Estudios Evangélicos

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La emancipación de los medios: un espacio para otro alter ego

Internet es un medio; pero es también un medio capaz de emanciparse...

                                                                No se dejen engañar: «las malas conversaciones/compañías

corrompen las buenas costumbres».

(I Co. 15.33 RV/NVI)

 

Por si la vida de una persona moderna estuviera poco dividida, se ha agregado un nuevo ámbito en que hacer una vida paralela: el “ciberespacio”. El ser humano contemporáneo, tan unido y tan separado de sus pares, se fragmenta en el yo del trabajo, en el de la familia –incluso las familias–, el de sus relaciones sociales, de la vida pública, de su religión, y así según los círculos en que se desenvuelva, en cada uno de los cuales puede tener una historia y propósitos que nada tienen que ver entre sí, pudiendo éstos llegar a ser opuestos. Entonces, aparece internet y todas sus posibilidades de crearse una vida virtual. Pero este territorio, con vidas incluidas, reclama su emancipación.Gonflables Piscine

 

Objeto constante de discusión es lo que, con acierto o no, se ha denominado la democratización de los medios (quizá “democratizar” no sea el mejor término para este caso, y una opción más adecuada sería “liberalizar”, ya que el primero siempre alude a los métodos para establecer algún tipo de gobierno o liderazgo; pero como así viene planteado el problema, dejaremos tal cual los conceptos). Nada tenemos en contra de la democratización de los medios si por ello entendemos un acceso igualitario de toda la sociedad a ellos. Este texto se enfoca en la democratización como materialización de la libre expresión. La libertad de expresión es, por descontado, un bien y un derecho muy preciado en una sociedad democrática, y en virtud de ello, los medios de comunicación tienen que ser libres, independientes para divulgar lo que crean necesario. No obstante aquello, hay un fenómeno que debemos cuestionar: un sector cualquiera de la vida social, en particular, un medio de comunicación, ¿puede legítimamente reclamar ser más liberal y permisivo, menos restrictivo, que la propia sociedad en que funciona? Sólo a modo de ejemplo, tomemos en cuenta una curiosa –por darle un adjetivo– Declaración de Independencia del Ciberespacio[i], redactada por John Perry Barlow, presentada hace ya más de una década contra la autoridad política, en que declara la creación de una absolutamente independiente “civilización de la Mente en el Ciberespacio”. Aún si este manifiesto no fuese más que una broma, su contenido refleja muy bien la visión que muchos tienen de la red.

 

El asunto no deja de tener relevancia. Desconocer lo que ocurre en los medios masivos solo puede ser disculpable para quienes viven completamente al margen de las formas de vida modernas y tecnológicas. Pero quienes actuamos en medio de los diversos modos de conectividad mediática, no podemos desentendernos o pretender atenuar las modificaciones que éstos originan en las personas y en la vida social; sería ignorar lo que sucede frente a nuestros propios ojos, en especial con la reciente generación. Si vemos que ante nosotros ha surgido una circunstancia en que –aparentemente– se puede realizar impunemente lo que uno quiera, vivir una doble vida o falsificarse a uno mismo, exponer lo que consideramos íntimo o privado, ¿no habríamos de inquietarnos, y al menos tomar algunas precauciones? A los creyentes siempre se nos ha enseñado que en todo lugar, con quienquiera que nos relacionemos, debemos ser los mismos, mantener la integridad, una misma línea de actuación. ¿A dónde huiré de tu presencia?, se pregunta el salmista. Aun las tinieblas no encubren de ti… (Sal. 139.7, 12). Quizá se podría objetar que todo lo que ocurre en la red es solo algo virtual, un juego inocuo, no real, nada serio. Pero esa es precisamente la cuestión. ¿Cómo aseguramos que lo que hacemos “virtualmente” no afecta la vida real? ¿Hasta qué punto es solo un juego exponer nuestra privacidad? ¿Qué tan en serio se toma la red un adolescente? Lo que decimos, lo que hacemos en forma “abstracta”, refleja lo que somos interiormente, o puede modificarlo y configurar nuestras acciones futuras.

 

El problema de la independencia de un medio como Internet presenta al menos dos aspectos generales, no completamente relacionados entre sí. De una parte, (asunto que comentaremos muy brevemente aquí) está el ámbito legal, relacionado con las normativas que rigen su funcionamiento; aquí lo que nos importa por ahora es la regulación sobre los contenidos como también los usos permitidos de este medio. Por otra parte —con casi plena independencia del primer aspecto—, está lo que la sociedad pretende hacer con un instrumento como es la red, siendo este el punto que depende directamente de cada uno de nosotros los potenciales usuarios. Aquí, sin duda, está involucrado tanto lo que la autoridad política y los actores de la economía promuevan e incentiven en relación a Internet, como cuánto los usuarios corrientes estemos dispuestos a ceder ante tan atrayente medio, tan envolvente, de alcances tan insospechados, y que tanto deslumbra a muchos, prácticamente sin distinguir edad. Dicho sea de paso, debemos tener en cuenta que el ciberespacio es el gran medio, el medium mediorum que acapara a todos los otros hasta ahora conocidos: prensa, correo, radio, televisión, telefonía, con sus correspondientes diversas manifestaciones, y que tiene el más amplio alcance espacial. No perdamos de vista el hecho de que es también una herramienta sin parangón para potenciar el ya “globalizado” concepto de la globalización, pero nada más se dirá sobre éste. En estas condiciones, harta serenidad se debe requerir para no ser absorbido por la fuerza centrífuga de semejante aparato.

 

De partida diremos que no reclamamos ni presionamos por una restricción altamente moralista de la ley sobre la red (aunque para ser honestos, en determinadas ocasiones así lo quisiéramos), menos aún deseamos una censura por parte de los estados, como ocurre en ciertos países. En cuanto a la petición de una ‘democratización’ de la red en la esfera legal, notamos cierto malentendido. Por democratización se supone la autorización de la divulgación y compartimiento de cualquier cosa; y al decir cualquier cosa, hay que entenderlo tal cual, sin restricción. Desde luego, será un número minoritario de quienes aboguen por una libertad absoluta de uso de este medio. Pero sea cual fuere la medida de libertad esperada, insistimos en la pregunta anterior: ¿por qué la autonomía al interior de la red debe ser distinta a la libertad básica que supone una sociedad democrática? ¿Por qué minimizar las restricciones primordiales que supone la convivencia armónica de individuos conciudadanos?  La divulgación de cualquier cosa en la red por parte de unos puede coartar los derechos de otros, como ocurre, por ejemplo, con los derechos de autor, con aquellos contenidos que exponen la intimidad de otros, o que constituyen publicidad engañosa, propaganda racista, terrorista, etc. Es cierto: cada cual decide lo que ve o no ve en Internet; no obstante, no puede depender de la pura deliberación personal qué cosa se publica. Un medio en particular no puede transformarse en una especie de estado o sociedad paralela —o virtual—, al interior de otra, con normas propias que desconozcan las de la sociedad “real”; y menos puede pretender –como Barlow– que lo que ocurre en su territorio no afecte a la sociedad original. Cualquier asociación intermedia dentro de un Estado (al menos así lo expresa la Constitución del nuestro), puede actuar libremente siempre que sus normas propias no alteren el orden de la sociedad en general. No tiene sentido que un individuo pretenda actuar o interactuar en la red de un modo que no le está permitido en los demás espacios sociales. Sin embargo, el uso del ciberespacio es un ejemplo de lo que los seres humanos siempre, para bien o para mal, están intentando: relajar o eludir las leyes que, aun concientes de la necesidad de ellas, sienten como una carga injusta o arbitraria. “Nuestras identidades no tienen cuerpo, así que, a diferencia de vosotros, no podemos conseguir orden por coacción física…La única ley que todas nuestras culturas reconocerían es la Regla Dorada”, cree y espera Barlow. Como si la mente no necesitara del cuerpo para interactuar; como si el ciberespacio no precisara de un soporte físico, un hardware como acceso a él; y como si en tal dominio los peces grandes no depredaran a los más débiles.

 

Pero el aspecto legal tiene su principal y más seria dificultad, a mi parecer,  en las relaciones entre los grandes e influyentes grupos: gobiernos, proveedores de Internet, compañías artísticas y de entretenimiento, vendedores en línea de productos intelectuales y servicios. Son estos los que están sosteniendo la lucha legal en todo el mundo, y creo que poco debiera involucrarse judicialmente a los usuarios en temas como la piratería, pues el hecho de que haya productos disponibles en la red depende en gran parte de quienes la proveen. Que un usuario escuche una canción en línea es tan culpable como que la escuche en la radio. Concuerdo con la postura –que se ha presentado en nuestro país en la discusión de la nueva ley concerniente a propiedad intelectual– según la cual los usos no comerciales, específicamente culturales o académicos, de ciertas obras debieran estar permitidos; eso sí, esperamos, siempre que esta libertad no beneficie a las entidades culturales y comunicativas con fines de lucro en perjuicio de los pequeños creadores de cultura. Por otra parte, pienso que, a fin de cuentas, en lo referente al uso de productos protegidos, son los grupos económicos (proveedores de servicios de comunicación en general, quienes lucran con la posibilidad que otorgan a los consumidores de adquirir cualquier cosa en la red, como también los actores del mercado cultural y las potencias del mercado de internet) los que se hacen zancadillas entre sí. Porque si somos honestos, lo que más descontroladamente circula en la red son obras “culturales” puramente comerciales. Música desechable, bestsellers, cine taquilla, etc., cuyos formatos en la red, como bien sabemos, rara vez son de una calidad técnica aceptable. Desde luego que el nivel de un producto no hace el robo más o menos justo. El punto es que son los propios actores comerciales los que deben buscar mejores arreglos.

 

 

El individuo en los medios masivos

 

Pero no es esta la cuestión que más me interesa por ahora. El otro problema de la independencia de los medios (aparte del aspecto legal), es lo que la sociedad misma hace con ellos, lo que cada usuario realiza al interior de la red en este caso, no ya involucrando a otros, sino principalmente comprometiéndose a sí mismo. Y lo que las nuevas generaciones vienen haciendo con un fenómeno tan reciente como Internet es lo dicho al comienzo: fabricar dentro de él una personalidad que no necesariamente tiene relación con la vida real o natural del individuo.

 

A nuestra sociedad contemporánea le fascina simular vidas. Es decir, no meramente aparentar, sino realmente pretender tener tal o cual vida. Toda la moderna industria del entretenimiento, con su aliada la tecnología (y de paso mencionemos también la cirugía estética, el sistema crediticio, el turismo con su presunta “aventura”…), facilitan a las personas actuar y vivir cualquier cosa que se puedan imaginar: fantasías, aventuras, lujos, relaciones afectivas, desde una completa comodidad y con póliza de seguro, desde luego. El individuo moderno alucina con lo virtual. Vinculados con el ciberespacio, por ejemplo, también están los juegos electrónicos de todo tipo, en que se puede ser un excepcional héroe, guerrero, estratega, deportista, músico, etc.; en Youtube se puede uno convertir en celebridad realizando cualquier disparate; y no deben faltar los que realmente se lo creen. Dentro de la red, en los diversos tipos de comunidades, se puede fragmentar la vida y crear un yo virtual, que puede terminar absorbiendo a la persona de carne y huesos.

 

Las grandes compañías que proveen servicios de comunicación publicitan, como era de esperar, una prestación que abre un horizonte bastante atrayente: una conexión continua, estar siempre comunicados con aquellos que nos interesan. Es útil tener la posibilidad de contactar a alguien cuando se precisa, o también poder estar comunicado con quienes están físicamente distantes; aunque, siendo honestos, a menudo preferiríamos estar inubicables. En cambio, para muchísima gente, principalmente adolescentes y jóvenes, y una buena cantidad de adultos, el hecho de declararse comunicados a través de la red, la conexión en sí, se vuelve esencial. El encuentro con amigos o conocidos en la red es tanto o más estimulante, más real que juntarse en la calle o cualquier otro sitio a conversar cara a cara. Conocer gente a través de Internet parece tener más prestigio que ser presentado en un encuentro convencional. Y mientras más amigos on line, más contactos se logran, más “habilidades sociales” se tienen, más popular se es. Es decidor que una de las comunidades en línea se haya definido como una “herramienta social”. Todo se trata de conocer y darse a conocer, pero en la red, por supuesto. Pero no entiendo dónde está la singularidad, ni cuál es el sentido de tener como amigos virtuales a personas que en la realidad no lo son, en quienes no se está interesado, con quienes escasamente se conversaría cara a cara. Lo que importa, por lo visto, es tener contactos, estar presente en los medios, privilegiando este tipo de trato aún cuando el otro esté en presencia a escasos metros. Basta un vistazo al uso de comunidades como Facebook, Twitter, o más antiguas como Messenger o Fotolog, espacios de chat, blogs,  o cualquier sistema de socialización vía Internet[ii], para ver cómo los usuarios desesperan por agregar contactos, en una especie de competencia por quién tiene más “amigos” en línea, no importa si se conocen o si existe siquiera el interés por una amistad con ellos –o intereses comunes– más allá de lo virtual. Muchos jóvenes reconocen que no tener un lugar, un nombre, en la red, es como no existir. La verdadera vida, la identidad, el yo real reside al interior del ciberespacio, y la existencia natural, con su lugar social, está subordinada a esa personalidad virtual, dependiendo de ésta para alcanzar el reconocimiento social.

 

¿Por qué se vuelve tan atractivo este nuevo espacio de socialización, por qué es tan natural para las nuevas generaciones, como si hubieran nacido para él? Razones debe haber muchas y variadas, y seguramente están de alguna forma vinculadas entre sí. Sociólogos y psicólogos tendrán extensas respuestas al fenómeno. Pero no es necesario ser científico social para detectar algunas causas. Una de ellas, a mi modo de ver (aparte de la condición evidente de que el ciberespacio es una inmejorable ocasión de complacer la curiositas), radica en la oportunidad que la red ofrece de fabricarse un yo que esta vez puede ser modelado a gusto del usuario. En la red puedo mostrar todo lo que creo mejor de mí, o todo lo que desearía ser, o por último puedo maquillar mis características, todo esto sin tener que asumir mis defectos, como ocurriría en la comunicación presencial. Una frase imperativa típica de las comunidades mencionadas, explícita o implícitamente, es “descríbete” (o sus variantes análogas); una orden fascinante para un adolescente (y para los grandes también), porque al parecer alguien se interesa por él, y proporciona el momento para hablar de sí mismo, construyendo con su propio discurso el yo ansiado. Para todo ser humano, la construcción de la identidad está estrechamente vinculada al propio lenguaje o discurso. Junto con lo que hago, lo que digo, y lo que me digo a mí mismo va conformando mi personalidad. Pero por cierto este hecho no es ni debe ser absoluto; a los terapeutas les puede funcionar, pero no es del todo confiable. Mas, ¿a qué adolescente –a qué ser humano– no le atrae el poder adularse con sus propias palabras?

 

La razón, entonces, de sumar tantos contactos no es sólo conocer gente, sino darse a conocer entre la gente, no necesariamente tal como se es, sino como se querría ser. Ni que decir que debe ser reducido el número de contactos que se van a dar el tiempo de leer todo lo descrito sobre sí mismo. A menos, claro, que se esté dispuesto a ostentar (ya por escrito, ya visualmente) más que el resto, en una carrera ahora por destacar a cualquier costo. El asunto se oscurece en tanto que la exhibición de lo que es más personal ya no se dirige a amigos y cercanos solamente, sino que potencial y literalmente a todo el mundo. Entonces el individuo, en lugar de distinguirse entre la multitud como pretende, parece que más bien se diluye en la masa homogénea. Lo íntimo, lo que puede tener de particular, es objeto público; acaba siendo anulado por la “comunicación continua”.

 

En diferentes niveles, se puede ir desde exhibir las mejores cualidades, hasta el extremo de construir un nuevo personaje, con un nombre, intereses y determinaciones propios. De seguro lo que más ocurre es lo primero, pero en cualquier caso, este fenómeno es la expresión de la existencia de una personalidad más honda, escondida, conciente o inconciente, que busca, para bien o para mal, manifestarse. En el mejor de los casos, solo se tratará de querer ser aquello que se sueña, aquello que de alguna forma se internalizó como un ideal. A lo peor, el personaje inventado es sencillamente la exteriorización de bajas pasiones ocultas, originadas a causa de mil razones. En la red se canaliza y materializa –o des-materializa– la personalidad escondida, o los sueños imposibles. De cualquier forma, a mi modo de ver, todos, cual más cual menos, concientes o no de ello, podemos vernos impulsados a exponer algo de nosotros que deseamos que los demás conozcan. Porque, admitámoslo, ante el encantamiento del ciberespacio, como ante el espejo, todos somos pretenciosos, todos actuamos, todos somos wannabes, solo que algunos tristemente se juegan la existencia social en ello. Sólo una conciencia clara y a la vez honesta de lo anterior nos puede hacer reticentes y moderados en el uso de las mencionadas herramientas. Como se dijo antes, cuánta gente hay que simula una vida virtual porque en el ámbito real no la encuentra. De ahí aquella urgencia por liberalizar este tipo de medios, para llevar a efecto en ellos todo cuanto el mundo real parece impedir.

 

Nuevamente, la cuestión es ¿cuáles serán las razones de esta necesidad de crearse y ostentar una vida ideal? Otra vez, causas debe haber muchas. La más palmaria es algo característico del ser humano: eso que de antiguo llamamos vanidad. Pero entre las razones más complejas, está de seguro el apremio por satisfacer los modelos de apariencia y estilo de vida que los propios medios, el mercado y la publicidad, y las celebridades, incentivan. La angustia por lograr esa imagen característicamente moderna del líder, del muchacho popular, carismático y con “manejo de grupo”, del experto social, personaje que no solo es promovido por la economía y la política, sino también, entre otros, por el mundo educativo y –lo que es lamentable– por diversos grupos cristianos. Otra causa de la creación de una vida imaginaria es el distanciamiento, el estado de separación del individuo moderno urbano respecto del otro, partiendo desde los propios hogares. El hijo sencillamente no se entiende con sus padres. ¿Cómo explicamos el que algunos padres tengan que recurrir a servicios, no ya de control, sino de abierto espionaje, mediante programas computacionales, para conocer las relaciones de sus hijos? Ahora, si el niño tal vez con sus pares llega a formar una amistad, ya en la adultez son todos, no una sociedad, sino meramente individuos viviendo, compitiendo juntos. En estas condiciones, el individuo busca ansioso acercarse, relacionarse con el otro, sentirse alguien en la masa. Para ello, precisa elaborar una imagen extraordinaria y llamativa.

 

La red constituye una triste forma de escapar de la realidad. Pareciera que las profecías populares en torno a la tecnología eran ciertas y se estuvieran cumpliendo, aunque no ya las máquinas, sino la realidad virtual fuera la que se ha rebelado y subyuga dentro de sí a los individuos. “Debemos declarar nuestros ‘yos’ virtuales inmunes a vuestra soberanía (de la autoridad política), aunque continuemos consintiendo vuestro poder sobre nuestros cuerpos”, se dice en la mencionada Declaración, asumiendo explícitamente esta división del individuo. Los medios, como bien sabemos, dejaron hace mucho tiempo de ser medios para convertirse en fines; no son un medio de comunicación, una forma de transmitir e intercambiar información, sino el parámetro, la medida de la realidad social, que en definitiva se torna un lugar obligado de realización social. Nada muy lejano al Ministerio de la Verdad, en la obra de Orwell, institución que a través de los diversos medios se dedicaba a establecer arbitrariamente aquello que en el mundo y en la historia era el caso. Es lamentable pensar que puede haber personas que no poseen más que amistades en la red —o prefieren éstas únicamente; es tanto como decir que solo tienen amigos imaginarios.

 

 

Actitud sugerida ante los medios

 

Que no parezca que lo dicho hasta ahora es irónico o burlesco. Tal vez con los adultos que se han visto hipnotizados por lo virtual se podría ser irónico, porque un poco de sonrojo puede hacer recapacitar. Pero con la más reciente generación hay que ser comprensivos, y también serios. Tampoco estamos en la postura de llamar a un completo repudio y abandono de un medio como Internet (o cualquier otro); a fin de cuentas, a través de él estamos divulgando estos comentarios. No necesitamos describir aquí todo lo útil que resulta como instrumento comunicativo. El peligro radica en que interfiera con las relaciones sociales en su forma más natural y saludable, y de paso, con la construcción de la propia vida.

 

Qué se puede hacer contra esta región que se alza contra la soberanía de su propio fundador reclamando emancipación,  creo que –en esto soy pesimista–, al menos en forma directa, muy poco o nada. Este sistema sólo tendría que colapsar desde dentro y caer por su propio peso. Mas no hay motivo para ser resentidos ni desesperanzados. Hay acciones que podemos tomar para contener el avance del mundo virtual.

 

De partida, está en nuestras manos lo más sencillo: desconectarnos. Necesitamos igualmente estar ojo avizor y tomar la misma postura que deberíamos tener hacia los otros medios, en especial la televisión, la prensa en general, los noticieros típicos; es decir, estar plenamente concientes de que el mundo no es necesariamente como estos medios nos lo trazan, o al menos que ese no es el único aspecto que tiene. Ni que la jerarquía u orden de relevancia que éstos confieren a los fenómenos del mundo sea el correcto[iii]. Necesitamos saber que, en el estado actual de las cosas, los medios, más que transmitir información o dar cuenta de la realidad, construyen una realidad, fabrican (no digamos que mienten o inventan, aunque a veces lo hagan) la noticia o el hecho, el que es sólo una sombra del acontecimiento o fenómeno real; dicha noticia es una reproducción arbitraria del hecho original, un añadido a partir de éste. Un caso típico es el deporte. Son los medios los que exacerban los ánimos, inician las polémicas y especulaciones, a base de presuntos rumores, otorgan la relevancia a tal o cual evento deportivo, en fin, crean toda una atmósfera, un universo que circunda a esta actividad, ambiente que, de no ser por la prensa especializada, no existiría o sería muy distinto.

 

El ardid de la prensa, y de los medios en general, es análogo al de la publicidad: frente a un objeto cualquiera que se pretende difundir, el avisador desarrolla y sugiere un elemento extra que apela a lo emotivo, a las inquietudes del público (como el supuesto atractivo que otorga determinado perfume); en el caso de los medios, este agregado es más difícil de determinar, más propenso a ser confundido con el objeto mismo. Un reporte que informa sobre una nevazón inusual en una ciudad, muestra unos niños jugando a arrojarse nieve o haciendo figuras con ésta. En este ejemplo simplificado, inocente, la nota no es falsa, pero es el reportero quien pidió a los niños que actuaran, fabricando así la noticia. De igual modo, pero a niveles más complejos, ocurre en cualquier ámbito cubierto por los medios. Éstos tienen la capacidad enorme de crear, tanto visual como verbalmente, todo un sugerente universo, una realidad capaz de cautivar, literalmente, a quienes tienen puntos de referencia deficientes de las esferas no asociadas a la tecnología, de las realidades originales, primarias y esenciales del ser humano con todos sus valores, como es el caso de la simple comunicación natural de familia o genuina amistad, o la vida no urbana. Tal vez la mayor parte de los acontecimientos de la cultura moderna no ocurren en lugar alguno sino en los medios.

 

Padres y educadores tienen que arrebatar de las manos del ciber-mundo a los más jóvenes. De partida, urge que dejen de usar la televisión o el computador como niñeras; con él tiempo éstos pueden reclamar para sí a los niños que se les confía. Por otro lado, la educación no debiera ser, a mi modo de ver, tan dependiente de la tecnología, o al menos no hacer descansar exclusivamente en ella la necesidad de despertar el interés de los educandos. Que se evite que los jóvenes asuman que todo lo que aparece en una pantalla, llena de colores y efectos, es lo verdadero, lo confiable. No es que se deba obviar el aprendizaje del uso de las tecnologías; por el contrario, que se pongan a disposición de todos equitativamente. Llévese todos los recursos informativos a los niños de escuelas rurales y lugares apartados, que siempre son mucho más inmunes a embobarse con la tecnología, o al menos no les roba su particular percepción de lo natural. En cambio, los estudiantes ultra urbanizados y tecnologizados debieran ser arrancados de las máquinas; que se los lleve a terreno, al campo y lugares suburbanos, pero no como turistas, sino a conocer la vida y el trabajo en sus formas más naturales. Que puedan ver el mundo campestre, y en general lo no urbano, lo natural, no como mera fuente para la producción y como hábitat bárbaro, ni tampoco como objeto de una utópica e insensible ecología; sino como lugar original del ser humano, fuente de su vida, de cultura, e inspiración que remonta hasta lo más inveterado. El joven contemporáneo debiera adquirir plena conciencia de que la condición altamente mecanizada de nuestro tiempo es sólo una etapa histórica –y como tal, en el futuro podría cambiar; que el ser humano no siempre ha tenido que vivir así, que hay otras sociedades que no viven así; que se puede vivir manteniendo a la tecnología en su condición instrumental y no vital.

 

Ahora, hablando específicamente como cristianos, los principios que nos resguardan de las dificultades sociales modernas, debiéramos conocerlos muy bien, y  tanto padres y maestros cristianos necesitan enfatizarlos en su enseñanza a jóvenes y nuevos cristianos, como también todos los creyentes necesitamos demostrarlos a la sociedad en general. Como bien sabemos, la comunidad cristiana no es una masa de gentes; no es ni una sociedad totalitaria ni individualista; sino una comunión de miembros como en un cuerpo u organismo, en que cuyas identidades se afirman por su función integradora en dicho cuerpo, con arreglo a fines comunes que, así lo creemos, son el bien de la comunidad y a la vez del miembro en particular[iv]. Al interior de esta sociedad, nadie necesita construirse una imagen ni personalidad para ser reconocido, sino que su identidad es valiosa precisamente por ser imagen de Cristo, y por su unión con él. Si bien en esta comunidad la distancia física no es impedimento para la comunión, pues lo que la une es un vínculo espiritual, no por ello hemos de desestimar la comunicación presencial, la cercanía física. Desde un comienzo, los cristianos han sido llamados a congregarse[v]. Si he entendido suficientemente bien la dinámica de la comunidad cristiana, la comunión debiera ser similar ya sea si se desarrolla en las catacumbas, entre campesinos, o en las grandes metrópolis. Esta comunidad no sólo es del modo expresado, sino que además es nuestra responsabilidad que se mantenga de esta forma.

 

Tengo la convicción, aunque abierta a la discusión, de que es absurdo buscar concientemente hacer amistades: los amigos, como ocurre con muchas otras cosas, son una circunstancia que a uno le ocurre en la vida. Quizá muchas buenas amistades nacen como por casualidad, porque se da el caso que se comparten intereses, puntos de vista, etc. Sin discusión en cuanto a que hay que arrimarse a buen árbol y evitar las malas compañías. Por otro lado, quienes fácilmente suman relaciones, enhorabuena; y quienes son menos sociables, necesitarán esforzarse un poco por encontrar camaradería y apoyo, y lo que es más importante, abrirse a otros. Pero discrepo del todo con esa afición y casi angustia del momento por acrecentar las redes sociales, de demostrar las habilidades de equipo, siendo que en la práctica es sencillamente imposible “tener un millón de amigos”.

 

Otro aspecto que es imprescindible que sea aprehendido, por los cristianos principalmente, pero que la sociedad en general necesita considerar, es la unidad de toda la persona humana, de todas las esferas de una misma vida. Ante esta fragmentación del individuo de que hablamos, nuestra respuesta es que la vida de la persona se realiza más excelentemente si se desenvuelve como una narración, una historia en que todos sus componentes –espirituales y corporales–, todas sus determinaciones y actos, distribuidos en espacio y tiempo, apuntan directa o indirectamente, como en un relato, a un solo propósito o proyecto fundamental, una vocación, que otorgue un significado a la existencia[vi]. Así, nuestra actuación debe mantener su sentido dondequiera se desarrolle, incluyendo un medio como la red. Es impensable que nuestra actitud varíe al manifestarse en este lugar (como en cualquier otro), en que podría llegar al extremo de ser otra persona, si lo que nos proponemos es mantener la unidad o integridad de la vida propia. Para los cristianos, el fin último del relato de nuestras vidas es, como sabemos, la realización de nuestros dones al servicio de la iglesia y la sociedad aquí en la tierra y, finalmente, nuestra unión plena y definitiva con Dios.

 

 

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El cristianismo, en muchos casos, ha adoptado también, lamentamos reconocerlo, características propias de la comunicación masiva y del espectáculo. Seguramente, en otras épocas también se desvió el mensaje y se abusó de las exhibiciones; al parecer, las indulgencias, por ejemplo, eran vendidas previo espectáculo de sensibilización. En la actualidad, el “ministro-celebridad”, “el mensaje-slogan”, el “culto-espectáculo” y  la “congregación-masa” (no deben faltar las congregaciones virtuales en línea), son desafortunadas manifestaciones de una quizá bienintencionada, pero errada inclinación a modernizar el evangelio. Se entiende que éste necesita ser actualizado, es decir, aplicado a las circunstancias modernas, y ser capaz de dialogar en términos actuales. No así hemos de entender una transformación del cristianismo hacia formas acomodadas a la modernidad, relajadas con arreglo a esta cultura, desarraigadas de su tradición y, lo que es peor, querer hacerlo atractivo o “entretenido”; de hecho, se nos ha advertido “No se amolden al mundo actual”. Es de lo más absurdo pensar que el evangelio puede ser calificado en términos de si es aburrido o entretenido. Un servicio o un sermón puede ser más o menos correcto en su ejecución y contenido (y bueno, puede haber ministros y oradores más expresivos que otros), pero deshagámonos de la idea de buscar esparcimiento, espectáculo en la iglesia.

 

Aprovechemos, en definitiva, toda oportunidad y medio de “dar razón de nuestra esperanza”, actualicemos el mensaje. Pero no seamos absorbidos por las formas terrenales y los medios (de comunicación), sino que mantengámonos asidos con toda la fuerza a lo fundamental, a lo mejor de la tradición, a la “sana doctrina”, fijos en los verdaderos objetivos. En fin, distingamos de los medios nuestros principios y nuestros fines.


[i] Disponible en diversas páginas, por ejemplo, http://manuelgross.bligoo.com/content/view/301348/ Declaracion_de_Independencia_del_Ciberespacio.html  

 

[ii]  Quizá sea preferible agrupar por separado los foros, buena parte de los blogs y otros grupos en general, pues estos se crean para el diálogo en torno a temas en común más bien que como vitrinas personales, a pesar del hecho de que la conversación en ellos pueden ir desde discusiones serias hasta charlas sobre lo más ocioso y fútil.

[iii] Sobre la realidad construida por el relato de los medios, he aprendido principalmente de los análisis discursivos de T. van Dijk.

[iv] Ro. 12.3-8; I Co. 12.

[v] Por ejemplo, Sal. 133; Mt. 18.20; I Co. 11.23-26; He. 10.25; además, I Co. 16.20: qué mejor ejemplo de proximidad física que el “ósculo santo” o “beso de amor” (I P. 5.14).

[vi] Sobre el carácter narrativo de la vida, estoy en deuda principalmente con la ética de Alasdair Macintyre. Esta unidad de propósito mencionada es para él la “integridad”, y la considera una virtud esencial; es lo que hace inteligible el actuar humano.

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