Estudios Evangélicos

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La Espiritual Juvenil: Deísmo Moralista Terapéutico

La espiritualidad juvenil es una de las preocupaciones que más concierne a las iglesias en la actualidad. Por donde sea que alcemos la mirada, proliferan ministerios cuyo foco está puesto en el trabajo en torno a este segmento etario. Las iglesias por doquier, realizan grandes esfuerzos por atraer y retener a los jóvenes al interior de su seno, como si éste hecho fuera el signo visible de la vigorosidad de la vida de la iglesia. Espontáneamente, los jóvenes se agrupan en torno a comunidades con misiologias particulares, vinculadas al trabajo con migrantes, la misión urbana, las personas en situación de calle o los jóvenes secularizados.

Tan valioso resulta el papel de los jóvenes en el medio evangélico que solo un puñado de iglesias han renunciado a mantener una sección o ministerio dedicado exclusivamente a su formación y orientación. Las reuniones de jóvenes los días viernes o sábados han conquistado un espacio incontestable al interior de las comunidades. Si bien las comunidades evangélicas se caracterizan de modo general por ser un espacio privilegiado de intercambio intergeneracional, aun así parece haber una suerte de autoselección etaria en ciertas actividades que impide la consolidación de estos vínculos intergeneracionales en espacios que sobrepasen el templo.

Por cierto, asumiendo esta realidad, muchas iglesias han tomado la decisión de reunir a sus jóvenes durante la semana o incluso implementar cultos “contemporáneos” destinados exclusivamente a “adecuarse a sus intereses”. Con el fin de retenerlos y vincularlos de modo efectivo se introducen novedades que, por instantes, crean un ritmo vertiginoso e insostenible de estímulos para el creyente.

Ahora bien, los jóvenes que hoy pululan en nuestras iglesias, pertenecen a una generación con características únicas que necesitan ser tomadas en consideración. En primer lugar, se trata de un grupo que, como ningún otro, se ha integrado masivamente a la educación superior. Producto de la extensión de la cobertura y la terciarización de ciertos sectores de la economía, los jóvenes en general, y particularmente los evangélicos, se han hecho un espacio en universidades, centros de formación y de pensamiento. Hace no más de 5 años, 70% de los jóvenes eran el primer miembro de su familia en entrar a la universidad, cifra que en el caso de los evangélicos fluctuaba entre un 85% a 90%.

El paso de estos nuevos creyentes por la universidad tiene marcados efectos sobre sus actitudes y disposiciones frente a su fe. Algunos datos recabados por las propias casas de estudio dan cuenta de la pérdida de la fe en un grupo importante de los jóvenes al cabo de un año. Esta secularización juvenil, que no es solo un efecto de la educación formal, se traduce en la caída de observancia religiosas, vida de oración, hasta la auto-identificación con la indiferencia religiosa en sus diversas expresiones (ateísmo- agnosticismo- sin religión).

Existe un grupo de evangélicos que, sin embargo, tienen éxito en mantener su fe a la vez que cursan estudios universitarios. Con todo, la experiencia de la universidad no deja intacta esta dimensión de su vida. Muy por el contrario, la reforma creando una renovada visión del ser cristiano, cuyo énfasis es puesto simultáneamente en una formación teológica más profunda, así como en un compromiso cívico-social más sostenido. En la actualidad, muchos de los debates que se llevan adelante en los círculos juveniles cristianos, guardan relación con la pregunta por la relevancia del cristianismo para la sociedad contemporánea, o bien, la necesidad de obedecer al llamado en áreas de la sociedad que han sido abandonadas por sus antecesores.

Los evangélicos universitarios son mucho más educados que sus padres y sus abuelos. Tienen un consumo más alto de cultura que ellos, e incluso que sus pares no-universitarios. Concurren en un mayor porcentaje a votar en las elecciones y tienen un mayor compromiso social con organizaciones de la sociedad civil. Por el simple hecho de asistir a la universidad, se ven expuestos a ideas y modos de vida diversos que, hasta cierto punto, enriquecen su experiencia. Por eso, existen investigaciones que dan cuenta de cómo las redes de amistad de los universitarios evangélicos son más diversas que las de sus padres o sus pares no-universitarios. Incluso hay investigaciones que lo constatan en comparación de un evangélico con un católico, por razones complejas y que superan ampliamente el propósito de este artículo.

En cualquier caso, la universidad transforma a este grupo en una elite de facto al interior de la iglesia. Descontentos con los modos tradicionales del ejercicio de la autoridad, muchos de estos jóvenes profesionales migran a iglesias que se adecuen de mejor manera a su nuevo estatus, socializando con creyentes “similares” en términos de capital social o cultural.

La apertura e involucramiento de los jóvenes con una cultura más fluida y plural, no es visto con el mismo entusiasmo por todas las iglesias. En denominaciones más tradicionalistas o conservadoras, permanece la desconfianza contra la educación, toda vez que en ella se observa un motor de secularización de su gente (la letra mata al espíritu). La gran mayoría, sin embargo, ha evolucionado a una visión excesivamente instrumentalista de las preferencias educacionales, incentivando y promoviendo solo aquellas profesiones liberales que les pueden ser “de utilidad” en la vida interna de la iglesia o en todo aquello que a ella rodea. Así, si la iglesia se enfrenta a problemas legales, es bueno contar con un hermano abogado en su seno. Lo mismo ocurre con la presencia de psicólogos o médicos en su interior.

Junto con la masificación de la educación superior, el otro gran fenómeno que marca y distingue esta generación de jóvenes evangélicos en relación con sus antepasados, es su fluida y continua interacción con los productos de la revolución tecnológica y de las telecomunicaciones.

La aparición de internet, los teléfonos inteligentes, la mensajería instantánea y la computadora portátil, han cambiado los modos y formas de vida de la población de un modo tan profundo que, en la larga cuenta, podría ser puesta en perspectiva como uno de las tres grandes revoluciones sociales de la historia de la humanidad, junto con el neolítico y la Revolución Industrial.

Criados en un contexto de democracia, abundancia y alto desarrollo económico, los millennials evangélicos forman parte integral de este cambio, que afecta su comportamiento, cuentan con aspiraciones cada vez más post-materiales, en las que el bienestar propio, el desarrollo personal, la superación y la comodidad, se transforman en altos valores. Se busca con desespero la inmediatez, que se expresa en dimensiones como el contacto interpersonal la comunicación, pero también el éxito, el amor romántico y la carrera profesional. Todas ellas mediatizadas por estereotipos de felicidad promovidos por la industria en función de las necesidades de mercado.

La revolución tecnológica reduce los costos de la comunicación y la necesidad de la co-presencialidad para realizarla. Las redes sociales y sus derivados tienen la potencialidad de amplificar la comunicación y los diferentes estilos de vida a ella asociados. El joven globalizado, ya sea católico, protestante o musulmán, tiene tendencia a conectar con sus pares de otros lugares del mundo en función de sus intereses comunes. De allí que, en ocasiones, compartan más similitudes e interacciones con sus pares que viven a miles de kilómetros que con los vecinos del barrio.

El acrecentamiento de las posibilidades también transforma el modo de ser iglesia, creando y promoviendo mecanismos para aumentar la participación en las comunidades de fe o bien, para la participación a distancia dentro de las mismas. Ha dejado de ser inusual que en las iglesias se graben o se trasmitan los sermones o el culto en vivo. Los jóvenes comparten vivencias y devocionales en los grupos de whatsapp, que a veces se entremezclan con pedidos de oración o cadenas de solidaridad de otras comunidades. Las barreras territoriales no impiden asociarse con comunidades en otro país o continente. Los intercambios entre iglesias y denominaciones se vuelven así, más amplio y constante.

En definitiva, los jóvenes evangélicos experimentan una revolución tecnológica en la que los contenidos cristianos entran a competir al mercado, para posicionarse como un producto atractivo. La mayor parte del tiempo, estos esfuerzos nacen de los jóvenes y tiene como objetivo a los mismos.

Una de las consecuencias que se podrían esperar de este doble proceso de aumento de los niveles educacionales y la revolución tecnológica, es una mayor articulación en los contenidos de la fe entre jóvenes y adolescentes. Esto quiere decir que se podría esperar de esta generación, que fuese capaz no solo de explicar algunos de los tópicos centrales de su fe y ser capaz de comunicarlos, sino que incluso se podría formar la expectativa de que, ante la masividad de jornadas espirituales, vigilias y retiros, estos jóvenes fuesen capaces de dar razones públicas en sus distintos ambientes cotidianos respecto a su fe y al modo en que la viven de manera efectiva.

Desafortunadamente el panorama parece ser el opuesto. Ésta es al menos la impresión del connotado sociólogo de la religión Christian Smith, quien el año 2011 publicó una influyente obra Searching: The Religious and Spiritual Lives of American Teenagers (Buscando: la vida religiosa y espiritual de los adolescentes estadounidense) en la que entrevistó a más de cien jóvenes y adolescentes de las más diversas tradiciones religiosas que componen el panorama estadounidense.

Una de las principales observaciones de Smith fue que un porcentaje mayoritario de los adolescentes, fuesen católicos, judíos, budistas protestantes o evangélicos conservadores, eran incapaces de explicar o resumir los contenidos de su fe. Una generación que, sin importar la particularidad de su credo, la intensidad de su participación al interior de la comunidad, o su exposición a contenidos religiosos en distintas plataformas, está fuertemente desarticulada religiosamente.

El autor se aventura a ofrecer una sistematización de la espiritualidad juvenil de los Estados Unidos con uno de los conceptos que más han revolucionado recientemente el área de investigación, así como los grupos juveniles mismos. Sugiere que la espiritualidad juvenil puede ser resumida como un “Deísmo Moralista y Terapéutico”. El credo de esta espiritualidad post-cristiana dominante entre los jóvenes, seria susceptible de ser resumido en 5 puntos:

1. Un Dios que creó y ordenó el mundo y ahora mira desde lejos la vida humana en el mundo que creó.
2. Dios desea y quiere que las personas sean buenas, agradables y justas entre sí, tal como lo enseña La Biblia y la mayoría de las religiones mundiales
3. El objetivo central de la vida es ser feliz y sentirse bien con uno mismo.
4. Dios no necesita estar particularmente involucrado en la vida de las personas, excepto cuando es necesario para resolver un problema.
5. La gente buena va al cielo cuando muere.

De acuerdo con la investigación de Smith, esta forma de espiritualidad es más evidente entre católicos y protestantes liberales, pero también puede ser encontrado entre judíos conservadores, budistas, musulmanes o evangélicos.

Es importante notar, tal como lo hace Smith, que ningún adolescente, joven o adulto usaría esta forma de designar su propia espiritualidad, pues ella es producto de una reflexión que se sistematiza a partir del énfasis que los entrevistados ponen y otorgan a sus vivencias. Del mismo modo, es poco probable que una persona cuente con la integralidad de estos cinco puntos, pues en la mayoría de las ocasiones existen matices y énfasis que cargan la balanza sobre algunos de esos aspectos.

A continuación, una sucinta explicación de los elementos que componen esta espiritualidad.

a. Moralismo.

El moralismo es, ante todo, una forma de aproximarse a los problemas cotidianos de la vida. La premisa que lo sostiene como modelo consiste en que, para llevar una vida buena y feliz, hace falta ser una persona justa, buena y moral. Esto se traduce en ser una persona amable, cordial, gentil y responsable. Trabajar constantemente en la superación personal, cuidar la propia salud y trabajar duro para ser exitoso, son solo algunos de los aspectos que esta forma de moralismo enfatiza.

Smith ejemplifica este punto con el testimonio de un joven mormón de Utah que de diecisiete años:

“Creo, bueno, toda mi religión consiste básicamente en tratar de ser bueno, y si no lo eres, entonces deberías tratar de mejorar, es todo”.

Ser moralistas significa entonces, tratar de ser amable, que los demás gusten de ti. Es decir, no ser socialmente disruptivo y no alejarse de la medianía del comportamiento socialmente valorado. Ser una persona moral, o en palabras de los mismo entrevistados “no ser un imbécil”

b. Terapéutico.

La dimensión terapéutica de esta espiritualidad consiste básicamente en su capacidad de proveer de beneficios (terapéuticos) a sus adherentes. En palabras del propio Smith:

“Esta no es una religión de arrepentimiento del pecado o de guardar Shabbat, vivir como un sirviente de la soberanía de Dios, hacer oraciones firmemente, observar las fiestas religiosas, construir carácter a través del sufrimiento o disfrutar de la gracia de Dios. Lo que parece ser dominante entre estos adolescentes es, más bien, sentirse bien, felices, seguros y en paz. Se trata más bien de alcanzar el bienestar subjetivo y ser capaz de resolver problemas”

El carácter terapéutico de la espiritualidad juvenil, que se manifiesta en una legitimación de la religión por sus beneficios personales y sociales, parece ser uno de los rasgos más característicos del panorama religioso contemporáneo y también, uno de los responsables del crecimiento explosivo de algunas tradiciones religiosas alrededor del mundo. O al menos eso es lo que parecer sugerir las investigaciones más influyentes sobre el pentecostalismo en América Latina de la mano de David Martin y Christian Lalive.

En un mercado de la religión cada vez más amplio, se escoge entonces la religión y la comunidad de pertenencia a la misma, no por su carácter veritativo o por la coherencia de su sistema doctrinal. Muy por el contrario, la capacidad de la religión de ayudar con los problemas personales, proveer de amigos, redes de apoyo, contactos y una comunidad de referencia adquieren protagonismo a la hora de la auto-identificación.

Smith incluye algunos de los testimonios más relevantes que lo llevan a pensar de este modo respecto a la espiritualidad juvenil y adolescente en Estados Unidos. El primero corresponde a una adolescente de 15 años, protestante conservadora que sostiene que:

“Dios es alguien que siempre está allí para ti. No sé, Dios es Dios. Él es alguien que siempre te ayuda en lo que sea que estés pasando. Cuando me hice cristiana, oraba y siempre me hacía sentir mejor conmigo mismas”

Por otra parte, una joven de 14 años perteneciente al judaísmo conservador afirma:

“Creo que el judaísmo es para mí acerca de cómo vives tu vida. Parte de las directrices consisten en cómo vivir y como ser feliz con quien tú eres. Porque si estás ayudando a alguien siempre te vas a sentir bien contigo mismo”

Smith cree que es precisamente esta noción terapéutica una de las razones por las cuales los jóvenes y adolescentes están tan poco articulados en torno a su fe. Mientras se esté feliz, por qué molestarse en ser capaz de discutir o dar razones acerca de las propias creencias.

c. Deísmo.

Por último, el Deismo que en su versión original ilustrada consiste en la creencia en un Dios que luego de crear un mundo perfecto y armonioso, se retira del mismo para que éste quede gobernado en un perfecto equilibrio por las leyes de la naturaleza. Es la idea que tienen los padres fundadores de Estados Unidos sobre Dios, pero también filósofos de la ilustración francesa como Voltaire y Diderot.

Habiendo creado entonces los cielos y la tierra, Dios no se ocupa ni está particularmente involucrado en los asuntos humanos. Aun así, se le toma como punto de referencia en disputas morales o conductas con otros. El Dios deísta mantiene una distancia segura y es por eso que es descrito por muchos adolescentes “mirando todo desde arriba” de manera incólume, casi despreocupado por lo que sucede entre sus criaturas.

Ahora bien, este Deísmo a diferencia del iluminista cuyo apogeo tiene lugar en el siglo XVIII es menos estricto, pues está moderado por la dimensión terapéutica. Esto quiere decir que Dios se involucra en la vida de sus hijos, pero solo cuando se le llama o se le pide. Cuando se presenta un problema o dificultad, se invoca selectivamente la presencia de Dios, reconociendo su carácter omnipotente y soberano, capaz de acabar con cualquier mal o resolver cualquier encrucijada.

Dios no es trinitario. No habla a través de la revelación del Corán o la Tora. Nunca resucitó de entre los muertos y no transforma a la gente a través de la mediación de su Espíritu. Este Dios no es demandante y de hecho no puede serlo, dado que esta allí casi de manera exclusiva para resolver nuestros problemas y hacernos sentir bien. En definitiva, señala Smith, el Dios del Deísmo Terapéutico Moralista (DTM) es una mezcla entre un mayordomo divino y un terapeuta celestial. Esta siempre a nuestro servicio, se encarga de cualquier problema que pueda surgir, ayuda de manera profesional a que la gente se sienta mejor, pero no se involucra personalmente en el proceso.

Probablemente lo más complejo respecto a la visión de Dios del DTM, es que dada su caracterización como un genio de la lámpara, si no cumple deseos o no responde las oraciones o peticiones, sus adherentes están facultados legítimamente para enojarse o hasta rebelarse en contra de él.

Smith es muy claro y enfático al señalar que no todos los jóvenes religiosos de su país son parte de la espiritualidad DTM. Muchos jóvenes y adolescentes que pasaron por su investigación demostraron un compromiso serio, constante y articulado con su fe. Tampoco sugiere que esta espiritualidad esté restringida exclusivamente a estos grupos etarios y, de hecho, pone énfasis en que si bien en ellos es mayoritario, por su reducida edad, existe responsabilidad de los padres y miembros de sus comunidades que los han criado y socializado en esta forma de entender la fe.

El DTM tampoco es particular a nuestra tradición religiosa. Se puede pensar en católicos, evangélicos, protestantes, mormones, musulmanes y testigos de Jehová que, a pesar de sus marcadas diferencias, comparten este rasgo común. En efecto, según Smith, estos creyentes disfrutan la particularidad de su tradición religiosa en su llamado personal al mismo tiempo que enfatizan los beneficios de esta homogénea, compartida y armoniosa fe interreligiosa. Esto ayudaría a explicar el dramático descenso del conflicto religioso entre los adolescentes. Si todos comparten el DTM como base común y primordial ¿sobre qué se puede polemizar?

d. Algunas claves

Si bien mi acercamiento a la vida pastoral y eclesiástica es más bien sociológico, en tanto creyente me gustaría dejar enunciadas algunas claves para detectar y combatir la prevalencia de esta forma de espiritualidad al interior de nuestras iglesias. De acuerdo con algunos datos que pude recabar y que, por dificultades del soporte virtual, no pude incluir en el artículo, en nuestras comunidades hay presencia de ciertos elementos que a todas luces pueden ser considerados parte del DTM. Para evitarlo es necesario:

• Recuperar la noción de la primera iglesia

Uno de los males contemporáneos es desdibujar el papel de la familia en los procesos sociales. Un mecanismo saludable que como cristianos podemos implementar, es el dar cuenta a la sociedad sobre la importancia de ésta, recuperando su relevancia al interior de nuestras comunidades de fe.

Es preciso recordar que, en un sentido cronológico, pero no ontológico, antes que la iglesia local o la iglesia conciliar, está la primera iglesia: la familiar. Es ella la encargada preferente de la educación religiosa de los hijos, no el colegio ni la escuela dominical. Ambas instancias son espacios de consolidación e intercambio de procesos que deben tener origen es niveles muchos más íntimos.

Una de las particularidades de la tradición protestante que es necesario recuperar es el culto familiar. La oración y la lectura en conjunto de la palabra, enriquece a una familia, renueva la fe de los padres y tiene un efecto conciliador sobre los hijos. Aman la fe de sus padres no por imposición sino por el gusto que en ellos ven. La poca claridad o complejidad de ciertas ideas teológicas pueden ser explicadas con el dulzor y cercanía de los vínculos filiales.

• Recuperar la educación confesional

Con el fin de proveer de herramientas apropiadas para enfrentarse a la cotidianidad, muchas comunidades son presas de la superficialidad teológica. En este punto, un buen inicio puede ser la recuperación de documentos confesionales propios de cada tradición. Estos son recursos que, por sus sistematicidad y orden, pueden ser utilizados desde muy temprana edad, aunque con mediación y adaptaciones al lenguaje actual.
No es necesario pretender hacer grandes descubrimientos o buscar crear un material innovador. Los catecismos y confesiones fueron creados con el propósito de enseñar a niños y jóvenes e introducirlos al seno de una fe sustantiva. Negar su importancia y utilidad es pasar por alto la experiencia y vivencia de cientos de hermanos que nos precedieron en la fe.

• Recuperar la eclesiología del niño:

Más allá de las particularidades de cada tradición teológica respecto al punto en que un niño se vuelve miembro en plena comunión de una iglesia o puede empezar a participar en la Cena del Señor, parece no ser prudente retrasar la incorporación de los niños a algunos de los espacios de la vida de la iglesia.

Se repite entre muchos niños la idea de que la iglesia es algo que se hace “cuando uno es grande”. Para muchos de ellos, sin embargo, ese tiempo nunca llega, ya sea porque abandonan la iglesia antes, o porque su percepción subjetiva de la adultez se posterga.

En una iglesia que a veces sufre de un asfixiante adulto-centrismo, reactivar el papel de los niños en ámbitos claves puedes ser fundamental para consolidar su desarrollo espiritual y el de la iglesia misma. No hemos de olvidar que ellos son hijos del pacto y herederos de la promesa.