Estudios Evangélicos

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«Pluralismo. Una alternativa a las políticas de identidad», de Manfred Svensson

Si hay algo por lo que se destacó el fracasado proceso constituyente, que concluyó con el rechazo abrumador a la propuesta constitucional el pasado 4 de septiembre, fue por la proliferación del lenguaje reivindicativo de las identidades históricamente marginadas, especialmente en cuanto a las “disidencias sexuales” y las minorías étnicas. El nuevo libro de Manfred Svensson, Pluralismo: Una alternativa a las políticas de identidad (Instituto de Estudios de la Sociedad), que terminó de escribirse con posterioridad al triunfo del Rechazo, busca examinar con detalle los esquemas teóricos que hay detrás de las llamadas “políticas de identidad”, las cuales, según el autor, ofrecen un particular y nocivo acercamiento al fenómeno de la diversidad que compone la realidad de las democracias y sociedades contemporáneas.

Pluralismo, a mi parecer, es ante todo un antídoto contra las dicotomías en exceso reduccionistas que parecen dibujar el paisaje de la política de los últimos años. Ejemplos de estas dicotomías son los “clivajes” polarizados y rígidos que se aprecian en la dinámica de las “batallas culturales” que resuenan en el lenguaje político de estos días: patriotismo vs. globalismo; derechos humanos-diversidad-progresismo vs. conservadurismo-autoritarismo-neofascismo; o democracia vs. populismo. A lo largo de la obra, el profesor Svensson irá mostrando que estos “clivajes” no pueden reducirse a una manera binaria de comprensión de los bienes en juego que supuestamente están en confrontación, porque, una vez que somos capaces de apreciar de manera correcta las distintas formas de pluralismo y diversidad en nuestras sociedades, la política deja de concebirse en una lógica de blanco y negro.

Por eso, esta obra es una invitación a perfeccionar nuestro juicio evaluativo respecto de la diversidad y sus distintas manifestaciones. Para los cristianos evangélicos esta invitación es más crucial que nunca, puesto que en las últimas décadas hemos estado viviendo, al menos en Chile, un crecimiento destacable del secularismo (con todas las consecuencias sociales, políticas y culturales que esto trae), así como también una mayor conciencia de la diversidad cultural que nos rodea, tanto por nuestros pueblos originarios como por las distintas corrientes migratorias que han ocurrido en el país. En este sentido, no es de extrañar que en nuestros círculos evangélicos frecuentemente todo discurso que parezca “amistoso” con la diversidad, sea inmediatamente visto con resquemor. Por eso, la distinción entre diferentes tipos de diversidad es fundamental para determinar nuestra disposición valorativa hacia cada dimensión del pluralismo social. Precisamente, este es quizás el principal objetivo práctico-teórico del libro.

Para cumplir su propósito, Svensson acude a una amplia gama de grandes pensadores en la historia que se refirieron al pluralismo, así como también nos presenta un elenco de autores (Kuyper, Figgis, etc.) que no han tenido una audiencia mayoritaria en nuestro debate nacional, lo cual es uno de los mayores aportes de este libro.

La primera parte de la obra (pp. 15-36), se enfoca en darnos un diagnóstico de las falencias del “pluralismo identitario”, así como también de desafiar de manera incisiva las cuestionables tesis respecto de la relación del pluralismo con la historia pasada (periodo premoderno supuestamente marcado por la ausencia de todo pluralismo), así como también la idealización de la modernidad como única época verdaderamente pluralista.

Para el profesor de la Universidad de los Andes, uno de los mayores problemas que presentan las “políticas de identidad” y el “pluralismo identitario” es, por una parte, la idea de promover exclusivamente la diversidad que atañe a algunas identidades históricamente excluidas, como también la permanente confusión y asimilación de las diferentes dimensiones de la diversidad (pp. 16-22). Esto genera por ejemplo que, la diversidad de pensamiento o de idearios no merezca el reconocimiento que es necesario en una sociedad democrática, así como también puede resultar en el menosprecio a quienes no comparten la “cosmovisión originaria” dentro de una cultura que es vista como inherentemente atada a una única visión del mundo. Este último punto es parte central de las tesis defendidas en la obra, que son desarrolladas en la tercera parte del libro.

La segunda parte (pp. 37-74), se centra en el desarrollo histórico que ha tenido el pluralismo dentro de distintas tradiciones de pensamiento, que van desde Aristóteles y Agustín de Hipona; pasando por los pensadores cristianos de la segunda mitad del siglo XIX y principios del XX, Abraham Kuyper y John Neville Figgis; y más recientemente los autores que, a partir de la tradición liberal, desarrollan un enfoque amistoso y ecuánime con el pluralismo, específicamente: William Galston, John N. Gray y Jacob Levy. Respecto del Estagirita, es interesante el rescate histórico que nos muestra Svensson, señalando claramente que, contrario a ciertas tesis interpretativas contemporáneas (que pretenden mostrar que el funcionamiento de la polis exige un grado implacable de uniformidad), el pensamiento político aristotélico (a través de la amistad cívica) es ampliamente compatible con la tensión, la diferencia y el pluralismo, al mismo que tiempo que no renuncia a la búsqueda común de la vida buena (pp. 43-46).

Más conocido es el aporte que Agustín de Hipona realiza a la reflexión en torno al pluralismo en la Ciudad de Dios, donde esas dos ciudades (la de Dios y la del hombre), diferenciadas por su amor final (ya sea a Dios o al deseo de dominio), están desafiadas a buscar la paz terrena mientras dure la historia. Este aporte agustiniano tendrá amplias reverberaciones y ecos en Kuyper y Figgis (pp. 54-66), pensadores cristianos de tiempos más recientes. El caso de Abraham Kuyper (1837-1920), por supuesto tiene más familiaridad que el de Figgis en nuestro contexto nacional, probablemente por la difusión que ha tenido su pensamiento dentro de contextos teológicos de orientación reformada. El concepto de “soberanía de las esferas”, que a grandes rasgos señala que cada orden de la creación posee su propio marco de soberanía, ofrece interesantes luces respecto de la diversidad de espacios que debe tener una sociedad democrática, reflexión que se desarrollará con más profundidad en la tercera parte del libro comentado.

En el caso de Figgis (1866-1919), hemos de valorar en demasía la exposición del profesor Svensson respecto de este autor (pp. 61-66), donde se pone de relieve el aporte gigantesco que hizo el pensador británico a la reflexión en torno a la naturaleza de los grupos sociales en la vida democrática. Los debates actuales sobre derechos grupales y objeción de conciencia institucional tendrían mucha más riqueza si integramos las contribuciones que realizó Figgis a comprender que los grupos intermedios y las asociaciones pueden tener agencia moral, y no son reducibles a la mera agregación de individuos.

Finalizando esta sección (pp. 66-74), se presenta el modo en que diversos pensadores provenientes de la tradición liberal han hecho frente a la forma “mainstream” de acercarse al pluralismo y a la comprensión del rol de los grupos sociales dentro del liberalismo, en su forma asociada al liberalismo de la Ilustración o a un liberalismo comprehensivo. Como mencionamos anteriormente, estos autores son Galston, Gray y Levy. Cada uno, con distintos enfoques, señalan la diferencia fundamental de aproximarse a la diversidad social que los distancia de la manera “racionalista” que predomina en el pensamiento liberal desde Mill. En síntesis, para ellos el liberalismo no debe sobrepasarse en sus esfuerzos de configurar una sociedad con “alma” liberal, sino que más bien debe establecer instituciones que permitan acomodar la diferencia y el conflicto producido por distintas culturas y visiones del mundo.

La tercera parte del libro (pp. 75-130), representa el corazón de la obra, porque es donde el autor desarrolla principalmente su “modelo” de pluralismo: uno que sabe diferenciar entre los distintos tipos de diversidad, y que, por tanto, responde con diferentes disposiciones ante dicha multitud de esferas. Svensson dialoga con una variedad de tradiciones, pero destaca fundamentalmente autores de sensibilidad Neo-calvinista (como Jonathan Chaplin y Richard J. Mouw) y liberales pluralistas (como William Galston). En ese sentido, se vislumbra una diferenciación entre la diversidad direccional, cultural y de espacios (pp. 75-122). Así como también, una valoración de la pluralidad que se clasifica en las modalidades de intrínseca, fáctica e instrumental (pp. 123-130).

Por diversidad direccional o de visiones, se entenderá aquella que corresponde a la multitud de orientaciones vitales, filosofías de vida y marcos éticos comprehensivos que existen en una sociedad. Aquí podemos encontrar creencias, religiones, cosmovisiones, ideologías, etc. Todas estas tienen en común que son las que, como dice la tipología, direccionan u orientan el actuar último de las personas. Estas pueden tener una vocación “misionera” o universal, y están sujetas al disenso, crítica y confrontación con otras visiones de vida.

En cambio, por diversidad o diferencia cultural, se entenderá que corresponde a la pluralidad de “tradiciones y pautas de conducta de un grupo social, el casi infinito conjunto de variaciones que el ser humano desarrolla por sobre lo que en su vida está dado como natural.” (p. 106). Lo que diferencia a las culturas de las visiones, sería la particularidad de las primeras, donde además se destaca que de por sí las culturas no necesariamente traen consigo la contienda entre ellas.

La separación analítico-valorativa entre visiones y culturas representaría un avance civilizatorio fundamental, y a pesar de que, en una multitud de ocasiones, dicha diferenciación representa un desafío gigantesco (por lo intrincadas que pueden estar estas dimensiones en un determinado caso), en una sociedad abierta deberíamos siempre aspirar a dicha distinción. Es por eso que a causa del “culturalismo” (que subsume o equivale ambas categorías) presente en los discursos etnonacionalistas [i] de nuestros días, la diversidad interna dentro del grupo étnico puede ser corroída perjudicando la dignidad de los miembros que no adhieran a la “cosmovisión originaria”, lo cual Svensson destaca mostrando ejemplos en nuestro presente debate nacional.

Por su parte, la diversidad de espacios o pluralismo estructural (pp. 113-123), se refiere a los múltiples polos o esferas donde la vida social se desarrolla: escuelas, iglesias, clubes, organizaciones, universidades, etc. Es aquí donde la sociedad civil participa de manera activa y se alcanzan los diversos fines para el florecimiento humano. Este parece ser el lugar donde las disputas contemporáneas que pueden ocasionarse como efecto de la diversidad estructural y cultural, pueden acomodarse. Sin embargo, el autor ve con preocupación los intentos que existen por parte de un discurso “pro-diversidad” de implementar un régimen con robustas exigencias de pluralismo interno para los grupos sociales: esto es contraproducente, porque en el largo plazo la sociedad pierde pluralismo y se vuelve más uniforme en concordancia con el discurso predominante. Esto es clave para una sana convivencia democrática, especialmente en los debates concernientes a temas como la objeción de conciencia institucional o el financiamiento estatal para universidades con ideario.

Para finalizar la tercera parte, el profesor Svensson nos detalla los distintos tipos de valoración de la pluralidad. Como se señaló, esta puede tomar la forma de valoración fáctica, intrínseca o instrumental. En este sentido, podemos valorar la diversidad como un hecho del mundo (fácticamente); otorgar un valor positivo (intrínseco) de reconocimiento; o, valorar la diversidad porque nos es útil para otros propósitos (valoración instrumental). Así, por ejemplo, cuando dirigimos nuestra valoración a las distintas culturas (aún cuando esta clasificación no es sencilla), la disposición que debería primar debería ser el reconocimiento intrínseco, mientras que dicha disposición resultaría extraña para visiones del mundo que chocan entre sí. Desde la tradición Neo-calvinista suele atribuirse a la diversidad cultural una connotación positiva, ya que esta representaría la manifestación de las múltiples formas en que se expresa la diversidad humana creada por Dios en distintos contextos culturales. Por el contrario, la diversidad direccional sería más bien un efecto de la Caída, y por tanto, su valoración es radicalmente diferente.

En conclusión, una correcta comprensión del pluralismo es capaz de distinguir la complejidad de las distintas dimensiones de la diversidad social, para así tratar adecuadamente, a través de distintas disposiciones y valoraciones, con las distintas diferencias de la vida humana.

La cuarta parte y final de la obra (pp. 131-167), es el lugar donde el desarrollo teórico del libro conversa con distintos conceptos y dimensiones prácticas de la vida social y política: el bien común y la nación; la democracia y el populismo; y la vigencia de la mera tolerancia. El autor se compromete con el hecho de que el bien común o lo compartido, a pesar de lo complejo que pueda resultar, debe ser una aspiración a la cual no deberíamos renunciar en nuestra contemporánea vida democrática. Los excesos que pueden resultar del despliegue del pluralismo, pueden y deben ser atenuados por la amistad cívica y la consciencia de lo común. Ante estos desafíos, con todos los matices claves que señala Svensson, la nación juega un lugar clave en ser una comunidad de encuentro.

Así también, el autor cuestiona los discursos que enarbolan ser la encarnación genuina y verdadera del espíritu democrático y los derechos humanos, donde, por ejemplo, se levanta la bandera de que la única forma de estar del “lado” de las mujeres en la democracia, es siendo partidario del aborto. Así como también, más allá de las muchas veces justas críticas al populismo, Svensson trae a colación una intuición que en ocasiones fuerzas políticas o líderes asociados al populismo señalan: que las tendencias elitistas de ciertos promotores del liberalismo progresista también minan el pluralismo social (pp. 154-157).

Al concluir el panorama de este libro, el autor es capaz de mostrar el valor de la mera tolerancia en un mundo lleno de complejidades conformadas por las distintas dimensiones de la pluralidad. La mera tolerancia se mantiene vigente frente a las concepciones que quieren quitar de entremedio el elemento de objeción propio de la concepción clásica de la tolerancia, para dar paso a un mundo donde el reconocimiento positivo se quiere imponer como única disposición válida frente a la diferencia.

Como mencionamos al principio, cuando somos capaces de perfeccionar nuestro juicio evaluativo de la diversidad (que es la principal invitación del texto), estaremos en condición de valorar la diferencia de mejor manera. En este sentido, las falsas dicotomías que pueden presentarse como únicas modalidades válidas de entrar en el juego político desaparecen, abriendo paso a por ejemplo, valorar la diversidad cultural e integrarla desde una perspectiva comprometidamente cristiana, o, a ser un apasionado patriota que valora la democracia y la participación (por supuesto con juicio crítico y prudencia) activa de la integración nacional en los procesos globales.
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*Heber Huaquimilla es cientista político.

Notas
[i] Para matizar la hegemónica pero complicada distinción entre etnonacionalismo y nacionalismo cívico véase Ramón Máiz, Nacionalismo y federalismo: Una aproximación desde la teoría política, Capítulo 2 (Siglo XXI Editores, 2018).