Estudios Evangélicos

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Favoritismo cristiano en un tiempo de persecución

Déjenme sugerir algo que quizá suene contraintuitivo. El favoritismo por la Iglesia refleja una eclesiología demasiado baja.

Muchos de mis amigos en las redes sociales han cambiado sus fotos de perfil por la letra árabe N para indicar su apoyo y solidaridad con los cristianos que están siendo perseguidos en el Medio Oriente. Una petición a la Casa Blanca pidiendo al Gobierno de Estados Unidos ofrecer apoyo a los cristianos en Irak tiene sobre 41 mil firmas en el momento en que escribo esto, y rápidamente se adhieren más. Incluso antes del actual estallido de abusos contra cristianos, todas las publicaciones han estado dedicadas a cartografiar la persecución de cristianos alrededor del globo.

¿Qué debiéramos opinar como cristianos sobre esto?

Primero, permítanme decir que también yo soy solidario con aquellos cristianos que sufren persecución alrededor del mundo. Las atrocidades que han sufrido, por ejemplo, las poblaciones cristianas en Irak son horribles, y creo que son un apropiado objeto de defensa y apoyo en terreno para todo tipo de agencias, incluyendo gobiernos e iglesias.

Sin embargo, estoy profundamente preocupado  por  la tendencia a un favoritismo cristiano cuando se reacciona a estas atrocidades. Recientemente, un bloggero posteó un argumento a favor de la preocupación especial de los cristianos por otros cristianos. Elaborando sobre la metáfora de la Iglesia como “familia” (Gal. 6:10) y citando la petición de Stanley Hauerwas de que los cristianos traten primero de detener la matanza entre unos y otros, Drew McIntyre afirma que: “los cristianos deberíamos reclamar una preocupación particular por los nuestros”.   Tal como somos más protectores con nuestra familia, así deberíamos ser más protectores con nuestros hermanos y hermanas en la fe.

Aprecio el argumento de McIntyre en la medida en que coloca a la Iglesia al interior de lo que los protestantes usualmente han llamado “gracia común”. Las instituciones del mundo (familia, trabajo, etc.) funcionan para sacarnos de la ciudadela propia en tanto que requieren que pongamos nuestros intereses a un lado en pos de un círculo más amplio de personas. La gracia común requiere un primer paso más allá del yo en el mundo.

Pero aquí, déjenme sugerir algo que quizá suene contraintuitivo. El favoritismo por la Iglesia refleja una eclesiología demasiado baja.

Como todas las doctrinas cristianas, la eclesiología debe ser abordada en paradoja de la actividad de Cristo en el mundo. Cristo vino para dar vida abundante, y esa vida fue comprada solo a cambio de muerte. Cristo es el Hijo de Dios glorificado, y esto se manifiesta primeramente en su humillante crucifixión. Cristo es totalmente Dios –inmortal, invulnerable, infalible, todopoderoso- y a la vez es totalmente humano –vulnerable, asustadizo, inseguro, y en penúltimo lugar asesinado-.

La Iglesia no es solo una familia, también es el cuerpo de Cristo. Cuando es desplegada la metáfora del “cuerpo”, el problema del favoritismo por los miembros de la iglesia se vuelve claro. Si la iglesia es llamada a ser Cristo en y por el mundo, tiene un fuerte sentido el proteger el cuerpo como primera preocupación. Tal, ciertamente, no es el ejemplo de Cristo. Cristo coloca el sacrificio antes que la gloria. Cristo pone su preocupación en el otro antes que en su propio cuerpo. La vida cristiana, tanto individual como comunitariamente, aspira a llevar su cruz. La Iglesia ha fallado en su misión si permite a los cristianos favorecer a sus propios miembros.

Otra manera de aproximarse al rol de la Iglesia es decir que la verdadera gloria de la Iglesia nunca es amenazada, y que no puede ser defendida en el mundo. Esto porque la gloria de la Iglesia como cuerpo de Cristo está finalmente asegurada no por sus miembros sino por la actividad de Cristo, quien es cabeza de la Iglesia y la fuente de su vida. Aunque el cuerpo de Cristo fue quebrado, Cristo volvió a vivir. La Iglesia al interior del mundo siempre está sujeta a violación y abuso, falibilidad y fracaso, y solo será completamente glorificada en la resurrección. Identificar a la Iglesia con el cuerpo de Cristo es identificarla tanto con la fuerza como con la debilidad del cuerpo de Cristo. Identificar a la Iglesia con el cuerpo de Cristo también es levantarla como sujeto de abuso en el mundo.

Para ser claro, no quiero decir que los cristianos no deberían preocuparse por sus hermanos y hermanas perseguidos, o que deberían hacer vista gorda ante la persecución de cristianos. Esto porque la Iglesia aún funciona al interior del esquema de la gracia común. Como institución en el mundo, la Iglesia es una estructura imperfecta que requiere de nosotros para moverse más allá de nosotros mismos. Ciertamente, esta no es la totalidad de la vida de la Iglesia, pero ella es al menos esto: una institución imperfecta haciendo un bien relativo en un mundo imperfecto. Así, la Iglesia es parte del mundo, y merece apoyo y defensa tanto como cualquier otro bien del mundo. Comentando la teología de Agustín, Rowan Williams escribe que: “en la medida en que la comunidad es imperfectamente justa y ordenada, se justifica la acción defensiva. Justicia y ordern verdaderos no pueden ser defendidos por tales medios, porque participan en la Ciudad de Dios, que depende de la indefensa confianza en la continuidad del orden divino”.

Mi punto es que el cristiano que pone su atención en el sufrimiento de la Iglesia es justificado solo en la medida en que la Iglesia sea lo mismo que cualquier otra institución en el mundo, y nunca porque la Iglesia sea distinta de otras instituciones. Para el cristiano, lo distintivo de la Iglesia es exactamente su máxima perfección en Cristo, que es lo que también hace imposible que sea defendida por esfuerzos humanos.

Asi que hoy, cuando mis hermanos cristianos llaman a apoyar a los miembros de la Iglesia iraquí, oro para que también defiendan a los yazidis, los shi’a, los kurdos, y los muchos otros que sufren bajo la tiranía de los canallas que se llaman a sí mismos ISIS (Estado Islámico).  Y oro para que en el futuro derramemos mucha más luz en toda instancia de persecución, sin importar quien esté sufriendo, tal como la derramamos en estas ocasiones. Este es el mundo que Cristo vino a salvar, y como el cuerpo de Cristo debemos vivir en y por el mundo. Solo así garantizaremos no ser del mundo.

 

Publicado originalmente en Political Theology Today. Traducido con autorización. Traducción de Luis Aranguiz.

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