Estudios Evangélicos

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Perdón histórico atrasado

A la hora de los “perdones” no faltaba más, no podíamos quedarnos atrás, pero me queda la sensación que me habría gustado que lo hubiese hecho de manera mucho más específica.

“Ofendemos en público, pedimos perdón en privado”

Esta práctica no permite la verdadera Reconciliación. Necesitamos saber por qué y a quién debemos perdonar. Tres elementos indispensables deben estar presentes a la hora de hablar de “reconciliación”:

 

  1. Perdón genuino
  2. Restitución del daño causado
  3. Restauración de la confianza

 

Solo así podríamos evidenciar una verdadera reconciliación, ya que ésta supone no tan solo ausencia de enemistad, indiferencia o  agresión, sino presencia y cultivo de amistad.

 

Te Deum,  A ti, Dios

Un acto religioso celebrado en Chile como señal de unidad y gratitud a Dios por la tierra en que vivimos. Históricamente, primeramente fue la Iglesia Católica en llevarlo a cabo, pero ante ciertos cambios o asperezas relacionales que se produjeron en la sociedad chilena después del golpe de Estado del año 1973, la iglesia evangélica hizo también el Tedéum suyo, invitando por primera vez a un acto de esa naturaleza a la autoridad mayor de la nación, a saber el general Augusto Pinochet. A partir de ese momento se repite la misma ceremonia o acto religioso cada año en el templo Catedral pentecostal, en el cual convergen representantes de todos los sectores protestantes del país. La consigna común nacional es “dar gracias a ti, oh Dios”.

 

Tedéum año 2013

El pastor orador principal en el último Tedéum evangélico de este año 2013, celebrado en el templo Catedral pentecostal denominado: “Jotabeche”, a nombre de la iglesia evangélica chilena,  pidió perdón por los hechos acaecidos hace 40 años. A la hora de los “perdones” no faltaba más, no podíamos quedarnos atrás, pero me queda la sensación que me habría gustado que lo hubiese hecho de manera mucho más específica; y con todo respeto lo digo, sobre todo en lo que dice relación con la “actitud y beneplácito evidente” que tuvo esa denominación pentecostal para con el régimen militar, dando por cierto además que el mismo predicador, en ese tiempo tan oscuro para Chile, me imagino era un “oficial o hermano” de esa congregación anfitriona. Con esto lejos está de mí relacionar al predicador de este Tedéum con personas o hechos de todos conocidos en aquella época. Es más, no es mi intención con mi opinión particular, “personalizar” ni generalizar a muchos hermanos de esa numerosa hermandad pentecostal. Creo conocer muy de cerca la historia y fundación de esa iglesia, vilipendiada y perseguida en sus orígenes, cuando un hombre de Dios como el pastor Manuel Umaña Salinas la dirigía. Como dato anecdótico, el día de sus funerales, con mis padres pasábamos en el microbús por las afueras de tal iglesia y siendo niño supe quién era el amado pastor que se había ido con el Señor.

 

La responsabilidad que tenemos de ser “líderes morales” ante la sociedad que nos rodea, debiera ser tomada con mayor tino y sabiduría. Un líder involucra tácitamente a quienes dirige. Su identidad se transfiere a todos aquellos que están bajo su influencia. Y si esto no es un error, entonces es falta de prudencia cuando expresamos nuestras legítimas, pero íntimas preferencias. Doy por sentado que dentro de esa respetable denominación había pastores y líderes que no concordaban con los gustos del líder principal, pero el “juicio público” es muy cruel e injusto la mayoría de las veces.

 

No obstante, desde mi tribuna virtual, sentado frente a mi notebook, podría interpelar al predicador aludido, ya que como habló  “a nombre de toda la iglesia evangélica chilena”, yo habría preferido o me habría gustado que ese “perdón” lo hubiese dicho de una manera mucho más específica. Me atrevo a hacer un “ensayo” de esa alocución que, para ser un poco más creíble,  más o menos quedaría de la siguiente manera:

 

  1. Perdón por no haber estado más cerca del pueblo y no enajenado de los sufrimientos de nuestros compatriotas. Nos arrepentimos de haber mirado demasiado al cielo y de que no fijáramos los ojos en nuestro prójimo más cercano. El “miedo social” que se respiraba en las calles creo yo, fue un factor determinante para que eso sucediera.

 

  1. Perdón por haber establecido un Tedeum,  palabra desconocida para la época, en donde se “oraba por los gobernantes”, haciendo con esto una aprobación tácita o una callada práctica del avestruz. Aunque creo que la expresión “complicidad pasiva”, tan en boga en estos días, no amerita asignársela al mundo evangélico, sí creo que hubo mucho de contemplación y mirar para el lado.

 

  1. Perdón por esa relación afectiva, a todas luces, del líder anfitrión que le antecedió, con la persona del general,  –también extinto-, quién al no tener la pleitesía del líder católico de la iglesia oficial del país, se refugió en el mundo evangélico para recibir la “aprobación divina” de su gobierno militar. Lo más lamentable es que nos involucró a todos los que profesamos la fe cristiana evangélica. (Aclaro que a  mí nunca me preguntaron nada). En último término, las razones y convicciones personales de cada uno, solo Dios las puede juzgar.

 

  1. Perdón, por no haber creado una “vicaría de solidaridad” en el mundo evangélico, que hubiese protegido al desvalido y maltratado por sus ideales o pasado político, muchos de ellos fueron vecinos, amigos y compañeros de barrio que desaparecieron sin explicación alguna.

 

  1. Perdón por no decir una verdad más acorde a la realidad que vivía el país, desde este púlpito tan visto y escuchado por todos los chilenos a través de una cadena nacional obligatoria. ¡Qué gran oportunidad se tenía al frente! Y no se hizo. La inexperiencia y la falta de preparación de los ministros evangélicos de esa época no nos permitió tener una voz más oficial al respecto.

 

  1. Perdón por ese día en que “400 karatecas” salieron de los subterráneos del templo “jotabechino” y golpearon hasta cansarse a unos muchachos “revolucionarios de Cristo” que parados en sus bancas protestaron con arengas y carteles, en contra de la “complicidad silente” y las injusticias sociales,  interrumpiendo el mensaje dominical del reverendo plenipotenciario. Los diarios de esos días “festinaron” con la noticia. Si fueron 400 o 40 defensores del orden cultual de dicha iglesia, aún cuando no se justifican los actos de prepotencia verbal de los intolerantes foráneos, las agresiones me constan de primera mano. Fui amigo de uno de los agredidos.

 

  1. Perdón por ese “silencio cómplice” de muchos líderes evangélicos de distintas denominaciones que edificaron sus templos, ampliaron sus ministerios y se acomodaron en el regazo de un régimen duro y autoritario. El “acomodo” de muchos líderes evangélicos fue una cuestión “vox populi”. La buena voluntad del gobierno militar hacia el mundo evangélico se podía apreciar con mucha claridad. Como datos precarios, cesión de espacios públicos, etc., quizás porque este sector religioso no era tan molesto para el régimen. No debemos olvidar qué estaba ocurriendo en la otra iglesia, la oficial histórica, que estaba ocupada defendiendo los “derechos” de hombres y mujeres, comunes y corrientes, que eran maltratados y perseguidos por causales ideológicos o políticos y por ende, los militares de la época se sentían muy fastidiados con su “vicaría de la solidaridad”. Un abogado muy reconocido de orientación bautista fue acusado de ser “ecuménico” (como si esto fuese un pecado de muerte para los acusadores) ya que se juntaba los católicos y comulgaba con ellos. Le pregunté por esto y me contestó: “En efecto, si ayudar o defender a los torturados por el régimen militar me sitúa en esa categoría, entonces sí lo soy”. Una respuesta tajante, valiente y muy válida para mí.

 

  1. Perdón por ser parte implícitamente de un tipo de gobierno que exterminaba a sus opositores. Muchos pastores con un “carnet emitido por el Ministerio de defensa” aseguraban su seguridad personal y ministerial. La firma del general en ese documento, era un “rompe-filas” que con mucho orgullo se exhibía ante los demás. Aunque no pasaba de tener una cierta forma de control de los ministros protestantes chilenos, esta tarjeta sirvió además para recibir atención médica gratuita en los consultorios y hospitales. Por fin, después de muchos años, salíamos del anonimato.

 

  1. Perdón por tardar tanto en pedir perdón y aunque cueste creerlo, 40 años no son nada cuando a la hora de acordarnos de algo lo hacemos con dolor. La memoria de un pueblo es un asunto muy difícil de borrar.

 

  1. Perdón ante Dios, ante todos los chilenos, y por sobre todo, perdón ante nuestras propias conciencias.

 

Ideas, las temidas ideas

 

Una idea siempre ha de combatirse con otra idea. La palabra “discusión” es saludable a la hora de ponernos de acuerdo. Las ideas, aunque engendran contiendas, siempre resistirán y rechazarán al lenguaje de la violencia insana. La Historia nos lo repite en cada una de sus páginas que el poder casi siempre se alcanza con la fuerza. En nuestro escudo nacional reza: “Por la razón o la fuerza” y creo que para el 11 de Septiembre de 1973, estuvimos muy lejos de la “fuerza de las razones”, sino que más bien vimos, con cierto grado de horror, las “razones de la fuerza”. Poca razón, mucha fuerza, y fuerza injusta, así de simple.

 

Así que pedir perdón en público ya es meritorio, pero aunque éste sea solamente un “detalle”, creo que debemos ser más específicos a la hora de hacerlo, ya que de esa forma alcanzaremos una verdadera reconciliación nacional.

“Parásitos de la sociedad”, “Servidores del gobierno de turno”, “Cobardes que se esconden en los templos”, etc. Estas y muchas otras expresiones escuché en esos años en contra de mi sector religioso. La verdad es que ninguna de ellas me cayó a mí,  –en lo estrictamente personal-, pero no dejaba de sorprenderme el nivel de resistencia que tenía mi fe en el mundo de los “callados y perseguidos por su ideal político antagónico al gobierno militar”. Había un “valle de incomunicación” entre el mundo evangélico y el quehacer del vecindario.

 

De los 17 años de militares en el país, los primeros “siete años” fueron muy de color gris a negro. El miedo colectivo era patente en el bus, en el metro y en cualquier lugar. Hablar de Dios y del cielo era el mensaje más recurrente, pero de la contingencia, injusticias, descontento social, dolores, hambre y muerte, no era muy frecuente oír esos mensajes  en nuestros púlpitos;  y aun cuando no es el centro de  nuestros discursos o predicaciones, no podemos sustraernos de  quienes nos rodean, especialmente los que sufren. El mensaje es para ellos, no para los ángeles, y cualquiera sea la circunstancia que vivamos, la voz de Dios siempre se ha hecho oír en los días complicados que hemos enfrentado a lo largo de nuestro peregrinar en la tierra. Una lástima que en esos días escaseó la ”voz de Dios y de esperanza” para los nacidos en Chile.

 

Perdón histórico, pero atrasado, muy atrasado. Aunque el “saco” en que echan a todos es bien ancho, creo no pertenecer ahí. Sinceramente, no.

 

Como exhortación final, quiero compartir, simplemente compartir, mi visión y experiencia de quien ha vivido –voluntariamente– lejos de su patria y ha viajado por distintos lugares del mundo,  que cada vez que vuelvo a esta querida tierra, lo hago con mucha alegría de abrazar a los míos y gustar de lo que considero mío y que me identifica en todo lugar que me conocen, pero… Dios mío, los peros,  aparecen otra vez… y me detengo a reflexionar y me pregunto: ¿Cómo no darnos cuenta del tremendo país que tenemos? ¿Cuándo será el día en que dejemos de decir: “este país”, y lo cambiemos por “nuestro país”? Tengo la convicción de que Dios le dio una mirada a Chile y muchos aún no se han enterado. Con todas las salvedades pertinentes, afuera nos admiran, nos aplauden y elogian, en cambio nosotros, acá en casa, veo a muchas personas eternizando el rencor, cultivando más las diferencias que lo que verdaderamente nos une como nación.

 

Si algo tiene el pasado, es su poder para paralizarnos y dejarnos “pegados” a los recuerdos, especialmente a los malos recuerdos. Bueno sería que aprendiéramos del apóstol Pablo, un ex perseguidor y asolador de la iglesia primitiva, que dijo: “Olvidando ciertamente lo que queda atrás, me extiendo hacia adelante…” (Filipenses 3. 13).

 

Al terminar, conmino a los que crean en la Reconciliación nacional, reconciliación que tiene directa relación con las tres premisas del comienzo, las cuales son esenciales: un genuino perdón, la restitución del daño causado y la restauración de la confianza, y les reafirmo que ahí,  recién ahí,  podremos aspirar, –por lo menos soñar-, que Chile otra vez se re-encontrará y abrazará otra vez consigo mismo…  como cuando éramos niños.

 

El Señor nos permita a cada uno de los involucrados en esta actual historia de nuestro Chile, asumir la parte que nos concierne, para así poder sanar a nuestra tierra. Dios les bendiga.

 

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Ángel Aránguiz López es pastor presidente de la Iglesia Cristiana La Gloria de Dios en Chile, Egresado del Instituto Teológico de Miami, Director y profesor del Instituto Evangélico de Teología en Chile, con sede en Miami USA.

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