Estudios Evangélicos

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Los evangélicos son un peligro para la política, y viceversa

Al participar de la política de consigna sin mediación racional, y al participar de la cultura de la victimización universal, uno se involucra en modos de ser y pensar que difícilmente dejará de lado cuando salga del parlamento y de las redes sociales.

El debate por el impeachment de Dilma Rousseff ha salpicado a todo el continente, y más allá de la esfera estrictamente política. En Chile, por ejemplo, el concejal Jaime Parada, notando que muchos diputados habían fundado su voto «citando a dios y a su iglesia», aprovechó de tuitear que “los evangélicos son un peligro en política”.

Olvidémonos por ahora de Dilma. A nadie, después de todo, podrían interesarle mis superficiales impresiones sobre la política brasileña, y supongo que todos podremos coincidir en que el espectáculo ofrecido por los diputados  algo deja que desear. Volvamos, mejor, a nuestro concejal, quien desató una pequeña tormenta. Es curioso que nadie haya notado la casi idéntica declaración que un día antes hizo Beatrix von Storch en Alemania, desatando ahí otra tormenta (algo más importante): en términos casi idénticos a lo señalado por Parada, calificó al islam como el principal peligro para la libertad y la democracia.  A diferencia de Parada, von Storch no es activista LGTBI; es activista antiinmigración y cabeza de la ascendente Alternativa para Alemania (dejemos para la anécdota el hecho de que está casada con chileno). En todas partes se cuecen habas.

Como en todas las tormentas se dieron curiosas alianzas. Se podía, por ejemplo, ver un buen número de católicos defendiendo a los evangélicos. Alguno de ellos tal vez por interés político, otros en cambio no tenían nada que ganar o perder salvo una sociedad con respeto. Tal vez la respuesta a estos últimos debiera ser “gracias, pero no gracias”. Gracias, porque es cierto que en estas materias hay decenas de buenas razones para evitar las generalizaciones de los von Storch/Parada. Pero no gracias, porque respecto de varios de los grupos en cuestión lo del “peligro para la política” no es ningún disparate. Aunque aquí hay que separar, obviamente, las preocupaciones de von Storch de las preocupaciones de Parada. Después de todo, como hasta Dawkins reconoció en un momento de candidez, la pena de muerte por apostasía y el atentado suicida no parecen ser prácticas muy distintivas de los cristianos. Y hay que distinguir, además, porque seguramente entre los mismos evangélicos brasileños que participaban del debate se podrá discernir algunas diferencias.

Pero la respuesta evangélica al concejal Parada no estaba muy preocupada por hacer distinciones, si no por mostrarle que estaba rotundamente equivocado. Cosa que no estaba. Es curioso, por lo pronto, que una infinidad de personas le respondiera recordándole casos como los de Martin Luther King y Dietrich Bonhoeffer. Me uno en la admiración por éstos, pero ¿a nadie le incomoda que los dos ejemplos que se vienen a la mente sean ejemplos de pastores? De una tradición que se jacta del sacerdocio de todos los creyentes cabría, supongo, esperar algo distinto.

El punto obviamente no es que haya que «separar religión y política» (que es distinto de «iglesia y estado») –como si para purificarse la política requiriera quedar más desnutrida de lo que ya está –, sino que necesitamos de mediación en esa relación. En la medida en que la cruda separación es la base de la crítica de Parada, se puede descartar con bastante tranquilidad. Pero convengamos en que si la crítica es a quienes intentan legislar «citando a Dios y a su iglesia» (aunque supongo que habrá sido su Biblia y no su iglesia), no es ningún disparate.

Después de todo, incluso si King y Bonhoeffer fuesen los mejores ejemplos de políticos evangélicos, no responden al modelo de quien legisla simplemente apelando a la Biblia. Al defender sus convicciones religiosas no estaban escapando de la tarea de mediación racional que es esencial a la política. Sospecho que la mayoría de quienes leen estas líneas compartirán el anhelo de Carl Trueman por un día en que “la inteligencia y la civilidad, no los clichés y el asesinato de imagen, sean las notas distintivas del actuar político cristiano”. Pero entonces hay que reconocer que hay un tipo de actuar político evangélico que efectivamente es un peligro.

Pero es un peligro no solo para la política, sino para el cristianismo mismo, tal como es un peligro asumir una actitud de víctima por el vulgar tweet de un concejal. Personalmente me pregunto si episodios como éste indican más sobre el peligro que los evangélicos son para la política, o si indican más sobre el peligro que la política significa para los evangélicos. Porque al participar de la política de consigna sin mediación racional, y al participar de la cultura de la victimización universal, uno se involucra en modos de ser y pensar que difícilmente dejará de lado cuando salga del parlamento y de las redes sociales. Tampoco en este sentido es posible separar religión y política.

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