Estudios Evangélicos

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Mentiras convencionales (1895)

Nota Introductoria

Cuando Chile estaba todavía en sus primeras décadas de formación, un número de científicos extranjeros tuvieron ocasión de asentarse en el país para contribuir al desarrollo de las distintas áreas del saber. Uno de esos casos fue el de Rudolph Amandus Philippi (1808-1904), médico, botanista y explorador que llegó a Chile en 1851, iniciando una carrera que le permitió desempeñarse como profesor de la Universidad de Chile y director del Museo Nacional de Historia Natural de Chile. Philippi llegó a un país en el que la religión de Estado era la católica romana, siendo él protestante, como correspondía a los súbditos del Reino de Prusia. Como bien anotó Diego Barros Arana, esto no iba a gustar a algunos locales más atentos a estas diferencias, preocupados por la injerencia de colonos no católicos en el país. Philippi, dice Arana “fue el primero que en nuestro país enseñó esas ciencias [las naturales] en forma verdaderamente científica”, y mencionar tal prestigio está lejos de ser un halago de buena crianza.

Con todo, las cuestiones naturales no eran las únicas preocupaciones del científico alemán. Entre sus múltiples manuscritos, puede encontrarse uno titulado “Mentiras convencionales”, datado en 1895 aproximadamente, en el que se refiere a algunos problemas políticos de Chile. Este breve texto contiene algunas sugerentes observaciones contra la democracia censitaria de la época y contra un sentido de soberanía popular ilusorio. A su vez, contra la equivalencia entre monarquía y despotismo, reivindica el modelo monárquico constitucional y específicamente el propio, prusiano.

En términos contextuales, ha de señalarse que el texto fue escrito apenas unos años después de la Guerra Civil de 1891 que llevó al suicidio al presidente José Manuel Balmaceda, poniendo fin al orden presidencialista y dando origen a un régimen pseudoparlamentario. Paralelamente, el Imperio Alemán fundado en 1871 después de la unificación militar de Otto von Bismarck, además de la figura del Káiser y el Canciller, tenía un Parlamento (Reichtag) que aseguraba una representatividad democrática, mostrándose como uno de los estados más organizados e industrializados y, en suma, más poderosos de Europa. Posiblemente este acentuado contraste sea uno de los elementos que esté tras la forma en que Philippi abordó la cuestión de la democracia chilena, contrapuesta con el modelo prusiano en el que era posible que un sentido fuerte de autoridad encarnado en la figura del emperador se articulase con un parlamento.

Debido a que el texto original, contenido en el libro El orden prodigioso del mundo natural (2003, ediciones Pehuén y Universidad Austral de Chile), se encuentra reproducido íntegramente de acuerdo a los usos del idioma en esa época, la presente edición ha sido actualizada al castellano contemporáneo en aspectos mínimos de redacción, tanto ortográficos como sintácticos.

LAK
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Mentiras convencionales

Hay un gran número de mentiras que se dicen diariamente y sabiendo que son mentiras; la más común es cuando se dice: yo soy su servidor. Quisiera saber qué cara pondría este mi servidor si yo le dijera “límpieme mis zapatos”. Pero ahora voy a hablar solo de una mentira generalmente usada, y es que en una República el supremo Magistrado es elegido por el libre voto de toda la nación.

Examinemos primero qué es “toda la nación”. Son todos los individuos que la componen, pero estos se dividen en masculinos y femeninos, y en ninguna República del mundo las mujeres participan en la elección del presidente. En verdad, pues, es solo la mitad de la nación que elige al presidente y no toda la nación, y aun no vota toda la parte masculina de la nación, hay muchas personas que están excluidas, verbigracia niños y adultos que no saben leer ni escribir, como en Chile, lo que es un verdadero atentado contra el principio de la libertad y el sufragio universal. No sé cuánto porcentaje de la parte masculina de la nación está excluida por estas razones, pero en todo caso no es ni siquiera la mitad de la nación que elige a su jefe.

Veamos un caso concreto: cuantas personas habrán acudido a las urnas en la última elección del presidente de nuestra República. ¿Habrán sido 750.000? Lo que sería la cuarta parte de la nación y no toda la nación, y si hubieran sido 750.000, ha habido un número que no han dado su voto al presidente electo y este número se ha de deducir de 750.000.

Sea cual fuese el número de los votantes en favor del presidente electo, la verdad es evidentemente que ni la cuarta parte de la nación ha elegido al supremo Magistrado. La frase, que en una República se elige “por toda la nación” es pues nada más que una mentira convencional.

Examinemos en segundo lugar el libre voto como es en la realidad y esto por algunos ejemplos.

Me contaron cómo se había votado en un lugar del departamento de Rere. La mesa escrutadora se componía exclusivamente de personas del mismo partido, casi todos hacendados; sus inquilinos no sabían leer ni escribir, pero sus patrones quisieron que votasen naturalmente a favor de una persona que tal vez ni aun de nombre era conocida de estos inquilinos, ¡pero debían saber escribir!
¿Qué se hizo entonces? Varios días antes de la elección los inquilinos recibieron por el mayordomo lecciones de escribir su nombre y apellido.

Y se comprende que lo aprendieron sin conocer las letras que empleaban. Llegados a la mesa se les preguntó:

– ¿Sabe ud. escribir?
– Sí señor.
– A ver, escriba ud. su nombre y apellido.

Y como sabían hacerlo, votaron como los patrones lo mandaban. Esto era su “libre” voto.

He tenido un amigo que era médico de ciudad en la capital de una provincia. Tenía una chacra en la vecindad y era también subdelegado; era hombre que hablaba mucho de libertad y antes de que hubo realizado una pequeña fortuna, era muy democrático y tronaba contra la tiranía del capital. Tratándose de una elección –creo de diputado- le preguntó un amigo si creía que en su subdelegación el candidato suyo obtendría la mayoría. “¡Oh!”, dijo, “¡cómo no!… En primer lugar, mi mayordomo y mis inquilinos votarán como yo quiero, porque saben muy bien que en el caso contrario serían despachados al día siguiente y además he calificado un pequeño número de personas que propiamente no tienen el derecho de votar y que votarán por mi candidato”.

Efectivamente lo había hecho así, y hasta había calificado personas muertas. Como la mesa escrutadora se componía de partidarios de su candidato, admitió a la votación a esos muertos y demás inscritos a pesar de la oposición de una o dos personas.

¡Cuántos electores no hay que venden su voto al mayor postor! Mi yerno me contó que un patriótico ciudadano de La Unión había dicho públicamente: “yo desearía que hubiera cada quince días una votación. ¡No es posible ganar plata con menos trabajo! El agente del Partido Liberal me ha dado cinco pesos por mi voto y el agente del partido clerical diez pesos. Hacen juntos quince pesos”. Preguntado por cuál de los dos candidatos votaría, dijo: “por ninguno, votaré en blanco”. Cuántos ciudadanos hay que votan según la cantidad de chicha o de aguardiente que se les propina el día de la votación.

Es de sentir que tantas personas, muy honradas en la vida privada, creen que en cosas políticas todo fraude es permitido; calumniar al adversario político, comprar voto, elevar acusaciones falsas, etc.

Daré dos ejemplos. Había en Ancud dos partidos y la elección era dudosa. ¿Qué se hizo para impedir que una persona de mucho influjo en la población pudiera trabajar por el candidato tal? Se le acusó de haber cometido un crimen por el cual el juez debía decretar prisión y se hizo que la sentencia absolutoria pudo salir solo después de verificadas las elecciones. Por este artificio, el candidato del partido contrario obtuvo la mayoría. Más divertido es el otro ejemplo que me contaron en 1852 en Valdivia.

En aquel tiempo, los electores de diputados que había en el departamento de La Unión tenían que ir a Valdivia para votar. Se juntaron algunos para hacer el viaje en compañía. Se puede ir de La Unión a Valdivia en un día, pero es preciso apurar los caballos y nuestros electores prefirieron pedir la hospitalidad a un conocido amigo, don Manuel Jaramillo, que tenía una casa cómoda en el lugar denominado “Futa”, distante 7 leguas de Valdivia. Don Manuel los recibió muy bien; la comida duró hasta la noche, la conversación era alegre y la chicha muy abundante, así es que nuestros viajeros tuvieron un profundo sueño.

Madrugaron al día siguiente y llegaron a Valdivia a tiempo para poder votar, pero cuando quisieron hacerlo no tenían calificaciones. Uno de ellos, que había tomado menos que los otros en la noche, se las había sustraído de sus bolsillos.

Resumiendo lo dicho, creo que tengo pleno derecho de decir que lo del “libre voto de toda la nación” es una de las mentiras convencionales; no vota toda la nación y muchísimos votos no son libres.

Otra mentira convencional, el complemento de la anterior, es: que un gobierno monárquico es necesariamente un gobierno despótico.

Que el jefe hereditario de una nación puede hacer todo lo que se le antoja y que su poder es ilimitado.

Veamos un poquito lo que hay en realidad. El reino de Portugal tiene una Constitución que limita bastante la acción arbitraria de su soberano.

En España, en Italia es el mismo caso. Más limitado aún es el poder del rey en Inglaterra.

Holanda, Bélgica, Dinamarca, Suecia, tienen sus constituciones y el rey no puede mandar despóticamente y aun el Emperador de Alemania tiene también que observar las leyes de la Constitución alemana; no le ha sido posible hasta ahora hacer construir un canal que una los ríos Rhin y Elba porque su Parlamento, que lo adora, como todos los súbditos como a un “ídolo” como lo asegura un periódico chileno, no se lo ha permitido.

Los periódicos han traído recientemente la noticia que existía un proyecto de separar la Alsacia-Lorena de Alemania, lo que sería muy fácil, puesto que el emperador de Alemania, siendo monarca y por consiguiente despótico, podría hacer sin dificultad.

Saben tan poco de la historia moderna que ignoran que esta provincia, cedida por Francia a Alemania en el tratado de paz de Frankfort, ha sido incorporada a la Alemania por una ley de fecha 9 de junio de 1870 sancionada por el Reichtag de Alemania y no podría jamás ser separada sin otra ley sancionada por el mismo Reichtag y, como se ve, para esta separación no bastaría un simple decreto del emperador.

El Reichtag y todo el pueblo alemán no lo permitirían seguramente.

El emperador de Austria se halla en condiciones análogas. Hay solo dos potencias en Europa cuyos jefes tienen una libertad absoluta de acción a lo menos en teoría, y estas potencias no son propiamente europeas: es el Zar de Rusia que se llama por eso “autocrator”, es decir, soberano que gobierna por sí mismo, y el Sultán de Turquía. En todo el Oriente los soberanos tienen un poder ilimitado, a no ser por prescripciones religiosas.