Estudios Evangélicos

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Ideología liberal y promiscuidad sexual. ¿Cómplices?

La ideología de la “soberanía del sujeto sobre su cuerpo” afirma, paradojalmente, la descorporificación del yo, como se nota en una serie de comportamientos.

Pocos pondrán en duda que la moralidad sexual evangélica se encuentra en una gran crisis. Y no solo una crisis de coherencia, una crisis de prácticas, sino una crisis de principios. En los púlpitos (o en la gran mayoría de ellos) la moralidad cristiana tradicional continúa encontrando soporte: sexo exclusivamente heterosexual, rechazo de la pornografía, noviazgo sin sexo, casamiento como pacto moral, monogamia, etc.

Pero entre la gente la regla ya es otra hace harto tiempo. Sí, algunos dirán que siempre fue otra. Es cierto que el ‘puritanismo’ evangélico oficial siempre fue manco en la práctica, y la verdad eso se aplicaría a la historia entera del cristianismo; pero no es de eso que estamos hablando, de la evidente incoherencia de los cristianos en mantener sus propios padrones sexuales. Lo que vemos hoy es un poco diferente: la moralidad sexual cristiana clásica dejó de ser difícil, para tornarse implausible.

Implausible. Este es el término correcto. No solo porque es muy difícil de cumplir en el mundo hipermoderno, con sus ofertas incesantes de placer rápido y fácil, y con la disminución de los escrúpulos tradicionales (lo que mi abuelo llamaba de “sinvergüenzura”), sino porque comenzó a parecer errada. Sin fundamentos, sin justificaciones, enferma y, más recientemente, inmoral.

DUDAS MORALES

Consideremos por ejemplo el ideal romántico de felicidad amorosa, martillado religiosamente por las novelas globales con la historia siempre igual de un cónyuge que abandona a su compañero (generalmente malo) por el amor de su vida, y que necesita, debe, o está obligado a hacerlo, como condición de autenticidad personal. Para el brasileño contemporáneo el deber de la autenticidad es sagrado, y ese deber es interpretado por medio de una visión utilitarista de felicidad, de modo que el individuo tiene la obligación de colocar su felicidad por sobre cualquier cosa. Se admite, en casos particulares, que una mujer abra mano de su felicidad en nombre de los hijos, pero eso no es exactamente valorizado; es tolerado y considerado comprensible; pero si todo es abandonado en nombre de la autenticidad y de la felicidad en el amor, tenemos un verdadero final feliz, y un ejemplo de coraje y madurez. En cuanto a los sufrimientos que eso trae a algunas personas… se trata del lado trágico de la vida. Y quien no entiende eso no entiende nada del amor, se dice.

Otra historia bastante conocida es la del “sexo extramarital”, antiguamente llamado “fornicación”, solo que hoy se llama simplemente… bien, ya no tiene un nombre de uso popular. Ya no se trata de una práctica distinta y cuestionable, sobre la cual las personas necesitan pensar antes de hacerlo; se transformó en un objeto, una especie de gas dentro del cual todos nos movemos: simplemente sexo. “¿Cómo así ‘sexo extramatrimonial’? Existe sexo y punto; ¿qué tiene que ver el casamiento con esto?”

Y así como los paganos, ahora los cristianos se confunden también sobre esto: “si existe amor y son dos personas adultas, ¿por qué el sexo no está permitido?” Claro, hay una versión evangélica: “si nos amamos y nos vamos a casar (la semana que viene, o el próximo año, o un día quién sabe cuándo, o al menos es la sincera intención de mi corazón en este momento), ¿por qué no podemos ‘hacerlo’?”

Entre muchas otras, esa es una pregunta que los cristianos se hacen a sí mismos, a sus amigos (y a sus novios(as) sobre todo), evitando la mayoría de las veces llevarla a sus pastores y líderes; al final, nadie quiere ser acusado de premeditar la fornicación. Pero incluso cuando esa pregunta es levantada públicamente por un creyente más valiente (normalmente son ‘nerds’ y ‘geeks’ que hacen la pregunta; los ‘calurosos’ se quedan callados), nosotros los pastores en general no tenemos una respuesta. Tenemos, sí, una respuesta bíblica: pero ¿por qué ella antes parecía suficiente y ahora ya no funciona? No es que antes la respuesta bíblica impidiese a los fornicadores; es que antes ellos se sentían culpables. Ahora se sienten confundidos y escépticos. ¿Qué cambió?

EL SEXO “LIBERAL”

Habría mucho que decir sobre estos cambios, pero me voy a concentrar en lo que considero el problema central: un gas específico que intoxicó nuestra atmósfera. Vivimos ahora en una sociedad postcristiana en la cual el punto de partida para orientar la imaginación moral se alteró completamente. Y el cambio en la composición del aire tiene todo que ver con lo que llamamos “liberalismo”.

“Liberal” no tiene aquí el sentido de “liberado”, ni el de la “teología liberal”. Me refiero más bien a la ideología liberal, que tiene múltiples desdoblamientos, desde el liberalismo teológico, pasando por la economía liberal, hasta el campo de la filosofía moral. En términos muy genéricos, el liberalismo afirma como valor máximo y fundamento principal la libertad del individuo, que es su derecho y deber supremo. La posesión de nosotros mismos, el derecho a la misma, sería el fundamento de todos los demás derechos.

Es evidente que hay versiones y versiones de eso; libertarios más radicales afirmarán que la posesión de sí mismo es limitada; otros como el mismo John Locke reconocerán en Dios la fuente de la libertad del individuo. Pero hay una diferencia: para el liberal, ese principio es jerárquicamente superior; él tiene el papel central en la constitución del discurso político y moral. Cuán liberal es una persona, lo podemos medir por cuanto sus juicios morales son gobernados por el principio moral liberal.

La concepción moral liberal se vincula frecuentemente (pero no necesariamente) con el liberalismo político, con la afirmación de la vida, libertad y propiedad como derechos humanos fundamentales, con una visión del Estado como basado en un contrato limitado, dedicado a la protección de esos derechos, y al liberalismo económico, con su afirmación de independencia del mercado en relación al Estado o a estructuras sociales no económicas.

Pero regresemos al sexo: según el filósofo americano Alan Soble, una ética sexual secular se caracteriza por la autodeterminación, el placer, y la regla de elección auténtica:

“Para un filósofo de la sexualidad liberal-secular el paradigma del acto sexual moralmente errado es la violación, en el cual una persona obliga a sí misma a otra persona o usa potentes amenazas para obligar a la otra a participar en la actividad sexual. En contraste, para el liberal, cualquier cosa hecha voluntariamente entre dos o más personas es, por lo general, moralmente permisible”. (Soble, 2004)

Sin entrar aún en detalles sobre lo que significa el término “generalmente”, el centro del argumento parece fácil de comprender. Si el hecho o uno de los hechos más básicos del universo moral humano son la libertad y la propiedad del propio cuerpo, se deduce que la madurez sexual se caracterizaría por la capacidad de gobernarse y por la autenticidad, y que el sexo consensual entre personas maduras sería básicamente sano, salvo prueba en contra. El onus probandi se mueve, entonces, para los críticos de la libertad sexual: si el sexo es consensual entre adultos, es moralmente permisible siempre que no haya demostración de su falla moral.

Ahora, en el centro de la visión moderna e hipermoderna (o postmoderna, para los que lo prefieren así) de mundo está la afirmación de la voluntad del individuo sobre el mundo y la ruptura de toda restricción o limitación exterior. Como observa el filósofo cristiano Nicholas Wolterstoff citando a Hegel:

“El principio del mundo moderno es la libertad de la subjetividad […] En este principio toda externalidad o autoridad es superada, ya que este es el principio, pero no más que el principio de la libertad de espíritu” (“From Liberal to Plural”. En: Griffioen, 1995).

La conexión entre espíritu de la modernidad y la ética sexual secular enunciada por Soble se percibe inmediatamente. En la medida en que la voluntad y la consistencia de sí se torna la regula fidei para la moralidad en general, la moral sexual será necesariamente redefinida a partir de ese “giro narcisista de la modernidad”, como describí tiempo atrás en una conferencia en la comunidad L’abri. Errado es, entonces, no tener libertad para ‘hacerlo’ –y ‘hacerlo’ sin voluntad.

PROBLEMA 1: “CARTESIANISMO” SEXUAL

De ello se sigue ese principio, que el consentimiento de la voluntad, o el libre consentimiento, es el criterio de la moral sexual, y que todo lo que limita la libertad en la búsqueda de la satisfacción sexual se convierte en inmoral. Las implicaciones de esto son vastas.

Consideremos, por ejemplo, la observación de Alan Soble de que la violación sería el paradigma del sexo moralmente errado. La mayoría de los lectores debe recordar una cierta manifestación, ligada a la “Marcha de las ‘mujeres fáciles’”, realizada durante la Jornada Mundial de la Juventud de 2013, en la cual la manifestante se penetró a sí misma con la cabeza de una imagen religiosa. Ahora, lo que se afirmaba era el absoluto derecho de la mujer sobre su propio cuerpo, y se negaba el derecho de la religión de interferir en ese derecho, por medio de la profanación del símbolo sagrado.

Tenemos claramente, entonces, la violación como paradigma y caso extremo de aquello que se quiere combatir: el control del cuerpo femenino por otro –en este caso, el patriarcado. De cierto modo, se afirma que no hay un uso inadecuado de los genitales o del propio cuerpo sexual, pero sólo violaciones espirituales. El individuo puede violar o violarse a sí mismo en público en un acto obsceno, si eso es una expresión auténtica y libre. Lo que está mal es la falta de libertad. Entonces el tema mayor no es el cuerpo; es la libertad absoluta del sujeto y su propiedad de sí.

En ese ambiente cultural, la propia identidad sexual sólo puede ser establecida en la medida en que resulta de procesos autónomos del sujeto, independientes de toda externalidad –sea ella la cultura, el prójimo, los valores tradicionales o el propio cuerpo.

Lo que ocurre es que el cuerpo es el límite y el contacto entre yo y el mundo, la frontera entre la exterioridad y la voluntad, el frente principal en la batalla entre el yo que desea ser libre y el mundo que lo limita. En esa batalla por la proyección de sí en el mundo, el espíritu del hombre moderno busca la absorción del cuerpo por la voluntad, para consolidar el principio narcisista moderno. En otros términos: es necesaria la absorción de la corporeidad en la subjetividad, la disolución del cuerpo en el ácido de la autonomía espiritual del self moderno.

En otra oportunidad he descrito eso como un “cartesianismo sexual”. Tal como René Descartes dudó de la existencia del propio cuerpo, la Res Extensa, hasta que su realidad fuera justificada delante de su racional, la Res Cogitans, el sujeto moderno desconstruirá completamente su cuerpo, si es necesario, para que sea transparente y sometido a la subjetividad. El cuerpo es desecho y absorbido por el self liberal. Y aquí, tal vez más que en otros lugares, se percibe que no hay postmodernidad; lo que tenemos es modernidad e hipermodernidad, o un “cartesianismo tardío”.

La ideología de la “soberanía del sujeto sobre su cuerpo” afirma, paradojalmente, la descorporificación del yo, como se nota en una serie de comportamientos: la modificación corporal extrema, el intento de imponerle significado al cuerpo en el tatuaje, la separación entre género y forma biológica (como en el movimiento europeo de la “neutralidad de género”), la propia libertad sexual, las relaciones amorosas de internet (descritas por la psicóloga israelita Eva Ilouz como el “yo descorporificado”), en el discurso sobre el derecho al aborto (basado en el “derecho sobre el propio cuerpo”) y, como no podría dejar de ser, en el movimiento “Queer”.

No podemos avanzar mucho en ese punto, pero la ética de la absorción del cuerpo en la subjetividad, con su regla de consenso, en realidad valida de forma ideológica una ruptura muy grave que se tornó endémica en la vida moderna (asunto que tratamos en la Conferencia L’Abri en agosto de este año): la separación entre Eros y Venus: el amor por la persona corporificada del otro (o pasión erótica) y el deseo del cuerpo sin alma del otro (la codicia venal). Esta ruptura es discutida de modo magistral en la película “La piel que habito” de Pedro Almodóvar, con su historia de desencuentros entre el cuidado de sí y la búsqueda de identidad, y la presencia/ausencia de un propio cuerpo.

La venalización de la experiencia sexual moderna (pornografía, prostitución, PA, etc.) es el resultado necesario del cartesianismo sexual. Cada vez más sexo entre los cuerpos, y menos sexo entre personas; pues las personas están demasiado ocupadas consigo mismas. Y eso es, claramente, un gran fracaso moral.

PROBLEMA 2: “CANIBALISMO” SEXUAL

El consenso libre entre adultos es la regla moral del sexo liberal, o sexo hipermoderno. Y como resultado de eso, según mencionamos, la validación moral de cualquier acto sexual en esas condiciones deja de ser problematizada. El onus probandi, como mencionamos, recae sobre los críticos de determinado comportamiento sexual. Pero el “consentimiento libre” es un criterio muy pobre para orientarnos en las complejidades de la vida moral.

El Dr. Michael Sandel, profesor de filosofía de Harvard, presenta un caso intrigante que algunos lectores recordarán haber visto en los medios, en su libro “Justicia”. Yo mismo acompañé el caso sin percibir algunas de sus implicancias. En 2001, en la ciudad alemana de Rotenburg, el técnico en informática Armin Meiwes colocó un anuncio en la Internet buscando alguien que estuviese dispuesto a morir y ser devorado, lo que fue correspondido por el ingeniero de software Bernd-Jurgen Brandes. Brandes aceptó la propuesta (sin compensaciones) voluntariamente; fue muerto y devorado con aceite y ajo. Meiwes fue apresado y juzgado, y su condena casi limitada a un “suicidio asistido”, pero finalmente le dieron cadena perpetua. Pero ¿por qué a prisión, si tuvimos un caso genuino de “canibalismo consensual”?

“La historia sórdida tuvo un desenlace insólito: el asesino caníbal se tornó declaradamente vegetariano en prisión, argumentando que la ganadería para la producción de carne sería inhumana.”

“El canibalismo consensual entre adultos representa la prueba definitiva para el principio libertario según el cual tenemos propiedad de nosotros mismos, así como para la idea de justicia que se sigue de ahí” (Sandel, 2013, p.94)

El simple consentimiento entre adultos no valida el canibalismo porque, de algún modo, el derecho del hombre sobre sí mismo, particularmente sobre su propio cuerpo, no puede ser ilimitado. El caníbal de Rotenburg fue condenado porque la corte alemana de algún modo vio en el ser humano un valor independiente de su propia voluntad, contra el cual ni siquiera la libertad de la subjetividad tendría incidencia.

De ahí que, por sí sola, una relación sexual en la cual el individuo “libremente” usa su cuerpo como un objeto, y no como una dimensión de sí mismo, no puede ser considerada justificada. El consentimiento entre adultos elimina sólo algunos casos extremos como la violación, pero evidentemente no elimina otros comportamientos que podrían ser considerados destructivos bajo diversas perspectivas, como por ejemplo el sexo consentido entre padres e hijos adultos.

Creo que las implicancias para nuestra discusión son bastante obvias. El consentimiento entre adultos puede ser uno de los criterios para validar la moral de un comportamiento sexual pero, hasta que se demuestre lo contrario, no puede ser considerado criterio suficiente. El onus de la justificación moral vuelve, entonces, a las espaldas de quien practica el sexo, sobre todo si se ciernen sobre ella la sospecha de venalización: ¿hay, en esa práctica, una violación del valor de la persona humana, en cualquier nivel?

 

PROBLEMA 3: “NARCISISMO” SEXUAL

La venalización de la sexualidad y la insuficiencia del criterio liberal no son los únicos problemas para la ética sexual liberal. Hay un tercer problema que dice relación con la naturaleza y condiciones de la libertad. Yo mismo no soñaría en cuestionar la libertad de la persona como un derecho fundamental y la autenticidad como uno de los criterios de la vida moral, pero tengo serias dudas sobre el significado de la libertad. Algunas personas definen la libertad de un modo completamente negativo como la “ausencia de restricciones externas”: si no hay un Estado que me vigile, cobre impuestos y me encarcele, soy libre.

Pero la libertad no puede ser definida negativamente. El estado puede concederme libertad después de diez años de presidio abriendo la cárcel e invitándome a salir. Pero ¿cómo lo haré si hubiera perdido las piernas allí dentro bajo tortura o por una enfermedad? ¿Qué significa regalar un automóvil a alguien si no es capaz de conducirlo?

La libertad también significa la capacidad de existir en cierto modo, para realizar cierto tipo de acciones o ser entrenados para ambos. Así, más allá de la “ausencia de restricciones externas”, necesitamos añadir la “ausencia de restricciones internas” o, positivamente, la “presencia de habilitaciones internas y externas”. Quien tiene “libertad y autonomía en la dirección” es quien sabe manejar y lo hace bien.

Pero ¿qué significa “libertad” en una sociedad utilitarista y consumista, que destruye sistemáticamente la capacidad humana de resistir a sus deseos y sueños de felicidad? El individuo hipermoderno es un débil, incapaz de amar lo que debe amar y de odiar lo que debe odiar, entrenado desde la infancia a invertir todas sus energías en la búsqueda de la satisfacción emocional. Es un individuo dependiente del consumo y del entretenimiento, buscando la felicidad sin virtud. Pocos presentan el problema tan bien como Lipovetsky:

“La relajación de los controles colectivos, las normas hedonistas, la superoferta, la educación liberal, todo ha contribuido a producir un individuo separado de los fines comunes y que, abandonado a sus propias fuerzas, se muestra a menudo incapaz de resistirse tanto a las tentaciones exteriores como a los impulsos interiores. […] Por todas partes van de la mano la tendencia a la desreglamentación de uno mismo y la cultura de libre disposición de los individuos abandonados al vértigo del actual supermercado de los modos de vida. A medida que se amplía el principio de pleno dominio de la dirección de la propia vida crecen a ritmo creciente las manifestaciones de dependencia e impotencia subjetivas. Lo que está en juego en la escena actual del consumo es tanto el Narciso liberado como el Narciso encadenado.” (Lipovetsky, 2007, p.119)

Considérese el contraste de ese modo de constitución moral con el de los antiguos; C. S. Lewis describe la educación clásica en “La abolición del Hombre” como una formación volcada hacia la virtud, que pretende desarrollar la musculatura –o el “pecho”- de jóvenes antes que su “vientre” asuma el control del proceso y sus afecciones ya estén completamente capturadas por objetos inferiores o sin valor.

Paradojalmente, como Lipovetsky plantea, el hombre producido por el giro narcisista de la modernidad es como un astronauta que después de vivir por meses seguidos flotando libre de las fuerzas gravitacionales, sufre la disminución de la musculatura y con dificultad puede caminar en tierra firme; es un hombre incapaz de decir no a las solicitudes externas e impulsos internos, inclusive y, tal vez, especialmente, en el campo de los impulsos sexuales. En ese contexto, ¿sería racional hablar de “consentimiento libre de personas adultas”? ¿Cómo evaluar si esas personas son realmente libres?

De nuevo el Dr. Sandel tiene algo que decir. Después de discutir diversos casos de personas que aceptaron realizar contratos cuestionables, como el de jovencitas pobres en la India que aceptaron trabajar como “vientres de alquiler” por dólares americanos, llega a la conclusión de que

“[…] nuestras elecciones sólo serán libres si no estamos bajo exclusiva presión (por necesidad financiera, digamos) y si estuviéramos razonablemente informados sobre todas las alternativas” (Sandel, 2013)

En términos más generales: el punto es que desigualdades en las condiciones de la sociedad pueden perjudicar la equidad de las instituciones y procesos que dependen de elecciones individuales. En ese sentido, por ejemplo, un individuo narcisista en un mercado consumista no es libre efectivamente, incluso si lo es jurídicamente. Ese individuo es moralmente enfermo. Y lo mismo se aplica al sexo: ¿qué “libertad” tiene ante de las apelaciones internas y externas por “sexo adulto, por consentimiento” un individuo narcisista y esclavizado por una búsqueda amoral de felicidad?

Pero hay aún un resultado alarmante del estilo moral de nuestra cultura: es que ningún filtro se establece para la protección de quien es incapaz de escoger el bien desde el punto de vista sexual. Pues más allá de la vulnerabilidad moral del narcisista hipermoderno, está la vulnerabilidad psicológica de muchas personas que intentan compensaciones sexuales, y la vulnerabilidad socioeconómica que se evidencia en la prostitución y en la pornografía, pero también en contactos sexuales menos evidentes al radar de los intereses públicos.

Tal vez sea errado impedir a esa persona enferma tener lo que desea. Lo que se debe prohibir, en ese caso, no es el individuo, sino la sociedad que lo produjo. Como dije en otra ocasión, el socialismo de estado devoraba a los individuos crudos; ya el sistema de hiperconsumo bebe su caldo con pajilla.

¿QUÉ ESTÁ MAL?

Las limitaciones presentadas anteriormente no son aún una prueba de que la ética sexual cristiana sería la mejor o la correcta. Mi punto es simplemente cuestionar el tipo de atmósfera moral que podemos respirar sin preocupaciones. La verdad es que se trata de un aire tóxico. Y la toxicidad viene de la concepción moderna de libertad que el filósofo cristiano Herman Dooyeweerd describió como el “ideal de personalidad libre” generado en el Renacimiento, madurado en el Iluminismo, y que muestra ahora sus trazos de sensibilidad.

Toda la concepción moderna y particularmente liberal de libertad como “arbitrio” como la posesión ilimitada o casi ilimitada de sí mismo, y como ausencia de restricción externa es muy problemática. Reconozco su ruego, en tiempos de tiranías como los que vivimos –particularmente del Estado y de grandes Corporaciones- pero se trata de una “cisterna rota”, para usar un lenguaje bíblico.

En el centro está la concepción errada de que el valor del hombre nace de su libertad, y que esa libertad incluya no solamente una fuerza, sino el derecho de autocontradicción, como en el caso de la víctima del “caníbal de Rotemburg”. ¿Por qué no somos libres para hacer lo que queramos con nuestra vida? Porque ella no nos pertenece. El hombre y la tierra se pertenecen mutuamente; el hombre y los hombres se pertenecen mutuamente; y cada uno de nosotros le pertenece a Dios. La libertad consiste en el uso del poder del arbitrio para entender y responder al hecho de nuestra pertenencia a Dios. La libertad usada para la contradicción de sí mismo lleva a la esclavitud; la libertad usada para la afirmación de sí mismo por medio de la gratitud y de la imitación de aquel que concedió la libertad es la única acción que puede preservar la libertad.

Es por eso que Juan Pablo II reafirmó en la encíclica “Centessimus Annus” (cien años después de la Rerum Novarum) que “la propiedad privada no es un valor absoluto”, y que debe ser complementada con otros principios como “el destino universal de los bienes de la tierra” (Juan Pablo II, 1991). Si mi libertad es totalmente dependiente de la pertenencia a Dios, la propiedad privada es real, pero también totalmente dependiente de Dios y, por eso, relativa. Y eso aplica a todo y cualquier acto de libertad humana: ellos se fundamentan en la presencia y en la gracia divina, y no pueden jamás contradecirla.

Para la vida sexual, eso significa que no puedo “usar” mi cuerpo, que es una dimensión de mi self y no una “cosa”. Tampoco tengo el derecho de usar el cuerpo de otro. Aunque sea con consentimiento del otro, el cuerpo del otro no es de él, sino de Dios. No puedo violar a nadie ni tampoco puedo meterme la cabeza de una santa en ningún orificio de mi cuerpo; no puedo modificar mi sexualidad a mi gusto mediante procedimientos médicos; si fuese mujer, no podría realizar un aborto bajo la proclama de que “el cuerpo es mío”, porque el cuerpo de cada ser humano pertenece a su prójimo, a su cónyuge, a la especie humana, a la tierra, a Dios, al Creador.

Incluso más: no puedo intentar “absorber” mi cuerpo en mi subjetividad. Mi cuerpo no puede ser deconstruido para sujetarse a mi espíritu, ni ser usado como campo de pruebas en mi búsqueda de autenticidad. Por el contrario, debo sujetar mi espíritu a Dios y así recibiré de Él mi cuerpo. Ahora, en una vida pura y renovado, en la resurrección de los muertos.

De hecho, hay de hecho «uso» correcto del cuerpo; comprendiéndose que la propiedad y la libertad son relativas pero reales, el propio cuerpo y el cuerpo del prójimo deben ser “usados” para fines que alegran y dignifican la persona libre y a Dios que se manifiesta en ella. Así el consentimiento mío y del otro está sujeto a otra consideración: ¿qué debe ser un ser humano en sentido pleno? ¿Cómo una persona libre, en el sentido profundo e integral, se relacionará con otra persona libre en el mismo sentido?

¿LIBERALISMO O IZQUIERDISMO?

Claro, hay una pregunta resonando en la cabeza de muchos lectores: “pero esa idea de libertad sexual es defendida hoy… ¡por la vanguardia izquierdista! ¿No es asunto del marxismo cultural, de anarquistas de izquierda, etc.?” De hecho, esto parece una gran paradoja. ¿Por qué los defensores de derechos humanos más de izquierda (como los antiguos caciques de la comisión de derechos humanos de la cámara) son tan críticos del libre mercado, y hasta del mismo Estado en el caso de los anarquistas de izquierda, pero defienden ese tipo de moralidad sexual casi siempre? Pero el lector no fue el primero en ver el problema:

“Muchas personas que repudian la economía del laissez-faire invocan, en otras circunstancias, la idea de que un individuo es dueño de sí mismo. Eso puede explicar la persistente atracción de las ideas libertarias, incluso para aquellas personas que tienden a apoyar el Estado de bienestar social. Consideremos la manera por la cual el hecho del individuo ser dueño de sí mismo surge en discusiones sobre la libertad de reproducción, la moral sexual y el derecho a la privacidad […] La ley no debe castigar el adulterio, la prostitución o la homosexualidad, dicen muchas personas, porque adultos conscientes deben ser libres para escoger a sus compañeros sexuales. […] El Estado no tiene derecho a impedirme usar mi cuerpo o disponer de mi vida como quiera”. (Sandel, 2013, p.90)

Sin regresar al punto clave del asunto, el problema aquí es el siguiente: la izquierda brasileña sabe que su vanguardia sexual es… ¿liberal? Y particularmente, ¿saben aquellos cristianos anarquistas que defienden esa vanguardia que están al servicio de la vanguardia del liberalismo, de cierta forma (es decir, que aunque no defiendan la economía liberal, sirven igualmente al ideal de personalidad libre que generó el liberalismo)?

Bien, no tengo respuesta aún. Puede ser una cosa de la lógica de izquierda materialista-dialéctica: el capitalismo necesita contradecirse para colapsar y ser catapultados a la sociedad libre y sin clases; y en ese caso la atomización radical de la sociedad, por medio del liberalismo, sería una forma de destruir las fuerzas conservadoras de esa sociedad y llevarnos a la crisis escatológica final.

En ese caso, para protegerse de la izquierda radical, los liberales deberían tornarse… ¡comunistas! Pienso que un liberalismo más persistente y cristiano debería moverse en esa dirección, si quisiera dejar de ser parte del problema. Pues el liberalismo puro, secular, me parece ser una de las fuentes o, por lo menos, un socio de la promiscuidad sexual moderna.

Pero de todos modos, espero que nadie me malinterprete; no estoy defendiendo al socialismo; comunitarismo no es socialismo. Lo que defiendo es una imagen pericorética de la sociedad, fundada en la visión trinitaria de Dios. Este punto de vista rechaza el colectivismo y, con la misma fuerza, el atomismo social –de ahí que versiones del liberalismo que sean demostrablemente atomistas yo las consideraría rigurosamente paganas; tan paganas como la adoración al estado.

Tampoco estoy afirmando que todo liberalista moral es un liberalista político y viceversa, ni mucho menos que todo liberal sea promiscuo o viceversa. Estoy simplemente apuntando a una conexión espiritual entre esas expresiones variadas del “ideal moderno de personalidad libre”, incluso si las personas individuales no lo aprehenden de forma coherente.

PERO CON AMOR, ¿SE PUEDE?

La pregunta es buena; admite el hecho obvio de que el consentimiento es insuficiente para una ética sexual viable. Percibe también que el “algo” que debe ser añadido al consentimiento para validar un acto sexual debe ser un tipo adecuado de relación interpersonal, que sería el amor. De ahí que muchos cristianos hoy crean que una pareja enamorada que se ama pueda practicar sexo sin culpa.

Aquí otra cosa entra en juego: la definición de amor y el significado del casamiento. No vamos a tratar de eso en este artículo, pero puedo decir que concuerdo en un sentido, pero estoy en desacuerdo en otro. Concuerdo en que el amor sea el principal de los ingredientes ausentes en la visión liberal de sexo; estoy en desacuerdo, sin embargo, en que lo que las parejas amorosas llaman “amor” sea ese ingrediente. ¡Pero en cuanto sea posible, volveremos al tema!

REFERENCIAS

Alan Soble, Philosophy of Sexuality. Internet Encyclopaedia of Philosophy, 2009. Disponível em: http://www.iep.utm.edu/sexualit/

Gilles Lipovetsky, A Felicidade Paradoxal: ensaio sobre a sociedade de hiperconsumo. Companhia das Letras, 2008.

João Paulo II, Centesimus Annus: carta encíclica de João Paulo II, Paulinas, 1991.

Michael J. Sandel, Justiça: o que significa fazer a coisa certa. Civilização Brasileira, 2013.

Nicholas Wolterstorff, From Liberal to Plural. Em: Sander Griffioen & Bert Balk, Christian Philosophy at the Close of 20th Century. Utgeverij Kok, 1995.

Roger Scruton, Sexual Desire: a philosophical investigation. Continuum, 1986.

 

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