Estudios Evangélicos

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¿Podemos los evangélicos pensar un país?

Para muchos, la respuesta a la pregunta que titula a esta columna es obvia: “si, efectivamente, los evangélicos podemos pensar un país”. Pero, ¿podemos hacerlo en el contexto en que estamos hoy? Después de casi un mes de movilizaciones sociales pacíficas, violentas, céntricas y locales, masivas y simbólicas; mes en el cual las preguntas no iban mucho más allá de “cuándo terminará esto”, “puedo o no marchar como cristiano” o “qué es lo justo e injusto de esta situación”; después, digo, de toda esta situación de incertidumbre, ayer de madrugada se abrió una posibilidad hasta hace unas horas impensada: la clase política llegó a un acuerdo para transitar hacia la posibilidad de una nueva constitución.

De un minuto a otro, hemos pasado de preguntas presas de una contingencia que parecía interminable, a preguntas cuyas respuestas definirán nada menos que el destino de una nación entera. De pronto, nos dimos cuenta que podemos mirar hacia el futuro otra vez. Este inesperado nuevo escenario trae nuevas preguntas: si acaso votar o no por una nueva constitución o por cual mecanismo votar, entre otras. Los evangélicos con estudios en derecho se preparan para dar sus impresiones sobre los tipos de constitución, los mecanismos jurídicos para producirlas y todo el tecnicismo que los distintos problemas asociados a la situación requieren.

Lo anterior por supuesto es positivo en un contexto de evangélicos llenos de preguntas y ávidos de explicaciones. Sin embargo, las respuestas a estas cuestiones no necesariamente conducen a pensar un “nuevo” país –como ya se escucha- que se afirmará, desde luego, en una nueva carta magna. Por ejemplo, días atrás tuve la oportunidad de presenciar la exposición de un abogado ante un grupo de pastores. Luego de una concisa presentación, hubo preguntas sobre qué implicancias tendría un cambio constitucional, ¿de estado subsidiario a estado de bienestar?, ¿qué pasará con la propiedad? Y, sin duda, la que pareció de mayor interés en la reunión: ¿habrá libertad de culto?

Los pastores, varios de ellos trabajando en sectores vulnerables, no especializados en derecho ni en teología necesariamente, se habían preocupado de investigar y entender, y no solamente respecto a un tema de interés de suyo obvio como la libertad religiosa o de culto, sino también sobre el tipo de estado que tenemos y las opciones que se presentan, sobre el concepto de propiedad privada y varios otros.

No obstante, eso tampoco es suficiente para pensar un país. Los cristianos no solo son pastores. Hay laicos. Y no solo hay laicos y pastores que piensan distinto entre ellos, a lo cual se suma que tienen distinta formación y/o profesión. Hay denominaciones e iglesias procedentes de los más diversos contextos, con diversidades internas, con las más variadas teologías. Fuera de laicos, pastores e iglesias y denominaciones, hay una serie de organizaciones para-eclesiales laicas y pastorales involucradas en asuntos públicos que vienen, una vez más, a reflejar la diversidad de pensamientos que existen dentro del ámbito “evangélico”. Finalmente, a esta increíblemente heterogénea realidad, hay que agregar que, desde una mirada realista y franca, cualquier intento de unidad es imposible. Desde esta perspectiva, la cuestión no reside en si somos capaces de “pensar” un país, sino en si somos capaces de pensar “un” país.

Que los partidos de los más diversos signos hayan sido capaces de unirse en torno a la búsqueda de una propuesta, no solo puede ser fruto de un pragmatismo contingente. También es una necesidad política, porque una comunidad nacional no puede fortalecerse y crecer si está constantemente luchando consigo misma. La carta magna no lo soluciona todo, pero debe fijar el estándar sobre el cual todos nos avocamos a construir un país para todos. Para ello, debemos llegar a un acuerdo. La búsqueda de nueva constitución no se restringe a cumplir con demandas sociales, es el documento que unifica en la pluralidad. Es el fundamento de “La casa de todos”, como dijo un autor.

Ya se escuchan voces que votarán por el “no” a una nueva constitución. Del mismo modo, hay quienes votarán por el “si”. Si gana el no, no podemos aventurarnos más que a pensar en la prevalencia de la constitución de 1980 y la posibilidad de reformarla. Pero, ¿qué ocurriría si ganara el “si”? En ese caso, deja ser relevante la posición que se tenga sobre el cambio. La pregunta clave será: ¿qué haremos frente a ese escenario?

Si gana el “si”, el futuro está abierto ante nosotros. Y así como un nuevo texto constitucional tendrá que ser el fruto de un robusto consenso nacional, del mismo modo los cristianos de toda denominación habrán de pensar sus propuestas. La Iglesia Católica es esperable que lo haga, después de todo, ha acompañado a Chile desde antes que incluso fuera un sueño de los independentistas. Los evangélicos, sin embargo, hemos tenido una historia bastante oscilante. Algunos sectores protestantes han participado activamente en la vida pública desde la fundación del país y en diverso grado, y para diversas causas. Con la llegada del siglo XX y la puesta en escena del movimiento pentecostal y todas sus expresiones, ha habido también una variada forma de participación que se ha caracterizado por ser usualmente reactiva.

Hoy Chile se encuentra en un momento histórico. En los próximos meses, empezarán a definirse no los colores de la política partidista, sino los contornos de lo que se desea que sea un país para todos y los evangélicos, por primera vez, son parte de un proceso histórico y democrático sin precedentes en el cual, precisamente por la naturaleza del contexto, pueden participar. Pero ¿cómo lo haremos? ¿Llevando las divisiones teológicas, denominacionales e incluso personales, al plano político –como tristemente ha solido ser en estas últimas décadas? Ciertamente, si ese fuera el camino, poco se podría aportar. Pero si se hace el esfuerzo no de olvidar esas diferencias, pero si suspenderlas por un momento para pensar cuáles son los puntos que nos unen como cristianos, entonces tal vez podríamos ofrecer al país una propuesta a la altura de las circunstancias.

¿Qué nos une hoy? Principios fundamentales como la libertad, la justicia, la equidad, la dignidad humana, y tantos otros, han estado por milenios presentes en toda la tradición cristiana, desprendidos explícita o implícitamente de la Biblia que utilizan todos los evangélicos por igual. Ciertamente, esas palabras no significan exactamente lo mismo para todos y por la naturaleza propia del sector evangélico, no es siquiera probable que se acuerde una sola propuesta. No obstante, al menos tenemos la oportunidad de presentarlas como los bienes más preciados que nos ha dejado la tradición bíblica y cristiana para trabajar por una sociedad mejor. Los evangélicos, por más que los estereotipos típicos digan lo contrario, si pueden pensar. Pero, en este tránsito histórico en el que comenzarán a discutirse los principios mismos de la república, lo que realmente importa para el futuro de Chile, es si acaso los evangélicos nos estamos preparando para pensar un país.