Estudios Evangélicos

¡Bienvenidos!

#

El posible rol de las iglesias de Rumania en la renovación social del país (1990)

Nota introductoria

El pastor László Tőkés (1952-) es ministro ordenado de la Iglesia Reformada Húngara en Rumania y es una de las figuras más destacadas de la revolución rumana de 1989 que llevó a término el período comunista de Rumania iniciado en 1947. Este acontecimiento tuvo lugar en los últimos días de diciembre de 1989, razón por la cual se le suele llamar revolución de navidad, y llevó a la ejecución del dictador Nicolae Ceausescu por cargos como genocidio, entre otros.

La disidencia contra el régimen era, como es esperable, perseguida. El pastor László expresó sus opiniones en contra de la violación a los derechos humanos en Rumania y se consagró como articulador de la resistencia reformada al régimen en Timisoara, lo cual también tuvo como consecuencia que la jerarquía de su iglesia intentara censurarlo. Una suma de eventos entre los que se cuenta el haber concedido una entrevista clandestina denunciando al régimen que adquirió notoriedad en diversos medios, llevó a que se ordenara su desalojo. El 15 de diciembre, afuera de su departamento, los fieles se organizaron para hacer una cadena humana entre cuyos temas estaba la lucha por la libertad religiosa. Sin embargo, lo que partió como una defensa al pastor László acabó como una protesta anticomunista contra el régimen completo que tuvo como respuesta la represión estatal y desencadenó manifestaciones que se extendieron por días y ciudades. La revolución de navidad fue profusamente recordada a sus 30 años, en 2019.

La vida y experiencia del pastor László es un testimonio de cómo los protestantes pueden ser agentes de la libertad. En el 2007 decidió entrar en política institucional y fue candidato independiente al Parlamento Europeo con el apoyo del partido húngaro Fidesz, obteniendo el triunfo. En 2010, se constituyó como uno de los vicepresidentes del Parlamento Europeo.

El discurso que reproducimos a continuación fue dado por el pastor László Tőkés ante el Concilio Mundial de Iglesias en la primavera de 1990 y contiene algunas reflexiones de importancia sobre el modo en que el cristianismo se relacionaba con el régimen comunista rumano, las repercusiones que esto tuvo en la opinión internacional y las dificultades que esto significó para los creyentes disidentes.

LAK
___

El posible rol de las iglesias de Rumania en la renovación social del país

Un choque escandaloso tuvo lugar en 1975 durante la Asamblea General del Concilio Mundial de Iglesias (CMI) en Nairobi, Kenia. La aguda crítica del obispo americano Zoltan Beky a Rumania por oprimir a la minoría de la Iglesia Reformada Húngara produjo una negación vehemente por parte de los representantes rumanos. El obispo de Oradea y sus acompañantes se alinearon con las políticas oficiales de la Iglesia Rumana, rechazando con “noble indignación” las así llamadas “calumnias irredentas” del obispo Beky.

El evento fue característico en su género. Del mismo modo, tanto previamente como después, había un rechazo a presentar la verdadera condición de las iglesias en Rumania, pretendiendo que en nuestro país todo estaba bien y que las iglesias realizaban su misión en paz y libertad. Fue esta errónea caracterización la que dio origen a una concepción grandemente equivoca que por décadas definió la impresión en el extranjero sobre nuestras iglesias de Rumania. Prácticamente todas las personalidades publicas conocidas y organizaciones eclesiales extrajeras -incluyendo el Concilio Mundial de Iglesias- fueron victimas de esta concepción equivoca.

Visser’t Hooft, por ejemplo, hizo la siguiente declaración respecto a Rumania: “Vi realizado aquí aquello por lo que he luchado durante toda mi vida: la comunidad fraterna de iglesias es una realidad en la República Socialista de Rumania”. Wilhelm Niesel pronunció palabras similares de alabanza en 1968: “Me convencí de que en este país no solamente coexisten las variadas denominaciones en relación fraternal las unas con las otras, sino que al mismo tiempo la libertad para predicar el Evangelio está garantizada, y el estado apoya a las iglesias tanto moralmente como financieramente”.

¡Cuán falso! Las autoridades de la iglesia rumana, obispos y predicadores del ecumenismo oportunistas y colaboracionistas, tuvieron éxito al confundir a sus iglesias hermanas y a la opinión pública del movimiento ecuménico en el extranjero exactamente de la misma manera que el régimen de Ceausescu engañó a la comunidad diplomática internacional. Los representantes internacionales de las iglesias en Rumania estaban profundamente entrelazados con la estructura política del estado y, bajo la etiqueta del ecumenismo representaron “exitosamente” los intereses directos de un régimen inhumano, impío y opresivo, todo a expensas de sus propios feligreses. Estamos lejos de ello ahora. Es de importancia histórica el que, luego de una larga era de cautividad babilónica y falsedad, ahora finalmente podemos presentar libremente, para que todo el mundo lo vea, la verdad desnuda sobre nuestra “cautividad”, y mientras hablamos la verdad, podemos proseguir con la verdadera misión y rol evangélico de la iglesia en la sociedad. Es un progreso extremadamente importante el que el CMI, rompiendo la camisa de fuerza de la diplomacia ecuménica, ahora preste atención a la situación real de las iglesias en Rumania y brinde apoyo moral y solidaridad cristiana a la búsqueda de rumbo de nuestras iglesias.

Durante el periodo pasado, las iglesias de Rumania -en efecto, la población como un todo- vivieron bajo represión severa y brutal. Las iglesias de minoría fueron sometidas a una forma doble de opresión. En la ausencia de libertad religiosa, las iglesias fueron limitadas en su habilidad para cumplir su misión en el mundo; fueron empujadas a la periferia de la sociedad y no tenían medios reales para ser la “luz del mundo”. La adoración a Dios estaba cooptada por el culto a la personalidad elevado a nivel de religión estatal y la mayoría de nuestros líderes religiosos, por miedo o servilismo, se volvieron sirvientes de la dictadura, reproduciendo dentro de nuestras iglesias la estructura monolítica de control del estado y produciendo una forma de represión imperial-papal. El ecumenismo también fue sometido a esta estructura represiva, distorsionando el concepto de la unidad cristiana y manipulando a los contactos internacionales de la iglesia para servir a los propósitos de la propaganda y la falsedad del estado.

Apareció una brecha cada vez mayor entre la misión original de la Iglesia y la practica real, entre la fe y la política eclesiástica, entre palabra y obras. La jerarquía de la iglesia y la burocracia crecieron distantes del pueblo y el clero, persiguiendo de hecho a los representantes genuinos del Evangelio y restringiendo ellos mismos la vida de las congregaciones y la libertad de adoración.

Aparte de todo lo anterior, la Iglesia y sus congregaciones permanecieron como el último refugio del pueblo oprimido, privado de sus derechos humanos, su libertad y arrojado a la miseria. Ellas permanecieron como el “castillo fuerte” de los “mansos y afligidos”, a quienes el liderazgo oportunista de la iglesia sometió a ataques continuos, debilitándolos desde adentro también. Las iglesias se volvieron guardianas de los valores humanos, evangélicos, históricos y tradicionales. Luchando con circunstancias internas y externas y obteniendo fuerza de su fe, las iglesias mantuvieron viva en el pueblo la esperanza de la liberación, volviéndose de este modo el repositorio de un futuro mejor y más justo.

Por consiguiente, las iglesias se caracterizaron por una dualidad extrema. En mayor o menor medida, todas las denominaciones se vieron comprometidas en su relación con el sistema totalitario pero, al mismo tiempo, también trataron de cumplir su misión cristiana en el mundo. Esta dualidad produjo una profunda esquizofrenia en las preguntas sobre la fe, así como en el ámbito de los temas de organización eclesiástica.

La revolución de la ultima Navidad acabó con esta situación enferma e insostenible, conmocionando nuestras iglesias y, por providencia divina, abriendo el camino para su limpieza y renuevo.

La Iglesia tiene una misión inconfundible en el mundo; carga con un rol de responsabilidad en la sociedad. Como escribió el apóstol Mateo, “Preparad el camino del Señor, enderezad sus sendas” (Mateo 3:3). O, como el Señor envía a Jeremías: “a todo lo que te envíe irás tú, y dirás todo lo que te mande… Mira que te he puesto en este día sobre naciones y sobre reinos, para arrancar y para destruir, para arruinar y para derribar, para edificar y para plantar” (Jeremías 1:7-10). Cristo, nuestro Señor, dice lo siguiente a sus discípulos: “la mies a la verdad es mucha, más los obreros pocos; por tanto, rogad al Señor de la mies que envíe obreros a su mies. Id; he aquí yo os envío como corderos en medio de lobos” (Lucas 10:2-3).

Cristo envió a sus discípulos a un mundo dividido, miserable y quebrado, igual como la sociedad rumana de hoy. No hay escapatoria a la responsabilidad, es el imperativo de la obediencia mediante la fe. Esta misión, servir al mundo y a las personas en él, debe ser aceptada no solo por un sentido de responsabilidad por el ser humano que es nuestro prójimo, sino además por un deber hacia la sociedad. Debemos asumir esta responsabilidad especialmente ahora, cuando la sociedad está en crisis y tiene que encontrar su salida de la oscuridad.

Nuestras iglesias están obligadas a servir a la sociedad no solo de acuerdo a las palabras de despedida de Cristo, sino también por las oportunidades que resultan de su situación única. La Iglesia es la única institución, comunidad organizada, o potencial fuerza de oposición que sobrevivió a la caída del monolítico estado unipartidista. Esta característica, en realidad, predestina a la Iglesia a asumir un rol en la situación presente, en que el sistema comunista no ha dejado un liderazgo creíble a su paso, con la Iglesia representando los intereses genuinos del pueblo y manteniendo los duraderos estándares del evangelismo y el humanitarismo.

Hay un fenómeno general, que apunta a la misma dirección en los países de Europa Central y del Este, en que las iglesias asumen un rol significativo en el proceso de transformación y renovación social. Solo tenemos que pensar en el rol de la Iglesia Católica Romana en la sociedad polaca, o la lucha de la Iglesia Luterana en Alemania del Este. De modo similar, pienso que no es accidental el que la revolución rumana empezara en la Iglesia Reformada en Temesvár (el nombre húngaro de Timisoara). Estos casos ilustran elocuentemente que Dios busca usar a sus iglesias para la renovación de la sociedad, suplementando con su poder nuestra debilidad (ver 2da de Corintios 12:9).

Pienso que nuestras iglesias enfrentan un claro e inconfundible desafío por la Palabra de Dios y por la simple realidad de que llevan sobre sus hombros el tipo de servicio más universal imaginable: la renovación y la transformación de la sociedad, y la causa de la democratización. En Europa Central y del Este, y por lo tanto en Rumania también, Dios ofrece una oportunidad sin precedentes para que la Iglesia juegue, una vez más, un rol social e histórico decisivo y, así, servir a la mayor gloria de Dios y al bien del pueblo.

Nuestras iglesias aún tienen que reconocer bastante sobre su misión histórica presente y no se han preparado realmente a sí mismas para realizar este servicio. La gravosa herencia del pasado y de los efectos posteriores de su relación compromisoria con la dictadura es un gran peso sobre ellas. El oportunismo de la jerarquía clerical también busca salvar y preservar sus privilegios o posición y rango hacia la nueva era. La clarificación de los asuntos morales y los asuntos de fe recién ha comenzado.

Consecuentemente, nuestras iglesias deben renovarse a si mismas antes de que puedan tomar parte en la renovación de la sociedad. Deben prestar atención y obedecer la enseñanza del Evangelio. Deben convertirse, y deben ser limpiadas. Si tienen éxito, pueden verdaderamente volverse instrumentos benditos de Dios en la transformación de la sociedad, en la promoción de la causa de la reconciliación universal, y en la creación de un orden mundial nuevo, digno y justo que agrade al Señor. Con toda probabilidad, esta tarea será al menos tan difícil como lo fue permanecer en oposición a la dictadura.

___

Originalmente publicado por la George Fox University, Occasional Papers on Religion in Eastern Europe, 1990. Traducido por Luis Aránguiz Kahn.