Estudios Evangélicos

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La crisis del bolsonarismo y la encrucijada política de los evangélicos

Nota introductoria.

Guilherme de Carvalho es un pastor reformado y un intelectual cristiano que de manera constante, nos provee de lecturas que, además de analizar la realidad, abren caminos para fértiles reflexiones. Y en esta ocasión, no ha sido diferente. En esta columna de opinión, realiza una lectura sociopolítica de la configuración de la coalición que con Bolsonaro se hizo del bloque en el poder, de la participación de actores católicos y evangélicos en ella en espacios marginales de las grandes decisiones y del lineamiento político (siendo él mismo testigo de aquello en el cargo de Director de Promoción y Educación en Derechos Humanos en el Gobierno Federal bajo la presidencia de Jair Bolsonaro, del que renunció cuando la posibilidad de cobeligerancia se agotó), y la consecuente fragmentación y de la crisis en la que dicho conglomerado se encuentra. Sumado a eso, invita a los creyentes cristianos a rescatar las fuentes de la doctrina social católica y reformacional, en pos de una consistencia cosmovisional que coadyuve a la presencia fiel en el mundo.

Puede que algunos de nuestros lectores no estén interesados en la realidad política brasileña, y se pregunten ¿para qué leer una columna como esta? En primer lugar, porque la tentación de confundir la cosmovisión cristiana con corrientes políticas secularizadas sigue estando vigente. Concediendo que es mucho más fácil ver la antítesis en opciones políticas que son abiertamente no cristianas que en aquellas que se presentan como tales, o sin contradicciones tan evidentes, es perentorio que quienes se afirman en posturas cercanas a la derecha política, sea desde el conservadurismo, el liberalismo y sus polifónicas variables, y un espectro del socialcristianismo*, den una batalla (¡espiritual!) con mucha valentía y firmeza. Todos quienes confunden sus proyectos con los proyectos de Dios están construyendo dioses falsos en política, haciendo que la fe y la esperanza de los cristianos se torne hacia opciones políticas, secularizando en el acto su mirada.

Por otro lado se ha levantado un “populismo de derecha”, al decir de Steve Bannon, que propende a políticas nacionalistas en el plano económico, a un fuerte discurso sobre la seguridad nacional (el que con rapidez configura enemigos internos y externos), junto con el debilitamiento del aparato estatal**. En la configuración de un lenguaje y una performance se han asumido, a modo de collage, elementos aparentemente cristianos, que seducen a élites evangélicas y a un pueblo que, o gusta de dicho discurso, o es cooptado por sus caciques para una causa política. Dicho constructo pasa a ser entendido como “lo cristiano”, haciendo que el otro sea considerado, en el mejor de los casos, como “un amigo del mundo”.

La columna que leerán a continuación es, en ocasiones muy dura, pero no carece de amor y verdad. Encarezco su lectura, para abrir un camino al pensamiento y al diálogo político evangélico. Anhelo que mis hermanos evangélicos en Chile, como en toda América Latina, y en el mundo entero si se quiere, logremos abrir los ojos y ver que no por escuchar o leer “Señor, Señor”, estamos frente a un programa político cristiano. La presencia fiel del cristianismo en el mundo no se mide por las veces que se dice Dios o se citan versículos bíblicos, sino por la coherencia entre pensamiento y acción, y en la consistencia de dicho conjunto con la Palabra de Dios.

Luis Pino Moyano.

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La crisis del bolsonarismo y la encrucijada política de los evangélicos.

En las últimas semanas se ha visto una degradación bastante acelerada del gobierno de Bolsonaro. Ese proceso de degradación fragmentó el apoyo dado por la comunidad evangélica, y creó una especie de limbo político temporal, una situación de encrucijada en la que existe un conjunto de mundos posibles. En este momento, los líderes evangélicos necesitan reflexionar de modo crítico, manteniendo la presencia espiritual y su sentido de misión.

I. Bloques en fragmentación.

Aunque no voté por Bolsonaro, animé a sus electores, como expliqué en un artículo en mi blog personal, y acepté una invitación a trabajar como director en el Ministerio de la Mujer, de la Familia y de los Derechos Humanos, encabezado por la ministra Damares Alves.

En dicha época hice una apuesta: aunque no pudiese creer en Jair Messias Bolsonaro, habiendo denunciado su inepcia ya en 2018, y mucho menos comprar la metanarrativa de Olavo de Carvalho, que lo empoderó, comprendí que la ascensión de dicho sujeto hubiese sido imposible sin el soporte de una conjugación de fuerzas políticas e ideológicas, y que la sinergia de esas fuerzas pudiese alimentar un conservadurismo moderado. Era un mundo posible, pero poco probable.

Del punto de vista de las agendas, tengo mi propio mapa imperfecto: liberales, libertarios y administradores pragmáticos, principalmente en el Ministerio de Economía, Secretaría de Gobierno e Infraestructura; militares, separados en dos o tres grupos, en lugares estratégicos, como lastre del poder; católicos y evangélicos conservadores con grados variados de compromiso con la doctrina social cristiana, principalmente en el Ministerio de la Mujer, de la Ciudadanía y en la AGU, y también esparcidos en todos los bloques. El lavajatismo se hace representar, principalmente, por Sergio Moro y el Ministerio de Justicia y Seguridad Pública. Y finalmente, tenemos la representación en el Ejecutivo de la base parlamentaria, mucho menos técnica que los otros componentes. Naturalmente, algunos apenas pertenecen a uno de esos grupos, y otros a dos o tres simultáneamente, lo que hace que la situación se vuelva muy compleja.

Lo que era perceptible, y recientemente se ha vuelto cada vez más claro, era que el “adhesivo” del gobierno no era fuerte. A diferencia del lula-petismo, cuando subió al poder, no existe una ligazón más fuerte entre estos diversos campos de aglutinación excepto un pathos antipetista, con elementos conservadores dispersos, y los agentes bolsonaristas también dispersos.

Está claro que eso podría ser administrado a lo largo del gobierno; personas y grupos cambian. El petismo cambió con la ascensión al poder, aunque es difícil cambiar para mejor. Pero una decisión política de unidad nacional podría generar un proceso de intercambios e integración interna, de modo que tales fuerzas pudiesen reforzar sus lazos, y, eventualmente, sus elementos más extremos podrían ser moderados por necesidad política.

Lo que se vio, sin embargo – y esa es una observación bastante trivial -, fue un proceso de endurecimiento y atrincheramiento del núcleo ideológico, lo que progresivamente fue alienando la composición de fuerzas que ascendió con Bolsonaro. Como el tiempo ha demostrado – y, en ese sentido, el Covid-19 ayudó a acelerar el reloj del proceso político -, los bloques de poder del gobierno no estaban bien unidos. Y eso se debe, en gran parte, a la praxis política enferma, revolucionaria y conflictiva de la Presidencia, la principal generadora de crisis institucionales y mediáticas en la época actual.

En otro artículo, describí ese proceso como una deslegitimación sistemática de todas las autoridades e instituciones. Bolsonaro, animado por el olavismo, es el gran “desautorizador general de la República” y, en ese sentido, el óxido de la democracia brasileña.

Así, a pesar de la incredulidad de muchos aliados y opositores políticos, se ha confirmado que hay una distinción entre el núcleo ideológico, ligado a la presidencia, y el resto del gobierno, que se mueve en torno a la presidencia a distancias diversas. Las tensiones con el exministro de Salud Luiz Henrique Mandetta y, ahora, el choque frontal con el exministro de Justicia y Seguridad Pública Sergio Moro, relevan la falta de convergencia en el gobierno. Es importante que los diferentes sectores de la oposición a Bolsonaro comprendan eso, de lo contrario no sabrán construir la relación política con esas fuerzas importantes, a medida que se alejan del bolsonarismo.

Sea como fuese, es evidente que la sinergia que muchos esperábamos no ocurrió, y el tiempo de cocimiento fue sobrepasado. Tal vez otro presidente de derecha, e incluso un oriundo del bajo clero, tenga la presencia espiritual y el coraje para alimentar semejante proceso, a pesar de sus fragilidades; pero no es Bolsonaro y su familia. El “bien común” está lejos de su capacidad y voluntad política.

Confidencié a mis amigos que dejaría el gobierno, a lo más, a fin de año. Pero, como ilustré la situación a los amigos, la pandemia aceleró todo. Es como si alguien llegase del trabajo a la noche y descubriera que el refrigerador se averió por la mañana. La carne se decongeló, y tendría que ser preparada inmediatamente, sin especias o complementos.

El gobierno de Bolsonaro tuvo una posibilidad para construir la unidad nacional, y no la empleó. Continuará de pie por un tiempo, pero su futuro político fue dramáticamente acortado.

II. El error político de los evangélicos.

No repetiré aquí las críticas que ya fueron presentadas, tanto por voces evangélicas de izquierda como de analistas políticamente más neutros, sobre la insuficiencia del soporte evangélico al gobierno. Tiendo a mantener una visión más “caritativa” de la situación, y no recrimino ni a los electores de Bolsonaro, ni a los evangélicos que siguen trabajando en el gobierno – al menos en áreas en las cuales no hay intervención del núcleo ideológico.

Es claro que los evangélicos ‘bolsonaristas’, que insisten en tratar la política como objeto de fe y esperanza, y los líderes evangélicos ‘conservadores’ que luchan para mantener de pie el circo de ilusiones del bolsonarismo son dignos de reprobación pública. Esa ala enferma de evangelicismo, combinando servilismo e ingenuidad ideológica, oportunismo político y pura y simple ignorancia sobre la tarea histórica de la iglesia cristiana presta un pésimo servicio a la misión y evangelización de Brasil. Pero la gran mayoría de los líderes y fieles evangélicos apoyó a Bolsonaro como antes apoyó a Lula: de buena fe, y sin dogmatismo. No faltan evidencias, en este momento, que el soporte evangélico a Bolsonaro se está desvaneciendo.

El momento de crisis y frustración puede volverse, sin embargo, el momento de la oportunidad, el tiempo de reorientación, porque permite ver, con máxima claridad, el error genético, primordial y radical de la práctica política cristiana en Brasil. Y ese error consiste en caer en la tentación, siempre presente, de andar a la retaguardia de proyectos políticos seculares, subcristianos, pseudocristianos y hasta anticristianos.

Es importante dejar en claro lo siguiente: no me opongo a la participación cristiana en gobiernos de diversos matices. Yo no estaría contra la participación de cristianos en un gobierno de izquierda, de centro o de derecha, por ejemplo. La cuestión es otra: ¿cuáles son los términos de esa participación? Regularmente vemos que coaliciones políticas adoptaron la práctica de ignorar completamente a los cristianos, en general, y sus creencias y valores fundamentales – aunque a menudo establecen nexos con líderes denominacionales, muy distantes de la base popular- usando fragmentos de lenguaje moral cristiano para movilizar votos. En dicho acuerdo, los cristianos son ignorados, o usados como masa voluble, y no son nunca convocados a participar, como co-patrocinadores, de un proyecto nacional.

De modo que, a mi juicio, es necesaria una gran “revuelta” cristiana. No una revuelta cristiana “revolucionaria”, mucho menos “contrarrevolucionaria”. Quiero, aquí, apaciguar a los amigos lectores que no comparten la fe cristiana, o ninguna fe: no tengo en mente una revolución integrista para apodernarnos del país. Tengo en mente, más bien, una participación real, y no virtual, propositiva, y no pasiva, en nuestro sistema de pluralismo democrático. No propongo que la fe cristiana sea la única voz, sino que ella tenga una voz, que ha sido negada por la política tradicional, coludida con la academia y la prensa dominante.

En ese sentido, quiero destacar que el cristianismo no es apenas una sensibilidad religiosa que pueda estar al servicio de ideologías seculares, como el conservadurismo, el socialismo, el liberalismo y las opciones libertarias, por ejemplo. Ciertamente los cristianos pueden apoyar muchos aspectos de todas esas banderías; la pelota de esta vez fue el consevadurismo. Muchos se apasionaron por nombres como Russell Kirk y Roger Scruton, entre otros. Pero, sin negar ni por un segundo la contribución de esos hombres, es necesario decir que ellos no pueden ser la fuente y la regla de la presencia cristiana pública. Pues el cristianismo tiene su propia doctrina social, su visión sobre los valores y sobre la tierra, sobre los límites de la autoridad política, su comprensión de la naturaleza y de la personalidad humana, y de la esperanza en el futuro.

Los cristianos necesitan interpelar a los políticos que quieren su apoyo y enmarcarlos en ese sentido. Deben educar y recomendar a los representantes políticos de su visión de mundo, y deben hacer que sus opiniones pesen en la arena política. La fuerza gravitacional del cristianismo debe afectar positivamente el espacio político. Y debemos dejar de lado a los políticos que sólo quieren usarnos.

Pienso, en este momento, que los católico romanos que no fueron engullidos por el pseudoconservadurismo de Olavo de Carvalho necesitan recuperar los fundamentos de la Doctrina Social de la Iglesia, y alimentar aún más la presencia política que ya tuvieron en el pasado, y que está en proceso de resurgimiento. Y los evangélicos deberían hacer lo lo mismo: leer los documentos constituyentes de la Doctrina Social de la Iglesia Católica, desde la Rerum Novarum, de 1891, pasando por la Quadragesimo Anno y por la Centecimus Annus, y por otros documentos más recientes de los hermanos romanistas. Y también recorrer a los grandes pensadores sociales protestantes, como el teólogo y estadista Abraham Kuyper, uno de los fundadores de la tradición demócrata cristiana europea, que también en 1891 escribió sobre La Cuestión Social. La tradición socialcristiana anglicana y metodista debe ser recuperada, el Pacto de Lausanne necesita ser revisitado, y las contribuciones recientes de filósofos, expertos en ética y de los teólogos públicos como Herman Dooyeweerd, Oliver O’Donovan y John Milbank deben recibir la atención que merecen. Debemos abandonar las migajas de Olavo de Carvalho, de la Teología de la Liberación y de las teologías posmodernas, y de otros ideólogos manipuladores para buscar una presencia pública cristiana desde las raíces hasta las ramas.

Yo comprendo el voto a Bolsonaro y hasta la cooperación con Bolsonaro; ¿pero la creencia en Bolsonaro? El “bolsonarismo” evangélico es una locura, una idiotez tan torpe como el “lulismo” evangélico. ¿Cómo es posible que nos contentemos con esas algarrobas, ese alimento de cerdos? Somos cristianos, y cristianos protestantes. Tenemos principios. Y quien no se recuerda de sus principios debería preguntarse sobre la naturaleza de su cristianismo.

Estamos ahora entrando en una encrucijada histórica. No vamos a eludirnos; los caciques denominacionales, principalmente los neopentecostales, continuarán manipulando números y se entregarán a las negociaciones. Pero los cristianos evangélicos, el núcleo duro del protestantismo evangélico, necesitan tener su propio rostro y su propia voz, sin servilismo político. Necesitan dejar el Egipto del éxito electoral incondicional y levantarse como firmes y tenaces escudos morales delante del flujo de intereses del poder. Como el patriarca Abraham, ellos incluso podrán luchar al lado del rey de Sodoma, pero no harán pactos ni se venderán a él. ¿Por qué es difícil entender que es posible cooperar con gobiernos sin venderles el alma?

En fin, la historia demandará esto de los cristianos evangélicos: la presencia fiel. No importa tanto si ellos tendrán éxito. Importa que sigan siendo, en la teoría, en el corazón y en la praxis política, cristianos.

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Traducido de Gazeta do Povo, 18 de mayo de 2020. Traducción de Luis Pino Moyano.

Guilherme de Carvalho es teólogo público y cientista de la religión, con interés en la articulación entre cristianismo y cultura contemporánea. Es Pastor de la Iglesia Esperanza en Belo Horizonte y director de L’Abri Fellowship Brasil. Fue Director de Promoción y Educación en Derechos Humanos en el Gobierno Federal.

* Recomiendo la escucha del podcast “Hay algo allá afuera”, en el que Alfredo Joignant conversa con Hugo Herrera sobre las distintas vertientes de la derecha. En: https://www.tele13radio.cl/podcast/nativos/hugo-herrera-y-las-vertientes-de-la-derecha (Consulta: mayo de 2020).

** De la entrevista de Axel Kaiser a Steve Bannon, en “Economía y Negocios” de El Mercurio, 28 de octubre de 2018. En: http://www.economiaynegocios.cl/noticias/noticias.asp?id=516711 (Consulta: mayo de 2020).