Estudios Evangélicos

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¿Cuánta religión tolera Berlín? El problema de la religión en la educación de la capital alemana

¿Qué hay detrás de la decisión de imponer el curso de ética y darle obligatoriedad? ¿Existe la intención genuina de ofrecer una instancia de integración y de “transmisión de valores” que contribuyan a la formación de un sentido de ética y comunidad?

Los representantes del “establishment” político progresista, secularizante  y “multiculturalista” de Berlín, pero también probablemente de Europa Occidental, han coincidido en que la inmigración de importantes grupos de población islámica provenientes de las regiones del Medio Oriente y zonas aledañas ha traído aparejadas conductas no aceptables para la sociedad europea contemporánea. ¿De qué casos se trata? Se trata, por  ejemplo, de los casos que en su versión extrema han derivado en “homicidios de honor”, consistentes en el asesinato que han cometido parientes contra sus propias hijas o hermanas por  llevar una vida “insuficientemente  islámica”.

 

Este problema, que debería quedar circunscrito al ámbito de la política de inmigración y de integración  del estado federal  de  Berlín,  y en general  de Alemania, ha desbordado, sin  embargo,    y ha derivado en coletazos para las comunidades cristianas  berlinesas. Es  decir, aquí no sólo pagan las comunidades islámicas, sino que el Estado  berlinés  le aplica  la misma  vara a  las iglesias cristianas, que poco tienen que ver con las manifestaciones  más violentas del fundamentalismo islámico. Hacerlo de otro modo equivaldría a practicar la discriminación.

 

¿Qué  ocurrió? ¿Cuáles son los antecedentes de este conflicto  en la  capital alemana? A  diferencia de los otros estados federales alemanes, en Berlín las clases de religión en los colegios estatales  fueron, desde la Segunda Guerra Mundial, optativas y no tuvieron incidencia en las notas. La controversia acerca de la educación y de la “transmisión de valores” en Berlín tuvo su  origen el año 2005, cuando  un  joven  turco  asesinó en Berlín-Tempelhof a su  hermana  que, a los  ojos  de su familia, llevaba una vida “insuficientemente islámica”. Muchos alumnos musulmanes en Berlín habrían manifestado comprensión por este acto de sangre, de manera que la coalición gobernante en Berlín decidió implementar un nueva asignatura para todos los  alumnos de séptimo  básico a segundo medio y le asignó carácter obligatorio: ética. Esto significó que las horas de religión que antes ocupaban un  lugar normal en el horario escolar pasaron a ocupar un lugar  marginal. Pasaron, por ejemplo, de la tercera o séptima hora a la duodécima o décimotercera hora, generando una ostensible disminución de los alumnos inscritos  en esta asignatura ahora voluntaria. El desplazamiento forzado de la religión a  la periferia del horario escolar es, sin duda, también un símbolo del desplazamiento de la religión a los espacios marginales de la sociedad.

 

En Berlín no sorprende mucho, pues  es  uno de los estados más secularizados y ateos de Alemania, y la coalición que gobierna desde hace algunos años la capital (el Partido Socialdemócrata y La Izquierda) es el conglomerado de tendencia más  materialista e izquierdista posible en Alemania. La historia también es un factor importante, pues Berlín Oriental se encontró durante al menos 40 años bajo dominio comunista y el legado de esos largos años de materialismo histórico es constatable  en el presente. De hecho, el partido La Izquierda es un heredero, en una versión quizás algo más liviana, del partido único (SED) del regímen comunista en Alemania Oriental. A La Izquierda probablemente le interesa, desde su fundamento materialista, desplazar y expulsar al cristianismo de la esfera pública, y reducirlo crecientemente al sitial que le corresponde: la periferia de la sociedad.

 

Los resultados ya son visibles: la  Iglesia  Católica y la Iglesia Evangélica en Berlín han acusado  una  disminución  del  orden  del 20%  de los  alumnos inscritos  en la  clases  de religión.  Ir  a clases de religión a las cinco o seis de la tarde, después de haber tenido clases todo el día no es excesivamente  interesante para  los alumnos  adolescentes.

 

Con todo, en Berlín los grupos e instituciones que se oponen  a la reglamentación implementada por la coalición gobernante se organizaron en torno a la  iniciativa “Pro Reli” e iniciaron una campaña para la realización de un plebiscito en Berlín, que en el caso de que se hubiese ganado hubiera puesto a los alumnos ante la alternativa de elegir entre ética o religión. Una vez tomada la decisión, la asignatura elegida hubiese tenido carácter obligatorio. Con esto religión habría recuperado el status de asignatura “normal”. Para lograr la realización del plebiscito las instituciones patrocinantes necesitaban  reunir un mínimo de 170.000  firmas  hasta  mediados  de enero,  y lo lograron, pues  reunieron 265.000  firmas válidas. El resultado del plebiscito realizado a mediados  de año fue, sin embargo, negativo. Faltaron más 100.000 votos para la derogación de la actual ley educacional del senado rojo-rojo  de Berlín (se  hubiesen necesitado más de 600.000  votos).

 

¿Qué  hay detrás  de  la  decisión  de  imponer el  curso  de ética  y  darle obligatoriedad? ¿Existe la intención genuina de ofrecer una instancia de integración y de “transmisión de valores” que contribuyan a  la formación de un sentido de ética y comunidad? ¿O impulsa esta  medida el legislador en Berlín porque, de paso, le interesa relegar la religión a una posición desmejorada? Vale la pregunta entonces por los “valores éticos” que se inculcan en esas clases. Quienes defienden la clase de ética, como el presidente de la comisión de educación del Senado berlinés Zöllner, argumentan que, al  estar sentados en la misma sala de clases alumnos ateos, cristianos e islámicos, éstos lograrán “plantear su punto de vista a aquellos que piensan distinto, fundamentar racionalmente su propias convicciones y alcanzar consensos  valóricos”. La transmisión de los valores democráticos y las discusiones en la sala de clases deberían generar una base común que     induzca a la tolerancia y a la integración  social de los jóvenes de convicción o trasfondo islámico. En el mejor de los casos esta receta podrá incidir en una disminución de algunos casos de violencia flagrante en nombre de la religión fanática.

 

Pero el problema seguirá rondando, pues al reducirse los espacios de influencia cristiana en la sociedad y al ser éstos absorbidos, como en el caso de Berlín, por visiones secularizantes y antireligiosas, también se reducen los espacios para que los jóvenes -no sólo los inmigrantes- desarrollen  sentido de pertenencia y se entiendan  como participantes de la comunidad – que, por cierto, tiene  un orígen y una historia- en la que viven, y que, por lo mismo, se entiendan  responsables por ella. El mismo Estado erosiona el terreno que necesita para crecer. Corresponde preguntarse además quiénes son los sostenedores no-políticos de las clases de ética en los colegios de Berlín: detrás de la iniciativa ”Pro-Ética” se encuentra la “Federación Humanista” de Berlín. Ésta no es otra cosa que un grupo de interés ateo, de manera que es evidente qué ética promueve en la educación. Otro problema lo plantea el relativismo  constructivista que opera como  viga  maestra. Puede ser bueno que los jóvenes de los colegios berlineses participen y den una opinión fundamentada acerca de determinados problemas éticos y sociales, pero otra cosa es que los adolescentes definan positivamente cuáles son los “valores válidos” de la sociedad, en consecuencia, cuáles son legítimos y cuáles no -como si el orden ético fuese una mercancía a la que se le pone un determinado precio en un remate siguiendo el criterio del mejor postor.

 

Ciertamente un curso de ética no va a solucionar los problemas de integración de los jóvenes de trasfondo islámico y tampoco la  problemática de las subculturas juveniles existentes en Berlín. Difícilmente lo hará mientras las familias no participen del proceso y mientras la educación ética –  y no sólo  ésta,  sino que la  educación en general-  no parta de la base de la existencia de un orden del universo.

 

La premisa de que las clases religión, divididas en las grandes religiones mundiales o en confesiones cristianas, perjudica la integración de los alumnos de convicción o trasfondo islámico en Alemania es falsa. No es la fe en Dios la que amenaza  la  cohesión de  una  sociedad,  sino el fanatismo  religioso, que actualmente se llama fundamentalismo islámico. Algunos apologetas de  las clases de religión  en los colegios plantean que permitir la enseñanza  del islam a los hijos de inmigrantes del  Medio Oriente bajo supervisión estatal y con profesores de islam formados en las universidades es mejor que la enseñanza y predicación de éste en mezquitas de patio trasero, bodegas o “centros  culturales” bajo la tutela  de un  imán  de importación. Si acaso las clases de  religión islámica institucionalizadas y bajo control estatal resolverán el problema del fundamentalismo islámico  y el problema de la  integración es una buena pregunta. Con todo, el Estado moderno secular vive de premisas que éste no puede garantizar. Depende del sentido de identidad que aportan las sociedades previas al Estado. Esto es, necesita a las Iglesias, y no puede negar la herencia cristiano-occidental. Por eso, los alumnos en Berlín deberían tener, al  menos, la posibilidad de poder elegir la asignatura “normal” de religión.

 

No obstante todas las diferencias que hay con Berlín y, en general, con las grandes urbes europeas,  una tendencia que se está  instalando en Chile, y  que  proviene  precisamente  de los centros progresistas del primer mundo,  es  la “modernización de los valores  culturales”. Esta  problemática  se ha  hecho  manifiesta en la  actual  campaña  presidencial, donde a propósito de píldoras, proyectos para legislar sobre la unión de hecho de personas del mismo sexo y temas abortivos, se ha desatado una competencia desenfrenada para mejorar la oferta del candidato competidor. Se  subentiende que mientras más audaces sean las propuestas en estas materias, mayor será la probabilidad de  quedar instalado  en  el selecto lugar: ya  no en la “vanguardia  del pueblo” sino en la  “vanguardia valórica”. Por oposición, los candidatos  que menos ofrezcan  merecerán, por  lo bajo,  el adjetivo  de “retrasado” (parece  que el  candidato más  retrógado y “conservador” en  esto es curiosamente  el candidato  ubicado  más  a la izquierda).

 

Aquello que se propone hoy en el ámbito político, sin duda se trasladará en el futuro a la educación en Chile. De manera que hay que estar preparados para esta discusión en el corto o mediano plazo, pues dada su “modernidad” muy  probablemente se planteará la necesidad de incluir estas mociones  en los planes de educación del gobierno o en las mallas curriculares del Ministerio de Educación. Sin el aporte de la perspectiva cristiana el avance de este tipo de concepciones será impuesto sin ningún filtro en la educación, y la mirada cristiana quedará, como en Berlín, cada vez más relegada al margen de  la sociedad. 

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