Estudios Evangélicos

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Es la hora de cristianos postrrevolucionarios

Hace dos años que ocurrió el octubre chileno con todas sus demandas sociales, con todas sus marchas, banderas y consignas. Con toda su violencia destructiva en las calles. Desde entonces se han escrito y se siguen escribiendo a caudales libros y columnas. La consecuencia de todo esto, repleta de conflicto, ha sido la instauración de una Convención Constituyente.

En este proceso se han visto todo tipo de reacciones, naturalmente esperables, en contra, a favor, indiferencia, escapismo y asimismo, los cristianos también han reaccionado de manera similar. Pero hay dos cosas que a dos años pueden decirse con relativa seguridad: la primera de ellas es que en general ha habido una suerte de neutralización del futuro. La situación de incertidumbre nos ha quitado la capacidad de mirar más adelante, dejándonos a merced del día a día en un presentismo tedioso. Podemos imaginar escenarios posibles pero, el fin y al cabo, nadie sabe dónde llegaremos y ofrecer alguna certeza.

La segunda es que se ha caído en un cierto quietismo porque, con la creación de la Convención, ya hay quien tiene el poder de definir lo que viene y no queda mucho más que hacer que esperar el resultado. Solo después de tener el nuevo texto y votarlo en el plebiscito de salida sabremos qué Chile nos espera. Así, cristianos a favor, en contra, indiferentes o escapistas, tienden a encontrarse en la misma situación.

¿Fue esto una revolución? Hubo quienes lo dijeron el mismo 18 de octubre de 2019. Pocos los escucharon. Los trataban de exagerados. De pronto, con el paso de los meses, hubo personas del mundo público que empezaron a usar el término. Por supuesto, los sectores más violentos desearon que lo fuera. Entre estos últimos hay quienes consideran que se está en una fase de un proceso de revolución.

Como fuere, no estamos ante una revolución como las famosas de antaño, con la misma sangre y el mismo dolor. Esta es menos glamorosa, ocurre en un país pequeño al fin del mundo. Pero se reserva para si el derecho de gestar cambios que tienen dimensiones revolucionarias. En lo que todos están de acuerdo, aunque estén a favor o en contra, es que este es el fin de un orden, de un régimen de gobernanza de país y que viene uno nuevo.

En este escenario, ¿Qué decir a dos años desde un punto de vista cristiano? Durante siglos los cristianos que han pasado por este tipo de procesos han advertido ciertas cosas como por ejemplo, no divinizar al pueblo, no tentarse con la idea de que hay redención en los cambios políticos, cuidarse de ser dominado por las pasiones y guardar serenidad. Porque el pueblo no es Dios, la política no redime y las pasiones políticas no traen paz a la ciudad. Y todo esto, desgraciadamente, lo hemos visto de sobra en Chile.

Un caso ejemplar es el de Nikolai Berdiaev. Un ruso ex marxista que vivió la revolución de octubre de 1917, esa misma que fue el punto de inicio de lo que luego se consolidaría como la Unión Soviética. Ortodoxo en su fe y exiliado de su país con otros intelectuales por no ser afines al nuevo orden, cayó a Europa occidental. Desde ahí elaboró toda una filosofía crítica del marxismo desde su posición cristiana como conocedor de las realidades tras el octubre ruso.

Sería insulso establecer un paralelo entre dos realidades tan distintas como el octubre ruso de 1917 y el octubre chileno de 2019. Pero también sería insulso ignorar ciertas admoniciones que Berdiaev ofreció. Por ello, dígase, es también digno de lamentar que su obra no haya sido reeditada desde mediados del siglo XX. Pero no divaguemos más.
¿Qué nos puede decir Berdiaev a los cristianos de hoy que estamos en una situación de alta incertidumbre política?

Por ahora, solo quisiera apuntar cuatro temas mínimos. En primer lugar, Berdiaev rechazó rotundamente la idea de llamarle ‘pueblo’ solamente a un sector de la población y divinizarlo, como ocurrió en los días de la revolución, en que el pueblo era el proletariado y tenía un carácter ‘mesiánico’. La razón de ello no era, como sería esperable a primera vista, simplemente que eso conllevara una división entre los coterráneos. El fundamento de esta posición era que tras esta concepción de ‘pueblo’ existía una mentalidad mecánica que no comprendía los procesos espirituales profundos de una comunidad humana compleja y compuesta de múltiples perfiles y experiencias compartidas. A la vez, rechazó tajantemente la divinización de este ‘pueblo’, es decir, la idea de que en una minoría reside la capacidad para transformar a todo un conjunto humano con su voluntad sagrada.

En segundo lugar, y no obstante lo anterior, Berdiaev también reconoció que este nuevo régimen no surge desde la nada, sino que se debe al régimen anterior. Para ser más claro: son los defectos y problemas del régimen anterior los que despiertan la búsqueda de un nuevo orden. Fue lo ‘falso’ del mundo zarista lo que trajo, nos dice, la revolución. Así, aunque no compartía con la revolución, entendió que era un error ignorar aquellos aspectos del orden anterior que permitieron la gestación de este fenómeno. Es por eso que renegaba de la idea de los nostálgicos que querían simplemente restaurar el antiguo régimen. Aquello no solo no era posible sino que era además ciego a las falsedades de ese régimen que generaron las condiciones para el fermento revolucionario.

En tercer lugar, no ahorró críticas a su Iglesia, la ortodoxa, y más ampliamente a su concepción de cristianismo. Rechazó su ‘sumisión’ al Estado, rechazó el modo en que el cristianismo promovido por ella reafirmaba el orden social sin mayores cuestionamientos. En algún momento, atento a la cuestión obrera, llegó a sostener que la Iglesia en vez de apartarse de los temas sociales, lo que debía hacer era precisamente acompañar a los obreros para que no cayeran en la amenaza del ateísmo -o del marxismo-. Al mismo tiempo, pensaba que se debe condenar la explotación del hombre por el hombre y el materialismo capitalista al que llamaba el ‘misticismo del dinero’. En suma, lo que queda aquí claro es que rechazaba el materialismo comunista y ateo tanto como el materialismo capitalista. Esto nos lleva al fundamento de su pensamiento.

En último lugar, viene su noción de lo posrrevolucionario. ¿Quién es un cristiano posrrevolucionario? Aquel que se posiciona más allá de la revolución, después de ella. En el pensamiento de Berdiaev, y coherentemente con la milenaria tradición cristiana, las cuestiones fundamentales ocurren en el dominio del espíritu. Es la vida espiritual la que se refleja en la vida material. Un espíritu deteriorado llega a acciones y consecuencias deterioradas. Por eso, rechazaba la noción de una contrarrevolución sin más, porque eso no sería suficiente para combatir el mal espiritual que él veía en la revolución de octubre y solo perpetuaría la violencia. Para él, tanto como para nuestro insigne historiador nacional Mario Góngora, la política era una lucha de pasiones y lo único que podía traer un cambio sustantivo era una “revolución del espíritu”.

La revolución del espíritu no puede darse desde arriba. Comienza a ocurrir, más bien, desde abajo, a nivel ‘molecular’, entre la gente, en pequeños grupos, familias. La revolución del espíritu se opone al imperio de la política, a su sacralización. Exige mostrar que las esperanzas espirituales no se depositan en cuestiones pasajeras o materiales, sino que estas han de sujetarse a la vida del espíritu. En sus palabras, “hay que poner término al poder exterior de la sociedad sobre el alma del hombre”.

El cristiano postrrevolucionario condena la divinización de todo aquello que quiere redimir la vida humana en el ámbito político; al mismo tiempo, reconoce que parte de la responsabilidad del surgimiento de una revolución también está en el orden al que esta se opone. Se trata de alguien que mira a los sucesos humanos, no desprovisto de nostalgia o de emociones, pero haciendo prevalecer, por difícil que sea, la serenidad. El cristiano postrrevolucionario entiende que tras estos sucesos hay una lucha de pasiones y que su primera tarea es no dejarse llevar por ellas. Se gobierna, tiene dominio propio como diría el apóstol Pablo.

Así, entonces, el cristiano postrrevolucionario comienza a trabajar por una revolución del espíritu, cambios pequeños, pero sostenidos, que no se dan en las esferas de poder sino que se producen entre la gente. Sabe que es en las agrupaciones alentadas por la fe que puede reconstruirse un tejido social fuerte porque no giran ellas en torno a sus miembros sino que sus miembros giran en torno a Dios. De este modo, no puede pensar el cristiano postrrevolucionario en singular. Hemos de nombrarlo en plural: se requieren cristianos postrrevolucionarios unidos orgánicamente no en torno a ellos sino a su fe, concertados, trabajando sostenida y estratégicamente por una revolución del espíritu. Esto incluye orar, pero es mucho más que orar, Berdiaev nos dice que necesitamos “la fe y la idea”.

En Chile muchos piensan que el cambio puede venir con el próximo presidente o con la nueva constitución. Depositan sus esperanzas en la institución, en el Estado. Pero todo aquello es exterior. El cambio que se necesita, sin embargo, es interior. Todavía reina la incertidumbre y el quietismo. Pero los cristianos postrrevolucionarios tienen una certeza, la necesidad de la revolución del espíritu y, por lo tanto, están inquietos por trabajar para eso. Y como el Reino de Dios no es el reino humano, no necesitan esperar los resultados de ninguna institución para empezar. Sean muchos o sean pocos, ricos o pobres, ortodoxos, católicos, protestantes o evangélicos, en Chile ya es la hora de que se levanten cristianos postrrevolucionarios.