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“Pablo, apóstol de Cristo”: una película que desafía a la iglesia del siglo XXI

Esta semana fui invitado a la Avant Premier de “Pablo, apóstol de Cristo” cuyo director y guionista es Andrew Hyatt y donde el inglés James Faulkner hace de apóstol Pablo y Jim Caviezel hace de Lucas, el médico amado. Caviezel es también uno de los productores ejecutivos de la película.

Comienzo con mi apreciación general: me pareció una buena película cristiana. Altamente recomendable. Vale la pena ir a verla al cine. Vale la pena comprar después el DVD y tenerlo para verlo en familia o en la iglesia. Su mensaje es desafiante para la iglesia de estos tiempos. Sin negar el impacto positivo que podría generar en alguien que no es creyente, creo que el público a quién le puede resultar mucho más útil es el público creyente.

Yendo al análisis más específico, en cuanto a su calidad técnica: muy buenas actuaciones. Y no me refiero sólo al, ya consagrado, Jim Caviezel, sino también a James Faulkner (el mismo que actuó de tío medio pervertido de Bridget Jones y que también fue consumido bajo el fuego del dragón de Daenerys en Game of Thrones, Sir Randyll Tarley). Me pareció también que tenía una buena fotografía, clásica del cine épico o histórico, al igual que la escenografía, simple tal vez, sin grandes pretensiones, ya que el foco debía estar en la historia. Como se espera de un buen guión en este género, el guionista inventó pequeñas historias que se entrelazan y que no forman parte de la historia canónica ni de la antigua tradición cristiana. Esto último me parece un elemento muy bien trabajado, ya que Hyatt fue hilando poco a poco las vicisitudes de una supuesta visita de Lucas a la segunda prisión de Pablo en Roma, la que, según la tradición, terminó en la decapitación del apóstol. Aquila y Priscilla, por su parte, son líderes y pastorean una iglesia que vive en comunidad, más por necesidad que por opción, ya que el incendio de Roma acaba de ocurrir y Nerón ha publicado que los cristianos, específicamente Pablo, son los culpables así que ellos viven juntos para protegerse, ya que en las calles de Roma se les está quemando vivos y golpeando hasta la muerte. Junto con la visita de Lucas a Roma, la historia específica de un centurión romano llamado Mauritius, un pagano sincero y devoto que es prefecto de la cárcel donde se encuentra Pablo y que tiene a una pequeña hija gravemente enferma, es la que sirve de hilo central para mostrar no sólo el carácter del apóstol, sino más importante aún: el carácter de la iglesia cristiana que dio testimonio de Jesús en el primer siglo.

En cuanto a aspectos no tan buenos: debo decir que la historia en momentos se vuelve innecesariamente lenta, aunque no deja de ser interesante debido a la buena calidad general de la historia. Además, el soundtrack, sin ser malo no siempre parece haber sido bien escogido, ya que, especialmente en escenas clave, se siente una música pop melosa interpretada en piano (instrumento desarrollado 17 siglos después de Pablo) que más parece dirigida a producir emoción en la audiencia del siglo XXI que realmente representar el sentir de los personajes. La línea es delgada, lo sé, al fin y al cabo es labor del buen cine emocionar. Pero creo que debe hacerlo con mejores recursos artísticos y no sólo con los más trillados y facilistas. Me queda la impresión (tal vez intentando justificar) que las limitaciones de tiempo y, quizás, financieras pusieron en una encrucijada al director y los productores y se vieron obligados a acudir a los recursos más a la mano.

Sobre la validez de la obra: me parece muy válida, ya que surge desde genuinas convicciones del guionista y director. No tiene el sentimentalismo suburbano de los first-world-problems que uno encuentra en no pocas películas cristianas norteamericanas y que las hacen muy claramente dirigidas al fácil consumo de la clase media evangélica. Más que una película dirigida a acariciar los ídolos de la cultura evangélica suburbana de EEUU (tales como “felicidad”, “seguridad”, “comodidad”, “prestigio”, “decencia”, “núcleo familiar bien constituido”, etc.), este largometraje los desafía e, incluso, los confronta. Esto me hace pensar que la motivación de los artistas involucrados no es “vender fácil” un producto a través de la promoción del american dream. ”Pablo apóstol de Cristo” me parece, por lo tanto, una obra de arte válida porque busca desafiar esos ídolos presentando la simplicidad de creyentes, familias y pastores cuyo estilo de vida es guiado claramente por valores muy distintos a los de la actual cultura evangélica del “pursuit of happiness”: pragmática, sentimental y cómoda.

El mejor aspecto de esta película es cómo el artista expresa de forma coherente su cosmovisión en la historia. Esta ha sido, justamente, una de las más lamentables debilidades de las películas evangélicas de los últimos años. Gracias a Dios no es el caso de “Pablo apóstol de Cristo”, ya que el artista desafía de maneras contundentes al cristianismo del siglo XXI y no lo hace desde ideologías humanistas revolucionarias (a las cuales critica abiertamente), ni desde el misticismo milagrero, ni desde pragmatismos propios de coachings de pacotilla, todo lo cual, lamentablemente, abunda en el mundo evangélico actual. El artista, en cambio, acude a Pablo citando textualmente sus cartas y discursos del libro de Hechos. Y, más potente aún, muestra cómo era el estilo de vida de la primera generación de cristianos en un contexto urbano pluralista, relativista y hostil al cristianismo. Y esto último es especialmente relevante cuando consideramos que no pocos expertos afirman que en nuestra era actual (que algunos han osado llamar de “post-cristiana”) a los cristianos occidentales nos está tocando vivir en el contexto más similar al de los cristianos de los primeros 3 siglos. Siendo yo uno de los convencidos de esto último, encuentro que la cosmovisión que este film presenta es también una especie de llamado profético a la iglesia actual a volver a sus raíces.

La película nos muestra a la iglesia de Roma como una comunidad que vive junta, come junta y se adoptan unos a otros constituyéndose en una gran familia de libres, esclavos, romanos, griegos, judíos, negros, blancos, niños, jóvenes y ancianos. Priscilla y Aquila pastorean con sus vidas a la joven iglesia de Roma, abren su casa para recibir a todos los perseguidos, huérfanos, viudas y solitarios y lo hacen en medio de la pobreza, de luchas internas, de desacuerdos entre sí y de dudas acerca de cómo discernir mejor la voluntad de Dios. Pero en medio de tanta humanidad, la presencia de Dios es manifiesta. Afuera de la casa de Priscila y Aquila reina el caos, la inmoralidad y la violencia, pero dentro de sus muros hay una nueva comunidad, que vive en amor y comparte el poco pan que tienen con ternura y simplicidad de corazón. La iglesia no nos es presentada bajo una luz simplona de un romanticismo platónico, ya que sufre fuertes desacuerdos e incluso divisiones importantes a raíz de un grupo de jóvenes entusiastas que no entienden el amor al enemigo que enseñó Jesús, pero no por eso deja de ser la comunidad del Nazareno. El artista, además, presenta una cosmovisión cristiana coherente que desafía a la iglesia actual a basar su testimonio ante el mundo en el amor y el servicio más que en los milagros y declaraciones de sanidad y prosperidad.

“¡Miren cómo se aman!” fue la exclamación estupefacta del mundo antiguo al ver a los cristianos y es justamente allí donde enfoca Hyatt su guión y dirección. Incluso en el momento (spoiler alert!) en que el guionista podría haber hecho que Lucas o Pablo declarasen sanidad mística y sobrenatural sobre la hija del centurión romano, el director prefirió mostrar uno de los más gloriosos milagros de todos: el amor y la entrega desinteresada del médico amado que aplica sus mejores conocimientos y técnicas fisiológicas para salvar a la hija del hombre que había acabado de condenarle a muerte la noche anterior. El milagro de amar y servir al enemigo vence y prevalece. Y la reacción del centurión junto con su conversación final con Pablo nos muestra que este es un testimonio que debemos seguir dando, sea que veamos o no conversiones espectaculares aconteciendo. Para escándalo de más de algún evangélico, de hecho, no hay oración de arrepentimiento del pecador, sino tan sólo el inicio de un camino de fe que, se subentiende, llevó al centurión poco a poco a reconocer la supremacía de Cristo.

¿Y sobre la historia de Pablo en sí? Andrew Hyatt nos da pocos detalles. No es una película biográfica en el sentido estricto del género. Su objetivo no es contar la vida de Pablo. El director tiene libertad artística (cualidad que, personalmente, admiro) y se toma la atribución de sólo mostrar breves destellos del pasado de Pablo en la medida que le sirven para cumplir su verdadero objetivo: mostrar la naturaleza del testimonio que la iglesia de Cristo debe dar en tiempos de hostilidad hacia los valores y convicciones del cristianismo.

Esta película, por lo tanto, no sólo se limita a mostrarnos el carácter de la verdadera comunidad cristiana en la pobre y fiel iglesia de Roma, el carácter de los genuinos pastores de la grey en la humanidad y amor desinteresado de Priscilla y Aquila y la naturaleza del genuino compañerismo cristiano en la lealtad de Lucas, sino también la naturaleza del verdadero ministerio apostólico. Y en eso este film golpea en el clavo y con fuerza: un genuino apóstol sufre vicisitudes con paciencia y gozo, no lucra con el ministerio que le fue encomendado, predica el amor de Cristo con palabras y con el ejemplo, se empobrece para enriquecer a la iglesia, se somete a humillación pública y tortura con tal de proteger al rebaño del Señor. El genuino ministerio apostólico de Pablo brilla en esta película sin manipulaciones emocionales baratas. Un Pablo algo terco, un poco cascarrabias, aún cargando con el dolor de los cristianos que mandó a matar en su antigua vida, pero bastándose en la gracia del Señor y no menospreciando, sino más bien reconociendo su necesidad de amistad y compañerismo. Un Pablo sin autosuficiencia ni arrogancia. Un Pablo lleno de claridad y convicción de que no hay mayor privilegio que perder bienes, prestigio, seguridad y comodidades por amor a Cristo. El contraste con los modernos auto-proclamados apóstoles y líderes de grandes ministerios es evidente y, espero, doloroso. Porque si esta película es capaz de hacernos sentir dolor por el cristianismo cómodo y mediocre que estamos viviendo, entonces estamos un paso más cerca del arrepentimiento necesario para volver a ser esa iglesia que trastornó el imperio romano siglos atrás.

Lamentablemente, la única excelencia que la iglesia evangélica actual reconoce y anhela es la de las grandes construcciones, la de la producción musical de alta fidelidad, la del management eficiente, la de las comunicaciones mediáticas y la del atraer multitudes bajo los principios de la fidelización de clientela. Y es justamente todo esto lo que hace que la iglesia evangélica actual sea, en realidad, mediocre. Porque no tiene la fe, la entrega, la pasión por Cristo ni el amor al prójimo de los primeros cristianos. En esto hemos sido hallados faltos y si esta película logra, aunque sea en una muy pequeña proporción, incomodar a una iglesia que hace ya mucho tiempo está demasiado cómoda, entonces ya vale la pena verla y difundirla.