Estudios Evangélicos

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¿Misión o envío? Una crítica teológica a la Misión Integral

I. Introducción

Las Iglesias evangélicas y protestantes, especialmente con los pietismos, los movimientos de despertar, los evangelicalismos, los pentecostalismos y movimientos carismáticos, se han caracterizado por el énfasis en la “misión”. O sea, usando cierto lenguaje bíblico, el envío a hacer discípulos de todas las naciones, bautizándolos en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo y enseñándoles a guardar lo que Jesús ha mandado (Mt.28). En el lenguaje de la ortodoxia protestante, el ministerio está centrado en la Palabra de Dios y sus Sacramentos, los cuales son los medios de salvación para todo aquél que cree, al judío primeramente y también al griego (Rom.1), siendo testigos de Jesús ante toda carne hasta los últimos confines de la tierra (Hch.1), predicando el evangelio a toda criatura para que el que crea y sea bautizado sea salvo (Mc.16). Sin embargo, a pesar de ser algo tan característico, el pensamiento respecto a esta “misión” resulta ser bastante pobre e impío. Esto tiene nocivas consecuencias, pero más importante que las consecuencias, es preguntarnos por la fuente de este pensamiento. Se quiere aquí dar pie a una reflexión más teológica sobre la “misión” o envío, y hacer una crítica a lo que se conoce como “misión integral” o “misión holística” o “Iglesia misional”.

II. Definición

Sabemos que luego de los avivamientos y movimientos de despertar que empezaron a inicios del siglo XVIII en Europa y América del Norte, el siglo XIX se convirtió en el gran siglo de las misiones protestantes. La Iglesia llegó desde occidente a los cinco continentes y a etnias en las que nunca se había alabado el nombre del Señor nuestro Dios. A fines del siglo XIX y en todo el siglo XX hasta el día de hoy, son más bien las Iglesias más jóvenes de África y Asia (o del sur global en general) las que llegaron con poder a nuevas etnias y, de a poco, estas están viniendo también a las naciones poscristianas de las que recibieron el Evangelio, pero que con la secularización han ido abandonándolo. Se pasó de una lógica unicéntrica (de occidente al resto) a una lógica policéntrica (muchos centros: desde todas partes a todas partes), en la que las nuevas culturas enriquecieron la vida y doctrina de la Iglesia en todo el mundo, enriqueciéndose el pensamiento en torno a la “misión”. En distintos lugares, como crítica al concepto decimonónico de “misión”, se empezó a hablar de “misión holística” o “misión integral”. Acá en Latinoamérica, la “misión integral” bebió críticamente de la teología de la liberación latinoamericana, por lo que cierto sector vincula la “misión integral” con cierta “teología latinoamericana” que estaría “centrada en el reino.”

¿Qué es la “misión holística” o “misión integral”? Hay distintas perspectivas, pero suelen entender explícita o implícitamente que la “misión” no es la misión de la Iglesia, sino que es la “misión de Dios” (missio Dei). Que no es la Iglesia la que tiene una misión, sino la misión la que tiene una Iglesia. Que el primer “misionero” fue Dios. Que el Padre envió a su Hijo, Jesús, que se encarnó en nuestro mundo para servir y no para ser servido. Así mismo como Jesús fue enviado, Jesús envía a la Iglesia a servir. De tal forma que no es tanto la gente la que tiene que ir a la Iglesia, sino la Iglesia la que tiene que ir a la gente. Está “misión” es “integral”, como respuesta a cierto reduccionismo racionalista del siglo XIX cuyo énfasis estaba solo en proclamar la Palabra y en salvar almas. Si bien la Iglesia siempre sirvió ahí donde fue enviada, se solía ver el servicio como algo secundario a la “misión”. Como algo útil a esta o como fruto de esta, y no como parte de la “misión” misma. Ahora es “holística” o “integral”, porque se entiende que la “misión” es salvar o servir a la persona completa. Y no solo a la persona completa, sino a la sociedad y a la creación completas. Que estamos enviados a denunciar el pecado individual y social, así como fueron enviados los profetas.

¿Cómo se entiende esta “integralidad”? ¡De muchas formas distintas! Algunos lo asociaron a hacer ONGs de ayuda social y de luchar por los Derechos Humanos en tiempos de dictadura, trabajando interdisciplinariamente al hacer teología y política. Otros lo asociaron a la necesidad de, luego de salvar el alma, cultivar el entendimiento con sana doctrina y con una “cosmovisión bíblica” que impactara en todas las áreas de la sociedad. Otros los asociaron al “evangelio completo” típico del pentecostalismo, sabiendo que la salvación no es todo, sino también la santificación llena de obras de amor al prójimo y el empoderamiento con todos los dones y experiencias que nos permiten confrontar al mundo así como lo hicieron los profetas. Cada movimiento acuña o vive el concepto de forma distinta.

III. Diagnóstico

Podríamos decir que la “misión integral” superó varios aspectos colonialistas de la “misión” decimonónica, promoviendo una mayor “encarnación del evangelio” y una mayor promoción de los “valores del reino” en cierto “proyecto del reino” conforme a “las señales de los tiempos”. Los promotores de esta “misión integral” tuvieron buenos aportes, motivados por buenísimas intenciones. Efectivamente, se ha enriquecido el pensamiento sobre la “misión” con aportes que hemos de valorar. Efectivamente, no basta con enseñar y escuchar la Palabra, sino que hemos de guardarla y hacerla. Sin embargo, a pesar de hablar de lo “integral”, vemos que se cayó en grandes parcialidades y en una mayor exacerbación del antropocentrismo típico del pensamiento moderno y sus lógicas de mercado. Es evidente la gran parcialidad al ver que ahora existe, podríamos decir, una “misión integral” de izquierda y una “misión integral” de derecha, haciendo ambas de la Palabra de Dios algo meramente útil a sus propios proyectos ético-programáticos.

El llamado a no solo evangelizar ha hecho que la evangelización quedara relegada. Entre los de izquierda se habla abiertamente en contra de la evangelización, como si de algo esencialmente colonialista se tratara, y se abocan completamente a nuevas teologías de la liberación enfocadas en nuevas subjetividades, como si eso fuera el Evangelio. No solo abandonan el Evangelio para abocarse a pura ley, sino que además promueven descaradamente una ley que se opone a la Ley que enseña Cristo Jesús y la Biblia. Entre los de derecha, si bien se sigue hablando a favor de la evangelización, en la práctica es vista solo como un primer paso útil para la apologética y la de defensa de cierta “cosmovisión bíblica” y ciertos “valores del reino” por los que están luchando los fundamentalistas en la política. Se presentan como los grandes paladines de “lo bíblico”, pero simplemente utilizan arbitrariamente pasajes bíblicos y conceptos teológicos para defender cierta cosmovisión de derecha más o menos liberal o autoritaria, perseverando en el proyecto moderno de desarrollo que el posmodernismo está criticando. Ni los unos ni los otros se someten a la Palabra de Dios, sino que simplemente la utilizan como algo meramente funcional para sus propios proyectos éticos y programáticos, ideológicos y políticos. Y no tendrán problemas en identificar a su propio proyecto ético-programático y político con “el reino de Dios”.

Ni los unos ni los otros sirven a Dios ni a la Iglesia, sino que sirven, supuestamente, a la necesidad integral del humano. En realidad, solo sirven a sus propios emprendimientos religiosos y políticos. La “Iglesia misional” implica una eclesiología baja, en la que la Iglesia es solo un movimiento, una ONG, un partido o una empresa meramente funcional a la “misión” o al “reino”. Al negar o subvalorar la sacramentalidad y la autoridad de la Iglesia, terminan negando también la autoridad de Dios, que también se vuelve meramente funcional a la necesidad del humano, medida de todas las cosas y a quien Dios se debe en su “misión”. No les importa dividir la Iglesia a favor del propio proyecto, dejándola a la merced de las garras del mercado religioso, ideológico y político. La “misión” ya no nace del envío de Dios en su plena autoridad y gracia, sino de la necesidad y demandas humanas, frente a las cuales ofrecemos soluciones integrales que incluyen cierta fe en Dios. Y cada uno usa el nombre de Dios en vano para ofrecer su propia postura y proyecto como el mejor producto o servicio, convencido de que es lo que realmente necesita la gente y el mundo, y que lo sabrá valorar el nicho de quienes han sabido interpretar “las señales de los tiempos”.

La “integralidad”, al final, lo que ha hecho es poner en la palestra cada vez más y más necesidades, de las cada vez más complejas y variadas áreas de la persona posmoderna y de la revolucionada contingencia, invisibilizando lo que realmente importa. Ha hecho del problema económico (satisfacer infinitas necesidades con limitados recursos) una carga imposible de sobrellevar. Ha llevado a un activismo que no permite contemplar la integralidad de la misión, sino que exige correr para cumplir los objetivos del proyecto en el que has elegido militar, caracterizado en gran medida por diferenciarse de proyectos similares de la otra vereda. Finalmente se preocupan más de competir entre ellos que de proclamar a Cristo Jesús. En parte por la polarización actual en la contingencia, este enfoque ha llevado a una mayor parcialidad que la que criticaban.

El supuesto cristocentrismo evangélico ha derivado en mero soteriocentrismo. O sea, no importa la persona de Jesús ni su Palabra, sino la necesidad humana de salvación. Solo ante la necesidad humana es que se presenta el interés en Jesús como salvador. El enfoque “misional”, “holístico” o “integral” deriva en puro antropocentrismo a la merced de un mercado cada vez más desarrollado, sutil y competitivo.

IV. Propuesta

La solución no es ponerle apellido a la «misión» ni dejarla atrás a favor de nuevos «proyectos» liberacionistas ni fundamentalistas. El camino es someterse a Dios y a su Palabra, dejando atrás nuestro antropocentrismo y nuestras lógicas de mercado.

En una sola frase, el camino es a someterse a la Palabra de Dios. Me refiero a volverse a un auténtico cristocentrismo. Un cristocentrismo que ya no sea un soteriocentrismo antropocéntrico, sino un logocentrismo teocéntrico. O sea, que no ofrezcamos a Jesús ni su enseñanza simplemente como respuesta a la salvación o soluciones que necesita y demanda el humano, como si el humano fuera el importante. Sigamos más bien a la persona de Jesús para conocerle a Él, que es la Palabra de Dios que estaba en un principio con el Padre y con el Espíritu Santo y ha venido a nosotros completamente humano conforme a su voluntad y autoridad, y nos envió también a nosotros como testigos suyos.

Jesús no dijo “en toda la tierra hay necesidad de que sirvan en mi nombre, por tanto id…”, sino que dijo “toda potestad me es dada en el cielo y en la tierra, por tanto id…”. El énfasis en la utilidad, funcionalidad y pertinencia de Dios y de la Iglesia conlleva implícita o explícitamente la negación de la autoridad de Dios, y por lo tanto de su gracia y su poder. He ahí que la “misión integral” finalmente se traduzca en la lucha por el poder, pues ya no se confía en el poder de Dios.

“Por tanto id, y haced discípulos a todas las naciones, bautizándolos en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo; enseñándoles que guarden todas las cosas que os he mandado; y he aquí yo estoy con vosotros todos los días, hasta el fin del mundo.” En el final del evangelio según Mateo vemos que el envío se fundamenta únicamente en la autoridad de Jesús, centrándose en su persona como maestro y en su Palabra y sus Sacramentos. Centrarse en la Palabra también implica guardarla o llevarla a cabo, mas la importancia no está en nuestro cumplimiento de la Palabra (cosa imposible) sino en la presencia de Jesús por medio de su Palabra y su Sacramento. Un cristocentrismo logocéntrico enfatizará que Jesús, que es la Palabra de Dios viva, viene una y otra vez a nosotros por medio de su Palabra escrita y proclamada. Al leer la Biblia, la Palabra de Dios, el mismo Jesús que vive y reina nos habla personalmente y nos envía junto a los Sacramentos. Esa es la fuente a la que hemos de acudir una y otra vez. Para servir como Él hay que conocerle conforme a su Palabra.

La “misión integral” se enfoca tanto en el humano y sus múltiples necesidades, que finalmente estudia más aquello que la Palabra de Dios. Se nota fácilmente por el lenguaje que emplea, sea de derecha o de izquierda. El llamado es a enfocarnos nuevamente en la Palabra en su integralidad. El enfoque en la integralidad del humano implica estudiar mucho al humano conforme a las nuevas lógicas que se emplean para ello, y se busca en la Palabra solo aquello que responde a esas necesidades y lógicas en el lenguaje que ellas demandan. ¡Enfoquémonos primero en la integralidad y totalidad de la Palabra de Dios y no en la del humano!

Todo esto es un camino de verdadero arrepentimiento que Dios no termina nunca de obrar en nosotros, hasta el día en que Jesús vuelva a juzgar a los vivos y a los muertos. No quiero proponer aquí otro gran proyecto con exigencias que nunca vamos a lograr. Mas quiero proponer dos simples y pequeños pasos que pueden ayudarnos a volcar los ojos a la fuente de todo: 1) la distinción entre Ley y Evangelio, 2) dejar atrás la palabra “misión” por la palabra “envío”.

1.- La distinción entre Ley y Evangelio permite entender qué es la Palabra de Dios, que por una parte exige obras de amor y justicia y juzga conforme a ellas (Ley) y por otra proclama las obras de amor y gracia que Dios ha hecho por nosotros, justificándonos por la sola fe en Cristo Jesús y no conforme a nuestras obras (Evangelio). De esta distinción, diría muy bien Martín Lutero, depende que la Iglesia permanezca o caiga. El mayor error de la “misión integral” es que suele confundir la Ley con el Evangelio. Sin esta distinción no se podrá nunca entender la naturaleza de la Palabra de Dios ni conocer tal como es quien nos envía. Al entender la distinción y relación entre Ley y Evangelio, podemos luego entender otras distinciones en la Palabra y sus relaciones en su integralidad, para luego poder ver cuándo aplicar una y cuando otra para el bien del envío.

Cuando la “misión integral” propone que todo es “misión”, la fuente y sentido del envío se pierde completamente. Si todo es “misión” ya se pierde la “misión”. En la práctica proponen que todo es Evangelio, perdiéndose por completo la distinción entre Ley y Evangelio y destinando a la Iglesia a la ruina. Cuando todo es Evangelio, ya se pierde el Evangelio.

2.- Dejar atrás la palabra “misión” por la palabra “envío”, porque la palabra “misión” 1) no es bíblica; 2) está asociada a la lógica militar y empresarial de este mundo, así como al colonialismo de la “misión” decimonónica; 3) tiene un énfasis teleológico centrado en el objetivo (el “reino de Dios” a favor del humano y la creación) y no en la fuente (Dios).

En cambio, al hablar de envío 1) nos remitimos al lenguaje de nuestra Reina Valera, que es la que siempre ha empoderado a la Iglesia sencilla que se somete con devoción a la Palabra de Dios y habla con su vocabulario; 2) ayuda a retomar una eclesiología conforme a la Palabra y a los Sacramentos, y no conforme a las lógicas militares y empresariales que nos han llevado a una eclesiología baja que emprende planes, objetivos, estrategias, proyectos, visión, misión, valores, agenda, conforme a las oportunidades, fortalezas, debilidades y amenazas que tenemos en un mercado bajo las garras de las demandas del cliente y la oferta de la competencia o el enemigo político, etc.; 3) retomamos el énfasis teológico que no mira al horizonte o al objetivo, sino al que nos envía.

En este tiempo de Cuaresma, tiempo de penitencia, oración, ayuno y limosna, ayunemos un poco de misiones y proyectos, para que en el desierto conozcamos tal cual es a la persona de Jesús y a su Palabra, independiente de la lógica de la utilidad, con sus cosas lindas y feas, con sus cosas consoladoras y terribles, con su Evangelio y con su Ley. Ayunemos un tiempo del reino, para que conozcamos realmente al Rey. Ayunemos un tiempo de la misión, para conocer tal cual es al que envía. Solo así podremos ver realmente al resucitado, y ser enviados con su poder y no con el poder del mercado. Amén.