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La iglesia evangélica en Alemania oriental y la caída del muro de Berlín

En la historia a veces hay momentos de aceleración. Uno de estos fue el período que va desde el año 1989 hasta 1991.

En la historia a veces hay momentos de aceleración. Uno de estos fue el período que va desde el año 1989 hasta 1991. En estos dos años se produjeron profundos cambios que transformaron tanto  los escenarios nacionales como  los internacionales de entonces: a fines de 1989 cayó el Muro de Berlín, en 1990 se reunificó Alemania y en 1991 cayó la Unión Soviética. La magnitud de estas transformaciones fue tan global que se habla de un cambio de época, del fin de la Guerra Fría.

 

Poco tiempo atrás, en noviembre de 2009, se celebraron en Alemania los 20 años de la caída del Muro de Berlín. La importancia de este acontecimiento quedó de manifiesto  en la cantidad de jefes de estado que asistieron a la ceremonia de conmemoración presidida por la Canciller alemana Angela Merkel en la Puerta de Brandenburgo, hecho que ciertamente contribuyó al realce de este acto tan festivo como solemne. La acompañaron los jefes de estado Nicolás Sarkozy por Francia, Gordon Brown por Gran Bretaña y Alexander Medvedev por Rusia. Hillary Clinton representó a los Estados Unidos y no menos importante, por su contenido simbólico, fue la presencia del ex-jefe de estado soviético Michail Gorbachov.

 

El sistema político implantado por el partido socialista del este (SED) en Alemania Oriental a partir de 1949 eliminó la libertad política y civil, el pluralismo político y el estado de derecho, asimismo estableció un régimen policíaco de seguridad encargado de invadir todas las esferas, también los rincones más íntimos de la sociedad. Después de la caída del Muro de Berlín en 1989 y del bloque comunista del este entre 1990 y 1991 no quedaron muchos sistemas similares en hemisferio occidental. Quizás hoy sólo Cuba y de manera creciente la Venezuela de Hugo Chávez representen, más o menos marcadamente, un sistema político, no sólo de carácter autoritario, sino de rasgos totalitarios, tal como lo fue entonces la República Democrática Alemana hasta la caída del Muro de Berlín.

 

Cuando se plantea la pregunta acerca de las causas de la caída del Muro de Berlín ciertamente hay que hacer referencia al proceso de descomposición en que se encontraba la superpotencia del bloque oriental, la  Unión  Soviética,  durante la segunda mitad los años ochenta. Sin la venia de la  Unión  Soviética no hubiese sido posible ni la caída del Muro de Berlín ni la reunificación  alemana  en 1990. Las protestas del otoño de 1989 en Alemania Oriental simplemente hubiesen podido haber sido reprimidas con fuerzas militares en las calles. Durante los meses de septiembre, octubre y noviembre de 1989 decenas y cientos de miles de personas salieron a las calles de las principales ciudades de Alemania del Este a protestar contra el régimen socialista.  La represión militar ya había ocurrido el 17 de junio de 1953: ese día miles trabajadores y ciudadanos salieron a protestar a las calles de Berlín Oriental contra el régimen comunista establecido así como contra las condiciones laborales que le habían sido impuestas recientemente a los trabajadores. Éstos debían trabajar un 10% más de las horas que ya estaban trabajando sin pago por esas horas adicionales. La protesta fue reprimida de la manera más brutal: ese día salieron a la calle tanques soviéticos y fuerzas militares para reprimir la manifestación contraria al régimen. El resultado fue entre 60 y 80 muertos. De éstos, 18 personas fueron fusiladas por las fuerzas armadas soviéticas estacionadas en Alemania Oriental. Por el lado de las fuerzas de seguridad habrían muerto entre 10 y 15 personas. Se estima que entre 10.000 y 15.000 personas fueron detenidas o encarceladas durante y después  de las protestas del 17 de junio[1]. Si bien la decisión de reprimir fue tomada por el régimen alemán oriental, los jerarcas del partido único contaban con el respaldo de la Unión Soviética[2].

 

Diferente era la situación a fines de la década de 1980. Como la superpotencia se encontraba en una profunda crisis que la tenía al borde del precipicio y como Gorbachov había emprendido el camino de las reformas políticas (Glasnost) y económicas (Perestroika), la represión militar ya no era admisible como método para solucionar los graves problemas estructurales de la Unión Soviética  y de Europa del Este para el joven jefe de Estado soviético. De este modo, tanto el distanciamiento respecto de los procesos que estaban ocurriendo en los estados del Este europeo como la reticencia de Gorbachov frente al empleo de los medios puramente represivos, amén del camino reformista emprendido, constituyeron, sin duda, el marco internacional sin el cual no se explica la caída del Muro de Berlín en noviembre de 1989. Con todo, Gorbachov de alguna manera fue movido por las circunstancias a actuar de la manera en que lo hizo. La  gravísima  crisis económica en que se encontraba la Unión Soviética a fines de los años ochenta lo forzó, sin duda, en esa dirección. La República Democrática Alemana, en cambio, no se encontraba durante esos años directamente frente al precipicio como la Unión Soviética. Ciertamente dependía en esa época de los créditos de Europa Occidental, especialmente del aborrecido “enemigo” Alemania  Occidental, pero no se encontraba al borde del colapso inmediato[3].

 

De la coyuntura internacional y nacional recién descrita se deduce que la caída del Muro de Berlín no era algo absolutamente inevitable el año en que ocurrió. Podría haber ocurrido dos, cinco o  siete años después. Esto nos lleva a otro plano, al plano alemán oriental interno y a la pregunta  acerca de los factores internos que precipitaron la caída del Muro. Instalados aquí las siguientes preguntas se vuelven ineludibles: ¿Cuál fue el rol de los cristianos y de las Iglesias en este proceso histórico?, ¿fueron los evangélicos los artífices de la revolución pacífica que puso término a la dictadura comunista de Alemania Oriental en 1989?, ¿catalizaron los cristianos y la Iglesia Evangélica a través de la protesta pacífica un proceso histórico de dimensiones mundiales entre 1989 y 1991?

 

El rol de los cristianos y de la Iglesia Evangélica – nos referimos de aquí en adelante a la Iglesia Evangélica Luterana- durante los sucesos del otoño de 1989 no puede ser suficientemente subrayado. La singularidad  de esta revolución es que fue pacífica y que no se derramó una sola gota de sangre. Desde una perspectiva alemana esto no tiene nada de natural, pues por primera vez en la historia de los siglos XIX y XX se lograba la unificación nacional sin que mediaran ni conflictos bélicos con países vecinos ni hechos de sangre en el plano interno. En este desenlace no violento medió, sin duda, el principio evangélico del Sermón del Monte que desterró la ley del Talión como principio rector.

 

Un análisis más acucioso del rol de los cristianos y principalmente de la Iglesia Evangélica Luterana durante el régimen socialista de Alemania Oriental así como durante el proceso de la caída del Muro arroja, sin embargo, algunas sombras que matizan el panorama general. Sobre todo en lo que respecta a la Iglesia Evangélica y a su relación con el Partido Único de  Alemania Oriental, SED (Partido Socialista Alemán de la Unidad), el cuadro tiene un cierto grado de.complejidad. Por eso conviene empezar con un panorama del estado de la Iglesia Evangélica y de su relación con el Estado durante los años 70, para luego describir el desarrollo de la Iglesia durante los años 80 y la proliferación de movimientos de oposición bajo el alero de la Iglesia. Finalmente se tratará el proceso mismo de la caída del Muro y su desarrollo durante los años 1988 y 1989. La línea de análisis está enfocada principalmente al desarrollo de la institución Iglesia Evangélica Luterana durante el régimen de la República Democrática Alemana y no primordialmente al “pueblo evangélico”, pues aún faltan estudios que profundicen específicamente aquella perspectiva. Esto no impide una visión acerca de las condiciones generales a las que fueron sometidos los cristianos de convicción durante el régimen SED.

 

En términos generales se puede decir que la Iglesia Evangélica en Alemania Oriental no fue una  “iglesia  de resistencia”. Tampoco  hubo una división de la Iglesia Evangélica en una “iglesia oficial”, de conformidad con el régimen, y en una “iglesia confesante”, de oposición al régimen, tal como ocurrió durante el nacionalsocialismo. Una de las razones que explica porqué no hubo una “iglesia de resistencia” es que la Iglesia Evangélica Luterana nunca fue prohibida durante el régimen comunista de Alemania del Este. Es más, la Iglesia fue el único reducto de la sociedad en que el partido único permitió una cierta autonomía, es decir, fue el único ámbito no-alineado a la dictadura SED. Los ideólogos socialistas ciertamente esperaban que la Iglesia, en tanto “reliquia burguesa” en un medio hostil, se disolviera sola en el camino hacia el socialismo pleno[4], porque en la sociedad perfecta del futuro la religión estaría demás. Este pronóstico, sin embargo, no se hizo realidad: la Iglesia no desapareció. Durante  los primeros 20 años  la Iglesia, esto es desde 1949 hasta 1969, mantuvo una línea de bastante independencia respecto del Estado, manteniéndose como miembro de la Iglesia Evangélica Alemana Occidental (EKD). Recién en 1969 se fundó el Organismo que sólo reunía a las Iglesias de Alemania Oriental BEK. Hacia mediados de los años 70 se había perdido en las instancias más altas de la jerarquía eclesiástica toda huella de posición crítica hacia el régimen de facto. En 1978 la Iglesia se definió, después de algunas conversaciones con el Estado, como “Iglesia en el Socialismo”, sentencia que revela una nueva disposición de naturaleza acomodaticia. Mientras los responsables de esta definición argumentaban que con ello sólo se hacía referencia al lugar en el cual la Iglesia realizaba su trabajo, los jerarcas del partido ciertamente lo anunciaban como una declaración de apoyo al régimen establecido. En los hechos el Estado le otorgó en el papel cierta autonomía a la Iglesia a cambio de que ésta mantuviera  una posición de  relativa sumisión o al menos no se manifestara crítica respecto del régimen totalitario. Al mismo tiempo, el Estado llevó a cabo una política de infiltración de agentes de servicios de seguridad, los agentes informales (IM), dentro de los diferentes estamentos de  la Iglesia, cuyo caso más paradigmático fue el del alto funcionario de la Iglesia, Manfred Stolpe. A través de esta práctica de infiltración de agentes propia de los estados totalitarios se pretendía cooptar desde dentro a la Iglesia, haciéndola  tan funcional como servil a los intereses del Estado. Esta estrategia servía al mismo tiempo para sofocar de raíz cualquier manifestación opositora en la Iglesia, pues cualquier esbozo crítico sería cortado desde dentro y de forma inmediata.

 

Las condiciones que les fueron impuestas a los creyentes evangélicos fueron, en cambio, arduas.   El objetivo declarado de la cúpula partidista era avanzar hacia el socialismo pleno, lo que exigía la descristianización total de la sociedad. La estrategia que utilizó el régimen comunista en su relación hacia los cristianos y la Iglesia Evangélica fue, en consecuencia, doble: por una parte, el discurso oficial proclamaba la tolerancia del Estado hacia la Iglesia Evangélica, pero al mismo tiempo el Estado implementaba una política de amedrentamiento hacia los creyentes evangélicos  tanto a través de la reducción de sus espacios de manifestación en la sociedad como a través de la discriminación y de la marginalización de sus miembros. Algunas de las medidas implementadas por el régimen socialista hablan por sí solas. En 1955 se introdujo por primera vez el “Rito de Iniciación” (Juegendweihe) de ingreso a los cuadros juveniles del  partido único SED. Esta ceremonia de iniciación se introdujo como  una alternativa socialista a la Confirmación propia de las Iglesias Evangélicas. El objetivo era claro: desarraigar a los jóvenes de las tradiciones cristianas, sumarlos a la religión política socialista y erradicar paulatinamente los vestigios cristianos de la sociedad. El Estado ejerció además una fuerte presión para que los jóvenes, especialmente los jóvenes cristianos, ingresaran a los cuadros juveniles del partido, la FDJ (Juventud Alemana Libre). En enero de 1962 el régimen socialista de Alemania Oriental, no obstante la autodefinición de “antifascista” y “antimilitarista”,  estableció el servicio militar obligatorio. Recién dos años más tarde se  introdujo un servicio alternativo sin armas, para los así llamados “soldados de la construcción”. Esta alternativa consistía en que los soldados debían trabajar en diferentes proyectos de construcción para el Estado. La alternativa ofrecida por el Estado implicaba, sin embargo, que “los soldados de la construcción” eran excluidos del ingreso a la universidad, de manera que aquellos que optaban por “la construcción” debían asumir el costo del castigo discriminatorio impuesto por  el Estado: la marginación  de la universidad.

 

El año 1968 la Iglesia Evangélica Luterana asistió a otra demostración de la obstinación anticristiana del estado comunista: el 30 de mayo de ese año fue demolida, en razón de un decreto emitido por el partido único SED, la Iglesia Universitaria “Paulinenkirche” en Leipzig. La protesta contra la demolición ordenada por el partido fue la primera gran manifestación contra la arbitrariedad estatal desde los hechos del 17 de junio de 1953. Muchos estudiantes fueron detenidos durante meses por participar en las protestas y el amedrentamiento estatal se manifestó con una virulencia inusual, pues los procesos judiciales contra aquellos que participaron de las protestas contra la demolición de la “Paulinenkirche” se prolongaron hasta el año 1972[5]. Simultáneamente el Estado ejerció presión sobre los pastores de las iglesias luteranas, pues las gobernaciones provinciales convocaron a los pastores a sus dependencias y les exigieron que coartaran todo tipo de protesta en sus propias iglesias[6]. Ponían así una vez más en práctica la táctica de intentar sofocar desde dentro de la misma Iglesia toda manifestación contraria al régimen imperante.

 

Una década más tarde, en 1978, la esposa del dictador Erich Honecker y ministra de “Educación Popular” Margot Honecker, que  actualmente vive plácidamente en un barrio de Santiago de Chile, introdujo las “clases de educación militar socialista” como asignatura obligatoria en los colegios a partir de la Enseñanza Secundaria. En teoría, el Estado seguía siendo “antimilitarista”, de manera que esta enorme contradicción ponía en evidencia el discurso falso del régimen comunista. Seamos un poco más  específicos: las  clases no eran puramente teóricas, las clases  también consistían en adiestrar a los alumnos en el uso de las armas. Un adiestramiento paramilitar semejante sólo sería imaginable hoy en un estado similar al de Hugo Chávez en Venezuela. Además, esta iniciativa no sólo servía para el manejo de determinado armamento por partes importantes de la población, sino que claramente tenía el objetivo de servir como instrumento de  disciplinamiento de la sociedad[7]. La protesta de la Iglesia Luterana y de los padres contra esta iniciativa ciertamente fue desoída.

 

El pastor de la Iglesia San Nicolás (Nikolaikirche) en Leipzig, Christian Führer, resume de la siguiente manera la situación de los cristianos en el estado socialista de la República Democrática Alemana: “Muchos  cristianos sufrieron una situación degradante en la RDA, con perjuicios en el colegio y en el trabajo, con presión  psíquica e  incluso arrestos por su participación en actividades de la Iglesia. Los reclutas del Ejército Nacional del Pueblo (NVA) fueron presionados para retirarse de la Iglesia. El Estado exigía como condición para determinadas profesiones y trabajos la membresía  en el partido único SED o al menos la insinuaba como vinculante. La membresía en el partido  estatal SED implicaba  a su  vez  la  salida  obligatoria de  la Iglesia“[8].

 

No  todos  aceptaron, sin embargo, el yugo que les imponía el estado ateo de  Alemania Oriental. También hubo resistencia contra el régimen comunista. La resistencia se forjó a fines de los años  setenta y durante los ochenta. En efecto, durante la segunda mitad de la década de 1970 hubo algunas voces en el seno de la Iglesia que manifestaron una crítica cauta a la dirección política del Estado. Hubo un hecho, sin embargo, en esos años que impresionó mucho por su dramatismo, pero que era el reflejo de la situación -la desesperación- a la que eran sometidos los cristianos no conformes en Alemania Oriental. El 18 de agosto de 1976 el pastor Oskar Brünewitz se quemó a lo bonzo en la plaza de la ciudad de Zeitz. Se dirigió en su coche a la plaza principal de la ciudad, lo estacionó, desplegó un cartel que decía “La  Iglesia acusa al comunismo”, se roció con bencina, se encendió y avanzó unos pasos convertido ya en una llama de fuego hasta caer. Unos días después murió a raíz de las graves quemaduras que había sufrido[9]. El teólogo y pastor Christian Führer califica este acto como una “protesta contra la dictadura de ideología atea”[10]. No es éste el momento para debatir sobre la legitimidad del cristiano para quitarse la vida por la persecusión que padece. El suicidio ciertamente es criticable. Sobre lo que sí no caben dudas es que fue un acto de desesperación. Este acto de desesperación y a la vez de protesta -no era esperable algo distinto- no fue interpretado por todos como tal. El órgano de prensa oficial de Alemania Oriental “Nueva Alemania”, empecinado en ridiculizar a Brünewitz, calificó este trágico suceso como aquel protagonizado por un “psicópata”. El mote “psicópata” no fue una ocurrencia de algún  funcionario  medio del periódico oficial, sino que fue ordenada directamente por el mismo Jefe de Estado Erich Honecker,[11] lo que pone en evidencia una cuota del cinismo tan propio de los regímenes totalitarios. Esto no debiera sorprender demasiado, pero lo que sí sorprende fue la reacción de las altas esferas de la Iglesia. Ésta tomó distancia de toda interpretación que pudiese sugerir que el acto de Brünewitz fue un acto de protesta contra la dictadura socialista, incluso rechazó   explícitamente esta  versión. En un esfuerzo por despejar cualquier duda respecto de alineación de la Iglesia con el Estado, ésta emitió una declaración que decía que “rechaza” todo intento de utilizar estos sucesos con fines propagandísticos contra la RDA[12]. Este contundente espaldarazo de la Iglesia al régimen es ciertamente desconcertante. Por otro lado, el estado socialista temía que se produjera una escalada de la protesta contra el régimen y por ello  utilizó todos los medios disponibles para evitar que esto sucediera, incluyendo la presión en las altas esferas de Iglesia o el despliegue tan masivo como desproporcionado de agentes de seguridad encubiertos para evitar manifestaciones críticas durante los funerales del malogrado pastor. La colaboración así como la conformidad para con el Estado no hacía, sin embargo, sino poner en evidencia el servilismo de la Iglesia -al menos el de la alta jerarquía eclesiástica- durante la década de 1970.

 

¿Existía a comienzos de los años ochenta alguna perspectiva en orden a una flexibilización de los términos que pudiese llevar a la caída del régimen socialista en apariencia tan firmemente establecido? Ciertamente no se avistaba ningún horizonte semejante. ¿Cómo se desarrolló la oposición dentro de la Iglesia?, ¿fue una oposición cristiana? Todo comenzó durante los primeros años de la década de 1980, y se desarrolló a consecuencia de la evolución del conflicto bipolar en esa época. En la política mundial a fines de los setenta y comienzos de los ochenta hubo una fuerte escalada armamentista tanto en la OTAN como en el Pacto de Varsovia, que básicamente consistió en la instalación de nuevos misiles de mediano alcance en los países aledaños a la Cortina de Hierro. Este nuevo status armamentístico afectaba directamente a los dos estados alemanes y, por ello, tanto a un lado como al otro del Muro surgieron fuertes movimientos pacifistas y ecologistas contrarios a la carrera armamentista, sobre todo al armamentismo de carácter nuclear. Como el estado socialista de la Alemania Oriental, en su verborréa vociferante, se había autoproclamado entre otros “antimilitarista” toleró las iniciativas surgidas en el seno de la Iglesia a favor de la paz. Esta decisión de la cúpula partidista era motivada, sin duda, por cálculos de naturaleza propagandística. Y por cierto: estas actividades fueron observadas con escepticismo  por parte del partido único y los servicios de seguridad. Con todo, allí se encuentra, mirado desde un punto de vista meramente político o social, el germen para el movimiento opositor que se desarrollaría en los años 1988 y 1989.

 

La expresión más visible del movimiento pacifista en Alemania Oriental consistió originalmente en la realización anual de la “década por la paz” (Friedensdekade), esto es, un ejercicio de diez días de reflexión y oración por la paz en el templo de alguna Iglesia Luterana. Adicionalmente, la Iglesia San Nicolás en Leipzig, de importancia capital durante los sucesos de 1989, implementó desde el 20 de septiembre de 1982 una “Oración por la Paz” que se realizaba semanalmente y que consistía en oración, lectura bíblica y un breve devocional[13]. Durante el transcurso de la década de 1980 cada vez más iglesias se sumaron a las oraciones semanales por la paz.

 

La realidad de este  movimiento fue, sin embargo, bastante complejo. Como el Estado temía que la “década por la paz” derivase en un movimiento político que pudiese amenazar sus intereses y, por ende, su monopolio del poder, presionó a los “grupos por la paz”, a través de las iglesias en que se congregaban, para que se ocuparan más de la exégesis bíblica o de temas propiamente teológicos y no tanto de los asuntos político-sociales contingentes. De esto resultaba la paradoja de que el mismo Estado ateo -de acuerdo al principio del materialismo histórico marxista que inspiraba a la República Democrática Alemana- le ordenaba a las iglesias y a los cristianos que se ocuparan del Evangelio y no de los asuntos mundanos. Tal ordenanza estatal no era si no otra manifestación del cinismo manipulador de los jerarcas socialistas, quienes no vacilaron en decretar -muy probablemente a contrapelo- la administración de dosis de Evangelio al pueblo evangélico luterano en la esperanza de que éste operara como un estupefaciente somnífero. Sin embargo, dado que el Evangelio no es el opio del pueblo que supone el marxismo, la manipulación engañosa a la que le quería someter el estado ateo estaba  condenada  al fracaso.

 

A mediados de la década 1980 el movimiento de oposición contra el régimen socialista comenzó a  salirse del marco de la Iglesia y al mismo tiempo el “movimiento por la paz” comenzó, sobre todo  después del  accidente nuclear de Chernobyl en 1986, a abarcar otros tópicos, como el problema ecológico y la situación de los derechos humanos en Alemania Oriental[14]. Muchas de las personas que participaron en los grupos de oposición que surgieron bajo el alero de la Iglesia no tenían convicción cristiana, ni plantearon una crítica fundamental contra el sistema imperante, es decir, dentro de su ideario no estaba la exigencia del fin del régimen comunista en Alemania Oriental. Sólo plantearon la necesidad de mejoras en relación a las libertades civiles y los derechos humanos. El abanico de grupos de oposición de alguna manera vinculados a la Iglesia Luterana  fue amplio. En 1987, por  ejemplo, se fundó la “Iglesia de Abajo”, instancia en la cual participaron grupos que propiciaban la teología de la liberación o grupos de  orientación anarquista. Otra organización vinculada débilmente a la Iglesia, constituida básicamente por laicos, el así llamado “Trabajo Abierto” contaba entre sus miembros de la Iglesia Galilea en Berlín a punks, grupos de extrema derecha así como grupos de extrema izquierda, los así llamados “antifascistas”[15]. Con todo, no todos los grupos y grupúsculos surgidos en el entorno de la Iglesia Luterana tuvieron un  perfil político o teológico tan radical: la mayoría, como el Nuevo Foro, exigían paz, justicia, compromiso con los problemas medioambientales -que, dicho sea de paso, eran gravísimos en la RDA-, la solución no violenta de los conflictos y al mismo tiempo planteaban una crítica a la discriminación y a la militarización de la sociedad.  Algunas de estas organizaciones planteaban que la transformación de la sociedad debía ser “antifascista”, lo que puede ser interpretado como una crítica velada contra el carácter totalitario del sistema socialista, pero el mismo uso de esa etiqueta revela una identificación con un ideario marcadamente de izquierda, pues nunca se pidió ni el fin de la economía centralmente planificada, ni la unidad alemana,[16] de manera que el mensaje “antifascista” más bien reforzó el discurso propagandístico oficial del estado socialista. Sea como fuere, lo que queda fuera de toda duda es que muchos de estos movimientos de oposición vinculados de alguna manera a la Iglesia Luterana promovieron más un programa político contingente orientado hacia la renovación del socialismo que un programa inspirado en principios cristianos. La explicación de esta proliferación de organizaciones bajo el alero de la Iglesia Luterana radica en que, por las características totalitarias del estado socialista de Alemania Oriental, la institución Iglesia se convirtió para muchos ciudadanos en un sustituto de sociedad, puesto que la Iglesia fue el único reducto en la sociedad alemana oriental en la que sobrevivían espacios de relativa autonomía, es decir, espacios no totalmente invadidos por la ideología oficial o por los agentes estatales.

 

Sin embargo, hubo casos donde la oposición tuvo una clara inspiración cristiana. Un notable ejemplo fue el pastor de la Iglesia San Nicolás en Leipzig, Christian Führer. Él dice que durante las “oraciones por la paz” que se celebraban semanalmente en esa Iglesia rechazaba los discursos meramente políticos sin oración y sin lectura bíblica. Führer quería evitar la reducción de la Iglesia a la política, es decir, quería evitar un vaciamiento espiritual de las “oraciones por  la paz”. Por eso, siempre les recordó a los dirigentes de los distintos grupos que se congregaban en esa Iglesia la prescindencia del uso de la violencia en sus manifestaciones,[17] pues aquella prescindencia, dice Führer, es la que viene de Jesús[18]. Aquel fue el sello característico y a la vez distintivo de la caída del Muro de Berlín: fue una revolución pacífica, sin baño de sangre. Pocas veces en la historia ha ocurrido algo semejante. Y precisamente la ciudad de Leipzig fue el lugar donde cuajó el movimiento de oposición que llevó a la caída del Muro de Berlín. Esto no debiera extrañar. El rol de la Iglesia San Nicolás no fue  irrelevante en el desenlace de este proceso. Es más, se podría afirmar que fue su epicentro. En esta ciudad, a diferencia de otros lugares en Alemania Oriental, el movimiento de oposición tuvo un claro perfil cristiano.

 

El ambiente en octubre de 1989 ciertamente era tenso. Las elecciones municipales de mayo de ese año habían sido una nueva farsa electoral puesta en escena por el partido único SED. La falsificación de los resultados era evidente y eso provocó irritación en la población, especialmente en los grupos opositores. El resultado oficial dado a conocer por el régimen socialista anunciaba una votación de 98,85% para el partido único SED. Esta votación quizás ya era sintomática, pues este resultado se encontraba bajo la marca habitual del 99%[19]. Por otra parte, la proliferación de  grupos de opositores era incontenible y ahora sí protestaban abiertamente contra  el régimen. No  sólo existían los grupos de izquierda-ecológica que se limitaban a la exigencia de una reforma del partido único y del estado socialista o que anunciaban la necesidad del sofisma “antifascista”, sino que también se habían establecido aquellos que exigían democracia, elecciones libres, respeto de los derechos fundamentales de las personas, participación, así como libertad de asociación, reunión y conciencia. En septiembre de 1989, después de una “oración por la paz” en la Iglesia San Nicolás, algunos opositores expusieron ante los medios de comunicación occidentales un lienzo que decía: “Por un país abierto con medios de comunicación libres”[20]. Por último, el nerviosismo así como la presión del Estado hacia los grupos opositores y las Iglesias se hizo cada vez más notorio. En agosto de 1989 los pastores de las iglesias de Leipzig fueron citados por la fiscalía local y acusados de permitir la orquestación de desórdenes así como de  hacer peligrar “la paz y el socialismo”[21]. Pocos días después, el 7 de octubre de 1989, el día en que se celebraban los 40 años de Estado Socialista, una reunión en la Iglesia San Nicolás fue brutalmente reprimida por los agentes de seguridad con golpes, palos y perros; más de 200 personas fueron detenidas. Por eso, las perspectivas para la “oración por la paz” el día lunes 9 de octubre de 1989 eran oscuras.

Ese día ocurrió, sin embargo, el milagro. No obstante las extremas medidas de seguridad  adoptadas y el amedrentamiento estatal dos mil personas se reunieron en la Iglesia de San Nicolás. En un último intento desesperado por evitar cualquier manifestación contra el sistema  socialista los servicios de seguridad infiltraron, en una burda operación destinada  a hacer fracasar  la oración, a cerca de 1000 agentes en la Iglesia de manera de cortar de raíz y dentro de la Iglesia cualquier manifestación contraria al régimen. En la Iglesia no ocurrió nada, pero  a la salida  se encontraban decenas de miles de manifestantes. Estos marcharon pacíficamente por el centro de la ciudad sólo acompañados por  velas y  oraciones,  gritando: “Nosotros somos el pueblo”[22]. Los agentes, ante tal manifestación multitudinaria y ante la evidencia de la abstención del uso de violencia, sólo se limitaron a observar. No hubo ni siquiera un conato de incidente. La protesta de 7 de octubre de 1989 había desencajado completamente a la jerarquía política. Un agente de seguridad diría posteriormente: “Estábamos preparados para todo. Sólo no lo estábamos para velas y  oraciones”[23].

 

El 7 de octubre de 1989 fue el comienzo del fin. El 15  de octubre la protesta en Leipzig contó con 150.000 participantes y tres días más tardes el autócrata Erich Honecker renunció. Finalmente, el 9 de noviembre de 1989 se abrían en Berlín, después  de casi 30 años, los pasos de tránsito que el régimen comunista había  cerrado  con la  construcción del  Muro  de Berlín  en 1961. Y casi un año después, el 3 de octubre de 1990 dejaba de existir el régimen de la República Democrática Alemana, mientras que  Alemania se reunificaba.

 

A modo de conclusión, dos reflexiones en torno al rol de los cristianos – en este caso los  cristianos luteranos- en la caída del Muro de Berlín. La primera tiene que ver con el rol de la Iglesia Luterana como institución. Ésta contribuyó decisivamente al proceso que llevó a la caída del Muro, al permitir que bajo su alero se agruparan y desarrollaran los grupos de oposición. En este sentido, la Iglesia operó haciendo las veces de sustituto de todas las otras sociedades intermedias suprimidas, pues fue el único  reducto no completamente intervenido por  el estado totalitario. Este hecho, cuyo resultado fue beneficioso, implicó, sin embargo, al mismo tiempo un riesgo para la Iglesia, pues al haber sido tanto la inspiración como los contenidos de muchos de estos grupos  de oposición meramente seculares, una vez que se logró la caída del Muro de Berlín, la reunificación alemana y el establecimiento del estado de derecho, muchas iglesias quedaron igual de vacías como lo estaban antes de que las organizaciones opositoras buscaran el amparo de la Iglesia. Salvo aquellas iglesias cuya inspiración provenía del Evangelio y donde la fuente de orientación doctrinal así como de acción provenían de estudio de las Escrituras. Un buen ejemplo que grafica aquella comunidad que hizo suyo el llamamiento al seguimiento de Cristo es la Iglesia San Nicolás en Leipzig. Otro peligro que puede acechar a la Iglesia, esto también es observable en la historia de Alemania Oriental, surge del afán de las altas esferas de la Iglesia por acomodarse a los vientos que corren, al “Zeitgeist”, esto es, reclinarse en la comodidad que ofrecía la tregua que le ofrecía el estado ateo, siempre y cuando la Iglesia Luterana asumiera la incuestionabilidad del estado socialista como máxima y la Iglesia fuera en definitiva funcional a los intereses del régimen. Así actuaron muchos obispos alemanes orientales, de modo que la Iglesia Luterana se convirtió, al menos en tanto representada por estos funcionarios eclesiásticos, en una institución que hizo tanto las veces de portavoz de la camarilla gobernante como de sustentador de su accionar, por lo que, al menos parcialmente, terminó más rendida al servicio del totalitarismo comunista imperante que al servicio  del Evangelio. Durante el régimen nacionalsocialista (1933 – 1945) ocurrió algo semejante: la corriente mayoritaria de la Iglesia Luterana Alemana, los Cristianos Alemanes (Deutsche Christen) fueron funcionales al sistema nazi. La acomodación a los tiempos y la sumisión a los superpoderes temporales, sobre todo a aquellos de carácter totalitario, siempre es peligroso.

 

La segunda reflexión tiene que ver con la oración y el milagro. Esta revolución incruenta y, por lo mismo, inédita en la historia de Alemania, sin duda, tiene que ver con las oraciones del pueblo  cristiano luterano y no-luterano por  el problema  de  la división  alemana y la Cortina de Hierro. La baja Iglesia, es decir, los cristianos -agrupados, entre otros, en grupos caseros (Hauskreis)- y no pocos pastores que tomaron en serio el llamamiento al seguimiento cristiano, oraron, en contraste a la actitud de colaboración asumida por la alta jerarquía eclesiástica, sin cesar por el fin del Muro que separaba a una nación y a dos bloques político-ideológicos. Posiblemente ni siquiera los cristianos más optimistas esperaban un viraje tan rápido como el que finalmente se dio en los años 1989-1990. El viraje incruento que en pocas semanas puso fin a cuarenta años de dictadura  comunista, que abrió el hermético así como frío Muro de Berlín y que a la larga fue una contribución decisiva para el fin de la época de la Guerra Fría, fue, sin duda, un milagro. Una  persona conocida  que vivió  largas  décadas en Alemania Oriental  me comentaba hace poco tiempo que sin las oraciones de los cristianos y sin la misericordia de Dios no se entiende este milagro. El pastor de la Iglesia de San Nicolás en Leipzig  Christian Führer dice que: “De cara a las terribles experiencias del siglo XX podemos y tenemos que decir que Dios mantuvo su mano de protección y bendición sobre nosotros. La revolución pacífica  en la iglesia de San Nicolás y  en otras iglesias fue una obra de la gracia de Dios. (…)  Nunca deberíamos olvidar que  existe una  gran fuerza de bendición que proviene de Dios y que es capaz de realizar cambios sin derramamiento de sangre”[24].


[1]          Heinrich August  Winkler, Der lange Weg nach Westen, Bd. II, München 2005, pp. 156 – 158.

[2]          Sobre los  acontecimientos del 17 de junio de 1953 véase: Hubertus Knabe,  17. Juni 1953, Berlin 2003.

[3]          Veáse Andreas Rödder, Deutschland einig Vaterland. Die  Geschichte der Wiedervereinigung, München 2009, p. XX

[4]          Véase Anke Silomon, „Widerstand von Protestanten im Nationalsozialismus und in der DDR“, en APuZ ( Aus Politik und Zeitgeschichte), 14/2009, 30 de  marzo  de 2009, pp. 37.

[5]          Véase Christian Führer, Und wir sind dabei gewesen, Berlin 2008, p. 74.

[6]          Véase Christian Führer, Und wir sind dabei gewesen, Berlin 2008, p. 75.

[7]          Véase Erhart Neubert, Geschichte der Opposition in der DDR 1949 – 1989, Bonn 1997, p. 304.

[8]          Christian Führer, Und wir sind dabei gewesen, Berlin 2008, p. 137.

[9]          Este no fue el único caso de suicidio de un pastor en Alemania Oriental. Dos años después, en 1978, se suicidó el pastor Rolf Günter. Las cifras hablan por sí mismas: la Alemania socialista  tenía  después  de Hungría  la tasa de suicidio más alta de  toda Europa. Véase Erhart Neubert, Geschichte der Opposition in der DDR 1949 – 1989, Bonn 1997, p. 283.

[10]        Christian Führer, Und wir sind dabei gewesen, Berlin 2008, p. 172.

[11]        Christian Führer, Und wir sind dabei gewesen, Berlin 2008, p. 172.

[12]        Véase Erhart Neubert, Geschichte der Opposition in der DDR 1949 – 1989, Bonn 1997, p. 278.

[13]        Christian Führer, Und wir sind dabei gewesen, Berlin 2008, p. 117.

[14]        Veáse Andreas Rödder, Deutschland einig Vaterland. Die  Geschichte der Wiedervereinigung, München 2009, p. 26.

[15]        Véase Erhart Neubert, Geschichte der Opposition in der DDR 1949 – 1989, Bonn 1997, pp. 687 – 689.

[16]        Véase Heinrich August Winkler, Der lange Weg nach Westen, Bd. 2, München 2001, pp. 492 -493.

[17]        Christian Führer, Und wir sind dabei gewesen, Berlin 2008, pp. 191 – 192.

[18]        Christian Führer, Und wir sind dabei gewesen, Berlin 2008, p. 172.

[19]        Veáse Andreas Rödder, Deutschland einig Vaterland. Die  Geschichte der Wiedervereinigung, München 2009, p. 65.

[20]        Christian Führer, Und wir sind dabei gewesen, Berlin 2008, p. 202.

[21]        Christian Führer, Und wir sind dabei gewesen, Berlin 2008, p. 201.

[22]        Erhart Neubert, Geschichte der Opposition in der DDR 1949 – 1989, Bonn 1997, p. 853.

[23]        Christian Führer, Und wir sind dabei gewesen, Berlin 2008, pp. 214 – 219.

[24]        Christian Führer,  „Der Tag der Entscheidung“,  en Chrismon, Octubre de 2009.

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