Estudios Evangélicos

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¿Es el coronavirus un juicio de Dios?

¿Está el mundo bajo juicio? ¿Es el COVID-19 una suerte de “pestilencia” de aquellas que Dios nos previene cuando dice, por medio de Jeremías, que Judá sufrirá plaga de “espada, hambruna y pestilencia”?

Es difícil leerlo de otra manera. Una enfermedad individual es una prueba; una pandemia global es de un orden distinto. Un robo es una prueba; la invasión y el saqueo son juicios.

Es difícil leer las descripciones bíblicas de las ciudades y naciones bajo juicio sin ser impactados por el parecido del mundo en abril del 2020.

Las calles de nuestra ciudad están en silencio; ya no está la voz del novio y la voz de la novia, ni siquiera las lamentaciones y los cantos fúnebres de un funeral (Jeremías 7:34).

Muchos comerciantes han cerrado sus puertas, y las tiendas de muchos artesanos están en silencio. La música de los arpistas y músicos y flautistas ha parado; los halls de conciertos y los teatros a lo largo del mundo están vacíos (Apocalipsis 18:21-24). Las ciudades son paisajes sonoros, y las ciudades en silencio son ciudades bajo la disciplina del Señor.

Las iglesias y lugares de asamblea también son paisajes sonoros. Ahora están vacías y quietas. Debiésemos meditar la posibilidad de que el Señor ya se cansó de que pisoteemos sus cortes, y por ello ha puesto fin a nuestras lunas nuevas y días festivos (Isaías 1:10-15).

Algunos dirán que el virus no hizo todo esto. La respuesta al virus lo hizo. Hay verdad en ello, pero eso no cambia el punto. La pestilencia y el apagón han producido una situación que se parece mucho a un juicio de proporciones bíblicas.

Yuval Levin ha observado sabiamente que nuestra política contemporánea del catastrofismo, en la que todo es una crisis de vida o muerte, nos ha inhabilitado para discernir la diferencia entre lo ordinario y lo extraordinario. Pero nuestra inflación de la retórica de la crisis no significa que las crisis no ocurran: “no cualquier momento es el tiempo de una crisis excepcional, pero unos pocos momentos si lo son”. Este es uno de esos momentos.

Pero ¿por qué? Nos preguntamos. Si este es el juicio de Dios, ¿por qué lo está haciendo? ¿Qué hemos hecho para merecerlo? El pueblo de Judá se hizo la misma pregunta (Jeremías 16:10). Por la profecía de Jeremías, sabemos que Dios tenía muchas razones para juzgar a Judá. Si hacemos la pregunta “¿por qué nosotros?”, ¿nos estamos mostrando a nosotros mismos el que somos de un corazón tan sordo como ellos?

Una parte de la respuesta a la pregunta es clarificar qué significa “juicio”. Juicio incluye el castigo por el pecado, pero como ha mostrado mi colega de Theopolis, Alastair Roberts, también involucra el desenmascaramiento, la exposición, la evaluación y la clarificación. Dios juzga para descubrir lo que estaba escondido en el fondo de las cosas.

Cuando la ramera de Babilonia es juzgada, la ciudad es destruida pero el juicio también expone el secreto de la ciudad: la sangre de los profetas, santos, y todos aquellos que han sido asesinados en la tierra (Apocalipsis 18:24).

El juicio siempre es apocalíptico en el sentido original del término. Dios castiga, Él devela.

También deberíamos recordar que el castigo nunca es un fin. Como N. T. Wright gusta decir, Dios arregla el mundo. Él ordena y depura, derriba y levanta. Al otro lado del juicio, esperamos y oramos, hay un mundo que refleja más claramente la justicia del reino.

A pesar de las clarificaciones, aun nos preguntamos, ¿Qué podría mover al Señor a probar, o a castigar? La respuesta diferirá entre lugar y lugar alrededor del globo. Solo puedo hablarle a mi país. Para los Estados Unidos, puedo pensar en varias razones, en diez, de hecho.

1. Nos hemos alejado del Dios viviente para amar, temer y confiar en ídolos de nuestra propia creación. Nosotros (yo), realmente amamos más la comodidad que la fidelidad, y hemos organizado nuestro mundo para servir a nuestro insaciable deseo de comodidad. Nos hemos vuelto complacientes con millares de ídolos y cuasi-ídolos, a los cuales somos tan devotos que a veces incluso los llamamos (celebridad, películas, deportes) ídolos. Hemos quebrantado el primer mandamiento.

2. No honramos la imagen de Dios en el otro. Dejamos a los vagabundos sin techo, a los desnudos sin ropa, a los hambrientos, hambrientos. Nos escondemos de nuestra propia carne (Isaías 58:7).

3. Millones de cristianos en Estados Unidos visten el nombre Triuno, conferido en el bautismo. ¿Lo cargamos con el peso que merece? Vivimos como si Dios no existiera. Somos idólatras prácticos.

4. No conocemos el día de reposo en nuestra economía 24/7. No tenemos un Sabat. Quebrantamos el Sabat al impedir el alivio a los agobiados.

5. Una de las situaciones alentadoras de la pandemia es el constante recordatorio de proteger a los ancianos de la infección. Todos los medios de comunicación en el país dan lecciones diarias para cuidar el quinto mandamiento. Pero en varios otros sentidos, nuestros hábitos sociales e instituciones erosionan la autoridad de los padres, el respeto de los jóvenes y la institución de la familia.

6. 46 millones de abortos desde 1973, y contando. En muchos lugares, matar niños no nacidos es considerado un servicio esencial durante la pandemia. ¿Cuántos miles de extranjeros hemos matado, sin garantía de guerra justa, en el otro lado del mundo? “Tus manos están bañadas con sangre inocente” (Isaías 1:15).

7. Desafiamos las normas sexuales de Dios e insistimos en el derecho constitucional para hacerlo. Muchos se ríen de la noción misma de pureza sexual.

8. En medio de una pandemia, tenemos la esperanza en el ascenso del mercado de valores. La política doméstica y exterior han sido largamente orientadas hacia a la meta final de acrecentar el PIB. El trabajo es bueno; la riqueza es buena; incrementar la riqueza es bueno. Pero hemos convertido las buenas dadivas de Dios en el ídolo de Mammon.

9. ¿Se caracteriza nuestro discurso público por la credibilidad? ¿Construimos, como Lutero dijo, el mejor argumento posible respecto a las palabras de nuestros oponentes ideológicos? Preguntar es responder. Usualmente quebrantamos el noveno mandamiento.

10. Industrias enteras están dedicadas a promover la codicia. La envidia infecta nuestra política. Nuestros hambrientos y sedientos no son dirigidos hacia la rectitud y al reino de Dios.

Un cínico podría, por supuesto, descubrir violaciones a los diez mandamientos entre todas las personas, incluso las mas piadosas, a toda edad. Cierto, pero nuestra oposición a ciertos mandamientos está establecida, institucionalizada. No se trata de que matemos al inocente y pervirtamos el sexo. Mas bien, insistimos en nuestro derecho para hacerlo, y no dejaremos que Dios o ningún otro viole nuestro derecho. La pudrición es profunda, pero aun así estamos lo suficientemente ciegos como para alardear de la solidez y estabilidad de nuestros cimientos.

Podría decirse que, si esto es un juicio, es uno bastante cómodo. Lo es para algunos (como yo) que han sido bendecidos con tener un espacio para divagar afuera, una amada familia cerca y la flexibilidad de trabajar desde el hogar.

Para aquellos que han perdido a sus seres queridos, sus trabajos, su libertad para moverse, el contacto físico con amigos, para aquellos que están encerrados solos o con personas que odian, esto es cualquier cosa menos una ocasión para un relajo elegante.

Además, si este juicio no nos ha atravesado hasta el corazón, esto solo es por la misericordia del Señor. Si las cosas se arreglan, es nuevamente porque Dios es misericordioso. Pero no deberíamos malinterpretar el alivio como una aprobación de Dios. Nuestro arrepentimiento tiene que ser radical, o si no pronto enfrentaremos algo más, algo peor.

Llamar a la pandemia un juicio no es deslizarse hacia el fatalismo o la desesperanza. Todo lo contrario. Los cristianos desean que Dios sea Él mismo el juez. Cada vez que cantamos los Salmos, expresamos nuestra esperanza en que Él arregla las cosas y en que nos regocijamos ante el panorama: que Él viene a juzgar a la tierra.

Dios juzga para traer nuestro pecado a la luz, para que podamos arrepentirnos. En su defecto, Él juzgará otra vez, y otra vez, quizás llegando incluso a demoler nuestro mundo. Eventualmente, no obstante, Él comienza a construir algo nuevo de entre los escombros. El juicio es desgarrador, realmente hasta la muerte, pero Dios no dejará Su mundo perecer. Él es el Dios de la resurrección.

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Originalmente publicado en Theopolis, 2020.