Estudios Evangélicos

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Nueve prioridades para una política cristiana

En una charla reciente, opuse resistencia a la idea de que la política cristiana trata principalmente sobre políticas públicas cristianas particulares y también enfaticé que, dado que nuestros deberes políticos están enraizados en la creación, varios de los principios de justicia que los cristianos buscan, pueden y usualmente serán compartidos por no creyentes.

Sin embargo, resumí lo que pensé en nueve prioridades para una política cristiana, principios que, aunque quizás son reconocibles con la luz de la naturaleza, son particularmente claros en virtud de la revelación y que deben guiar a cualquier ciudadano o representante cristiano. Van a ser expuestos de manera muy general debido al tiempo con el que cuento, y también debido a mi convicción de que la política es más un campo para un discernimiento cuidadoso y una improvisación prudente, que para esquematizaciones dogmáticas.

Los principios de los que hablo son los siguientes:

1) Aspiraciones y metas limitadas

Una política cristiana reconoce los límites de la política. Ya hemos visto que la ciudadanía dual del cristiano sirve como una advertencia contra el invertir demasiada esperanza y significado en la identidad política, deseando demasiado lo que la buena política puede lograr o temiendo demasiado lo que la mala política puede hacer. Una política cristiana reconoce que la verdadera realización de nuestra vida humana en conjunto reside fuera de las barreras de la historia como la conocemos y más allá de cualquier poder humano el lograrla; también reconoce que Dios producirá esta realización sin importar cuánto parezca que echamos a perder las cosas en el camino. Pudiera parecer que es un punto obvio y banal el decir que la política solo puede lograr lo dicho, pero en realidad se trata de una contribución distintivamente cristiana, dado que la tendencia humana natural es a mirar a los poderes terrenales para nuestra redención y realización, invistiendo a naciones y gobernantes con una significancia religiosa en lugar de reconocer que su autoridad es derivada y limitada.

2) Conciencia plena del pecado y la fragilidad humanas

Seguido del punto anterior, una política cristiana es consciente de la profundidad del pecado y de la fragilidad humana. Como dice Richard Hooker, “Las leyes políticas, instituidas para el orden externo y el arreglo entre los hombres, nunca se formulan como deben ser, a menos que se presuma que la voluntad del hombre es internamente obstinada, rebelde y contraria a toda obediencia a las leyes sagradas de su naturaleza; en una palabra, a menos que se presuma que el hombre es poco mejor que una bestia salvaje en relación con su mente depravada, las leyes se proporcionan, en consecuencia, para enmarcar sus acciones externas de modo que no sean un obstáculo para el bien común para el cual se instituyen las sociedades: a menos que hagan así, no son perfectos”. Esto también significa que los cristianos han tendido a dudar en investir con demasiada autoridad en un gobernante en particular, insistiendo en que los gobernantes también deben estar limitados por las leyes y que la autoridad debe estar bien dispersa en una sociedad. Estos principios fueron notoriamente operativos en la Constitución estadounidense, reflejando la herencia intelectual cristiana de los Fundadores.

3) Subsidiariedad

La subsidiariedad es el principio según el cual “los asuntos deben ser manejados por la autoridad competente más pequeña, más baja o menos centralizada. Las decisiones políticas deben tomarse a nivel local si es posible, en lugar de una autoridad central”. Esto se deriva del punto anterior sobre la pecaminosidad y la debilidad de la autoridad humana, pero también se deriva de la forma en que Dios ha construido la sociedad humana de abajo hacia arriba, en lugar de de arriba hacia abajo. Encontramos nuestra identidad primero en familias, luego en clanes, tribus, ciudades y finalmente comunidades más grandes. Una de las enseñanzas políticas consistentes de las Escrituras es el valor de respetar esta estructura de abajo hacia arriba al organizar cualquier tipo de autoridad. Los más cercanos a un problema, con vínculos personales y naturales con las personas involucradas, deben ser los primeros encargados de solucionarlo; sólo si fallan, o si el problema es demasiado grande, debe intervenir una autoridad superior. Ahora bien, este principio no significa necesariamente que el gobierno deba ser siempre pequeño o descentralizado, ya que hay muchos problemas que requieren la atención de una autoridad superior. Pero esto tiene que ser justificado, en lugar de asumido.

4) Libertad ordenada

Si lo pensamos con atención, nos damos cuenta de que el principio de subsidiariedad implica también un fuerte compromiso con la libertad individual. Después de todo, el nivel más elemental de todos es el del individuo. Si un problema puede ser manejado de manera competente o una decisión puede ser tomada de manera competente por un individuo, y solo concierne al individuo, no hay necesidad de involucrar a la familia, y mucho menos al gobierno federal. Dios nos creó a todos y cada uno de nosotros a su imagen y con la vocación de ser gobernantes del mundo bajo él; en consecuencia, la autoridad política debe respetar esta dignidad y no infringir las libertades sin causa. Sin embargo, este compromiso cristiano con la libertad no es exactamente el mismo que el del liberalismo moderno, ya que reconoce que es una ficción absurda pretender que los individuos puedan ser simplemente individuos. De hecho, antes que alguien sea un individuo que toma decisiones racionales, primero es parte de una familia, un niño que está sujeto a la autoridad de los demás. Y del mismo modo, toda familia está incrustada en una sociedad desde el principio. Por esta razón, nuestras acciones realmente tienen efectos profundos entre nosotros, y nuestras leyes deben reconocer eso, ordenando nuestras libertades para alentarnos a ejercerlas de manera que sirvan al florecimiento de todos.

5) Caridad y paciencia

Una de las libertades más importantes de todas es la libertad de conciencia, y aunque los cristianos no pueden aceptar la razón secular moderna de tal libertad -es decir, que la verdad última no puede conocerse y, por lo tanto, cada credo privado es tan bueno como cualquier otro-, pueden y aun así deberían defender esta libertad. ¿Por qué? Debido al primer punto sobre los objetivos y aspiraciones limitadas de la vida política humana. Está más allá de la capacidad de la política el hacer que todo el mundo crea correctamente, y el intento de hacerlo por lo general trae más daño que bien a la causa de la verdad. Una política cristiana, entonces, mientras se reserva el derecho de nombrar y oponerse abiertamente al error, y de hecho de impedir que ciertas formas de error se lleven a cabo en la acción, busca ejercer tanta caridad y tolerancia como sea posible hacia aquellos de otros credos, poniendo su confianza en el testimonio paciente y la persuasión en lugar de la fuerza legal.

6) Respeto a la vida humana

Mientras que el reconocimiento del valor de la vida humana tiende a ser natural para nosotros sin importar el credo, los cristianos son particularmente conscientes de ello dado nuestro conocimiento de que Dios nos ha creado a cada uno de nosotros a su imagen y ha dotado a los seres humanos con una dignidad única por encima de otras criaturas. Los cristianos, por lo tanto, valoran con razón la vida humana como una prioridad de la política pública, con un énfasis particular en las vidas de los inocentes y vulnerables. Esto implica una preocupación urgente por la vida de los no nacidos, un tema sobre el cual los cristianos han sido particularmente enfáticos en la política reciente, pero debemos recordar que debe traducirse en una preocupación por la vida en todos los ámbitos. Los cristianos deberían ser los primeros en confesar que las vidas de los negros importan (y que las vidas de los blancos importan), e insistir en que no solo importan las vidas de los estadounidenses, sino también las vidas de los que viven en el extranjero, que a menudo son víctimas de nuestra insensible búsqueda del interés nacional.

7) Respeto y preocupación por los pobres

Una política cristiana, reconociendo nuevamente que Dios nos creó a todos y cada uno de nosotros a su imagen, reconoce que esto también significa que todos tenemos los mismos derechos a los frutos de la tierra, y buscará asegurar que la avaricia y la codicia introducidas por la Caída no priven a los pobres del acceso a los medios de supervivencia y, de hecho, de prosperidad. Conscientes de las limitaciones de la política y del pecado y la fragilidad humana, los ciudadanos cristianos no deben operar bajo la ilusión utópica de que pueden lograr algo cercano a la igualdad material perfecta, pero tampoco deben dejar que las desigualdades grotescas fluyan sin control. Además, deben comprometerse no solo a aliviar las necesidades materiales de los pobres, sino a restaurar su dignidad, que la pobreza les roba. Nuestro objetivo, entonces, debería ser dar a los pobres los medios económicos, la educación y las protecciones legales que necesitan para mantenerse como iguales en la sociedad.

8) Respeto y preocupación por el orden de la creación no humana

Una política cristiana, agradecida con Dios por la belleza y la generosidad del mundo, y reconociendo que cada criatura es una obra maestra única de Dios, recuerda que fuimos puestos en esta tierra para cuidarla en lugar de conquistarla. Obviamente, la vida humana es la más valiosa de todas, mucho más que cualquier otra criatura, por lo que el cristiano no puede aceptar esas formas de ambientalismo que buscan poner a los humanos al mismo nivel que la creación no humana. Pero eso no es excusa para ignorar cruelmente las necesidades de la creación no humana. De hecho, hacerlo es el colmo de la insensatez, ya que Dios creó el mundo como una red de criaturas profundamente interdependientes que dependen unas de otras para prosperar. Una política que ignora el entorno en el que vivimos en aras de proteger los intereses humanos pronto descubrirá que no ha logrado proteger realmente dichos intereses.

9) Respeto y preocupación por el orden de la creación humana

Por supuesto, si vamos a respetar y regocijarnos en el intrincado orden, la belleza y el diseño interdependiente que Dios ha construido en el orden de la creación no humana, no deberíamos dejar de prestar atención al orden, la belleza y la interdependencia que caracterizan la naturaleza humana. Ya hemos mencionado esto varias veces en relación con las estructuras sociales y comunitarias que definen la vida humana, pero la más fundamental de ellas es la familia, y en el corazón de la familia está el llamado de Dios para que abracemos nuestra doble vocación como macho y hembra, una diferencia sexual que compartimos con los animales pero que para nosotros también representa el matrimonio de Cristo y la Iglesia. Es una lástima que aquellos en la América moderna que están más comprometidos con la protección del orden de la creación no humana, a menudo parezcan tener la intención de destruir el orden de la creación humana en cuestiones de sexualidad especialmente, mientras que aquellos que intentan preservar este orden de la creación humana con frecuencia no se dan cuenta de las necesidades de la creación no humana.

En efecto, debería ser evidente que esta lista de nueve principios pondrá al ciudadano cristiano en una situación bastante incómoda en relación con las opciones políticas actuales que se ofrecen en Estados Unidos, y en particular las del sistema bipartidista. Los principios 2, 3, 4 y 9 podrían inclinar uno hacia posiciones «conservadoras», mientras que los principios 5, 7 y 8 se inclinan más hacia preocupaciones «liberales», el principio 6 desafía las políticas de ambos lados y el principio 1 -objetivos y aspiraciones limitadas- sirve como crítica a ambas mentalidades, tal como se manifiestan a menudo en el discurso político contemporáneo.

*Bradford Littlejohn es miembro de la Edmund Burke Foundation y President del The Davenant Institute, sus intereses de investigación incluyen el pensamiento político y la ética cristianas.
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Originalmente publicado en el sitio web del autor, 2016. Traducción de Luis Aránguiz Kahn.