderado canuto criollo. Por un lado, es lamentable que los evangélicos todavía no formen parte de aquel selecto grupo de minorías que no pueden ser ridiculizadas en público. Sin embargo, por otro lado, también debemos reconocer que hemos dado motivos de sobra. En este sentido, baste con recordar las vergonzosas apariciones públicas del pastor Soto, además del último episodio ocurrido en Los Ángeles, donde un grupo de hermanos en la fe las emprende contra carabineros y hasta simulan un atropello.

Ante este escenario, es altamente probable que nuestros constituyentes evangélicos tengan que cargar con ciertos prejuicios difíciles de revertir y exponerse a una posible ridiculización que, de ocurrir, sería profundamente injusta. Así pues, lo mejor que pueden hacer, aunque pierdan en todo, es mostrar algo distinto de la imagen que esperan de ellos: tranquilos, ocupados del bien común y no de promesas hechas sólo a los evangélicos.

2) Tranquilos.

Dada la composición final de la Convención, puede que en ámbitos como la mal llamada “agenda valórica” suframos derrotas importantes. En tal contexto, es pertinente recordar que mostrar convicción no es sinónimo de escandalizarse. Seguramente, algunos medios de comunicación esperan ansiosos las intervenciones de los constituyentes evangélicos, para llenar sus portadas con imágenes de personas gritando -biblia en mano- consignas vacías y “retrógradas”. No caigamos en su juego. Por triste que resulte la redacción del artículo que hable sobre la vida del que está por nacer, hagamos todo lo posible por hacer primar el diálogo y la argumentación serena antes que las interpelaciones personales. Por favor, nadie los está llamando a la renuncia, sino a mostrarle al país que somos capaces de establecer debates racionales e informados.

Además, cabe señalar que una Constitución no tiene la capacidad de zanjar todos los debates. Las leyes, la interpretación judicial y las políticas públicas suelen ser determinantes a la hora de aplicar las pautas constitucionales. Una buena performance en la Convención podría aumentar nuestras posibilidades de ganar luego en el Parlamento o en el Ejecutivo. En otras palabras, una derrota en la Convención no tiene por qué ser una derrota absoluta.

3) Mundo evangélico y bien común.

En tercer lugar, deben tener presente que –por obvio que suene- el trabajo que Dios les ha encomendado consiste en la redacción de una nueva constitución para Chile, no sólo para los evangélicos. Muy probablemente, al Palacio Pereira llegarán convencionales cuyo único propósito será la obtención de beneficios para el clan que representan. Por supuesto que no hay nada de malo en pertenecer a distintos grupos de la sociedad civil. Sin embargo, la tarea que los constituyentes tienen por delante exige pensar el país como un todo orgánico, no como parcelas desconectadas, o en permanente conflicto. Lo último que necesitamos es una Convención compuesta por representantes dispuestos a dispararse derechos entre sí, donde no quepa el diálogo y sólo importe asegurarse una mascada de la torta. Esto es otra forma de individualismo grupal. Aquí, los evangélicos tenemos una gran oportunidad para sobrevolar estos debates mezquinos y mostrarnos preocupados por el bien común, no sólo por “nuestros derechos y libertades”.

4) El útil pero insuficiente tecnicismo jurídico.

En cuarto lugar, les diría que, por muy asesorados que estén, no entren apresuradamente a temas que no dominan. Esto cobra especial relevancia si consideramos que en la Convención habrá personas que, por formación profesional, llevan años investigando sobre, por ejemplo, libertad de culto. No todo tiene que ser defendido desde el tecnicismo jurídico. Aunque el derecho es un asunto importante, las normas no son más que la manifestación de ideales previos, incluso aquellas meramente procedimentales. Por obvio que suene esto, creo que hay alguna parte del mundo evangélico que aún no lo ve claramente y de ahí su obsesión con tener “abogados cristianos” que defiendan nuestros intereses en la política o en la esfera pública. Si sólo nos llenamos de abogados cristianos, estamos condenados a la irrelevancia pública, ya que los temas de fondo usualmente no son trabajados por los técnicos del derecho, sino por las demás profesiones humanistas: filósofos, sociólogos, historiadores, antropólogos, etc. Por tanto, cuando hago la prevención de no entrar en terrenos jurídicos desconocidos, no estoy diciendo que se queden fuera del debate. Estoy invitándolos a ampliar la mirada, a buscar argumentos que defiendan sus posiciones en todo el arco humanista del saber, no sólo en el derecho –ya que este último resuelve pocas cuestiones de fondo.

Un ejemplo palmario de lo que vengo diciendo tuvo lugar hace un par de semanas atrás cuando en un programa de televisión, un abogado católico que estaba en contra del matrimonio homosexual, defendía su posición arguyendo que “el artículo 102 del código civil dice que el matrimonio es entre un hombre y una mujer”.

5) Las reglas están para cumplirse.

En quinto lugar, permítanme una opinión procedimental: esfuércense por hacer cumplir las reglas establecidas. Es cierto que todavía hay algunos vacíos que el reglamento debe llenar. Sin embargo, creo que a nivel general, los artículos 130 y siguientes de nuestra Constitución vigente señalan claramente cuál es el marco dentro del que puede funcionar la Convención. Así pues, y de acuerdo con los llamados a respetar a las autoridades civiles que encontramos en el Nuevo testamento, los evangélicos deberíamos ser los primeros en procurar que este proceso sea conducido según el orden que ya existe. En este sentido, es importante tener presente que la Convención detenta un poder constituyente derivado, es decir, aquel que está establecido en la propia constitución. Naturalmente, este poder –a diferencia del originario- opera dentro de la constitución que le dio lugar y reconoce los límites que esta le impone. Por tanto, aquellos constituyentes que no reconozcan lo anterior, ignoran que su legitimidad está dada, precisamente, por las normas que quieren desconocer.

6) Chile no nació en 1980 ni en octubre de 2019.

En sexto lugar, permítanme una opinión política: tengan en cuenta la tradición constitucional chilena. Nuestro país cuenta con un importante acervo constitucional, que sería muy pertinente tener a la vista a la hora de elaborar una nueva Carta Fundamental. Por supuesto que con esto no me refiero a fijarse sólo en la Constitución de 1980, sino a extender la mirada hacia los fundamentos que han sostenido nuestra historia institucional a lo largo de dos siglos. Estoy pensando, por ejemplo, en el principio de juridicidad (actualmente consagrado en el artículo 7), considerado como la regla de oro del derecho público nacional, y que tiene como propósito el sometimiento del poder al derecho. Este principio fue incorporado por primera vez en la Constitución de 1833 y desde aquel entonces ha sobrevivido por casi dos siglos. Estoy pensando también en los distintos mecanismos que sirven para hacer valer el principio de supremacía constitucional (como el recurso de inaplicabilidad creado en 1925), según el cual las normas de rango inferior, como las leyes y los decretos, deben sujetarse a las disposiciones de la Carta Fundamental. Independiente de si el Tribunal Constitucional logra sobrevivir, es de suma importancia que existan los mecanismos jurídicos para que la nueva Constitución sea algo más que una declaración de buenas intenciones.

7) Constitucionalismo y protestantismo.

En séptimo y último lugar, permítanme una –muy- breve digresión histórica: Dentro de todos los factores que contribuyeron a la formación del constitucionalismo, el protestantismo ocupa un lugar importante. El destacado catedrático católico, Antonio Carlos Pereira Menaut, lo dice así: “El origen de la doctrina del poder constituyente está en la teoría presbiteriana del pacto eclesiástico, mediante el cual los creyentes se obligaban a mantener sus propias convicciones y la ‘constitución’ eclesiástica (Pereira, 2006, p. 71)”. Aunque hoy el constitucionalismo no es lo mismo que fue hace 300 años, es pertinente recordar que esta disciplina nace con el propósito de limitar el poder (el absolutismo real inglés), mediante formas de gobierno que pusieran frenos al poder del soberano. Por ello, en las guerras civiles inglesas del siglo XVII, la Iglesia Presbiteriana se puso de parte del bando parlamentario e imprimió su visión de gobierno eclesiástico “de frenos y contrapesos” al gobierno de la nación. Por tanto, en virtud de lo anterior, sólo me gustaría recordarles que el tema del límite al poder por medio del derecho, es algo muy distintivo de nuestra tradición.

Conclusiones

La tarea que tienen por delante requiere de máxima seriedad y responsabilidad. Estudien y trabajen sin descanso, puesto que como evangélicos tienen una oportunidad única en la historia de Chile para demostrar que nuestras ideas son más amplias y más contundentes que los típicos eslóganes que suelen adjudicarnos. Muéstrense preocupados por el bien común, por la cultura, y por la ciudad. En el poder del Espíritu, ofrezcan siempre argumentos racionales y atrévanse a dialogar pacíficamente con quienes se les opongan.

No desprecien la labor intelectual, tan imprescindible en esta instancia. Es verdad que nunca nadie llegó a Cristo mediante el puro entendimiento natural, pero también es cierto que Cristo es Señor de la razón y suele usar las ideas predominantes en una cultura para conquistar el corazón de los hombres. Como dice John Gresham Machen (1912):

“Dios puede superar todos los obstáculos intelectuales mediante el ejercicio directo de Su poder regenerador. A veces así lo hace. Pero lo hace muy pocas veces. Generalmente Él ejerce Su poder a través de ciertas condiciones de la mente humana. Generalmente, no trae al Reino enteramente sin preparación a aquéllos cuya mente e imaginación están totalmente dominados por ideas que hacen que la aceptación del evangelio sea lógicamente imposible. La cultura moderna es una fuerza poderosa. O es útil al evangelio, o en caso contrario es el enemigo mortal más peligroso del evangelio. Para poder utilizarla, la emoción religiosa no es suficiente, se precisa también la labor intelectual. Y esta labor está siendo descuidada. La Iglesia se está dedicando a tareas más fáciles. Y actualmente está segando el fruto de su indolencia. Ahora tendrá que luchar por su vida. La situación es desesperada. Pudiera desalentarnos, mas no si verdaderamente somos cristianos. No si estamos viviendo en comunión vital con el Señor resucitado. Si realmente estamos convencidos de la verdad de nuestro mensaje, podemos proclamarlo aunque sea ante un mundo de enemigos, y la misma dificultad de nuestra tarea, la misma escasez de aliados se transforma en fuente de inspiración.”

Me comprometo a orar por ustedes. Que Dios les bendiga.

Bibliografía
Machen, John Greshman (1913). Christianity and Culture. Princeton Theological Review , Vol. 11. [Traducido al español por Manfred Svensson].
Pereira Menaut, Antonio Carlos (2016). Lecciones de Teoría Constitucional y otros escritos. Santiago de Compostela: Andavira editorial .