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Cristianismo y pensamiento económico. Entrevista con Adolfo García de la Sienra

Adolfo García de la Sienra es doctor en filosofía por la Universidad de Stanford, profesor en la Facultad de Economía e investigador en el Instituto de Filosofía de la Universidad Veracruzana, en México. Su obra ha destacado por una amplia labor de traducción de autores reformados -en particular Raíces de la Cultura Occidental, de Herman Dooyeweerd- al castellano, así como por una intensa difusión de esta filosofía reformada en nuestro medio. Al mismo tiempo se ha dedicado a la teoría económica –con una destacada obra sobre la teoría del valor de Marx-, presidiendo hoy la Sociedad Iberoamericana de Metodología Económica. Estas dos áreas de su trabajo se encuentran además vinculadas en una serie de publicaciones sobre teoría económica reformacional. Con él hemos hablado sobre el cristianismo y el pensamiento económico.

Tu currículum podría parecer a ciertos cristianos y a ciertos filósofos como doblemente “descarriado”: siendo cristiano, te dedicas a la filosofía, y siendo filósofo, te has dedicado a la economía… ¿Nos puedes contar algo sobre esta trayectoria, y sobre cuál ha sido el hilo conductor en tu vida como pensador cristiano?

Me volví cristiano después -mucho después- de haber decidido dedicarme a la filosofía. Jamás he encontrado un conflicto entre el cristianismo y la filosofía. ¿Por qué habría de existir tal conflicto? La filosofía occidental encuentra sus raíces no sólo en Grecia, sino también en el pensamiento de los grandes filósofos cristianos medievales. Además, el calvinismo (es decir: el cristianismo consistente y consecuentemente escritural) ha desarrollado también un filosofía propia. Sólo a ese evangelicalismo estadounidense antiintelectualista e ignorante se le podría ocurrir la peregrina idea de que hay un conflicto entre cristianismo y filosofía.

Por otro lado, a una filosofía que simpatiza con las matemáticas y las ciencias empíricas, que ve las ciencias como las disciplinas que investigan la palabra-ley de Dios para su creación, ninguna disciplina especial le resulta ajena. A mí me interesó en particular la economía porque me motivaba entender ese aspecto de la realidad.

El hilo conductor de mi vida de pensador cristiano ha sido, en primer lugar, el sentimiento y convicción del carácter enteramente dependiente de la realidad creada. La sensación de que todo podría esfumarse en la nada en cualquier instante si no fuera por la bondad de Dios. Es decir, creemos que va a amanecer mañana porque ello está implicado en la promesa de Dios de que va a preservar su creación. En segundo lugar, la convicción de que el mundo está regido por normas y leyes que rigen su desarrollo y la vida humana. En tercer lugar, la constatación de que es imposible cumplir con las normas de manera perfecta y por lo tanto la necesidad de depender de la gracia.

Has escrito una serie de destacados artículos sobre pensamiento económico reformacional. ¿Nos puedes explicar cuál es la idea básica, y dónde se distingue más clara y significativamente de otras teorías económicas? ¿Qué significa aquí que la economía sea una “esfera”?

La teoría económica reformacional no es exactamente una teoría económica específica, sino más bien una «ontología regional» que explica en términos generales en qué consiste la esfera económica y como se engarza con las demás esferas. Es, pues, una teoría filosófica. La economía es una esfera porque hay normas específicamente económicas (uso eficiente de recursos) que cualifican cierto tipo de procesos sociales cuya finalidad es precisamente la eficiencia (piénsese por ejemplo en los esfuerzos cuya finalidad es reducir costos a través de la innovación tecnológica). En otras esferas, aunque sea necesaria la eficiencia en el uso de recursos, la finalidad de la acción no es el uso eficiente de recursos per se.

Hoy estamos en un clima en que al parecer no es necesario optar entre “ideologías duras” como completo estatismo o ausencia de toda intervención estatal en la economía. Las economías de libre mercado gozan de amplia aceptación, pero con ellas diversas políticas de intervención estatal son también ampliamente aceptadas. ¿Se trata de una “vía media” final con la cual quedarse satisfechos? ¿Cuáles son los riesgos ante los que hay que estar atentos en tal clima?

Está claro que no toda institución o conducta humana está económicamente cualificada, aunque tenga un aspecto económico (esto lo discuto con detalle en mi artículo «The Economic Sphere»). El estado no tiene fundamentalmente una misión económica, sino justiciera: la función guía del estado es la justicia pública; el estado debe ocuparse de garantizar la justicia pública. Por lo demás, la teoría de los juegos ha mostrado, a través del dilema del prisionero, que la racionalidad individual no necesariamente conduce a las mejores situaciones sociales. El estado y las demás instituciones sociales tendrán siempre un papel que jugar.

Los riesgos que requieren nuestra atención se resumen en esto: que cualquier esfera social quiera ahogar la vida de cualquiera otra. La esfera económica, por ejemplo, puede pugnar por la reducción del estado hasta tratar de hacerse cargo de funciones que son propias de éste. Pero el estado puede también ahogar la iniciativa individual e inhibir la inversión, el desarrollo tecnológico, a través de una intromisión indebida en los mecanismos del mercado.

Como pensador en la tradición neocalvinista piensas que hay que argumentar partiendo directamente desde una cosmovisión explícitamente bíblica. Pero ¿cuán rápido crees que debe ser nuestro “salto” desde textos bíblicos a propuestas económicas concretas? ¿Qué dirías si desde la comunidad de bienes de los apóstoles se argumenta a favor del socialismo, o si a partir de la parábola de los talentos se argumenta a favor de un modelo centrado en la competencia?

La Biblia (contrariamente a lo que cree el fundamentalismo) no es un texto de política o economía, aunque ciertamente contiene mucha sabiduría de los dos tipos. La enseñanza central de la Biblia, por lo que ahora nos concierne, es que Jehová es el creador del cielo y de la tierra, que puso leyes y normas a su creación, y que sólo él es divino, siendo todo lo demás ontológicamente dependiente de él. Corresponde a los cristianos (y a los judíos) determinar el contenido de dichas leyes y normas no sólo a partir directamente de la Escritura (como lo hace el Talmud), sino también a partir de la investigación empírica de la estructura de la creación, con directrices bíblicas como las anteriormente señaladas. El socialismo no es viable en sociedades diferenciadas porque viola la soberanía de las esferas,  porque es imposible que un órgano social centralice y procese toda la información requerida para hacer las elecciones que requiere una economía compleja. Más que la competencia, la parábola de los talentos parecería ensalzar la realización de buenas inversiones. Pero yo creo que ello sí es correcto, ya que también está escrito que habremos de cosechar lo que sembremos (en todos los aspectos de nuestra vida). Si siembras amistad vas a cosechar amistad; si siembras ciencia vas a recoger conocimiento; si siembras dinero vas a recoger dinero. Esto parece ser una ley general. La competencia también tiene un lugar: no es posible obligar a aquellos que tienen dones especiales a que no los ejerzan por temor a que destaquen frente a los que no los tienen (o no los quieren ejercer por pereza). Cada quién tiene una vocación y un llamamiento que debe ejercer. Por lo demás, la competencia en los mercados es buena dentro de ciertos límites, precisamente para evitar los monopolios. Pero el estado tiene que vigilar que la competencia no provoque conductas indebidas, como por ejemplo la de deshacerse de desechos tóxicos vertiéndolos en los ríos, para lograr así una ventaja tramposa frente a las demás empresas. Una economía competitiva fuerte requiere un estado fuerte y determinado a imponer la ley con toda energía.

¿Cuánta formación requiere el cristiano común y corriente (o el ciudadano común y corriente) para actuar de modo coherente con su visión de mundo? Si bien muchos cristianos reconocen que puede ser importante pensar sobre la economía, sigue siendo una disciplina altamente sofisticada, y es muy grande el riesgo de sólo mostrar nuestra ignorancia al abrir bocas de las que sólo salen slogans anti-Estado o anti-mercado… ¿Estamos condenados a optar entre el silencio o el volvernos todos economistas?

Yo creo que la educación es importante para todos los ciudadanos. En particular, todo cristiano necesita suficiente educación para opinar con cierta autoridad acerca de cualquier asunto social, particularmente los que tienen que ver con la justicia pública. No se espera que el ciudadano medio pueda hacer análisis econométricos, pero sí que tenga un conocimiento cualitativo de los mecanismos que rigen a una economía.

Si tuvieras que pensar en cómo ayudar a un empresario cristiano a pensar desde las categorías que has explicado, ¿qué énfasis le querrías transmitir respecto de su actividad?

Ésta es una buena pregunta. Le diría que hay que ofrecer la máxima calidad con la máxima eficiencia posible en el proceso de producción, pero sin olvidar jamás la justicia en las relaciones laborales. Le diría que buscara, en la medida de lo posible, innovaciones tecnológicas que lo mantuvieran permanentemente actualizado. Desde luego, se requiere un conocimiento de las preferencias del consumidor, un marketing apropiado, y respetar la naturaleza siempre. Un buen ejemplo de una empresa de este tipo es Baan en Nederlandia, empresa líder en software para la industria en Europa.

Al preguntar por la relación entre cristianismo y economía a uno se le viene por supuesto a la mente la teología de la liberación, que si bien tuvo su momento de mayor difusión hace algunas décadas, en diversos modos puede aún considerarse viva. ¿Con qué ojos miras la visión que en ésta se da del cristianismo y la economía?

La teología de la liberación es una síntesis (necesariamente incoherente) entre cristianismo y marxismo. Pretende compaginar el ideal de la personalidad autónoma y libre (el principio de la autonomía de la voluntad) con la ética cristiana, la cual es por esencia heterónoma. Adopta del marxismo la idea de que las relaciones sociales están determinadas «en última instancia» por las relaciones de producción y por ello cae en una cierta forma de reduccionismo economicista. Desde luego, con ello niega la soberanía de las demás esferas sociales.

Estoy de acuerdo en tu diagnóstico sobre la teología de la liberación. ¿Pero consideras que hay un equivalente de eso en el otro lado del espectro? En la “teología de la prosperidad”, por ejemplo, o en proyectos intelectuales como el de Novak en La Ética Católica y el Espíritu del Capitalismo, ¿o emitirías sobre eso un juicio menos categórico?

La teología de la prosperidad parece basarse en las bendiciones que se enumeran en Deuteronomio 28 y tiene ciertas conexiones con el puritanismo de Nueva Inglaterra y el posterior Estados Unidos. Actualmente, en Estados Unidos los pobres son vistos como gente bajo maldición, que está así por su pecado: la pobreza en los Estados Unidos es vista como un estigma. El evangelicalismo estadounidense se alimenta de este elemento cultural y concluye que, por lo tanto, si no estás bajo maldición, deberías ser próspero. Esto contrasta bastante, por cierto, con la actitud del Señor Jesucristo hacia los pobres.

Realmente no he estudiado a fondo las tesis de Novak pero está claro que constituyen un esfuerzo por generar un ethos dentro del catolicismo apropiado para ese sistema económico. Lo encuentro un poco dentro de la línea de la Rerum novarum, de tratar de adaptar el catolicismo a la modernidad. Por cierto que ha encontrado mucha oposición de ese catolicismo que hace de la pobreza e ineficacia dentro del capitalismo (el carácter del loser) una especie de virtud teologal, como la Casa San Juan Diego de Manhattan, que apoya a inmigrantes mexicanos en Nueva York.

 

A propósito del libro de Novak, cuando pensamos en tradición reformada y economía, a muchos lo primero que se les vendrá a la mente es La ética protestante y el espíritu del capitalismo, de Max Weber. ¿Es un libro cuyas tesis principales aún consideres vigentes?

El concepto de espíritu del capitalismo de Weber es valorativo, es un tipo ideal y así debe tomarse. Lo analiza y expone bastante bien Gordon Marshall en su En busca del espíritu del capitalismo (Fondo de Cultura Económica, México, 1986). No es una generalización empírica obtenida a partir de la observación de la conducta de los capitalistas.  Más bien describe un capitalista ideal que se comporta siempre racionalmente y que de manera austera reinvierte siempre maximizando el beneficio. Desde luego, los países prósperos han sido precisamente los que en alguna medida han encarnado este tipo ideal. Ignoro, por lo demás, qué apoyo empírico tiene la tesis de que los calvinistas de los siglos XVII y XVIII hayan necesitado una suerte de evidencia de su propia salvación a través del éxito en los negocios. Yo más bien creo que  Weber no entendió la doctrina reformada, la cual enseña que el testimonio de la propia elección es interno y no depende de que el creyente encuentre evidencia de la misma descubriendo que sus obras son  «obras de la fe». Como quiera que haya sido, no hay duda de que los calvinistas se encuentran entre los creadores de la industria moderna. Yo diría que el neocalvinista no pone el acento en la predestinación, sino en la gracia y el amor: la predestinación es un corolario de la gracia, pues ésta implica que la salvación no depende del hombre en lo más mínimo. Un neocalvinista -o cualquier ser humano- que atine a seguir las normas para las diferentes esferas sociales, particularmente la económica, seguramente encontrará que le va bien.

Y una última pregunta de tipo bibliográfico: ¿cuáles son los libros que más recomendarías a un cristiano que esté empezando o intentando profundizar sus estudios de economía?

Hay que conocer la filosofía reformacional. Una buena introducción a la misma es Raíces de la cultura occidental de Herman Dooyeweerd (CLIE, Barcelona, 1998). Una exposición más sistemática, en un lenguaje claro, es El mito de la neutralidad religiosa de Roy A. Clouser, el cual estoy traduciendo y espero tener listo en unos meses (probablemente sea publicado también por  CLIE). Pero ello no nos exenta de conocer las teorías económicas que se enseñan en las escuelas: la neoclásica, la ricardiana-sraffiana, la marxiana, la keynesiana, la econometría y los métodos lógicos y matemáticos pertinentes. Los remitiría también a mi propio texto «The Economic Sphere» (Axiomathes, vol. 20, 2010, pp. 81-94).

Entrevistó Manfred Svensson

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