Estudios Evangélicos

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Espiritualidad wesleyana: vivir para amar

En el siglo XVIII se experimentó en Inglaterra dos revoluciones; la revolución industrial por una parte, y la revolución espiritual por otra, que lideró el movimiento metodista. Mientras se construye el primer motor a vapor, Wesley predica en Bristol su primera predicación al aire libre, considerado por algunos historiadores como uno de los hitos fundantes del metodismo.

Este movimiento puso una premisa: el concepto del amor. De este modo el mismo Wesley definirá: “Esta religión no es otra que el amor: el amor de Dios y de toda la humanidad. El amar con toda la mente, con todo el corazón y con todas las fuerzas al Dios que nos amó primero, fuente de todo don recibido y de toda esperanza por disfrutar. Y amar, como a nuestra propia alma que Dios ha creado, todo ser humano sobre la tierra. Creemos que este amor es la medicina de toda la vida, el remedio infalible para todos los males de este mundo… esta es la religión que quisiéramos ver establecida en el mundo, una religión de amor, de gozo y de paz, asentada en lo más profundo del alma humana, pero con frutos siempre renovados” [I]

Esta revolución espiritual hizo que muchos definieran este movimiento como una “piedad revolucionaria”. Esto se debió al énfasis que el metodismo planteó sobre la espiritualidad. Ser metodista, y haber vivido la experiencia del corazón ardiente -el nuevo nacimiento- significaba vivenciar los frutos del Espíritu Santo, y esto traía una transformación no sólo a la vida de las personas en lo individual, sino también en su alrededor practicando la santidad como una moneda de dos caras: piedad y misericordia – amor a Dios y amor al prójimo.

El pensamiento wesleyano se traduce en un correlato que responde a las necesidades pastorales de las clases, sociedades y bandas: estos grupos de discipulado se organizaron en el primer momento del movimiento. Por tal motivo, más que un teólogo Wesley, se evidencia como un pastor que se aproxima por medio de sermones, cartas, declaraciones, himnos, etc., y más aún si consideramos una gama de folletos y libros que van desde medicina a manuales devocionales.

Esto último marcó fuertemente el naciente movimiento porque Wesley personalmente se ocupó de la preparación de los predicadores laicos y la consecuencia de esta formación fue la apertura de salones de lectura, la creación de bibliotecas comunitarias, la publicación de literatura a bajo costo, la creación de colegios y las escuelas dominicales. Todo esto indica su interés en la solidez del pensamiento que debían tener los metodistas. Gonzalo Báez Camargo define que, el metodismo genuino fue una santidad culta, espiritualidad inteligente y piedad ilustrada.

El aporte del metodismo a la teología cristiana está en darle un especial valor a la experiencia. Antes del metodismo, los métodos teológicos parecían valorizar las Sagradas Escrituras, la tradición cristiana y la razón, pero Wesley planteará que, el motor de todo está en la práctica de la fe: la experiencia. La verdadera fe, como él la identifica, la verdadera fe cristiana no está solamente en creer en las Sagradas Escrituras y que los Artículos de fe son ciertos [II]. Para la tradición metodista, la “verdadera fe” consiste en confiar, confesar, conocer y practicar. Sobre lo último, Wesley dirá: Ciertamente una fe que no produce buenas obras no es viva, sino muerta y diabólica… pues hasta los demonios creen… [III]

A diferencia del pensamiento católico occidental, que pone un fuerte énfasis en Dios como un juez, Wesley posicionará una imagen terapéutica de Dios, como un médico que actúa de forma benevolente y misericordiosa para salvar el alma humana. Esta comprensión es parte de la tradición de oriente, de los padres griegos y sirios de los primeros cinco siglos. Ante eso, cuando hablamos de espiritualidad esto también tiene relación con un proceso de sanidad en el que Dios, por medio de su Espíritu, perfecciona al ser humano y va sanando su alma, lo que en lenguaje wesleyano será la regeneración, y que tiene como propósito crear una nueva creación. Cuando Wesley define la santificación, lo hace declarando que: la santificación es la vida de Dios en el alma del ser humano; tener la mente de Cristo, o la renovación de nuestro corazón según la imagen del que nos creó.

El teólogo Teodore W. Jennings [IV] desarrolla cinco dimensiones de la santificación basados en el modelo wesleyano. Primero, la santificación del corazón, que incluye la transformación de la vida personal; segundo, la santificación de la vida racional, que está enfocando en la manera de relacionarnos con los hermanos y hermanas de nuestra comunidad; tercero, la vida en el mundo, o sea la transformación de la vida en su aspecto económico; cuarto, la transformación en la relación con los desamparados, vistos como los hermanos pequeños de Cristo Jesús; quinto, la transformación de nuestra vida en el proceso para convertirnos en representantes del amor de Dios al Mundo.

La acción permanente de la gracia de Dios en el ser humano se ve también expresada en la práctica de los medios de gracia. Wesley los define como: “las señales exteriores, las palabras o acciones ordenadas e instituidas por Dios con el fin de ser los canales ordinarios por medio de los cuales pueda comunicar a la criatura humana su gracia anticipante, justificadora y santificadora (la Escritura, la oración, los sacramentos)…. Estos medios no tienen ningún poder intrínseco. Separados de Dios son como una hoja seca, como una sombra… Digan esto en su corazón: que el opus operatum, la mera acción, de nada sirve. Que no hay poder que salve, sino en el Espíritu de Dios. Ningún mérito, sino en la sangre de Cristo; que, consiguientemente, aún lo mismo que Dios ha ordenado no comunica gracia al alma si no confía en él solamente” [V]

Se han clasificado los “medios de gracia” en:
1. Medios de gracia generales: Vivir los mandamientos, tomar la cruz y negarnos a nosotros mismos.
2. Medios de gracia instituidos: Oración, estudiar la Biblia, Santa Cena, el ayuno y la vida de la Iglesia.
3. Medios de gracia prudenciales: Reuniones de oración, reuniones de grupos pequeños, ágape, etc.

Wesley incluyó las obras de misericordia, tradicionalmente entendidas como buenas obras para el beneficio del prójimo (Cuidado de los pobres, la asistencia a los encarcelados, el cuidado de los más débiles, la lucha en contra de las injusticias sociales, etc.) en la lista de los medios de gracia. Esta inclusión fue tan importante que llegó a declarar: incluso leer, escuchar y orar deben ser omitidos o pospuestos ante la llamada poderosa de la misericordia, cuando estamos llamados a ayudar a nuestro prójimo que pasa problemas, ya sea en cuerpo o en espíritu. [VI]

Lo que el pensamiento wesleyano quiere dejar en claro es que no sólo la persona que recibe el beneficio recibe de la gracia de Dios, sino también es gracia para la persona que actúa misericordiosamente; algo viene de vuelta, que termina transformando también a la persona que es misericordiosa. Es ahí donde Wesley logra juntar el amor del Otro (Divino) y del otro (humano).

En resumen, la espiritualidad cristiana, evangélica y metodista, se puede definir en cumplir el gran mandamiento: Jesús dijo: Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, y con toda tu alma, y con toda tu mente. Este es el primero y grande mandamiento. Y el segundo es semejante: Amarás a tu prójimo como a ti mismo. De estos dos mandamientos depende toda la ley y los profetas. (Mateo 22:37-40). Es así como, en la medida que nos relacionamos con Dios y con el prójimo, por medio de la práctica de la piedad (santidad personal) y las obras de misericordia (santidad social), somos testimonio de la acción de Dios y de su Espíritu en este mundo.

Finalmente, como plantea Blondel.-
Para encontrar a Dios no debemos rompernos la cabeza, sino el corazón.

*Miguel Ulloa se desempeña como pastor metodista en Chile.
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Notas
[I] Obras de Wesley, Vol. VI, p 11-12
[II] Obras de Wesley, Vol. V, p 34
[III] Idem
[IV] Jennings, T. (2008), Santificación y transformación social, p 18 -19.
[V] Obras de Wesley, Vol. 1, p 315
[VI] Obras de Wesley, Vol. III, p 314