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Dignidad humana y argumentación cristiana. Entrevista con Gilbert Meilaender

Debemos recordar que también aquellos con quienes estamos en desacuerdo son portadores de la dignidad humana; pues también ellos viven, a sabiendas o no, en relación con Dios.

Gilbert Meilaender es profesor de ética cristiana en la Valparaiso University, Valparaiso, Indiana. Ha publicado sobre san Agustín, Lutero y C.S. Lewis, así como sobre temas de bioética. Entre sus obras destacan Bioethics: A Primer for Christians (Bioética: una introducción para cristianos), The Oxford Handbook on Theological Ethics (Manual Oxford de Ética Teológica, ed. con William Werpehowski) y Things that Count: Essays Moral and Theological (Cosas que importan: ensayos morales y teológicos. El profesor Meilaender es además miembro del President’s Council on Bioethics (Consejo Presidencial de Bioética) del Gobierno de Estados Unidos. Con él hemos conversado sobre la argumentación cristiana en el campo de la bioética.

En su introducción a la bioética usted trata sobre varios temas distintos –aborto, diagnóstico prenatal, eutanasia, donación de órganos, etc.- y existe un amplio público para el cual estos temas no parecen muy directamente relacionados unos con otros. ¿Qué piensa usted? ¿Estas materias están sólo remotamente relacionadas, o en ellas vemos un enfrentamiento entre una cultura de la vida y una cultura de la muerte?

 

Claramente las cuestiones son distintas en muchos sentidos, pero también hay algunas conexiones importantes. Algunas de esas conexiones se pueden describir contrastando una cultura de la vida y una cultura de la muerte. Esto es claro, por ejemplo, en temas como la eutanasia y el aborto. Pero las conexiones son complejas. Quienes consideran la posibilidad de destruir embriones, lo hacen para aumentar la vida. Así la cultura de la muerte no apunta simplemente a la muerte: está profunda y desesperadamente deseosa de vida, pero no sabe de límites en tal búsqueda. Creo además que hay otros tipos de conexión. Por ejemplo, muchos temas bioéticos invitan a preguntarnos por el significado moral del hecho de que somos seres corporales. Cómo pensemos respecto del cuerpo, y sobre nuestra relación corporal con otros, será decisivo en temas aparentemente tan distintos como el aborto y la donación de órganos.

 

Usted da mucho peso a la “dualidad creada” de nuestra naturaleza, al hecho de que somos espíritus libres creados desde el polvo del suelo. ¿Podría explicar la relevancia de esto para algún problema ético en particular?

 

Como cuerpos estamos situados en el tiempo y el espacio, y honramos a otros preocupándonos por su existencia corporal. Pero al mismo tiempo es verdad que no pertenecemos a ningún lugar o tiempo en particular, porque, como espíritus libres, hemos sido hechos para Dios. A partir de eso, por ejemplo, yo no creo que haya que partir de una “presunción de consentimiento” a la donación de órganos, esto es, tomar órganos para trasplante siempre que el potencial donante no lo haya objetado expresamente. Pensar en términos de un consentimiento tácito nos lleva a pensar en los seres humanos como meras partes de un todo común, como si no trascendiéramos todas las comunidades por el hecho de haber sido hechos para Dios.

 

Esta dualidad de nuestra naturaleza es un aspecto de la visión cristiana de lo que significa ser personas. Pero al mismo tiempo es algo que puede ser mostrado por la razón humana. ¿Qué tan importante considera usted este doble acceso que tenemos a nuestra naturaleza? ¿Sólo tiene relevancia estratégica?

 

Tal vez sea verdad que la dualidad de nuestra naturaleza pueda ser mostrada por la razón humana. Después de todo, la fe busca entender. Y si encontramos dicho entendimiento, entonces, al parecer, tal conocimiento puede ser comunicado a quienes no comparten nuestra fe. Sin embargo, muchas veces es verdad que lo que resulta convincente para una persona, es menos convincente para otros y que, por tanto, hay límites a lo que se puede lograr mediante el argumento racional. Por supuesto existen las consideraciones de tipo estratégico en la discusión pública. Podemos pensar que un argumento que no depende de la fe, sino sólo de la razón, será más capaz de convencer a otros. Y a veces esto tal vez es verdad. Pero también puede haber ocasiones en que no somos capaces de explicar el sentido completo de nuestra visión sin desarrollar algunas de sus creencias subyacentes. Cuando eso ocurre, deberíamos hacerlo del modo más claro y eficaz que nos resulte posible.

 

Tras algunos años formando parte del Consejo Presidencial de Bioética, y tras haber participado de discusiones en las que el Consejo ha tenido una opinión dividida, ¿cuáles cree que son las principales causas de desacuerdo moral en el campo de la bioética?

 

A mi parecer hay dos puntos que destacan (aunque puede haber otros de igual importancia). Lo primero es la visión de la compasión que ha llegado a dominar nuestra cultura. Obviamente aliviar el dolor es algo muy importante, y estamos obligados a participar de eso cada vez que podemos. Pero no siempre es nuestro único o supremo deber. Puede haber maneras de aliviar el dolor que estén simplemente mal o que destruyan la dignidad humana. Pero hoy a la mayoría esto le parece difícil de aceptar. El alivio del dolor se ha convertido en el comodín de las discusiones morales. El segundo punto a destacar es la visión de lo que es ser persona que ha cobrado fuerza en el último medio siglo. Hoy se piensa en una persona no simplemente como alguien que existe en relación con otros (y con Dios), una relación que persiste desde el cigoto hasta el coma irreversible. Más bien se piensa hoy en las personas como seres que tienen ciertas cualidades o capacidades. Quien carece de tales cualidades o capacidades, se encuentra bajo el nivel de persona; y, así, muchos han llegado a pensar que el conjunto de los seres humanos es mucho más grande que el conjunto de las personas – y que sólo los que son personas tienen acceso cabal a derechos.

 

Siendo el único miembro del Consejo con una educación teológica formal, ¿nos puede contar algo sobre su experiencia de tomar parte en discusiones públicas de un elevado nivel técnico, pero con una mente formada teológicamente?

 

¡Es desafiante! Al entrar en una conversación semejante tenemos mucho que aprender –no sólo los teólogos, sino cualquiera formado en las humanidades. Mi propia impresión es que el pensar en los seres humanos como relacionados con Dios es algo que casi siempre vierte luz sobre los temas de bioética. (Por supuesto no hace falta ser teólogo para pensar así; todos los cristianos deberían hacerlo). Algunos grupos y ambientes serán más abiertos que otros a observaciones teológicas. El Consejo Presidencial de Bioética, a diferencia de muchas instancias similares, desde el comienzo dejó claro que los puntos de vista religiosos eran bienvenidos en sus deliberaciones. Si acaso siempre logramos ser convincentes es, por supuesto, una cuestión distinta.

 

Usted ha trabajado en autores como Agustín, Lutero y C.S. Lewis. ¿La conversación con ellos ha sido una buena preparación para las controversias morales del presente, o hay otros autores que usted recomendaría a quienes busquen un “atajo” para tener claridad sobre la vida humana y la vida cristiana?

 

Creo que en estas cosas tal vez no existan los atajos. Pero desde luego hay autores que son más fáciles que otros. Creo que yo mismo sólo llegué a comprender la visión agustiniana del “corazón inquieto” tras leer lo que Lewis escribía en Sorprendido por la Alegría respecto de la “añoranza”. Un autor católico que ha sido de gran ayuda para mí (aunque no escribe en particular sobre cuestiones de bioética) es Josef Pieper. Los escritos de Paul Ramsey, que fue mi profesor en los estudios de postgrado, aún merecen una lectura detenida. Su obra temprana, The Patient as Person (El Paciente como Persona, 1970) es, a mi parecer, una obra clásica de la bioética.

 

¿Qué recomendación daría a cristianos que buscan defender la vida y la dignidad humana en la discusión académica y política?

 

Tres puntos. En primer lugar, no hay razón para tener vergüenza o ser reticentes respecto de los puntos de vista que defendemos. Se han desarrollado por siglos, y hay mucha sabiduría que encontrar en ellos. En segundo lugar, deberíamos sentirnos muy aliviados al recordar que no estamos hablando simplemente por nosotros mismos. La fortaleza de nuestra visión no depende de la inteligencia de alguna persona individualmente considerada, ni depende su poder de convicción de nuestra capacidad de convencer en un momento dado. En tercer lugar, debemos recordar que también aquellos con quienes estamos en desacuerdo son portadores de la dignidad humana; pues también ellos viven, a sabiendas o no, en relación con Dios.

 

Entrevistó Manfred Svensson

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