¿Cuánta religión tolera Berlín? El problema de la religión en la educación de la capital alemana
Resumen del post:
¿Qué hay detrás de la decisión de imponer el curso de ética y darle obligatoriedad? ¿Existe la intención genuina de ofrecer una instancia de integración y de “transmisión de valores” que contribuyan a la formación de un sentido de ética y comunidad?
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Fecha:
18 diciembre 2009, 07.20 PM
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Autor:
Tomás Villarroel
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Publicado en:
Actualidad y Opinión
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¿Cuánta religión tolera Berlín? El problema de la religión en la educación de la capital alemana
¿Qué hay detrás de la decisión de imponer el curso de ética y darle obligatoriedad? ¿Existe la intención genuina de ofrecer una instancia de integración y de “transmisión de valores” que contribuyan a la formación de un sentido de ética y comunidad?
Los representantes del “establishment” político progresista, secularizante y “multiculturalista” de Berlín, pero también probablemente de Europa Occidental, han coincidido en que la inmigración de importantes grupos de población islámica provenientes de las regiones del Medio Oriente y zonas aledañas ha traído aparejadas conductas no aceptables para la sociedad europea contemporánea. ¿De qué casos se trata? Se trata, por ejemplo, de los casos que en su versión extrema han derivado en “homicidios de honor”, consistentes en el asesinato que han cometido parientes contra sus propias hijas o hermanas por llevar una vida “insuficientemente islámica”.
Este problema, que debería quedar circunscrito al ámbito de la política de inmigración y de integración del estado federal de Berlín, y en general de Alemania, ha desbordado, sin embargo, y ha derivado en coletazos para las comunidades cristianas berlinesas. Es decir, aquí no sólo pagan las comunidades islámicas, sino que el Estado berlinés le aplica la misma vara a las iglesias cristianas, que poco tienen que ver con las manifestaciones más violentas del fundamentalismo islámico. Hacerlo de otro modo equivaldría a practicar la discriminación.
¿Qué ocurrió? ¿Cuáles son los antecedentes de este conflicto en la capital alemana? A diferencia de los otros estados federales alemanes, en Berlín las clases de religión en los colegios estatales fueron, desde la Segunda Guerra Mundial, optativas y no tuvieron incidencia en las notas. La controversia acerca de la educación y de la “transmisión de valores” en Berlín tuvo su origen el año 2005, cuando un joven turco asesinó en Berlín-Tempelhof a su hermana que, a los ojos de su familia, llevaba una vida “insuficientemente islámica”. Muchos alumnos musulmanes en Berlín habrían manifestado comprensión por este acto de sangre, de manera que la coalición gobernante en Berlín decidió implementar un nueva asignatura para todos los alumnos de séptimo básico a segundo medio y le asignó carácter obligatorio: ética. Esto significó que las horas de religión que antes ocupaban un lugar normal en el horario escolar pasaron a ocupar un lugar marginal. Pasaron, por ejemplo, de la tercera o séptima hora a la duodécima o décimotercera hora, generando una ostensible disminución de los alumnos inscritos en esta asignatura ahora voluntaria. El desplazamiento forzado de la religión a la periferia del horario escolar es, sin duda, también un símbolo del desplazamiento de la religión a los espacios marginales de la sociedad.
En Berlín no sorprende mucho, pues es uno de los estados más secularizados y ateos de Alemania, y la coalición que gobierna desde hace algunos años la capital (el Partido Socialdemócrata y La Izquierda) es el conglomerado de tendencia más materialista e izquierdista posible en Alemania. La historia también es un factor importante, pues Berlín Oriental se encontró durante al menos 40 años bajo dominio comunista y el legado de esos largos años de materialismo histórico es constatable en el presente. De hecho, el partido La Izquierda es un heredero, en una versión quizás algo más liviana, del partido único (SED) del regímen comunista en Alemania Oriental. A La Izquierda probablemente le interesa, desde su fundamento materialista, desplazar y expulsar al cristianismo de la esfera pública, y reducirlo crecientemente al sitial que le corresponde: la periferia de la sociedad.
Los resultados ya son visibles: la Iglesia Católica y la Iglesia Evangélica en Berlín han acusado una disminución del orden del 20% de los alumnos inscritos en la clases de religión. Ir a clases de religión a las cinco o seis de la tarde, después de haber tenido clases todo el día no es excesivamente interesante para los alumnos adolescentes.
Con todo, en Berlín los grupos e instituciones que se oponen a la reglamentación implementada por la coalición gobernante se organizaron en torno a la iniciativa “Pro Reli” e iniciaron una campaña para la realización de un plebiscito en Berlín, que en el caso de que se hubiese ganado hubiera puesto a los alumnos ante la alternativa de elegir entre ética o religión. Una vez tomada la decisión, la asignatura elegida hubiese tenido carácter obligatorio. Con esto religión habría recuperado el status de asignatura “normal”. Para lograr la realización del plebiscito las instituciones patrocinantes necesitaban reunir un mínimo de 170.000 firmas hasta mediados de enero, y lo lograron, pues reunieron 265.000 firmas válidas. El resultado del plebiscito realizado a mediados de año fue, sin embargo, negativo. Faltaron más 100.000 votos para la derogación de la actual ley educacional del senado rojo-rojo de Berlín (se hubiesen necesitado más de 600.000 votos).
¿Qué hay detrás de la decisión de imponer el curso de ética y darle obligatoriedad? ¿Existe la intención genuina de ofrecer una instancia de integración y de “transmisión de valores” que contribuyan a la formación de un sentido de ética y comunidad? ¿O impulsa esta medida el legislador en Berlín porque, de paso, le interesa relegar la religión a una posición desmejorada? Vale la pregunta entonces por los “valores éticos” que se inculcan en esas clases. Quienes defienden la clase de ética, como el presidente de la comisión de educación del Senado berlinés Zöllner, argumentan que, al estar sentados en la misma sala de clases alumnos ateos, cristianos e islámicos, éstos lograrán “plantear su punto de vista a aquellos que piensan distinto, fundamentar racionalmente su propias convicciones y alcanzar consensos valóricos”. La transmisión de los valores democráticos y las discusiones en la sala de clases deberían generar una base común que induzca a la tolerancia y a la integración social de los jóvenes de convicción o trasfondo islámico. En el mejor de los casos esta receta podrá incidir en una disminución de algunos casos de violencia flagrante en nombre de la religión fanática.
Pero el problema seguirá rondando, pues al reducirse los espacios de influencia cristiana en la sociedad y al ser éstos absorbidos, como en el caso de Berlín, por visiones secularizantes y antireligiosas, también se reducen los espacios para que los jóvenes -no sólo los inmigrantes- desarrollen sentido de pertenencia y se entiendan como participantes de la comunidad – que, por cierto, tiene un orígen y una historia- en la que viven, y que, por lo mismo, se entiendan responsables por ella. El mismo Estado erosiona el terreno que necesita para crecer. Corresponde preguntarse además quiénes son los sostenedores no-políticos de las clases de ética en los colegios de Berlín: detrás de la iniciativa ”Pro-Ética” se encuentra la “Federación Humanista” de Berlín. Ésta no es otra cosa que un grupo de interés ateo, de manera que es evidente qué ética promueve en la educación. Otro problema lo plantea el relativismo constructivista que opera como viga maestra. Puede ser bueno que los jóvenes de los colegios berlineses participen y den una opinión fundamentada acerca de determinados problemas éticos y sociales, pero otra cosa es que los adolescentes definan positivamente cuáles son los “valores válidos” de la sociedad, en consecuencia, cuáles son legítimos y cuáles no -como si el orden ético fuese una mercancía a la que se le pone un determinado precio en un remate siguiendo el criterio del mejor postor.
Ciertamente un curso de ética no va a solucionar los problemas de integración de los jóvenes de trasfondo islámico y tampoco la problemática de las subculturas juveniles existentes en Berlín. Difícilmente lo hará mientras las familias no participen del proceso y mientras la educación ética – y no sólo ésta, sino que la educación en general- no parta de la base de la existencia de un orden del universo.
La premisa de que las clases religión, divididas en las grandes religiones mundiales o en confesiones cristianas, perjudica la integración de los alumnos de convicción o trasfondo islámico en Alemania es falsa. No es la fe en Dios la que amenaza la cohesión de una sociedad, sino el fanatismo religioso, que actualmente se llama fundamentalismo islámico. Algunos apologetas de las clases de religión en los colegios plantean que permitir la enseñanza del islam a los hijos de inmigrantes del Medio Oriente bajo supervisión estatal y con profesores de islam formados en las universidades es mejor que la enseñanza y predicación de éste en mezquitas de patio trasero, bodegas o “centros culturales” bajo la tutela de un imán de importación. Si acaso las clases de religión islámica institucionalizadas y bajo control estatal resolverán el problema del fundamentalismo islámico y el problema de la integración es una buena pregunta. Con todo, el Estado moderno secular vive de premisas que éste no puede garantizar. Depende del sentido de identidad que aportan las sociedades previas al Estado. Esto es, necesita a las Iglesias, y no puede negar la herencia cristiano-occidental. Por eso, los alumnos en Berlín deberían tener, al menos, la posibilidad de poder elegir la asignatura “normal” de religión.
No obstante todas las diferencias que hay con Berlín y, en general, con las grandes urbes europeas, una tendencia que se está instalando en Chile, y que proviene precisamente de los centros progresistas del primer mundo, es la “modernización de los valores culturales”. Esta problemática se ha hecho manifiesta en la actual campaña presidencial, donde a propósito de píldoras, proyectos para legislar sobre la unión de hecho de personas del mismo sexo y temas abortivos, se ha desatado una competencia desenfrenada para mejorar la oferta del candidato competidor. Se subentiende que mientras más audaces sean las propuestas en estas materias, mayor será la probabilidad de quedar instalado en el selecto lugar: ya no en la “vanguardia del pueblo” sino en la “vanguardia valórica”. Por oposición, los candidatos que menos ofrezcan merecerán, por lo bajo, el adjetivo de “retrasado” (parece que el candidato más retrógado y “conservador” en esto es curiosamente el candidato ubicado más a la izquierda).
Aquello que se propone hoy en el ámbito político, sin duda se trasladará en el futuro a la educación en Chile. De manera que hay que estar preparados para esta discusión en el corto o mediano plazo, pues dada su “modernidad” muy probablemente se planteará la necesidad de incluir estas mociones en los planes de educación del gobierno o en las mallas curriculares del Ministerio de Educación. Sin el aporte de la perspectiva cristiana el avance de este tipo de concepciones será impuesto sin ningún filtro en la educación, y la mirada cristiana quedará, como en Berlín, cada vez más relegada al margen de la sociedad.
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