El problema del Estado de Israel y su relación con Palestina: más allá de los lugares comunes
Resumen del post:
Dar una respuesta cristiana a partir de la persona de Jesús, para quien no hay judío ni palestino, sino personas sufrientes; para quien todo tipo de opresión es reprochable; para quien todo tipo de destrucción humana es repudiable.
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Fecha:
25 julio 2014, 12.05 AM
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Autor:
Luis Aranguiz
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Publicado en:
Actualidad y Opinión
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El problema del Estado de Israel y su relación con Palestina: más allá de los lugares comunes
Dar una respuesta cristiana a partir de la persona de Jesús, para quien no hay judío ni palestino, sino personas sufrientes; para quien todo tipo de opresión es reprochable; para quien todo tipo de destrucción humana es repudiable.
La reciente escalada del conflicto Palestina-Israel ha provocado un estallido de comentarios en las redes sociales. No es raro que muchos de los que leemos las noticias empecemos a tomar partido por uno u otro lado. Sin embargo, cuando se trata de opinar sobre el asunto como evangélicos, debemos ser cuidadosos en primer lugar porque estamos en Latinoamérica, es decir, muy lejos del conflicto. Esta lejanía está mediada por la prensa que, en ocasiones, tampoco nos da las herramientas necesarias para elaborar un pensamiento reflexivo sobre el asunto. En segundo lugar, porque somos cristianos. El evangelio nos ha enseñado a ser pacificadores y emisarios de la reconciliación. También nos ha enseñado que para Dios en Cristo no hay diferencias de orden étnico, y por lo tanto no hay grupos privilegiados. Lo que haré en las líneas siguientes es tratar de desmontar algunos lugares comunes que se usan para hablar de este tema en internet, y luego ofrecer una perspectiva cristiana que se adecúe a nuestro contexto.
Antes de entrar, es necesario hacer algunas precisiones de orden conceptual. Por lo general, hay cierta costumbre a usar como sinónimos las palabras “judío” e “israelí”. El primer esfuerzo que debemos hacer es desarmar esa aparente igualdad. De hecho, la confusión en torno a estas dos palabras es parte importante de la creación de los clichés que luego deconstruiremos. Ambas palabras significan cosas totalmente diferentes. “Judío” es un término que se usa para denotar fundamentalmente una pertenencia étnica y/o religiosa. Sin ir más lejos: hay quienes dicen ser judíos por cuestiones de origen étnico, otros que lo hacen por cuestión de religión, y otros por ambas. “Israelí” es el gentilicio que se usa para nombrar a aquellas personas que son ciudadanas del Estado de Israel, aun si no son de origen étnico o religión judía. Esta diferencia es importante porque con mucha frecuencia se tiende a pensar en el Estado de Israel como un estado exclusivamente judío.
1. ¿Es el Estado de Israel judío? Un génesis
El punto de partida para resolver esta pregunta es remitirnos al proyecto sionista. En efecto, uno de los textos fundacionales y la base del sionismo moderno, lleva el nombre “El Estado judío”. Publicado en 1896 por Teodor Herzl, el libro es una proyección de lo que sería un estado judío. Sin embargo, sobre este punto es importante notar dos cosas. La primera de ellas es que a Herzl no le preocupaba tanto el judaísmo como religión, sino más bien como comunidad. En efecto, para él la creación del Estado judío era una necesidad surgida de las constantes persecuciones históricas que los judíos habían vivido durante su diáspora en Europa. En sus palabras:
“Nadie negará la miseria en la que viven los judíos. En todos los países donde se encuentran en número apreciable sufren persecuciones de carácter más o menos violento” (31).
En vista de ello, la idea de un Estado judío tiene como fin la rearticulación de una diáspora históricamente discriminada. Es decir: se trata de dar respuesta a un problema que era eminentemente real.
En segundo lugar, Herzl fue enfático tanto en la relación que debía existir entre la religión y el Estado, y el trato que debería darse a los no judíos:
“¿Tendremos, pues, una teocracia? ¡No! La fe nos mantiene unidos, la ciencia nos hace libres. No dejaremos, por tanto, que surjan veleidades teocráticas en nuestros sacerdotes. Sabremos retenerlos en sus templos, como retendremos nuestro ejército profesional en los cuarteles. El ejército y el clero deben ser respetados tanto como lo exigen y merecen sus nobles funciones. En el Estado, que los trata con distinción, no deben entrometerse de ninguna manera, puesto que ellos provocarían situaciones delicadas, tanto respecto al exterior como al interior” (98).
“si se da el caso de que vivan entre nosotros gentes de otra religión y de otra nacionalidad, tendremos a mucho honor brindarles nuestra protección y la igualdad de derechos” (98).
A la luz de estos datos, puede observarse que la idea sionista original estaba bastante lejos de los estereotipos que se tienen de ella hoy. Por una parte, no se puede vincular sin más el sionismo con la religión judía, y es por ello que tampoco puede concluirse de modo reduccionista que el conflicto entre Israel y Palestina es una cuestión de orden fundamentalmente religioso, como se podría pensar. Por otra parte, hay que prestarle atención a la complejidad del fenómeno sionista del mismo modo que lo haríamos con cualquier otro “ismo”, pues hay una amplia gama de versiones, unas más moderadas que otras.
2. ¿Cuánto podemos vincular al Estado de Israel con el problema del Holocausto? Un éxodo
Hay cierto grupo de personas que, tanto a favor como en contra del Estado de Israel, utilizan como argumento su vinculación con el drama de la Shoah. Solo como ejemplo, están aquellos que afirman cosas como: “los judíos son inconsecuentes, antes los mataban y ahora ellos matan”; y también aquellos que dicen: “el Estado judío es un mal necesario para evitar que ocurra un nuevo Auschwitz”. Es común encontrar comentarios de este tipo en foros de discusión social, pero a pesar de que ambos son formas desfiguradas del asunto, eso no es una razón para negar la posibilidad de entender el Estado de Israel ligado a la Shoah, pues ambas cosas van de la mano en su contexto histórico. Desde este punto de vista, la existencia de un Estado judío sigue siendo tan necesaria como lo era para Herzl, y en este sentido hay que entender la afirmación del rabino Emil Fackenheim cuando dijo: “todo antisionismo, judío o gentil, debería terminar definitivamente, junto con las cámaras de gas y las chimeneas de Auschwitz” (37).
Lo que hay que diferenciar no es el nexo histórico que existe entre la Shoah y la existencia de un Estado Judío, sino la utilización política de la Shoah tanto a favor como en contra de dicho Estado. Cuando alguien afirma que los judíos -refiriéndose, en realidad, a los israelíes- están haciendo con los palestinos lo mismo que les hicieron a ellos los alemanes, se cae en el error de comparar hechos sucedidos a personas, con una política de Estado. En efecto, tanto lo que hizo el Estado alemán con los judíos europeos, como lo que hace el Estado de Israel con los palestinos, no quiere decir que dentro de ambos Estados no hubiese personas que tuvieran distintos grados de adhesión frente a sus políticas, e incluso de abierta oposición. Así, no son los israelíes como personas en su generalidad -ni mucho menos los judíos como grupo cultural- quienes hacen eso, sino la maquinaria del Estado de Israel, del mismo modo que no fueron “los alemanes” quienes llevaron a cabo la Shoah, sino ciertos alemanes fieles a los postulados del nazismo.
Por contraparte, quienes defienden las malas acciones del Estado de Israel fundamentándose en la Shoah cometen el mismo error, pues la muerte de inocentes nunca es justificable. La Shoah como hecho histórico es, a pesar de los revisionismos, un hecho histórico innegable. Y por ello es que también se entiende la necesidad de salvaguardar el bienestar de un pueblo perseguido. Sin embargo, esto no es una razón para dar validez a políticas del Estado de Israel que pueden ser contrarias a los derechos humanos.
Como vemos, ambos casos son los dos polos opuestos del mismo procedimiento: comparar la Shoah con políticas específicas del Estado de Israel. El peligro de estas formas de pensar es la posibilidad de caer en un reduccionismo absurdo que desemboca en binomios del tipo: Netanyahu es como Hitler, Israel es como Alemania, el Sionismo es como el Nazismo; toda vez que quienes defienden las políticas del Estado de Israel en torno a Palestina reducen el conflicto a una cuestión meramente militar, sin considerar cuestiones de importancia vital como la defensa de los derechos humanos o cuestiones de orden político como el hecho de que la existencia de un grupo extremista como Hamas no es representativo de toda la población palestina.
Por tanto, la pregunta que queda es: ¿a quién se critica? No ciertamente a los judíos, no a los israelíes. Tampoco a los palestinos. Lo que se tiene que criticar son los distintos procedimientos de uno y otro bando.
3. ¿Qué es lo que hay que criticar al Estado de Israel hoy? Un apocalipsis
Esta es, entonces, la pregunta crucial. Pero antes de pasar a ella, hay que hacer algunas precisiones. Lo que explico aquí son los motivos reales por los que el Estado de Israel podría ser criticado. Sin embargo, esto tampoco implica optar una postura necesariamente pro-palestina, pues ese lado de la vereda también tiene particularidades que podrían merecer otro tipo de análisis, sobre todo las prácticas de los grupos terroristas, que no dejan de ser cuestionables.
No se puede enjuiciar a la ligera la razón del surgimiento sionista, como tampoco trastocar el hecho de la Shoah. En vista de ello, pasamos entonces a la cuestión de fondo: la política del Estado de Israel en relación a los palestinos. El primer antecedente que se tiene es desde su propia fundación. En la guerra de 1948, más de 1.380.000 palestinos fueron expulsados del territorio. Israel anunció oficialmente que casi todos habían huido sin ser expulsados, pero luego se les impidió retornar aun cuando era una exigencia de las Naciones Unidas. Así, la periodista israelí y crítica de las políticas del Estado de Israel, Tanya Reinhart, afirma: “El Estado de Israel se construyó por tanto mediante la limpieza étnica de la población autóctona palestina” (11). Luego vino la guerra de 1967, en la que Israel luego de la victoria ocupó territorios aledaños. Según Reinhart, esto ocasionó que cerca de 250.000 palestinos escaparan de Cisjordania y de la Franja de Gaza. Estos y otros acontecimientos que ocurrieron en el camino, dieron pie a un levantamiento palestino contra la ocupación al cual también adhirieron grupos de israelíes. Así, en 1993 el Gobierno de Israel y la Organización para la Liberación de Palestina (OLP) firmaron los Acuerdos de Oslo, que tenían como fin la búsqueda de la paz entre ambos grupos. De acuerdo a Reinhart: “Desde la perspectiva palestina, aceptar la existencia de dos Estados ha supuesto una enorme concesión, que pasa por la renuncia a casi el ochenta por ciento del territorio histórico de Palestina” (18). Sin embargo, en el año 2000 Gaza seguía ocupada, incluso cuando uno de los artículos de Oslo señalaba la propuesta de una retirada progresiva.
En palabras del activista israelí Michael Warschawski, que se ha caracterizado por emprender un avance intelectual contrario a lo que considera políticas antipalestinas del Estado de Israel, y que a su vez ha trabajado en generar nexos de trabajo con palestinos: “La paz palestino-israelí será una paz de cooperación, de coexistencia, o no será nada” (21). Mientras el Estado de Israel no esté dispuesto a cumplir compromisos, como los de Oslo y posteriores, no habrá paz. La cantidad de datos que podrían continuar mencionándose es abrumadora. Lo cierto es que Palestina ha sido sistemáticamente controlada por el Estado de Israel, lo que también ha causado reacciones ofensivas de parte de grupos palestinos, y es precisamente este problema el que debemos meditar a la luz de un cristianismo liberador.
4. Una reflexión desde Latinoamérica y desde un cristianismo evangélico
Nosotros tenemos dos problemas para abordar este asunto. El primero es que estamos en Latinoamérica, muy lejos de las tierras de este conflicto. A la vez, la información por lo general puede llegar distorsionada, con énfasis innecesarios en uno u otro bando. Por ello es que debemos abordar el problema con cuidado, evitando todo tipo de generalizaciones. Después de todo, debido a la lejanía nuestro conocimiento es muy parcial y podemos caer en juicios que pueden estar lejos de la realidad. En este sentido, es muy importante respetar a los miembros de tanto las comunidades palestinas como judías en nuestros países.
El segundo es que somos cristianos evangélicos, y tenemos que intentar establecer una meditación profunda acerca del problema desde nuestra perspectiva, considerando que estamos llamados a promover la hermandad de los seres humanos, sobre la base de lo que Cristo significa para nosotros: que todos los seres humanos somos iguales ante él.
Aun cuando en términos prácticos no podemos hacer mucho, si es que nada, nuestra gran contribución puede estar en orientar a nuestros pares para evitar juicios apresurados, y así llamar a una reflexión seria en nuestros contextos.
Aquí ofrezco algunas observaciones:
Meditar en el sufrimiento del pueblo palestino. No podemos ser indiferentes de ningún modo ante el sufrimiento de nuestro prójimo. Aun cuando estamos lejos de los sucesos, nuestras oraciones deben estar encaminadas a rogar por la paz de los pueblos.
Pensar en el conflicto que esto supone para los ciudadanos israelíes. Este también es un ejercicio importante. No podemos desconocer que los ciudadanos israelíes también están expuestos a un temor constante que no es necesariamente responsabilidad de ellos.
Ser prudentes en la valoración de responsabilidades de ambos bandos. Si hemos de criticar abiertamente al Estado de Israel, también debemos considerar el hecho de que movimientos como Hamas están implicados en la pérdida de vidas humanas.
Evitar los estereotipos. No todos los palestinos son terroristas, del mismo modo que tampoco todas las personas que profesan la fe musulmana lo son. Ese estereotipo es dañino. Del mismo modo, no todos los israelíes están a favor de la muerte de palestinos, así como este conflicto no es responsabilidad de “los judíos”.
Promover la reflexión seria de este asunto tomando en cuenta su complejidad. No es infrecuente encontrarse con personas cristianas que defienden el Estado de Israel por el influjo de ciertos enfoques teológicos. Asimismo, también hay cristianos que defienden completamente a Palestina. En ambos casos, es necesario propiciar una reflexión que considere los matices involucrados.
Optar por los débiles. A diferencia de lo que alguien pudiera pensar, esto no es necesariamente “estar con los palestinos”. En efecto, en ambos lados del conflicto hay débiles que están sufriendo debido a la mala relación entre los poderes de ambos bandos. En ese sentido, es tremendamente importante informarse sobre cómo los cristianos de la zona han logrado comprender este asunto más allá de las banderas (vea, por ejemplo, el artículo recientemente publicado aquí de Alex Awad).
Dar una respuesta cristiana a partir de la persona de Jesús, para quien no hay judío ni palestino, sino personas sufrientes; para quien todo tipo de opresión es reprochable; para quien todo tipo de destrucción humana es repudiable; en quien hay esperanza de construir un mundo mejor y la paz de los pueblos. No olvidemos aquella bella expresión paulina que nos dice de Cristo: “Él es nuestra paz”. Así, pues, oremos por la paz de ambos pueblos, a la vez que promovemos la paz cristianamente en nuestros contextos cuando se hable sobre este tema.
Citas
Fackenheim, E. (2005). ¿Qué es el judaísmo?. Buenos Aires: Lilmod.
Herzl, T. (1944). El estado judío. Buenos Aires: Federación Sionista Argentina.
Reinhart, T. (2004). Israel-Palestina: cómo acabar con el conflicto. Barcelona: RBA.
Warschawski, M. (2004). En la frontera. Barcelona: Gedisa.
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