Estudios Evangélicos

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La catolicidad evangélica de Juan Calvino

Me consultaron hace unos días, a propósito de una cita de Juan Calvino que habría sido compartida en redes sociales, si es que corresponde o no a iglesias, ministros, líderes y creyentes que reconocen en Calvino un mentor y fiel sistematizador de la teología cristiana, entablar diálogo y buscar comunión y colaboración con otros credos y confesiones cristianas con los cuales no hay pleno acuerdo doctrinal. Siendo más concreto: ¿deben iglesias reformadas, como la presbiteriana, esforzarse para tener diálogo, comunión y colaboración con luteranos, metodistas, pentecostales, bautistas y otras iglesias evangélicas? ¿Podemos decir que tenemos en Calvino un ejemplo de catolicidad evangélica para nosotros hoy?

La consulta llegó a mí debido a una cita puntual en la cual Juan Calvino parecería intolerante, dando la impresión de ser un férreo opositor a todo intento de comunión con otros partidos de la Reforma, específicamente con el luteranismo. Dicha cita pertenecería a una carta de 1538 dirigida a su mentor y amigo Martín Bucer y diría lo siguiente:

“Estoy cuidando que el luteranismo no gane terreno ni sea introducido en Francia. El mejor medio para frenar al malvado sería el publicar mi sentir al respecto de él. ¿Qué pensar sobre Lutero?, no lo sé, su firmeza se mezcla con una buena dosis de obstinación. Nada está a salvo mientras su ira contenida nos agita. Lutero nunca será capaz de unírsenos en la verdad pura de Dios. Él ha pecado de vanagloria, también de ignorancia y de la más burda extravagancia, por los absurdos que nos ha impuesto, ¡cuando dijo que el pan es el verdadero Cuerpo!, un error muy grave. ¿Qué puedo decir de su (sic) partidarios?, ¿no fantasean ellos muchos más de lo que lo hacía Marción respecto al Cuerpo de Cristo? Por tanto, si usted tiene influencia o autoridad sobre Martín, úsela para que se rinda a la verdad, a la que ataca de manera manifiesta en la actualidad. Ingénieselas para que Lutero deje de llevar esa carga”

John Dillenberger; John Calvin, Selections from His Writings (Calvin’s letter to Martin Bucer in 1538)

¿Podríamos, a partir de esa cita, deducir que Calvino era un reformador que se mostraba indispuesto a entablar diálogo con otros cristianos protestantes con los que estaba en desacuerdo? ¿Podría hoy alguien que se considera un heredero del pensamiento y la ética de Calvino justificar en sí mismo una actitud de negación al diálogo y de no-colaboración con otros hermanos evangélicos a partir de esa cita?

Quienes nos identificamos como reformados y tenemos en alta valoración la teología y piedad de Juan Calvino estamos acostumbrados desde hace mucho tiempo a ver que detractores y opositores sacan de contexto al reformador de Ginebra con la intención de difamarlo y de presentar una visión distorsionada de su persona y de su doctrina, así que busqué la cita en cuestión en mi propio ejemplar del libro de John Dillenberger que había sido referido. Lo primero que encontré fue que esta supuesta cita lamentablemente no corresponde a la carta que Juan Calvino le escribió a Martín Bucer en 1538, exceptuando algunas líneas. Es un hecho, sin embargo, que la carta citada contiene duras palabras de Calvino al respecto de Lutero y de los que tomaron partido con la posición luterana de la Cena del Señor en los debates de Berna de 1537, pero es sustancialmente distinta y, en los párrafos que menciona a Lutero y la posición luterana, reza como sigue:

“¿Qué pensar de Lutero? No lo sé, aunque estoy profundamente convencido de su piedad; pero desearía que fuese falso eso, que tan comúnmente dicen muchos que no están dispuestos a ser injustos con él: que con su firmeza hay mezclada una buena porción de obstinación. Su conducta no nos deja suficiente terreno como para dejar a un lado esta sospecha. Si eso es verdad, de lo cual entiendo que se han oído rumores últimamente en las iglesias de Wurtemberg, al punto que han impulsado prácticamente a todas las iglesias a reconocer el error, ¿cuánta vanagloria, entonces, habría en tal conducta? Si no viviésemos afligidos por la enfermedad de la ambición personal, ¿no es verdad, entonces, que nos contentaríamos con ver que Cristo es considerado veraz y que simplemente Su verdad brille en los corazones de los hombres? Pero ya veo, de hecho, lo que va a ocurrir con todo esto. Nada puede estar seguro mientras esta ira por contienda nos agite. Todos los recuerdos del pasado deberían, entonces, ser dejados al olvido si buscamos una paz sólida. Pues el debate fue tan afilado y tan amargo que no es posible recordarlo sin que se encienda en uno aunque sean algunas chispas de disensión; y si Lutero tiene un tan gran deseo desmedido de obtener la victoria, entonces nunca será capaz de unirse a nosotros en un sincero acuerdo al respecto de la pura verdad de Dios. Ya que él ha pecado contra ella no sólo de vanagloria y lenguaje abusivo, sino también de ignorancia y de la más grosera extravagancia. Pues, ¡cuántas cosas absurdas ha lanzado sobre nosotros ya desde el comienzo cuando dijo que el pan es el verdadero cuerpo! Y si ahora él imagina que el cuerpo de Cristo está envuelto en el pan, a mí me parece que él es convicto de cometer un muy grave error. ¿Y qué puedo decir de los que tomaron parte con esa causa? ¿No es verdad que elucubran aún más salvajemente que Marción acerca del cuerpo de Cristo? Si los suizos terminan atacando verbalmente tales errores, entonces ¿cómo esto podría pavimentar el camino para un acuerdo?

Si es que, por lo tanto, tiene usted cualquier influencia o autoridad sobre Martín, úsela para disponerlo a que prefiera someterse a Cristo más que a sí mismo. Ni siquiera a aquellos con quienes hasta ahora ha disputado la menos conveniente de las disputas; no, que él se someta a la verdad que, en este momento, está atacando de manera tan manifiesta.” (Carta de Juan Calvino a Martín Bucer, Ginebra, enero de 1538) [i]

Algo de contexto para entender esta carta es fundamental. Para 1538 Martín Bucer estaba llevando importantes esfuerzos desde hacía años para acercar las posiciones reformada (suiza) y luterana (sajona) entre sí acerca de la presencia de Cristo en la Cena del Señor; Juan Calvino mismo, junto a Guillermo Farel y otros, habían estado colaborando activamente, mediante cartas y participación en coloquios en distintas ciudades de Suiza, pues anhelaban ver concordia entre las distintas alas de la Reforma Protestante. En 1537, sin embargo, dichos esfuerzos de acercamiento y acuerdo vieron un lamentable retroceso en la ciudad de Berna, debido al endurecimiento de Lutero en su posición y a las fuertes y violentas invectivas de parte suya contra los reformadores suizos que no se alineaban con su posición [ii].

Con algunas luces sobre el contexto histórico, paso a responder lo que se me consultó y lo haré levantando cinco observaciones acerca de la cita en cuestión y, consecuentemente, acerca del pensamiento de Juan Calvino sobre la catolicidad de la Iglesia.

1.
Primeramente quisiera llamar la atención sobre un asunto metodológico fundamental. Se debe notar que la cita arriba es de una carta personal, no de un tratado teológico, ni de un comentario bíblico y ni siquiera de una carta abierta cuya intención fuese ser publicada (como el caso de la célebre Respuesta al Cardenal Sadoleto o la carta al Rey Francisco I que sirve de prólogo a la Institución de la Religión Cristiana). Este es un primer asunto básico de metodología que todo investigador y diletante de las ciencias históricas conoce: las cartas personales de pensadores influyentes, en general, no fueron escritas con la intención de mostrar una estructura de pensamiento consistente, ni de presentar un argumento acabado. Y esto es aún más cierto cuando se trata de una carta personal a un mentor y amigo, como lo era Martin Bucer para Juan Calvino. Es evidente que las cartas personales tienen gran valor para la investigación historiográfica acerca de la persona en sí, su carácter e, incluso, para entender cómo su pensamiento fue evolucionando y tomando forma, no pocas veces mediante cambios de visión, de matices y de opinión. Sin embargo, si se quiere conocer el pensamiento acabado y estructurado de un autor acerca de un asunto, lo correcto es acudir a sus textos escritos con la intención de ser publicados. ¡Oh la intención del autor! Perla de gran precio para todo aquel que se quiera considerar un sabio lector.

Juan Calvino habló, y no poco, acerca de su concepto de la catolicidad de la iglesia, especialmente en el capítulo I del Libro IV de su Institución de la Religión Cristiana y si queremos saber su visión al respecto es allí adónde se debe acudir primero, ya que él dedica una extensa porción de su obra magna a comentar los artículos creo en la Santa Iglesia Universal y en la comunión de los santos del Credo Apostólico. Al respecto de la comunión de los santos, de hecho, él afirma lo siguiente:

“El artículo del Símbolo [Credo Apostólico] se extiende también en cierta manera a la Iglesia externa, para que cada uno de nosotros se mantenga en fraterna concordia con todos los hijos de Dios; y para que reconozca a la Iglesia la autoridad que le pertenece; y, en fin, para que se comporte como oveja del aprisco.” (Libro IV, Cap. I: 3). [iii]

Para que a nadie le quede dudas que Calvino está hablando de comunión y unidad de la iglesia visible, y no solo invisible, él añade en la siguiente sección:

“Mi intención es tratar aquí de la Iglesia visible, y por eso aprendamos ya de sólo su título de madre qué provechoso y necesario nos es conocerla (…) advirtamos que el apartarse de la Iglesia de Dios es pernicioso y mortal.” (Libro IV, Cap. I: 4) [iv]

Si leemos todo ese capítulo y los siguientes con atención veremos que, efectivamente, Calvino muestra que la unidad de la iglesia sólo es posible en base a la verdad del evangelio, sin embargo su exhortación a no justificar actitudes cismáticas por causa de desacuerdos es igualmente clara y fuerte.

En otras palabras, en el Libro IV vemos la base teológica en la que el gran reformador de Ginebra se sustenta para buscar diálogo y acercamiento fraternos entre los partidarios de la Reforma a fin de que, a partir de una unidad fundamental en la verdad, se pueda expresar también una unidad en la comunión, en las instituciones y en el trabajo. Coherente como era, Calvino no se limitó a escribir al respecto, sino también mantuvo no pocas conferencias e intercambios epistolares con otros reformadores para buscar esta unidad.

2.
En segundo lugar, si se van a citar cartas – lo cual, como decíamos más arriba, tiene un valor historiográfico relativo – entonces debe hacerse considerando toda la evidencia y evitando a toda costa lo que los científicos llaman de cherry-picking, que no es otra cosa sino seleccionar las evidencias convenientemente para que arrojen la conclusión que ya concuerda con los supuestos del investigador. En la práctica esto implica no solo citar una opinión dicha en un momento, sino buscar qué más dice ese autor sobre ese asunto en otras cartas. Conocido por casi todos es el dicho: “un texto fuera de contexto no pasa de un pretexto”.

En el caso de Calvino, acerca de su anhelo por una iglesia visible unida y que manifiesta palpablemente su catolicidad, debemos pesar la cita a su amigo Bucer en 1538 con muchísimas otras declaraciones que él hizo sobre el asunto, en las cuales expresa abiertamente su anhelo de acercar posiciones con otros reformadores y exhorta a hermanos y pastores a evitar contiendas innecesarias y a velar por la unidad visible de la Iglesia de Cristo.

Cuando el Arzobispo de Canterbury, Thomas Cranmer, líder de la Iglesia de Inglaterra, quiso presentarle a Calvino su idea de reunir un concilio con los principales teólogos y líderes de la Reforma a fin de generar un movimiento que estuviese unificado confesionalmente, Calvino se entusiasmó tanto con la idea que le respondió a Cranmer que no quería pecar de la típica comodidad de los hombres de letras y que estaba dispuesto a hacer los esfuerzos necesarios para viajar por tan noble propósito, con tal de no dejar a la Iglesia de Cristo desangrándose en divisiones:

“Si los hombres de letras se conducen con más reserva de lo que deberían, la más grande reprobación alcanza a esos líderes que, o bien persisten en sus propósitos pecadores y son indiferentes a la seguridad y completa pureza de la iglesia, o individualmente satisfechos con su propia paz privada, no sienten consideración ni miramiento por los otros. Así es como los miembros de la Iglesia son arrancados y el cuerpo queda sangrando. Esto me preocupa de tal forma que, si pudiera ser de alguna utilidad, no vacilaría en atravesar diez mares, si fuese necesario, para conseguirlo.” (carta de J. Calvino a T. Cranmer, Ginebra, abril de 1552, subrayado mío) [v]

Escribiendo a la iglesia francesa de Frankfurt, Calvino justamente les exhorta a buscar la unidad, argumentando que es Satanás “quien no quiere nada mejor que manteneros divididos, porque sabe que vuestra seguridad consiste en vuestra buena y santa unión” (carta de J. Calvino a la Iglesia francesa de Frankfurt, Ginebra, junio de 1556) [vi].

En el Catecismo de Ginebra, redactado por el mismo Calvino con el propósito de enseñar los fundamentos de la fe cristiana reformada mediante preguntas y respuestas, el pastor de Ginebra escribió:

– ¿Sacas la conclusión de esto, de que fuera de la Iglesia no hay salvación, sino condenación y ruina?
– Ciertamente. Aquellos que desunen el Cuerpo de Cristo y parten su unidad en cismas están completamente excluidos de la esperanza de la salvación mientras permanezcan en disidencias de tal género. [vii]

Estas citas pueden fácilmente multiplicarse, pero para acceder a un estudio más completo sobre este asunto recomiendo la lectura del artículo de John H. Kromminga, Calvino y el ecumenismo, el cual fue publicado en el excelente libro Juan Calvino, profeta contemporáneo, que consiste en un conjunto de artículos compilados por Jacob T. Hoogstra y publicado en castellano por la editorial CLIE en 1973.

3.
En tercer lugar, debemos notar que el concepto luteranismo que supuestamente habría usado Calvino en su carta a Bucer de 1538 – pero que, según el propio volumen de Dillenberger referido en la cita, no usó -, en aquella década del siglo XVI aún se usaba solo de forma bien acotada. En aquellos años, entre partidarios de la Reforma, no se hablaba del luteranismo como denominación, ya que aún no existía el concepto luterano de esa forma. El reformador francés, por lo tanto, si hubiese usado la palabra luteranismo en una carta de 1538, lo habría hecho para referirse a la visión teológica acerca de la Cena del Señor, casi exclusivamente.

No soy un doctor en la obra de Calvino y, ciertamente, no conozco el contenido de todos sus textos y cartas. ¿Es probable que en alguna otra carta Juan Calvino haya dicho “Estoy cuidando que el luteranismo no gane terreno ni sea introducido en Francia. El mejor medio para frenar al malvado sería el publicar mi sentir al respecto de él”? No estoy en condiciones de negarlo. Sin embargo, es un hecho que, de acuerdo al registro de Dillenberger, no lo hace en ninguna parte de esta carta a Martín Bucer de 1538.

Considero probable, a la luz de la evidencia, que Juan Calvino y otros reformados hayan buscado hacer todo lo posible para que la doctrina de la consubstanciación (que consideraban especulativa e innecesariamente compleja) no se popularizara en las iglesias que ya habían recibido la visión reformada. La doctrina reformada de la presencia de Cristo en la Santa Cena (que toma distancia tanto del zuinglianismo como del luteranismo), le parecía mucho más simple y clara a Calvino, pero sobre todo la consideraba más apegada tanto a las Escrituras como a los concilios de Nicea (325), Constatinopla (381), Calcedonia (451) y al Credo Atanasiano (siglo V).

En otras palabras, si Calvino hubiese dicho esas palabras, no lo habría hecho con el objetivo de oponerse a que los discípulos de Lutero predicasen la justificación por la fe, anunciasen el Evangelio de gracia, estableciesen comunidades locales y convirtiesen a papistas a la doctrina evangélica, sino simplemente habría estado expresando su oposición a que la doctrina acerca de la Cena del Señor de Martín Lutero (el luteranismo) se difundiese entre las comunidades reformadas.

4.
Las duras palabras con la que Calvino le habla a Bucer acerca de Lutero, para ser correctamente entendidas, además, deben enmarcarse en la actitud que Juan Calvino mostró hacia Martín Lutero durante su vida, la que fue de un innegable respeto, admiración y no poca estima. Una actitud que, además, se extendía hacia los demás colegas y seguidores del reformador alemán como fue el caso de Felipe Melanchton, quien llegó a ser un entrañable amigo personal de Calvino a pesar de las claras discrepancias doctrinales entre ambos. Todo esto está bien documentado y sólo daré un par de ejemplos.

En la única carta que le escribió a Martín Lutero, Calvino le habla en un tono sumamente respetuoso desde el mismo principio, llamándole de “padre muy respetable en la fe” y, ya hacia el final de la misiva le expresa:

“Si pudiese volar hacia donde usted se encuentra, podría gozar de unas horas de su compañía; ya que preferiría, no solo con respecto a esta cuestión sino también respecto a otras, conversar personalmente con usted; pero visto que esto no puede serme otorgado en la tierra, espero que dentro de poco pueda ser posible en el Reino de Dios. Adiós, renombrado señor, muy distinguido ministro de Cristo y mi siempre honrado padre. El propio Dios gobierne y dirija a usted por su propio Espíritu, para que persevere hasta el fin, para el común bien y beneficio de su propia iglesia” (carta de Juan Calvino a Martín Lutero, Ginebra, enero de 1545) [viii]

Es verdad, sin embargo, que Calvino expresa en otras misivas no poca tristeza y frustración acerca de la “impetuosidad”, “violencia” y “vehemencia” con la que Lutero en ocasiones alteraba la paz de la Iglesia, tal como se lo expresó a Bucer en la cita mencionada al inicio.

De hecho, en una carta dirigida al mismísimo amigo y colaborador personal de Lutero, Felipe Melanchton, Calvino le exhorta acerca de la excesiva autoridad que se le estaba dando individualmente al ex-monje alemán en el contexto del movimiento de la Reforma: “Si este espécimen de arrolladora tiranía ha surgido en la primavera de una naciente Iglesia, ¿qué tenemos que esperar dentro de poco cuando las cosas caigan en una situación mucho peor?” (carta de Juan Calvino a Felipe Melanchton, junio de 1545) [ix].

No obstante, estas preocupaciones de Calvino deben también ser comprendidas a la luz de otro importante hecho: el pastor de Ginebra se mostró siempre dispuesto a soportar estas impetuosidades de Lutero, debido a la gran estima que le tenía. En carta a su colega reformador de Zúrich, Enrique Bullinger, Calvino le dice:

“He oído que Lutero ha estallado en fieras invectivas, no solamente contra usted sino contra todos nosotros (…), pero deseo que considere, ante todo qué nombre tan eminente es Lutero y los excepcionales con que ha sido dotado (…). Aunque dijese de mí que soy un demonio, no por eso le negaría mi estima ni dejaría de reconocerle como un ilustre servidor de Dios.” (carta de Juan Calvino a Enrique Bullinger, Ginebra, noviembre de 1544) [x].

Al mirar estas y otras citas, es evidente concluir que Calvino en su carta personal a Bucer estaba expresando a su amigo su comprensible frustración hacia alguien que él admiraba, como lo era su “padre muy respetable en la fe” Martín Lutero. Sobre todo considerando que el reformador alemán se caracterizó, de hecho, por actuar en ocasiones de forma impulsiva, atentando incluso contra la unidad de la Iglesia, que tanto preocupaba a Calvino. Ciertamente, el pastor de Ginebra no era un ángel ni un autómata, así que, en su naturaleza humana caída, expresa abiertamente su frustración hacia la actitud que Lutero ha tomado después de los coloquios de Berna de 1537.

5.
Relacionado a lo anterior, no debemos pasar por alto la importancia de una atenta lectura cuando se quiere estudiar una cita. En este caso me refiero a prestar atención a lo obvio cuando, hacia el final de la carta, Calvino le expresa a Bucer:

“Si es que, por lo tanto, tiene usted cualquier influencia o autoridad sobre Martín, úsela para disponerlo a que prefiera someterse a Cristo más que a sí mismo, ni siquiera a aquellos con quienes hasta ahora ha disputado la menos propicia de las peleas; no, que él se someta a la verdad que, en este momento, está atacando de manera tan manifiesta.”

En otras palabras, una simple comprensión lectora nos permite entender que Calvino anhela claramente la unidad y catolicidad de la Iglesia y no lo contrario. Calvino no quiere romper relaciones, ni generar partidismos ni aumentar tensiones, como algunos en nuestros días tienden a hacer en nombre de la “sana teología reformada”.
El gran reformador de Ginebra muestra así una actitud muy realista de la catolicidad evangélica al entender que tiene costos y que en momentos puede incluso ser sumamente frustrante trabajar por la unidad de la Iglesia visible de Cristo, pero él está dispuesto a dar los pasos necesarios y pide a su amigo Bucer que le acompañe en esos pasos.

…………
Cuando, ad-portas de la celebración de los 500 años de la Reforma Protestante, tuve el privilegio de visitar la ciudad de Wittenberg, en la región oriental de Alemania, me llamó poderosamente la atención una sección del Museo Casa de Lutero en la que se mostraba cómo el gran reformador alemán había sido retratado de forma distinta a lo largo los siglos por los mismos alemanes. En dicha sala se destacaba en la descripción de cada grabado, cuadro, dibujo, estampilla o película que, dependiendo del espíritu de la época que se estuviese viviendo en Alemania, Martín Lutero ya había sido retratado como un monje piadoso, como un sencillo hijo de un minero, como un erudito Doctor en Teología, como un párroco hombre de familia e, incluso (sobre todo bajo el dominio del nazismo y del comunismo), como una especie de Hércules germánico antisemita de prominente quijada y como párroco obrero cuya doctrina liberó a las clases oprimidas.

No es de extrañarse que cada generación, cuando quiere exaltar como héroes a ciertos personajes históricos, busque retratarlos como les conviene a su sesgo ideológico, generacional y filosófico. Por eso, cuando vi la supuesta cita de Calvino no me sorprendió, pero sí es un hecho que si alguien quiere representar al reformador de Ginebra como una figura indispuesta al diálogo con sus hermanos protestantes, deberá pasar por alto extensas secciones no sólo de sus escritos y epístolas, sino de su propia vida.

Cuando actualmente algunos de nosotros, pastores reformados, hablamos de catolicidad protestante o catolicidad evangélica, buscamos hacerlo en términos similares a los de Calvino: entendiendo primeramente que la unidad de la iglesia solo puede darse en torno a la verdad escritural y que esto no es fácil ni sencillo de lograr. Es por esa misma razón que, al igual que nuestro mentor del siglo XVI, debemos estar dispuestos “a atravesar diez mares” para participar de conferencias interdenominacionales, para predicar en una iglesia hermana, para organizar foros y mesas redondas con el fin de dialogar en torno a la verdad, tal como buscaron hacerlo Calvino, Bucer, Farel, Viret, Bullinger, Cranmer, Melanchton y tantos otros.

Entendemos, también, que para lograr avanzar hacia una genuina catolicidad evangélica efectivamente se deben abandonar las visiones idealistas, siendo el primero de los idealismos utópicos la visión de que los evangélicos debemos estar de acuerdo en todo para tener comunión; es justamente este romanticismo el que hace que algunos pastores y líderes finalmente opten por una actitud de inclinación sectaria, simplemente por frustración. Debemos entender que en este camino de diálogo, comunión y colaboración hay y seguirán habiendo decepciones, frustraciones, encuentros, desencuentros y reencuentros. Es, sin duda, más realista reconocer que no podremos todos estar de acuerdo en todo y estar dispuestos a distinguir entre esenciales y no-esenciales con el fin de generar instancias de diálogo que redunden en comunión y en colaboración por el avance del Reino de Dios.

Mi convicción personal es que metodistas, bautistas, luteranos, pentecostales, anglicanos, independientes y presbiterianos debemos esforzarnos, sin expectativas irreales, por vivir la catolicidad de la iglesia. Para esto, cada uno debe tener clara su identidad confesional y conocer bien sus esenciales y no-esenciales – distinguiendo también qué es esencial para la comunión con otras denominaciones y qué es esencial para la comunión interna en su propia denominación -, debemos además estar abiertos al diálogo, reconocer los puntos en común y saber en qué es válido tener discrepancias. Todo esto con el fin de dar un testimonio vivo de que, efectivamente, creemos en el Espíritu Santo, en la Santa Iglesia universal, en la comunión de los santos y en la remisión de los pecados.

Santiago de Chile, agosto de 2021.

Rev. Jonathan Muñoz Vásquez
Pastor de la Iglesia Presbiteriana de Chile.
Licenciado en Teología, Seminario Teológico Presbiteriano JMC de São Paulo, Brasil.

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NOTAS:
[i] DILLENBERGER, John (ed.), John Calvin: Selections from His Writings, Scholars Press, 1975, pp. 45-48.
[ii] Para más luces sobre esto Vid. BURNETT, Amy Nelson, The Myth of the Swiss Lutherans: Martin Bucer and the Eucharistic Controversy in Bern, Lincoln, University of Nebraska Faculty Publications, Department of History, 2005, nro. 99.
[iii] CALVINO, Juan, Institución de la Religión Cristiana, 5ª ed., Rijswijk, FELIRE, 1999, p. 805.
[iv] Ibid. p. 806.
[v] BONNET, Jules, Letters of John Calvin, Philadelphia, Presbyterian Board of Publication, 1858 vol. II, p. 348.
[vi] Ibid. Vol. III, 277.
[vii] KROMMINGA, John H. en: HOOGSTRA Jacob T. (ed.), Juan Calvino: profeta contemporáneo, Grand Rapids & Barcelona, TSELF & CLIE, 1973, p. 155.
[viii] BONNET, Op. Cit. Vol. I, p. 442.
[ix] Ibid. p. 467.
[x] Ibid. pp. 432-433.