Estudios Evangélicos

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Pensar en Lenguas

Quizá la teología Pentecostal tenga un apostolado único: recordarle al cuerpo de Cristo que es un cuerpo nacido en pentecostés y, al mismo tiempo, que pentecostés es una vocación para toda la Iglesia.

En la última década, el pentecostalismo se ha convertido en algo así como un preciado objeto académico para historiadores, sociólogos, antropólogos y académicos de estudios religiosos. Los investigadores instalados en los ambientes seculares de la universidad han producido ríos de libros y estudios sobre los fantásticos mundos del pentecostalismo global. Y aun así, aunque a veces comprensivo y conciliador, el interés académico en el pentecostalismo ha tenido el curioso efecto reverso del desencanto. La fascinación sociológica provee una cubierta para la incredulidad condescendiente, con el pentecostalismo reducido a una suerte de astuta manipulación global.

Esta reducción del pentecostalismo a un espécimen apaga la articulación del pentecostalismo como un tipo de voz teológica. En efecto, la consideración sociológica acerca del pentecostalismo implica que la “teología pentecostal” es un oxímoron. Lo cual es una vergüenza porque, durante el último siglo, se ha desarrollado una interesante teología en tradiciones pentecostales clásicas como las Asambleas de Dios y la Iglesia de Dios en Cristo, del mismo modo que en movimientos carismáticos al interior de la Iglesia Católica y la Comunión Anglicana. (La sensibilidad compartida por las tradiciones pentecostales y carismáticas es descrita usualmente bajo el paraguas de un pentecostalismo con p minúscula).

En el corazón de esta teología pentecostal hay un reclamo ontológico: que el mismo Espíritu que animó a los apóstoles en Pentecostés continua activo, dinámica y milagrosamente presente tanto en la comunidad eclesial como en la creación. La teología pentecostal es una teología del tercer artículo del Credo [de los apóstoles] y es predicado sobre la creencia de que el Espíritu es un espíritu que nos sorprende al continuar hablando, sanando, y manifestando la presencia de Dios de formas que contradicen el apague del naturalismo de la modernidad. Como resultado, continuando en el despertar del Espíritu, esta es una teología ágil que busca explicar y entender el caos controlado de la adoración carismática, una fe que busca el entendimiento de la experiencia del Espíritu en sus sorprendentes formas.

Aunque el pentecostalismo a veces ocupa la mesa como objeto de estudio, raramente se sienta a la mesa teológica como un colaborador a la conversación, aun entre los teólogos serios. En cierto nivel, esto no es sorprendente. El movimiento pentecostal surgió sobre todo entre una clase baja con mínimo acceso a la educación formal. En una conocida historia, uno de sus santos encarnaba esta marginalización: Willie J. Seymour, el predicador en Azusa Street, el centro del avivamiento en 1906, hijo de ex esclavos, recibió su educación teológica en Texas mientras escuchaba en un hall fuera de la sala de clases a la que solo estudiantes blancos podían entrar. El pentecostalismo es una tradición de predicadores y evangelistas, no de académicos y doctores.

Y así, aunque el pentecostalismo está claramente enfocado en una espiritualidad encarnada, esto no significa que carezca de teología reflexiva. Lo garantizo, los primeros pentecostales nunca produjeron teología académica o intentaron hacer una síntesis de la revelación bíblica y esquemas filosóficos. Pero podemos distinguir entre una teología implícita o baja, incrustada en su espiritualidad, y una teología explícita o alta que articula la teología implícita  como una visión intelectual del mundo. Mientras que el pentecostalismo temprano careció de la última, era rico en la primera. Y en el despliegue del siglo XX, el pentecostalismo desarrolló gradualmente una más explícita y académica teología.

Esta apología por la baja teología pentecostal temprana, ha sido el estribillo constante del historiador de la iglesia, Douglas Jacobsen del Messiah College. En su libro del 2003, thinking in the Spirit: Theologies of the early pentecostal movement, Jacobsen nos invitó a ver que en el pentecostalismo hubo voces teológicas constructivas siempre presentes.  Actualmente ha complementado su monografía histórica con una provechosa Reader in Pentecostal Theology,  que provee una oportunidad de primera mano para encontrarse con las voces tempranas, incluyendo algunas que son bastante conocidas (Charles Fox Parham, Willie J. Seymour, A.J. Tomlinson, C.H. Mason, y la inimitable Aimee Semple McPherson), y otros que han sido poco reconocidos (G.F. Taylor y David Wesley Myland).
Esta es teología forjada en el púlpito y la oración, en el calor del avivamiento y el abrasador Camp Meeting[1], una teología que carga la estampa de sus orígenes litúrgicos. La teología pentecostal temprana quizá no se alineó con las categorías de la alta teología intelectual, pero el Reader de Jacobsen demostró que no por ello era a-teológico o anti-intelectual. (Aunque, admitámoslo, el anti-intelectualismo se manifiesta al interior del pentecostalismo de tiempo en tiempo). De hecho, Jacobsen sostiene: “uno puede incluso ir más lejos y argumentar que el pentecostalismo no existiría aparte de la teología. No es necesariamente la singularidad de sus experiencias lo que sitúa al pentecostalismo aparte; es el camino en que estas experiencias son teológicamente categorizadas y definidas”.

El fenómeno milagroso que se manifestó a ellos en el avivamiento de Azusa Street, por ejemplo, obligó a una seria y sustanciosa reflexión. Los eventos necesitaban explicación, y los líderes y predicadores pentecostales se volvieron a la fuente que era la más importante para ellos: la narrativa de las Escrituras. La teología implícita resultante no era una síntesis entre revelación y filosofía, sino más bien una síntesis tratando de dar sentido a la experiencia, a la luz de la narrativa Bíblica.

Así, los primeros predicadores pentecostales se encontraron a sí mismos citando regularmente la narrativa de los Hechos de los Apóstoles y del Evangelio de Lucas para interpretar el hablar-en-lenguas y otras “señales y maravillas”. Su conclusión teológica fue que, así como los primeros derramamientos del Espíritu empoderaron a los apóstoles a ser testigos en Jerusalén, Samaria y hasta lo último de la tierra, así mismo el derramamiento en Azusa Street constituyó primariamente un empoderamiento para la misión. Ellos no se complacieron simplemente en la experiencia de lo sobrenatural; el fenómeno los puso a buscar respuestas para difíciles preguntas teológicas.

El rigor y la seriedad de la teología pentecostal temprana estaban incrustados en la experiencia del avivamiento, el trabajo de misión, predicación, y cuidado pastoral. Pero la centralidad de la experiencia pentecostal podría eventualmente poner en la teología pentecostal una de sus ideas filosóficas centrales, con el desarrollo de una epistemología pentecostal implícita: una visión del entendimiento humano. Quizá, esto esté mejor sumariado en el innovador libro de Steven Land de 1993, Pentecostal Spirituality. El pentecostalismo es primariamente una espiritualidad que encarna  una cosmovisión, sostiene Land, aun si esa cosmovisión no estuvo originalmente articulada en categorías intelectuales.

En otras palabras, el pentecostalismo permanece como, primero y ante todo, una espiritualidad: un ritmo de rituales y prácticas, oraciones y llamados al altar. Pero eso produce una posición de significancia teológica y filosófica. Los pentecostales toman el punto central de la narrativa de los Hechos 2 como el coraje y voluntad de Pedro para reconocer en un fenómeno extraño la operación del Espíritu, y declararla como una obra de Dios. Declarar “esto es eso” (Hechos 2:16) era estar abierto a que Dios trabajara de modos inesperados y era hacer una afirmación teológica acerca del fenómeno. Así, en el corazón de pentecostés hay una apertura radical a Dios, especialmente una apertura a un Dios que excede nuestros horizontes de expectativa y que viene inesperadamente.

Con todo, no puede negarse que los escritos tempranos dejaron la mayoría del pensamiento pentecostal enteramente implícito. Lo que ha emergido en años recientes es el intento de hacer las ideas explicitas y probarlas en la arena de la alta teología. Pentecostal Theology for the Twenty-First Century de Tan-Chow May Ling y The Work of the Spirit de Michael Welker, son dos libros recientes que cuentan la historia de la emergencia de una teología pentecostal implícita desde una teología folclórica, hacia su articulación como una agenda teológica académica explícita.

El pentecostalismo es usualmente remontado al avivamiento de Azusa Street que corrió desde 1906 a 1913. (Hubo, al mismo tiempo, avivamientos similares pero independientes alrededor del mundo). Con profundas raíces en la tradición wesleyana de santidad y en la espiritualidad africana, el avivamiento de Azusa Street engendró al pentecostalismo clásico asociado con denominaciones como las Asambleas de Dios, La Iglesia de Dios en Cristo, y la Iglesia de Dios (Cleveland, Tennessee). El pentecostalismo clásico era también usualmente distinguido por su énfasis distinto en el hablar en lenguas. Ocupando teologías de segunda generación de su herencia wesleyana, los pentecostales identificaron el hablar en lenguas como “la evidencia inicial y física del bautismo del Espíritu Santo” (Aunque también enfatizaron la manifestación continua de todos los dones del Espíritu).

La energía resultante fue inicialmente dirigida casi enteramente hacia el trabajo misional. En los ’60 y ’70, fenómenos y experiencias como los pentecostales empezaron a ocurrir en más denominaciones principales e iglesias tradicionales. Esto fue identificado como “renuevo carismático” y señaló un derrame de espiritualidad pentecostal en comuniones tradicionales, incluyendo el renuevo carismático católico (empezó primero en Duquesne) y movimientos de renuevo en las tradiciones anglicana, luterana y presbiteriana.

Mientras que la espiritualidad y las prácticas compartían ciertas similitudes, especialmente un énfasis en la sorpresa del Espíritu y la operación continua incluso de dones milagrosos, el movimiento carismático no adoptó la noción del hablar en lenguas como “evidencia inicial” del bautismo en el Espíritu Santo. Así, la -P capital de Pentecostalismo ha sido usada para referirse al pentecostalismo clásico, mientras que “carismático” identifica a aquellas tradiciones y teólogos que enfatizan un rol central a la sorpresa del Espíritu, pero al interior de un marco teológico y litúrgico existente. Estos fueron seguidos posteriormente por lo que es usualmente llamado la tercera ola del movimiento carismático, asociada con Peter Wagner. Se trata del crecimiento de iglesias carismáticas no-denominacionales como La Viña. Al igual que el renuevo carismático, la tercera ola no afirma la evidencia inicial, pero tampoco se identifican con las denominaciones o comuniones tradicionales.

Entre todas estas pequeñas –p de pentecostales, hay importantes similitudes, particularmente concernientes al modelo de la práctica religiosa. Y, tal como el reciente trabajo teológico ha comenzado a hacerlo explicito, un único entendimiento de Dios, las personas y del mundo está incrustado e implícito en la adoración y práctica pentecostales.
Varios aspectos de la cosmovisión pentecostal comienzan, cabe notarlo, con la radical apertura a Dios y, en particular, con Dios haciendo algo diferente o nuevo. Esto engendra un énfasis en la continuada, presencia dinámica, actividad y ministerio del Espíritu incluyendo la revelación continua, la profecía, y la centralidad de los dones carismáticos en la comunidad eclesial. Incluida en este ministerio del Espíritu está una creencia distintiva, la sanación del cuerpo como aspecto central de la obra de Expiación. En contraste con la teología evangélica racionalista, la teología pentecostal está enraizada en una epistemología afectiva. Y contrario a las asunciones comunes acerca del desinterés en este mundo [otherworldliness], el movimiento se ha caracterizado por la centralidad del compromiso con la misión, con un fuerte énfasis en que la misión incluye preocuparse por la justicia social. Aquí, me parece, la teología pentecostal está lista para hacer contribuciones únicas a discusiones más amplias. En efecto, el movimiento carismático ya ha influenciado renuevos litúrgicos al interior de la tradición católica.

La afirmación nuclear de la actividad continuada del Espíritu toca más esferas de pensamiento. Los teólogos, por ejemplo, han comenzado a desenredar sus implicaciones para la cosmología y la ontología, considerando la dinámica y activa presencia del Espíritu en la totalidad de la creación. Con un entendimiento pneumatológico de la creación, se sigue una afirmación de la actividad en marcha del Espíritu en la naturaleza del mismo modo que en la cultura humana. (Esto está insinuado en el ensayo de John Polkinghorne en el volumen de Welker y expandido y profundizado en el ensayo de Yong en el mismo libro). La misma presencia y actividad del Espíritu en la obra cultural de la humanidad también requiere ser considerada (en las líneas sugeridas por el volumen del 2005 de Vincent Bacote, The Spirit of Public Theology).

El ministerio de sanidad del Espíritu también tiene interesantes consecuencias teológicas: implícitamente incrustada en esta afirmación de que Dios cuida de nuestros cuerpos, hay una afirmación radical de la bondad de la creación que se traduce en una afirmación radical de la bondad de los cuerpos y la materialidad como tal.

Aquí, me parece, está uno de los elementos más subestimados de la cosmovisión pentecostal, pues el movimiento desde la obra física del Espíritu hacia un nuevo entendimiento de la fisicalidad [physicality] ofrece posibilidades para vencer los más perniciosos dualismos de los tiempos modernos. La adoración pentecostal involucra el cuerpo: brazos levantados o extendidos, cuerpos postrados en el piso o danzando en los pasillos, la imposición de manos, cuerpos arrodillados en el altar, banderas ondeando, etc. (¡las “mentes” cartesianas no podrían nunca enganchar en la adoración pentecostal!). Es por esto que algunos teólogos pentecostales como Frank Macchia y Simon Chan han sugerido que una cosmovisión pentecostal es una cosmovisión sacramental. Ésta enfatiza la bondad, necesidad e instrumentalidad de los elementos materiales: el Espíritu de Dios está activo a través de fenómenos concretos y materiales. Es una espiritualidad arenosa que afirma todo el  desorden y la torpeza de la encarnación, porque es en y a través de esta encarnación que el Espíritu de Dios obra.

Los pentecostales usualmente han aceptado el rechazo del mundo, pero los elementos nucleares de la cosmovisión pentecostal animan hacia una afirmación de la bondad fundamental de las esferas de la cultura relativas a la encarnación, como las artes. Esto merece mucha más atención de la que podemos darle aquí. Debiésemos notar, sin embargo, que es precisamente este aspecto de la espiritualidad pentecostal el que explica por qué ella es también usualmente asistida por el evangelio de la prosperidad. El evangelio de la prosperidad, ya sea predicado en África, Brasil, en los suburbios de Dallas es, debemos reconocerlo, un testamento de la globalidad de la teología pentecostal. Este es uno de los más no-gnosticos momentos de la espiritualidad pentecostal, en que rechaza espiritualizar la promesa de que el evangelio es “buenas nuevas para los pobres”. Lo garantizo, esto significa algo diferente y bastante menos admirable en una confortable mega-iglesia con aire acondicionado en los suburbios de Dallas que en los famélicos campamentos de refugiados en Uganda. Pero, en ambos casos, la intuición teológica implícita que muestra la entrega pentecostal de la teología de la prosperidad es evidencia de una afirmación nuclear de que Dios cuida nuestros vientres y cuerpos.

La afirmación de materialidad del pentecostalismo está íntimamente ligada con una comprensión de la persona humana como espíritu encarnado. Para los pentecostales, toda vez que somos más que nuestros cuerpos, no somos nunca menos que nuestros cuerpos. En la práctica pentecostal está implícita una epistemología distinta que privilegia un modo afectivo de conocer. Este conocimiento intuitivo, incluso emocional (“Yo sé que yo sé que yo sé” es un testimonio pentecostal común [I know that I know that I know]) es más narrativo que lógico; somos el tipo de criatura que hace su camino en el mundo más por la metáfora que por la matemática. El camino que conocemos es más como una danza que como una deducción.

Finalmente, los pentecostales han enfatizado siempre que el empoderamiento por el Espíritu es primero y sobre todo un empoderamiento para la misión que está siempre ligado a una expectación escatológica. (bien ilustrada por Ling en su Pentecostal Theology for the Twenty-First Century). Los académicos pentecostales como Doug Peterson y Eldin Villifañe han enfatizado  que el movimiento pentecostal ha sido consistentemente (aunque no uniformemente) caracterizado por una preocupación central por la justicia social, con una opción preferencial por los marginales. El avivamiento de Azusa Street recuerda, para los pentecostales, el paradigma de un avivamiento  en un establo abandonado, guiado por un predicador afroamericano tuerto bloqueado de su cargo previo. Esto entronca, pienso, con el primer principio del pentecostalismo: la actividad revolucionaria del Espíritu siempre interrumpe y subvierte el statu quo del poderoso. Al interior de su comunidad revolucionaria del Espiritu, uno encuentra no a muchos sabios según la carne, no muchos poderosos, no muchos nobles (1a Cor. 1:26).

Los teólogos han empezado crecientemente a explicar estos elementos implícitos de la adoración y experiencia religiosa pentecostal. A mediados del siglo XX, en tanto que los pentecostales buscaron entrenar una nueva generación de misioneros y ministros, comenzaron a surgir escuelas bíblicas e institutos. Estas incursiones hacia la educación superior requirieron el entrenamiento y formación de profesores que podrían luego regresar a entrenar a los fieles. Dado que las tradiciones pentecostales carecían  de los recursos para entrenar a sus propios profesores, esto fue un catalizador para involucrarse en la formación teológica en contextos más tradicionales y académicos, incluyendo a las generaciones tempranas que continuaron con trabajos doctorales en estudios bíblicos e historia en las instituciones de Ivy League[2], aunque la mayoría fue entrenada en instituciones evangélicas convencionales. (La difícil relación del pentecostalismo con el evangelicalismo es un tema para otro momento).

En ese tiempo, el renuevo carismático llevó a los pentecostales clásicos a conversar con carismáticos de las tradiciones católica, luterana y presbiteriana, que tenían un largo legado de formación teológica académica. Y estos pentecostales cuya formación ha sido en contextos evangélicos se familiarizaron con el tipo de conversaciones promovidas por la Evangelical Theological Society (establecida en 1949).

Creciendo fuera de estos vínculos y conversaciones, algunos académicos formaron la Society for Pentecostal Studies en 1970. Mientras que varios de sus miembros provenían de denominaciones pentecostales clásicas, la sociedad rápidamente se transformó en un lugar de conversación entre académicos pentecostales y carismáticos a través de sus disciplinas. Dichas conversaciones fueron organizadas también por sociedades académicas en Europa, Asia, África y Latinoamérica. El incremento de la profundidad de la tradición ha generado dos programas doctorales: uno en “Renewal Studies” (Estudios sobre Avivamiento) en la Regent University (dirigido por Amos Yong) y un programa doctoral en Pentecostal Studies en la Universidad de Birmingham (dirigido por el historiador del pentecostalismo global, Allan Anderson).
Hasta hace poco, la conversación permaneció sobre todo en casa, entre teólogos pentecostales hablándose el uno al otro. Pero durante la década pasada, teólogos pentecostales y biblistas se han encontrado crecientemente en conversación con evangélicos. (Aunque muchos teólogos pentecostales, especialmente de la tradición wesleyana, están ansiosos por distanciarse del cesacionismo evangélico, la doctrina de que los dones carismáticos cesaron con la muerte del último apóstol, y que así cuestiona tanto la experiencia pentecostal como su teología).

Esta exteriorización se ha expandido a conversaciones con otros no-evangélicos como bien ha mostrado mediante una serie de artículos y respuestas el Journal of Pentecostal Theology durante la década pasada. Presentando teólogos no pentecostales como Jurgen Moltmann, Walter Brueggemann, Clark Pinnock y Harvey Cox, el Journal ha empujado a los académicos pentecostales a dar formulaciones teológicas más explicitas sobre la presencia del Espíritu y su actividad en nuestro contexto contemporáneo.
El centro de gravedad para estas conversaciones permaneció estable al interior del pentecostalismo: sus académicos eran invitados a la conversación pentecostal para que los pentecostales escuchen y luego discutan entre ellos. Sin embargo, más recientemente, la teología pentecostal, creo, ha empezado a alcanzar una etapa de madurez que los impele no solo a escuchar conversaciones externas sino también a contribuir a ellas. Teólogos pentecostales como Veli-Matti Kärkkäinen (un teólogo finlandés en el seminario Fuller), Amos Yong y Simon Chan (un teólogo litúrgico de Singapur) están dedicados en conversaciones teológicas convencionales como pentecostales.

Un factor clave en este desarrollo ha sido el movimiento ecuménico. Guiado especialmente por el trabajo del historiador de la iglesia del seminario Fuller, Mel Robeck, los pentecostales han estado activamente y ampliamente involucrados en el diálogo ecuménico, y han buscado activamente participar de él. Largos y productivos diálogos con el Vaticano, La Alianza Mundial de Iglesias Reformadas [World Alliance of Reformed Churches], el Concilio Mundial de Iglesias (incluyendo importantes contribuciones a Fe y Orden) y otros, han traído distinguidas voces pentecostales a la palestra y han alentado su sentido de hacer una contribución distintiva a la católica iglesia [No a la ICAR].

Este cambio, que ha permitido y alentado a los pentecostales a sentarse a la mesa teológica más grande, es bien ilustrado el volumen de Welker The Work of the Spirit. Fruto de una consulta que incluyó a teólogos, historiadores, sociólogos y cientistas pentecostales y no pentecostales, el libro exhibe tanto el por qué la conversación más amplia quiere oír a los pentecostales, como aquello que los pentecostales pueden contribuir a esa conversación.
Por supuesto, el hecho de que los teólogos pentecostales sean tomados en serio también significa que deben estar abiertos a la crítica. Hay serias cuestiones teológicas que los teólogos pentecostales deben enfrentar: ¿la adoración carismática y la experiencia religiosa están enraizadas en una explicación armónica de la Escritura? ¿La teología pentecostal tiene recursos internos para criticar el evangelio de la prosperidad que tan frecuentemente se presencia en ella? ¿Puede la teología pentecostal resistir el primitivismo y dar cuenta de su propia catolicidad? ¿Cómo pueden las fantásticas afirmaciones pentecostales sobre milagros ajustarse con las consideraciones sobre el mundo ofrecidas por los físicos cuánticos y la biología evolucionista?

Estamos recién en el principio como para ver trabajo hecho sobre este tipo de preguntas. Un cuadro de académicos pentecostales, incluyendo a Yong y Wolfang Vondey, está buceando en el dialogo entre ciencia y teología, trabajando desde una posición explícitamente pentecostal. En ciertos casos, y siguiendo las sugerencias de Polkinghorne[3], ven los desarrollos recientes en física cuántica como espacios que permiten hacer lugar a la actividad misteriosa del Espíritu. Otros están retrocediendo a los paradigmas reinantes en las ciencias, particularmente las asunciones pre-científicas como el naturalismo metafísico, arguyendo que la ortodoxia de la ciencia está abierta al desafío y a hacer lugar para una ontología pentecostal única. (Uno puede oír ecos de Teilhard de Chardin en un proyecto así). Otros académicos carismáticos, como el biólogo Jeff Schloss, están calculando esquemas de biología evolutiva para entender mejor la espiritualidad pentecostal (basándose en la “signaling theory”[4] para ayudar a explicar las manifestaciones pentecostales y carismáticas en la adoración).

Estas y muchas otras preguntas de este tipo serán hechas a los teólogos pentecostales, y tendrán que luchar por contestar algunas de ellas. No obstante, ya que han puesto una silla en la mesa, deberíamos al menos escuchar por un momento. Quizá la teología Pentecostal tenga un apostolado único: recordarle al cuerpo de Cristo que es un cuerpo nacido en pentecostés y, al mismo tiempo, que pentecostés es una vocación para toda la Iglesia.

Originalmente publicado en First Things. Traducido con autorización. Traducción de Luis Aranguiz.

 


[1] Camp Meeting: método evangelístico típico de la época. Los predicadores itinerantes montaban una carpa al aire libre en la cual convocaban servicios evangelísticos.

[2] Ivy League: Conjunto de importantes universidades norteamericanas entre las que se encuentran Yale, Harvard, Princeton y otras.

[3] Sacerdote Anglicano y Físico, presidente del Queen’s College, Universidad de Cambridge.

[4] Teoría de la señalización, en biología, es aquella que busca explicar, mediante modelos matemáticos la comunicación entre organismos de acuerdo a sus conflictos de interés.

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