Estudios Evangélicos

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Muévase potente la Iglesia de Dios: la presencia pública del pentecostalismo en Chile. Sobre el libro «Ciudadanos del cielo y de la tierra», de Luis Aránguiz

Hasta hace algunas décadas, uno de los temas tabúes del pentecostalismo chileno era la Política, los asuntos públicos y la política electoral. En ese sentido, existía un arraigo católico romano respecto de la separación de las esferas públicas y privadas, es decir, los asuntos públicos le conciernen al mundo y al enemigo que lo gobierna; los asuntos privados, los de la fe son del Señor y de un reino que se encuentra “más allá del sol, donde se tiene un hogar”. Sin embargo, con la profesionalización de la membresía joven, el paso de los años y el surgimiento de nuevas generaciones de pentecostales más ilustradas, con mayor acceso a la información y más consciente de sus derechos políticos, surge una voz pentecostal en los asuntos públicos, una presencialidad en un terreno gris del cual tienen la opción de redimirlo para la gloria de Dios.

En el inicio de su texto, Luis Aránguiz realiza un “Marco literario del siglo XX” respecto de la presencia de la figura del evangélico chileno en la literatura y cómo evoluciona desde algunas menciones caricaturizadas hasta una obra en la que el evangélico pentecostal es el protagonista.

Luego se explica el surgimiento del pentecostalismo en Chile como “una lucha contra el naturalismo, el catolicismo y también el protestantismo liberal”, resignificando al pentecostalismo como un movimiento que tiene una doble marginalidad, en lo teológico como una nueva corriente del protestantismo que reclama su origen desde el Libro de los Hechos de los Apóstoles; y en lo social, dirigido a las clases populares como una esperanza en medio de la miseria. Reconociendo con esto que el “pentecostalismo es antitético no contra la vida pública, sino contra los espíritus que la dominan”.

En el análisis de los años treinta, existe una demarcación de dos visiones respecto de la acción política de los evangélicos, por una parte la marcada por la Iglesia Evangélica Pentecostal, mediante Willis Hoover, Guillermo Castillo y Domingo Taucán que llaman a los fieles a una libertad de conciencia y a evitar vender su voto, por otra parte la figura de Genaro Ríos, que anima a sus fieles a involucrarse activamente incluso llega a ser precandidato presidencial promoviendo un Gobierno evangélico.

Posteriormente, se destaca la capacidad de encontrar unidad entre las diversas denominaciones, frente a una amenaza a la libertad de religión, lo anterior respecto de un proyecto de ley que pretendía establecer la enseñanza de la Religión Católica Romana en la Educación Pública. Frente a dicha amenaza, integrantes de las iglesias evangélicas pentecostales y protestantes se agrupan en la llamada Organizaciones Protestantes de Chile, organismo que permite articular una voz común para el aseguramiento del Estado Laico.

Ya en los años 50, se puede vislumbrar la proclamación “Constantiniana” de Carlos Ibáñez del Campo, denuncia del poder en manos de una clase política corrupta y apoyo de una Confederación evangélica pentecostal que no es representativa del movimiento evangélico chileno.

A continuación, en los años 60 se evidencia un giro desde el Metodismo Pentecostal, mediante el cual su Obispo, el Pastor Manuel Umaña manifiesta públicamente su apoyo a la candidatura presidencial del 63 al Partido Radical, no solo individualmente, sino que además llama a su iglesia a apoyar esta decisión, caso contrario de las demás denominaciones que tienden a relevar la libertad de acción.

Luego se analiza el rol de las iglesias pentecostales en la época del Régimen Militar, se evidencia un rol de apoyo activo mediante una carta de apoyo a la Junta militar de Gobierno, un rol pasivo mediante el llamado a respetar a las autoridades sin involucrarse de los Cultos de Acción de Gracias (Te Deum Evangélico) y un rol de resistencia mediante el surgimiento de los Pentecostales Proféticos.

Respecto del periodo de transición democrática, marca para los pentecostales un reconocimiento mediante el cual se declaran ciudadanos, ya no olvidados sino con reconocimiento jurídico mediante una ley de culto. Se destaca la figura del primer Diputado reconocido como pentecostal y sus aportes en los asuntos públicos.

Luego el autor da un salto hacia una reflexión respecto del contexto electoral del año 2017, específicamente con aspiraciones electorales de diferentes bloques o movimientos políticos evangélicos que fracasan y no logran consolidarse. Sin embargo, al menos dos candidatos a diputados evangélicos resultan electos, conformando la denominada ‘bancada evangélica’. Por otra parte, en esta reflexión se aborda el concepto de cristiano ciudadano e iglesia ciudadana, se propone que las iglesias deben elevar el debate y análisis de sus involucramientos en los asuntos políticos, deben realizarse de manera seria dejando de ser neutrales.

Además, se abordan ciertos principios que permiten comprender lo político desde la historia del pentecostalismo: la teología de los dos reinos, el dualismo moral, constantinismo (idea que desde el poder Estatal se cristianice la sociedad) y en menor medida el liberacionismo acogido en parte por los pentecostales proféticos.

Dicho lo anterior, llegamos al capítulo quizás más interesante de la presente obra. El autor menciona con esperanza una propuesta de una alternativa política pentecostal reformacional, guiado por una integración de las obras de Abraham Kuyper y Amos Yong, mediante la cual busca reconciliaciones entre el pentecostalismo y la acción del Espíritu Santo en el mundo, y el concepto de soberanía de esferas. Ambos elementos unidos pueden potenciar una participación activa de los evangélicos en los asuntos públicos, es decir, que el fundamento de la acción pública sea la glorificación de Dios y que el debate en el espacio público sea con argumentos racionales fundados en la soberanía de Dios y su intervención en el mundo. El desafío es que el pentecostalismo avance desde la Huelga Social hacia una Teología Política que permita una intervención pública, mediante consolidación de propuestas para un país mejor. Aquí nos preguntamos entonces ¿Qué tan preparados están los pastores pentecostales para realizar dichos aportes? ¿Qué tan sólida es la formación de los profesionales jóvenes que abundan en las iglesias pentecostales? ¿Permitirán los pastores ser asesorados por dichos jóvenes? ¿Promoverán estas nuevas ideas que se les presenten? ¿Existirá disposición a un diálogo interdenominacional en pos de sumar fuerzas en nuevas propuestas? ¿Existirá espacios para una reconciliación entre reforma y avivamiento?

Posteriormente, el autor realiza un análisis comparativo de la Democracia Cristiana Sueca, que tuvo como base fundacional el pentecostalismo sueco y plantea la inquietud de si en Chile ¿será posible que las iglesias evangélicas y pentecostales superen las barreras denominacionales y sean capaces de unirse en torno a un proyecto político en común? Dicha interrogante, sin duda, abre muchas otras. Para responder esa pregunta se debería también analizar no solo el fin, sino también los medios para dar cumplimiento a tal ideal.

Sin embargo, y por si las diferencias denominacionales en el pentecostalismo y en el protestantismo en Chile fueran pocas, existe un nuevo fenómeno emergente denominado ‘neopentecostalismo’, movimiento que en sí mismo dispone de diferentes variantes, como modernización del pentecostalismo, guerra espiritual, teología de la prosperidad, confesión positiva, decretismo, etc. Respecto del plano político, la intervención del neopentecostalismo es visto por medios progresistas del “primer mundo” como una amenaza que recorre Latinoamérica, sin embargo, se destaca en el texto que desde la arena política el neopentecostalismo interpela aspectos de la agenda liberal.

A modo de conclusión, se plantean proyecciones desde un pluralismo realista, abordándose la idea de instrumentalización política del pentecostalismo, vacíos de representación política, preocupaciones presentes de los pentecostales en el marco de la pluralidad interna. Finaliza el texto con propuestas para que el movimiento pentecostal afronte el futuro, ejemplo: formación de los fieles, participación política en libertad de conciencia, conformación de organismos intermedios y centros de pensamiento para el diálogo y desarrollo de ideas, relacionamiento interdenominacional.

En resumen, este libro destaca la necesidad de que las nuevas generaciones de pentecostales reflexionen sobre la capacidad de tender puentes interdenominacionales, por ejemplo, tal como se hizo en el siglo XIX para conseguir las denominadas leyes laicas (Matrimonio Civil, Registro Civil y Cementerios), o la capacidad organizativa de los evangélicos en los años 40’ para protestar frente a la amenaza en materia educativa respecto de las clases de religión (católico romana) obligatorias, o en los años 90’ dicha unidad contribuye a trabajar para obtener una Ley de culto.

En este sentido, se requiere superar las barreras denominacionales y mirar la patria común como el hogar transitorio que nos ha dado Dios para que vivamos “quieta y reposadamente”. Pero dicha unidad no debe ser en torno a figuras “mesiánicas” o caudillos, sino una unidad de la colectividad evangélica que valore el aporte de la teología política y la teología reformacional, entendida esta como la presencia de Dios en todos los aspectos de la vida, aquella que es superior al dualismo dicotómico de la antítesis mundanal-espiritual, y que permita alzar una voz común frente a las injusticias, necesidades, pobreza, endeudamientos, sufrimientos, violencia, adicciones, carencias, corrupción; es decir, que dicha unidad permita a la iglesia evangélica cumplir el mandato que Dios le ha entregado por medio de la vocación del Espíritu Santo, ser sal y luz hasta lo último de la tierra.

Aránguiz, Luis. (2021). Ciudadanos del cielo y de la tierra. Ensayos sobre la vida pública del pentecostalismo chileno. Paris: Ediciones del Pueblo.

*Luis González Bravo, Magister en Política y Gobierno U. de Concepción, Miembro Kirk Cristianismo y Sociedad.